Relaciones con políticos, sindicalistas, dirigentes deportivos y jugadores. Batallas con hooligans. Grupo de tareas para la dictadura. Dinero fácil y manchado con sangre. Es el lado oscuro de los Mundiales. Porque la historia de los torneos ecuménicos de fútbol se escribe en el césped, pero también en la tribuna. Y esa era la historia que quería contar hace tiempo, cuando empecé a trabajar investigando la violencia en el fútbol más allá de nuestras fronteras. Quería saber cuál era el germen y qué ocurría cada vez que la Argentina iba a un torneo y ellos estaban allí, dejando un reguero de sangre a su paso. Por eso escribí Asalto al Mundial, que se remonta a los primeros hechos de violencia que rodearon a la Selección allá por 1916, y llega hasta la actualidad, cuando en Rusia La Doce, como en México 86 e Italia 90, vuelva a ser la barra argentina, como lo dejaron en claro ayer mostrando las banderas en el partido frente a Talleres de Córdoba.
Lo primero que me sorprendió fue encontrar raíces tan antiguas de un fenómeno que la mayoría cree reciente. Por ejemplo, en el Campeonato Sudamericano 1916, después llamado Copa América, la final entre la Argentina y Uruguay fue suspendida a los cinco minutos de comenzado el encuentro, después de un tumulto generalizado que terminó con tablones del estadio incendiados y roturas de autos y faroles en las calles. Porque por entonces, el clásico del continente no era con Brasil, sino con los hermanos rioplatenses. Hubo por entonces una cantidad de incidentes violentos cada vez que jugaban ambas selecciones, que ni Gardel pudo frenarlos aun cuando organizó una cena de camaradería con ambos planteles, que terminó con una pelea infernal entre todos los jugadores. Y semejante espiral terminó con la primera muerte en el fútbol comprobada: la del uruguayo Pedro Demby, de 22 años, asesinado en Montevideo tras la final de la Copa América de 1930 por Pepino el Camorrero, quien bien podría ser considerado el primer barra de Boca de la historia y que fue sacado clandestinamente en barco desde Uruguay con la complicidad de la delegación argentina.
Todos los Mundiales tienen, además, su historia negra. Como el del 30, cuando Argentina podría haberse consagrado el primer campeón de la Copa pero antes de la final, varios jugadores y hasta sus familiares fueron amenazados de muerte. Algunos, como el goleador xeneize Roberto Cherro, decidieron autoexcluirse. Otros, como el doble ancho Luis Felipe Monti, decidieron ir con menos vehemencia que de costumbre. "Durante aquel partido tuve mucho miedo porque amenazaron con matarme a mí y a mi madre. Estaba tan aterrado que ni pensé en el partido que estaba jugando y perjudiqué así el esfuerzo de mis compañeros", admitió. Tremendo.
Más adelante en el tiempo, claro, están las historias de cómo el fascismo se apoderó de los siguientes mundiales y qué pasó con la Argentina, cuál fue la reacción protobarra tras el desastre de Suecia 1958 o el increíble periplo en Inglaterra 66, donde nació el apodo de Animals, después de que el árbitro echara en pleno partido contra el local al capitán Antonio Rattin y este tuviera una reacción increíble. "Era tan injusta la expulsión, que de la bronca voy y me siento en la alfombra roja del palco de la Reina. Ella no estaba en el estadio, pero igual me senté unos cinco minutos ahí. Después me levanté y me fui para el vestuario, que estaba atrás del arco. No había túnel. Mientras caminaba veía que los hinchas me tiraban chocolate aireado, que para mí era toda una novedad. Nosotros no los conocíamos todavía. Yo abría el envoltorio, masticaba un poco y se los devolvía. Entonces llegué a la esquina del campo y veo que en los postes de los córners flameaba una banderita británica. Y la retorcí toda con la mano, miré a los hinchas y les dije: 'Ingleses hijos de puta'. Se ve que se habían acabado los chocolates porque ahí empezaron a tirarme latas de cerveza cerradas. Entonces, medio que salgo corriendo para evitar que me pegue una lata en la cabeza. Y me fui al vestuario", contó el Rata.
Lo que siguió fueron, al calor del surgimiento de las barras como las conocemos hoy, movimientos cada vez más violentos. Y el Mundial 78 fue el punto más bajo de actuación barra: infiltrada por la Policía, muchos barras terminaron entregando a compañeros de tablón que militaban en el peronismo. Fue el comisario Alberto Villar, al quién Perón había designado en su momento al frente de la Policía Federal, quién citó a los jefes de las distintas barras a su despacho y los adoctrinó sobre el peligro de la infiltración subversiva en los estadios y los convocó a ser un ejército contra el comunismo. Villar fue asesinado el 1 de noviembre de 1974, pero el nexo estaba hecho. Y el 16 de mayo de 1976 pasó algo que fue el punto de inflexión. Huracán, que era el equipo más identificado con el peronismo de izquierda, enfrentaba a Estudiantes, en La Plata. El partido transcurría por los carriles normales, con dos tribunas repletas de hinchas ya que el equipo de Parque Patricios venía puntero e invicto. Hasta que en el entretiempo, la hinchada de Huracán alzó una bandera con una única leyenda: Montoneros.
