Historia secreta del día en que Menotti dejó a Maradona fuera de la lista de la Selección

La decepción del astro y un encuentro clave con Enrique Omar Sívori

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Diego Maradona y César Luis Menotti en 1978
Diego Maradona y César Luis Menotti en 1978

Era una tarde fría y cruel. Y el anémico sol se había desmayado temprano. También a los habitantes de aquella redacción de El Gráfico una nube gris y despiadada parecía cubrirnos.

Esperábamos a dos invitados cuyas asimetrías temporales formarían parte del giro dinámico con que la vida en algún punto habría de conectarlos. Transcurría el ultimo día de mayo de 1978 y a nadie le cabían dudas de que allí estaban el pasado glorioso y el futuro mas brillante de la élite del fútbol argentino.

Uno había cerrado uno de los ciclos más destacados de la historia del fútbol argentino: Enrique Omar Sívori. Fue el sucesor de Alfredo Di Stéfano en Europa y el predecesor de Diego Armando Maradona en Italia. Podría decirse que ellos tres fueron los símbolos futbolísticos de la argentinidad antes del bendecido advenimiento de Lionel Messi.

Enrique Omar Sívori se describe elementalmente con su mágica zurda, la melena caída sobre la frente, las piernas de torneado diseño, los hoyuelos de sus pómulos salientes, el gesto de correr la lengua hasta la comisura de los labios presintiendo un gol, la mirada vivaz, la sonrisa llena, la gambeta sorprendente, el remate certero, el gesto rebelde y el potrero indomable bajo la piel. Y sintetiza su grandeza con unos pocos números: tres campeonatos con River (1955-1956 y 1957, 63 partidos, 28 goles); otros tres titulos de Serie A con la Juventus (1958, 1959 y 1961 más una Copa Italia en 1960, 170 goles); ganador del Balón de Oro en 1961 y jugador de las dos selecciones: la Argentina (Campeón Sudamericano de 1957, los "Carasucias") y la de Italia en el Mundial de Chile de 1962. Su magia tiene más hitos pues como jugador "abrió la ruta" de Diego y recaló en el Napoli hasta 1965 llevándolo hasta un subcampeonato.

Enrique Omar Sívori
Enrique Omar Sívori

Esta descomunal figura era uno de los invitados por cuyo pase la Juventus le pagó a River 10 millones de pesos en 1958 (Enrique Pardo, presidente) que significaron 250.000 dólares de la época a razón de 40 pesos promedio cada dólar. Como "se ve", Sívori "no es una Tribuna" del Monumental, si no que con el dinero de su venta, River (Antonio Vespucio Liberti, presidente) construyó la tribuna que permitió cerrar la "herradura" bautizándola justicieramente con su nombre. El otro invitado era Diego Armando Maradona.

La idea tenía como propósito juntar un pasado glorioso con un futuro indimensionable. Y el núcleo del diálogo consistía en que Sívori, quien había llegado a lo más alto a lo que puede aspirar un jugador deportiva, económica y socialmente, pudiera ofrecerle como consuelo a este desilusionado chico de 17 años unas horas después de saber que no formaría parte de la "Lista de Menotti" para el Mundial 78'.

El encuentro entre Sívori y Maradona en El Gráfico
El encuentro entre Sívori y Maradona en El Gráfico

Sívori llegó antes metido en un sobretodo de "piel de camello" claro que cubría un traje azul de seda italiano, al igual que su camisa y su corbata de "Scappino" de Roma. El pibe Diego llevaba la decepción en su carita demacrada. El cabello negro enrulado, limpio y largo, la primera campera de cuero de un marrón opaco y unos jeans azules modernos y angostos que no alcanzaban para transformar en frescura aquel rostro tan severo y enojado.

