"Independiente es algo que llevo en el corazón, soy fanático, no se puede explicar". Hay 18 mil kilómetros de distancia entre Saitama y Avellaneda. Un simple alarido de gol para Yu Kawakubo, el japonés que hace más de dos décadas sigue al Rojo y se transformó en la herramienta secreta del cuerpo técnico de Ariel Holan en la planificación por conquistar la Suruga Bank.
Yu nació en Yokohama, a unos pocos kilómetros de Tokio, la ciudad que cambió su vida. Allí su corazón se tiñó de rojo para siempre cuando la primavera asiática vivía su esplendor en pleno abril de 1995. Aquel muchacho estaba sentado en las gradas del Estadio Olímpico cuando Vélez e Independiente disputaban la final de la Recopa por haber sido campeones de la Libertadores y la Supercopa, respectivamente.
"Por suerte pude ir a ver ese partido en el que le ganó a Vélez. Aquel equipo, de la temporada 94/95, era un equipazo. Me había enamorado. Desde ahí, soy hincha de Independiente", relata desde el otro lado del mundo a Infobae en un eterno intercambio de audios de Whatsapp por culpa la diferencia horaria entre Argentina y Japón.
Su español es claro. Se expresa como si fuese originario de Avellaneda; a decir verdad, un poco lo es. Amable, muestra conocimiento del club. Holan se enteró de su existencia y lo sumó de manera temporaria a su cuerpo técnico en Osaka, con la idea de pulir los detalles que van desde el rival o la temperatura, hasta el idioma. Kawakubo es la carta secreta: "Me pide la mayor información sobre el Cerezo o, por ejemplo, el clima para que ellos puedan tener más información a la hora de analizar y elegir. Principalmente soy un ayudante general y secundariamente, traductor".
Kawakubo estuvo de visita en Argentina. Pasó por el Libertadores de América y la sede del club ubicada en la Avenida Mitre. El coordinador de las divisiones infantiles –"Lechu" Rodríguez– se transformó en el puente para que su fanatismo se transforme en un engranaje externo de la institución. Yu fundó una especie de filial en Saitama, su residencia actual. Allí, también, funciona una escuelita de fútbol con alrededor de 100 jóvenes.
En ese lugar él es entrenador y busca a los nuevos Luis Islas, Daniel Garnero, Jorge Burruchaga, Albeiro Usuriaga o Sebastián Rambert. Aquellos apellidos que flecharon su corazón en 1995 y lo conquistaron para la eternidad. En el pasado, envió a cinco de sus muchachos a entrenar algunas semanas en las inferiores del Rojo gracias a su buena relación con los entrenadores juveniles.
Hay una pieza del rompecabezas que falta contar en la historia de la familia Kawakubo. Para eso hay que retroceder hasta mediados de 1940, cuando el bombardeo atómico a Hiroshima y Nagasaki se predisponía a marcar para siempre a la sociedad japonesa. Para el abuelo de Yu aquel suceso fue demasiado. Tomó a su pequeño hijo de dos años y buscó el lugar más alejado del foco conflictivo. Recaló en Argentina y se recluyó en la ciudad de Posadas, Misiones.
Los Kawakubo pasaron dos décadas en el norte argentino y entendieron que el fútbol era una obsesión para los paisanos. Para ese entonces, Racing tenía una de sus mejores rachas a nivel local y preparaba la plataforma para lograr el primer título intercontinental de Argentina con aquel recordado gol del "Chango" Cárdenas. Suficientes argumentos para Kawakubo y su hijo.
Cuando regresaron a su tierra, intentaron transmitirle la pasión a Yu. Pero su rebeldía pudo más: se paró en la vereda de enfrente. "Mi papá era hincha de Racing y quería que me haga hincha. Pero me enamoré de Independiente. No hay más nada que decir", explica.
Los rulos del destino lo pusieron ante la posibilidad de ser parte de un nuevo título de Independiente. El 18° a nivel internacional. Aquel que le permitiría alcanzar a Boca en la línea de conquistas fuera de Argentina. Cerezo Osaka (mañana desde las 7 de la mañana de Argentina) será el escollo en la Suruga Bank. Yu estará ahí, junto a su "amado" Independiente.
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