Aquel 22 de diciembre de 1976 resultó un día de extrañas sensaciones. Hacía calor y Buenos Aires desnudaba el agobio de una humedad insoportable. La inminente Navidad, además, parecía silenciosa, tristemente diferente, no había sonrisas en la gente.
Pero esa noche a las 21 en el estadio del Racing Club de Avellaneda pues estaba prohibido una vez más, como después del 55′ llamarlo "Juan Domingo Perón", habrían de jugar Boca y River. Se trataba de la final del Campeonato Nacional o sea que el ganador sería el campeón.
Por cierto que la atomización informativa no alcanzó los niveles con los cuales llegarán el miércoles a Mendoza. No había Internet, ni señales deportivas, ni portales, ni redes sociales… Pero desde la radio más escuchada que era Rivadavia bajo la conducción de José María Muñoz, hasta las tapas de Crónica, La Razón, La Nación, Clarín al igual que los demás medios de todo el país habían convertido al encuentro en la noticia dominante desde unos diez días antes. No se hablaba de otra cosa. Y hasta aquella televisión paleozoica –Canal 7, estatal- pagó bajo una intervención militar 11 millones de pesos que venían a ser 78.571 dólares al cambio oficial, pues cada dólar cotizaba a 140 Pesos Ley 18.188. Por cierto que también existía un mercado paralelo que pagaba el dólar a 245 pesos Ley.
Aquel encuentro fue visto por más de la mitad de la población que era de 26.480.000 habitantes ya que lo miraron 15.280.000 personas a través de 3.800.000 televisores en todo el país marcando un récord histórico para la televisión argentina.
Nosotros salimos desde la redacción de El Gráfico en Azopardo y México a las 18.30 hs en tres remises en los cuales habríamos de trasladarnos cuatro periodistas y seis fotógrafos. Los otros cuatro reporteros ya estaban en Avellaneda haciendo fotos de las calles, la llegada al estadio, las boleterías y las caras notables que habrían de ir a la cancha. Todo fue caótico y hasta cruento: más de 20 heridos y 112 detenidos. La Policía de la Provincia había desplazado 358 hombres para la seguridad del espectáculo y por primera vez se veían desde Constitución y a lo largo del viejo Puente Pueyrredon hasta las calles penumbrosas de la Avellaneda de entonces a la Policía Militar. Eran dos soldados conscriptos de 1.80 de estatura que de a dos se paseaban entre la gente traduciendo un imponente acto de presencia.
Nuestra revista El Gráfico se preparaba para una edición de 170.000 ejemplares con la esperanza de reflejar una fiesta inédita: River y Boca definiendo un título. Sin embargo tuvimos que escribir una nota editorial que acompañó al comentario a cargo del querido y talentoso Hector Onesime. Dijimos entonces: "Hablamos todos los días del Mundial. Algún día los dirigentes del fútbol argentino tendrán que sentarse a una mesa a hablar sobre ellos mismos. Cuando eso ocurra, el partido final entre River y Boca por el campeonato Nacional de 1976, deberá marcar el punto de vergüenza desde donde comenzar a corregir primero nuestra organización de cada día para pensar luego en la gran organización del Mundial. Lo del miércoles –lo decimos con dolor– fue lamentable".
No fue todo, entre los tristes episodios vividos aquella noche, reflejamos algunos patéticos: "En la puerta del superpullman -una puerta cuyas dimensiones son más propias de un humilde domicilio particular que de un estadio que esperaba en ese área más de 10.000 personas– el ingreso fue una batalla. La Policía con perros o a caballo intentó poner orden sin expulsar un peligroso estado de excitación. Un oficial, mientras gritaba: 'Aquí no, pase por otro lado', se dedicó a pegarle a todo cuando ciudadano pasara por su lado. Fue tal su agresividad que un perro, a las órdenes de otro policía, terminó mordiéndolo. En esa puerta, mientras la Policía no lograba el orden abrió paso para que entrara el humorista Jorge "El Gordo Porcel" (que no hizo fila), mientras que Rodríguez Larreta, presidente de Racing, el dueño de casa, fue regresado tres veces a la cola, cuando estaba ya cerca de ingresar. No fue la única triste anécdota: también vimos trepado en el portón al doctor Pedro Orgambide, vicepresidente de Boca y miembro del Comité Ejecutivo de la AFA, con la preocupación de facilitar el ingreso a un amigo".
Fueron episodios graves los de aquella noche pues muchos hinchas ganaron los techos de las cabinas de transmisión y aunque a River le habían asignado la parte baja, los de Boca que estaban en el "anillo superior" se descolgaron y llegaron a mezclarse provocando situaciones de pánico entre la multitud cercana. Esa noche en el estadio de Racing habían cuanto menos 71.000 personas de las cuales 69.070 fueron compradores de sus entradas.
A pesar de ello los cuatro árbitros quedaron ajenos a este clima. Para ellos todo fue normal desde que el Coronel Michel –presidente del Colegio de Arbitros de la AFA- los designara una semana antes con la aprobación de quien era el Presidente, el doctor Alfredo Cantilo. Ni sorteo, ni discursos banales ni reuniones hipócritas.