Carlos Ares, el prestigioso y entrañable colega por entonces compañero de El Gráfico que cubría los entrenamientos de la Selección Nacional, nos había contado como había sido el fatídico día en el cual Menotti dio la Lista de los 22 – en esa época eran 22 y no 23, como ahora- que habrían de jugar el Mundial 78'. Su relato presencial lo transformó en una crónica imperdible – rescatada a nuestro pedido por el coleccionista Maximiliano Roldán –, que Ares tituló " El día más triste de la Selección" (Edición 3059 de El Gráfico publicada el 29 de Mayo de 1978). Es la siguiente:

Cuando salía del comedor, a eso de las nueve de la noche del viernes, sentí como un ¡snif!, un sonido extraño que alguna vez todos conocimos. Parecido al que suelta un hombre, entre dientes, cuando no quiere llorar y llora. Tres metros a la izquierda de la puerta, desdibujado por las sombras, lo reconocí. Me acerqué sin saber por qué ni para que, aceptando que no debía. Su carita de pibe quedaba enmarcada entre el cerrado cuello del buzo azul y los sueltos rulos negros…
Le dije che, le dije, pero vamos, le dije no te pongas así. . .
Diego Maradona lloraba con más bronca, sin soltar una sola lágrima. Soportaba con violencia el río crecido de sus ojos y poco a poco fue levantando la vista. Recién entonces, cuando miró, comprendió que estaba hablando pavadas. Que yo era uno de los tantos que desde esa tarde y por unos días le iban a repetir siempre lo mismo. Vamos, no te pongás así, sos un pibe, ¿sabés los Mundiales que vas a jugar vos?, uf, y además vas a ser figura, no es para tanto, el fútbol es así, ahora hay que meterle más que nunca, siempre hay revancha, tenés que superar el momento, a todos les pasó alguna vez. Consuelos que no sirven, palmadas inútiles. Fue un minuto, no más, hasta que me di cuenta y me fui.
Y dije chau, y me dije tarado o algo así.

Todo había sucedido antes…
Amaneció nublado, pero a eso de las nueve y media el cielo ya estaba limpio. Se pasaron la mañana a los piques, saltos y carreras a un toque. El equipo ya entró en el período final de la puesta a punto. El trabajo físico está alcanzando los límites de velocidad, el último rubro del plan previsto. Poncini y Saporiti agotaron a pelotazos los reflejos de Fillol, Baley y Lavolpe. Al ángulo, abajo, al palo derecho, al izquierdo; y otra vez, centro, emboquillada, volea, saliendo a tapar, abajo, otra vez. . . Menotti cruzaba de campo a campo, alentaba, corregía.
– No, no. Es toque y pique, toque y pique, no trote y toque. . .
A las once y media, como todas las mañanas, cuando el plantel intentaba la carrera final hasta el chalet y las duchas, Menotti, Poncini, Saporiti y Pizzarotti recorrían los árboles cercanos buscando pelotas perdidas. Fue entonces cuando Menotti dijo:
Hoy a la noche voy a dar la lista. Primero se van a enterar los jugadores. Antes de empezar el entrenamiento de la tarde me voy a reunir con ellos.
Después del almuerzo, se demoró la siesta hasta que aterrizó el helicóptero del Almirante Massera. Entre saludos y charla, pasó otra media hora. La quinta quedó en silencio hasta las cuatro y media de la tarde. Saporiti recorría pasillos y jardines anunciando que "a las cuatro y media se va el micro". Desde ese momento los hechos se suceden como imágenes fotográficas. Suben y bajan cinco kilómetros más allá, en el otro campo que tienen a disposición, sembrado y cuidado como una cancha europea. Menotti los llama, se juntan a su alrededor, se sientan, les habla, no hay gestos, tres o cuatro bajan la cabeza.

– Este momento era inevitable, los plazos se acortan y yo tengo que dar la lista de 22. Los que salen son Bravo, Maradona y Bottaniz. Me duele mucho tener que tomar esta decisión y no quiero entrar en detalles. Espero que sepan comprender, pero también acepto que digan lo que quieran. Que Menotti los usó o que no les dio oportunidades. Por eso no voy a cambiar de concepto que tengo de ustedes como hombres y como profesionales. . .

Maradona junto a Menotti
Maradona junto a Menotti

Le pidieron que los dejaran solos, pero no había más nada que decir. Passarella apenas pudo agregar algo: "Queremos que se queden con nosotros hasta el final". Recién un rato más tarde fue creciendo la idea de juntar entre todos el 50 por ciento de los premios que ganen los que van a jugar. Volvieron en silencio. Maradona lloró en su pieza, Oviedo se quedó con Bravo hasta que lo convenció para ir a cenar, Bottaniz se sentó en la cama, puso las manos entre la cara y no dijo nada. Una hora después cada uno seguía en su pieza, Maradona quería hablar a su casa para que lo vayan a buscar.

