Dejó la mochila y el celular en el piso. Se había olvidado la música, su "equipito". Antes de empezar, había dictado su discurso de rutina, un monólogo de presentación ensayado pero con libertad para la improvisación. "Hay mucha gente soñando, yo no quiero molestar pero ojalá estén soñando conmigo", ruega después de saludar con cordialidad. "Ahora que tengo la atención de algunas personas, me presento: mi nombre es Soledad. Me subo acá para compartir con ustedes lo que más me gusta hacer. Me encanta ésto, me hace muy feliz y espero que les guste a todos", dice.
Se dirige hacia los pasajeros. Está en un vagón del tren Roca con una pelota en la mano: la expone, la cuida, la abraza. "Lo que hago se llama freestyle fútbol, son jueguitos con la pelota", anuncia. "Tengo dos misiones: la primera es que no se me tiene que caer y la segunda, no le tengo que pegar a nadie", avisa. Y empieza. Hay gente sentada, gente parada, gente sentada en el piso, y el tren está en movimiento, pero ella empieza.
Es Soledad Arena, tiene 20 años, nació en El Palomar y ahora vive en Lanús. Es campeona argentina de freestyle, una disciplina derivada del fútbol o el arte de hacer malabares con una pelota. Asume que tiene un don pero no distingue ni dónde ni cuándo conoció sus capacidades. "El fútbol me gusta desde que tengo conciencia", admitió, en diálogo con Infobae. Lo juega porque es su descarga, porque sino "me vuelvo loca".
Empezó a perfeccionar su técnica y sus trucos en el patio de su casa. Después entendió que su talento podía ser hipnótico, sorprendente y remunerativo. Y se fue a una esquina a hacer jueguitos. Y se subió al tren Roca, donde un pasajero la filmó y el video alcanzó categoría de viral: hasta Marcelo Tinelli lo compartió. "Siempre subo con un discurso algo armado, pero capaz no se da como lo armaste, depende de cada vagón, de cada contexto. Cuando entro, me presento, saludo, rompo el hielo, lo primero que trato es que se rían porque la onda es caer bien. Y cuento que tengo dos misiones: que no se me tiene que caer y no le tengo que pegar a nadie".
El Roca es un medio de ingreso para ella. Solo procura que el tren no esté muy lleno: no porque tenga miedo de que la multitud entorpezca su show, sino porque el exceso de pasajeros no permite que todos puedan apreciar su talento. "Cuando hay mucha gente no me sirve", explicó. Lo que gana le sirve para mantenerse. Reconoció que hubo personas que colaboraron hasta con cien pesos y recordó cuál fue su primera vez: "Un amigo en situación de calle me dijo que tenía hambre y yo me acordaba que había visto chicos haciendo malabares con la pelota. Pensé que podía hacer lo mismo: junté 35 pesos y nos compramos un sánguche cada uno".
Su experiencia en los semáforos y en el tren habrá tenidos sus conflictos. Ella prefiere descartarlos. "La calle es peligrosa -advirtió-. Pero yo rescato lo bueno nada más. La gente del tren es un público muy bueno. Con respeto uno se puede ganar el cariño de cualquiera. Es probable que siempre haya uno que no le va a gustar lo que hago o capaz hasta te hacen un comentario feo. Pero en general los pasajeros me reciben diez puntos".
Con los vendedores ambulantes, también tuvo sus discrepancias. Pero no vienen al caso: "Creo que al principio no me querían. Pero la mayoría siempre me trató bien. Hay que laburar y dejar laburar, siempre desde el respeto. Después la gente sabe con quién elige colaborar". Reconoce que, para su espectáculo callejero, su condición de mujer "llama más la atención", y responde sin explayarse sobre los atropellos sexistas que pudo haber padecido: "Hay de todo, qué sé yo. Yo me quedo con lo bueno".
Soledad hizo semáforos que ya no hace más. Y hace trenes, aunque cada vez menos. Su despegue se lo debe a un show en una esquina. Al tiempo de haber dejado de jugar en la tercera de futsal de Racing, el padre de Charly Iácono, el argentino quíntuple campeón nacional y dos veces campeón mundial de freestyle, paró en "su" semáforo: "Me dijo quién era él y que yo tenía futuro en esto. Me preguntó si quería conocer a su hijo, le dije que sí y ahí empezó todo".
Todo es la semi profesionalización de su actividad. A veces se juntan con otros freestylers, pero ella entrena sola, en su casa o en la calle. Fue a la tele, va a cumpleaños, a partidos de fútbol, a fiestas de bancos y de casinos. Y le pagan. "No tengo un sueño, estoy en mi sueño. Hago lo que amo, quiero vivir de ésto y divertirme en mi trabajo". Un sueño que solo tiene dos misiones: que la pelota no se le caiga y que no le pegue a nadie.
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