La Infantería se movilizó hasta debajo de los tablones de madera y se desató una represión que terminó con un asesinato por parte del Estado: el del hincha Gregorio Noya, que había asistido al partido junto a su hijo. Ese hecho y la idea de que también la hinchada de San Lorenzo estaba integrada por elementos "subversivos", llevó a la Policía a tomar la decisión de infiltrar con efectivos de civil a las barras de todo el país. Un caso paradigmático fue la de Atlético Tucumán, que tuvo como líder a Froilán Ruiz, alias el Carpincho, sanguinario guardaespaldas del general Antonio Merlo, que dirigió el Ente Autárquico Mundial 78 y fue gobernador de facto de la provincia. O la de River, que tendría como jefe en las sombras a un policía de la Federal, el Negro Bomparola.
El éxito de entronizarlos como guardianes de la dictadura en el Monumental llevó al gobierno militar a pensar en armar una patrulla de barrabravas para el Mundial 82. La organización corrió por cuenta de Carlos De Godoy, alias El Negro Thompson, jefe de la barra de Quilmes, guardaespaldas del intendente de dicha ciudad, Julio Casanello, e interlocutor habitual de Julio Grondona, quien había sumado como segundo a Daniel Ocampo, alias el Gitano, jefe de la barra de Independiente. "Nos llamaban delegados de la hinchada para no decirnos barrabravas. Nos juntábamos en el club Huracán para organizar la logísitca. Yo mismo me junté con Grondona por este tema", reconoció Ocampo. Pero el maquiavélico diagrama terminó frustrándose antes de llevarse adelante: el 2 de abril de 1982 la Argentina inició la reconquista de las Islas Malvinas, lo que generó la guerra con Inglaterra y el freno al plan mundialista de los barras. "Estaba todo preparado para viajar, hasta nos habían sacado los pasaportes sin tener que ir siquiera al Departamento Central de Policía, pero por la guerra no pudimos viajar", dice Alberto Apollonio, alias Batata, uno de los referentes de la barra de Chacarita.
Donde sí viajaron fue a México 86, en un raíd dominado por la barra brava de Boca de José Barritta, alias el Abuelo, que hasta se dio el lujo en pleno Mundial de regresar a la Argentina a ver el partido final de Boca en la Liguilla contra Newell's y volver a tierras aztecas para estar presente contra Inglaterra, el partido que marcaría la batalla más recordada con los hooligans. Para la ocasión los argentinos habían sumado también un grupo de exiliados y cincuenta escoceses fundamentalmente del Celtic de Glasgow, prestos a dar una mano. El encuentro estaba pactado para el 22 de junio en el estadio Azteca. Los ingleses estaban en la ciudad desde varios días antes, puesto que habían jugado en el DF frente a Paraguay por los Octavos de final. Y los argentinos empezaron a cranear la emboscada. La inteligencia la hicieron el grupo de escoceses para saber por dónde se movían sus pares del Reino Unido. Y cuál era el grupo que llevaba las banderas al estadio. Los exiliados, que conocían la capital como la palma de su mano, aportaron los detalles de cuál era el lugar exacto para poder arrinconarlos y, tras la sorpresa inicial, sacarles las banderas, los trapos, que era el objetivo principal de la revuelta. Hubo una reunión de todos los barras y se convino que el ataque sería en el paseo de la Reforma, la vía principal de la ciudad, entre las avenidas Río Tiber y Florencia, justo donde hay una plaza que tiene el monumento a la Independencia, popularmente conocido como el Ángel.
Un grupo atacaría por la avenida cercándolos hacia la glorieta, y otro vendría de atrás y en esa encerrona, estaba la llave de la victoria. A la hora señalada, los argentinos se distribuyeron tal como se había planeado. Los hooligans del West Ham, Chelsea, Newcastle y Manchester United caminaban por Reforma despreocupados, con sus banderas, ya bastante alcoholizados y despreocupados. Apenas los vieron, los barras de Estudiantes, Central y Talleres empezaron a arriarlos hacia la plazoleta. Una vez allí, desde atrás, salió el resto del grupo, liderado por La Doce. La pelea duró largos 20 minutos hasta que superados en número y rabia, los hooligans se dispersaron dejando atrás, en la huida, varias banderas de sus clubes y de la Selección, que después, por TV para todo el mundo, la barra argentina liderada por El Abuelo las mostraría como señal de victoria.
En el 90, la barra de Boca repitió su liderazgo y terminó haciendo negocios con la Camorra italiana. El desparpajo era tal que en Estados Unidos 1994, la barra de Racing llegó en limousine al Foxboro Stadium, donde jugaba Argentina. Francia 98 fue, a caballito del uno a uno, un festival barra donde el Moulin Rouge y la zona roja de Montparnasse fue, directamente, una sucursal de los bajos fondos porteños. Allí, pero en Saint Etienne, se dio una batalla memorable entre barras argentinos y marroquíes, que terminó muy mal para los albicelestes.
Después vendría el reinado de Los Borrachos del Tablón en Alemania 2006, en lo que sería el principio del fin para la barra de Schlenker y Rousseau y cuatro años más tarde, el safari más violento que podía esperarse: a caballito de la financiación del gobierno y bajo el paraguas de una supuesta ONG llamada Hinchadas Unidas Argentinas, 230 barras viajaron a Sudáfrica. El resultado fue un muerto y 33 deportados. El mundo conocía la peor cara del país.
Brasil marcó un punto de inflexión, con los barras jugando al gato y al ratón con la Policía Federal en un minue que tuvo al país en vilo y ahora se viene Rusia, con La Doce de Rafael Di Zeo otra vez al frente, haciendo de las suyas gracias a las relaciones políticas y deportivas que supo conseguir y que se reflejan, como cada hecho que pasó en un Mundial, en este libro que a cada paso, sorprende con la historia negra de la Selección, la que protagonizaron, protagonizan y protagonizarán por siempre, las barras argentinas.