Antes de irme pasé por el comedor porque habíamos quedado con Passarella en que me iba a dar una carta que el equipo le dirigía al país. Rozamos el tema. Me aclaró: – Mirá, es una carta un poco triste porque la escribí hace un rato. Hoy fue el peor día que pasé en los cuatro años que llevo de Selección. Sé que la culpa no es de Menotti ni de nadie, pero estas cosas te matan. . . (se emociona, da vuelta la cara) . . . te juro que ahora quiero ganar más que nunca, por ellos. Te juro . . . (no hablamos más).

Chau.

Es como respirar sin aire.
Cuando salía del comedor a eso de las nueve de la noche del viernes sentí como un ¡snif! parecido al que suelta un hombre, entre dientes, cuando no quiere llorar y llora. . .
Recuerdo a Diego Maradona pateando la pared con la punta de su zapatilla derecha. Los ojos de Bravo antes de entrar en la pieza. La cabeza gacha de Bottaniz.
Y dije 'chau', me dije tarado o algo así.
(Cronica escrita por Carlos Ares y publicada en la edición 3059 de la revista El Grafico el 29 de Mayo de 1978, hace exactamente 40 años)

Un cigarrillo tras otro, el "Cabezón" Sívori le fue hablando a Diego. Estaban sentados en una oficina del 3° piso de la Editorial Atlántida. Por cierto la charla en ningún momento fue privada. Pero alcanzó cierto dramatismo cuando Maradona insistía con una frase tan triste como certera: "Oiga Maestro (dirigiendóse respetuosamente a Sivori), creáme que yo estoy para jugar un Mundial, sería muy feliz y haría más felices a mis viejos si el Flaco me hubiese puesto en la lista. Además –agregaba el pibe Maradona – yo no digo que me ponga de entrada ¿vio?, pero de a ratitos yo le hubiera sido útil al equipo, le digo lo que siento Don Sivori…".

Se trató de un enorme esfuerzo para Omar (así lo llamaban y así lo recordaban a Sívori en Italia, con acento en la 'O' inicial) encontrar respuestas. Siempre tuve la impresión de que todo cuanto le decía a Diego carecía de convicción pues si él hubiese estado en el lugar de Menotti – cargo que había ocupado para las Eliminatorias del 74' dirigiendo a la Selección Nacional – no lo hubiera dejado afuera. Mientras lo escuchaba me preguntaba: ¿cómo habría de dejar fuera de la lista a un jugador de su misma esencia, el potrero, "atorrantismo", zurda, gambeta, atrevimiento, "lectura", convicción, estética, pegada, rebeldía y gol ?  Difícilmente Sívori hubiese ido contra aquello que más le gustaba, los jugadores que aman a la pelota. Pero aquí en la charla su propósito era paternal y había que apelar a las palabras que ayudaran a Diego a pasar el día "más triste de su vida".

Surgió entonces la idea de hacer pública una carta firmada por Enrique Omar Sivori con todo todo aquello que el viejo crack le decía como consuelo a la mejor promesa del fútbol argentino. La escribimos, la leyó con detenimiento y la firmó. Esto fue lo que se publicó en "El Gráfico" hace casi 40 años:

