Es feriado y las calles de Rosario están prácticamente desiertas. En la zona Sur de la ciudad algún que otro vecino asoma la nariz más allá de la puerta de su casa, pero pocos transitan las veredas. Como la mayoría, el Club Grandoli tiene un candado puesto -es jornada no laboral-, pero un hombre que vive enfrente señala la vivienda de Carlos Gómez, que tiene las llaves para acceder a la canchita en la que un tal Lionel Messi hizo sus primeros firuletes con un balón.
Carlos, algo somnoliento, abre la ventana del kiosko que atiende y está montado en su propio hogar y acepta cruzar la calle para abrir las puertas.
Los charcos y la humedad, producto de las últimas lluvias, no opacan la prolijidad del club que fue construido alrededor del rectángulo de pasto en el que juegan todas las categorías de Grandoli. La cancha tiene algún manchón de tierra pero está cubierta de césped casi en su totalidad y se exhibe de forma pareja. Un pequeño alambrado separa el escenario principal en el que patean la pelota los pequeños de los espectadores, que se instalan en la tribuna lateral de material compuesta por escalones.
Llama la atención que no haya arcos. Pero es lógico, no hay partido ni entrenamiento y para preservar las condiciones de la cancha, quitaron las pequeñas vallas con el fin de desalentar a algún grupo de insolentes que quiera saltar el enrejado pintado de naranja, celeste, verde y blanco para sacarse las ganas de jugar un picado.
La rayuela dibujada en el cemento, al costado del campo, es justo el lugar en el que Lionel Messi fue descubierto. Corría el año 1992 y Salvador Aparicio era el entrenador de varias categorías en Grandoli. El chiquitín estaba pateando un balón contra la pared y el técnico, con un jugador menos en cancha, se acercó hasta la posición de Celia -madre de Leo– para preguntarle si lo dejaba completar. Ella dudó y le recomendó al DT no incluirlo por su diferencia de edad, estatura y falta de experiencia… Pero su abuela se metió y alentó su permiso.
El viejo Salvador murió en 2008, pero se dio el gran gusto de ver jugar al astro rosarino en Barcelona. En una entrevista que puede verse en YouTube, recuerda con emoción aquel día. "La primera pelota le pasó por al lado y la miró. La segunda le fue a la zurda y empezó a gambetear a todos. De ahí, no lo saqué más".
Fue el primer capítulo del fenómeno llamado Messi. Aparicio formó el equipo en el que la Pulga brillaría más tarde, siendo dirigido justamente por Jorge, su papá. Durante los primeros meses, Leo jugó con chicos más grandes, pero más tarde lideró la 87.
EL CUARTITO CON AROMA A CAMPEÓN
En un rincón del club existe una suerte de utilería en la que se identifica a la institución. A. (Abanderado) Grandoli reza el letrero naranja, color característico de la camiseta. Carlos hace sonar su manojo de llaves, busca la correcta y nos invita a desempolvar los recuerdos adentro.
Brillan decenas de trofeos que casi llegan hasta el descascarado techo en varias repisas de madera. Hay bolsos con ropa, sillas y elementos para los entrenamientos. Y clavado contra la pared, se exhibe una placa de madera que recuerda a Salvador Aparicio. La sala lleva su nombre, en honor a su trayectoria y aporte. Fue colocada hace justamente una década (2008).
Carlos va de un lado a otro, acerca un trofeo, hace una breve reseña y lo vuelve a acomodar en su lugar. Trabaja hace años, pero no registra recuerdos de Messi. Quien sí lo fijó en sus retinas es David Treves, presidente del Club Abanderado Grandoli.
"NACIÓ EL NUEVO MARADONA"
En 1996, dos años después de la marcha de Messi a Newell's, David comenzó a dirigir en el club. Más tarde pasó a formar parte de la comisión directiva y desde 2007 es la máxima autoridad. El entrenador y profesor de educación física se desvive porque nunca falte nada y dedica casi todo su tiempo libre a la entidad del sur de Rosario.
Cuando era chico, las familias Treves y Messi comían junto a otras que frecuentaban la canchita. Y como Rodrigo y Matías, los hermanos mayores de Lionel, también se habían puesto la camiseta naranja, Jorge y Celia llevaron a Leo hasta de bebé al club.
La categoría 87 aún no había entrado en competencia, pero el precoz Lionel ya se había filtrado en la 86. Así transcurrieron sus primeros seis meses. Durante los dos años y medio posteriores -ya con los chicos de su edad- fue dirigido por su padre. A fines del 94, por algunas diferencias con los dirigentes de por aquel entonces, Jorge mudó a sus hijos a Newell's.
"Era magnífico. Hacía lo mismo que hace ahora, pero siendo una pulguita de cinco años. Estaba siendo muy popular al punto de que venía gente a verlo a él", rememoró Treves, quien asegura que ha visto pasar cientos y cientos de chicos pero ninguno se acercó siquiera a marcar una diferencia similar a la de Lionel o a desplegar la mitad de su fútbol.
Los partidos en los que saltaba a la cancha Leo eran todos iguales: sus equipos ganaban por goleada con 5, 6 ó 7 tantos suyos: "Siempre dejaba algo, igual que ahora en Barcelona. Hacía los goles que quería y, cuando se cansaba, se la daba a un compañero para que también marcara". Gente ajena al club que se acercaba para verlo jugar, comentaba: "Nació el nuevo Maradona".
EL SUEÑO DE RECIBIR A MESSI OTRA VEZ
Abanderado Grandoli se mantiene en funcionamiento gracias a una pequeña cuota mensual que se les cobra a los chicos, las recaudaciones de los días de partido y el buen manejo de la economía. A menudo se encuentran con algún subsidio que ayuda a sacar la soga del cuello y sostiene la caja.
2009 fue el año en el que la figura del Barça estuvo más cerca de regresar a la tierra prometida, durante unas vacaciones en su ciudad natal. David se había comunicado con Matías Messi y todo estaba encaminado, pero los compromisos de su cargada agenda postergaron la ocasión y sus tiempos fueron siendo cada vez más complejos.
De todas formas, el presidente de Grandoli no pierde las esperanzas y se ilusiona con abrazar al mejor del mundo en el césped donde nació como futbolista alguna vez.
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