"Vos dirás, ¿y éste que quiere ahora? Es lógico, te comprendo. Tenes 17 años y acabás de sufrir la frustración más grande de tu vida. A esa edad los golpes duelen más porque son los primeros. Por eso te agradezco que hayas venido. Quería conocerte. Es decir, quería que nos diéramos la mano y tener después la oportunidad de cambiar unas palabras con vos porque conocerte ya te conocía. Te voy a decir desde cuándo. Desde una tardecita de 1975, en la cancha de River. Yo era el técnico de la Primera y el plantel se concentraba en el estadio. Era sábado y alguien vino a decirme: Omar, andá a ver al 10 de Argentinos Juniors. Bajé y te vi. Era la época de los Cebollitas, creo que los llamaban así. Qué querés que te diga. Me divertí. Eras chiquito, menudito, o me pareció a mí. Tenías el dominio total de la pelota pero además la audacia para jugar que es privilegio de unos pocos. Este pibe va a llegar, pensé. Por nada ¿sabes?, ningún otro interés que el de saber quién eras para después comprobar si me equivoqué o no. Tenía una duda, no voy a negarlo: el físico. Por eso ahora que te veo morrudito pienso que en aquel momento a lo mejor no eras tan chiquito como pareciste.
Todo esto que te cuento ocurrió un sábado de 1975. Jugabas en la séptima. Antes de cumplirse dos años de ese día volví a verte, pero en circunstancias muy distintas. Fue en la cancha de Boca y ante Hungría. ¡Hungría! ¡Sabés lo que ese nombre significa en la historia del fútbol! Y entras a jugar porque lo pidió la tribuna, pero además porque al técnico de la selección argentina le pareció el momento oportuno. Tenías 16 años y Menotti ya te veía maduro como para entreverarte en un partido internacional de esa trascendencia. Esa tarde, los aplausos que ganaste, la ovación con que el público te despidió me hicieron comprender que no me había equivocado.
Después te perdí. Viajé a Italia, anduve por Europa. Siempre viendo futbol, hablando de futbol. Y me olvidé de vos. Otros jugadores jóvenes pasaron por la etapa que ya habías superado. Lo vi a Cabrini, un marcador de punta de la Juventus, y dije a cuantos me quisieron oír: este es un fenómeno. Bearzot lo tiene que convocar. Y Cabrini está hoy aquí, en el Hindú Club, junto al resto de la selección de Italia. Y Paolo Rossi. Sabes la que pasó Paolo Rossi. En Juventus no tenía puesto y lo dieron a préstamo al Como y en Como no le tuvieron confianza. No jugó un solo partido. Lo devolvieron a la Juve, y de ahí pasó al Lanerossi, de Vicenza. Tiene 21 años. Todo Italia presiona para que sea titular en el Mundial y vale 6 millones de dólares. ¿Y querés que te diga una cosa?: Paolo Rossi es mucho menos jugador que vos.
Todo esto te lo cuento porque cuando me enteré que quedabas afuera de los 22 temí que te cayeras. Espiritualmente, por supuesto. Y porque sé que tu edad no va a faltar quien se acerque para hablarte mal del técnico que tomó esa decisión con la pretensión de consolarte. Vos no precisás ningún consuelo porque no fracasaste. Y el técnico, seguramente, sufre más que vos. No tengas ninguna duda. Si te tuvo hasta ultimo momento fue porque creía en tus condiciones. Y sé que sigue creyendo tanto como yo. Pero un Mundial solo lo puede jugar 22 jugadores. Escúchame, pibe: tenés 17 años. ¿Te das cuenta de lo que significa eso? No hace mucho dije que vos eras el numero 10 de la selección en el futuro inmediato. Lo podés ser a los 18 años. ¡Mirá si tenés Mundiales por delante!
Para decirte todo esto te cité en esta esquina. Tenia ganas, ¿sabés? Es como volver a vivir tu edad. Siempre tuve un metejón especial por los jugadores jóvenes. De aquella época en River recuerdo cuando llevé a Coudannes a la primera cuando todavía tenía edad de sexta. Me gustan los atrevidos que tienen adentro ese amor por la pelota que vos demostraste cuando jugabas en la Séptima. Y me gustan más aún cuando, a medida que pasa el tiempo, los veo cada vez mejor, incorporando a su habilidad las otras condiciones que hacen importante a un jugador. Esas condiciones que te permitieron marcarle tres goles a Chacarita dos días después de haber quedado afuera de la Selección.
Por eso permitime que te de un consejo. No escuches a los que se acercan a conformarte. Esos solo te harán mal. Tenés la suerte de jugar en un equipo que tiene por técnico a Victorio Spinetto. A él sí escúchalo. Don Victorio puede ser tu padre en esta ocasión y los padres no se equivocan.
Escuchame, pibe . . .
Vos tenés la verdad del fútbol adentro y toda una vida para mostrarla". (Firma: Enrique Omar Sívori)

El final fue verlos irse caminando por Azopardo hacia el sur. La gloria pasada y futura de nuestro fútbol se alejaba triste y unida bajo una oscuridad doliente. Enrique Omar Sívori llevaba a Diego Armando Maradona tomándolo del hombro derecho asegurándole al oído que aunque no jugara ese Mundial sería el mas grande…No se equivocó.

El abrazo entre Sívori y Maradona
El abrazo entre Sívori y Maradona

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