— Muy bien Coronel, ¿para usted el mejor es Arturo Ithurralde?
— Sin ninguna duda doctor
— Deseele suerte de mi parte entonces
Y así quedo designado Arturo Andres Ithurralde a quien habrían de secundar Don Angel Norberto Coerezza como "cuarto" arbitro y los jueces de línea Claudio Casadedio y Juan Carlos Loustau, a la sazón el padre del arbitro del próximo miércoles en Mendoza –Patricio Loustau- quien al momento de jugarse el partido del 76′ tenía un año y medio
Se levantó a las 7.30 de la mañana. A las 10.30 fue a cumplir sus funciones en la sección Descuentos del Banco Nación. A las 12.30 su jefe, quien lo había trasladado 48 horas antes al Archivo para que la gente no se le agolpara, le dio permiso para irse a su casa. A las 13 almorzó un bife con ensalada y un caldo de gallina que preparó su mujer. Comió de postre ensalada de frutas y se tiró a disfrutar de una siestita de dos horas. A las 18 lo pasó a buscar por su casa Angel Norberto Coerezza –árbitro argentino mundialista en México 70' y también en el 78'– con su Chevy azul metalizado. Se estacionaron cerca de la Comisaria Primera de Avellaneda y llegaron caminando al estadio vestidos de traje y corbata con los bolsos colgados de los hombros mezclados entre la gente y sin custodia. Lo mismo le pasó a Loustau quien venía desde Temperley. Estacionó su coche particular en la calle Cuyo y caminó los 600 metros entre la multitud. Cuando llegó eran cerca de las 20. Coerezza quien se hallaba masajeando a su compañero Ithurralde le llamó la atención: "Un árbitro debe llegar por lo menos dos horas antes del inicio, que sea la ultima vez Pichi querido…", lo retó.
Este detalle del camarín de los árbitros es fundamental para entender el porque del gol de tiro libre de Rubén Suñé que significaron el triunfo y el campeonato.
Ithurralde le pidió a sus jueces de linea que vayan cada uno a un camarín y trajeran a ambos capitanes. Loustau regresó con Roberto Perfumo (el inolvidable amigo) y Casadedio con Ruben Suñé. Fue entonces cuando el referí les dio éste discurso del que obviamente fueron testigos los tres jueces restantes:
— Bueno señores, ustedes van a jugar una final y yo los voy a acompañar, voy a ser el árbitro y también un compañero del espectáculo. No voy a detener el juego por pequeñas faltas ni le voy a prestar la menor atención a ninguna queja, reclamo o pedido. No voy a detener el juego para llamarle la atención a nadie, ni advertirle nada, son profesionales y saben o debieran saber el reglamento. Una falta grave o una acción malintencionada no son palabras, son tarjetas. Y otra cosa importante señores Perfumo y Suñé (los árbitros antes no se tuteaban con los jugadores, no se abrazaban, no intercambiaban camisetas, no se llamaban por el sobrenombre, ni avanzaban confianzudamente en el diálogo) quiero que sepan que si sanciono una falta y el shoteador no me pide barrera, el juego sigue, no voy a pitar, el juego sigue. ¿Alguna pregunta, señores…?
— Sí –dijo Perfumo– quiero entenderlo bien Arturo, hay un foul o una mano, usted ahí pita pero el que patea puede tirar un centro, dar un pase o rematar al arco directamente sin esperar el silbato, ¿entendí bien?
— Sí Roberto, entendió bien
— Bárbaro para nosotros entonces –dijo Perfumo– por que estos muchachos de Boca van a hacer mil foules…
— Anda tranquilo Mariscal que en nuestro equipo no hay quien patee bien –replicó Ruben Suñé.
En la puerta del vestuario de los árbitros había un policía flaco, cansado y fumador como único resguardo. Y al final del partido ninguna persona ingreso al camarín. Una hora después hasta el vigilante flaco se había ido. Y así como llegaron caminando entre la gente, también se retiraron sin custodios y sin que nadie los perturbara.
El autor del comentario publicado por El Gráfico fue Hector Onesime, quien entre sus claros conceptos escribió: "Flota la sensación del cero a cero, del alargue de los penales. Hay poca ofensiva y hay demasiado arqueros (Gatti y Fillol). Hasta esa infracción que le comete Passarella a Veglio muy cerca del área. La ceremonia del tiro libre. Iturralde la cobra, Suñé acomoda el balón, Ribolzi le dice dale, Mouzo que se acerca… ¡Y GOL! Sin prólogo, sorpresivo. ¡GOL DE BOCA! Fillol como aquella noche de Potente en cancha de River (dos años antes). El gol que queda como un símbolo del partido y de las características de los protagonistas. Gol por una picardía o una inteligente decisión de Suñé. Gol porque la barrera volvió a ser un problema para la defensa de River".
Una sensación de temor y angustia mezcló las sensaciones. El estadio de Racing se movía, parecía el preanuncio de un movimiento sísmico. Lo sentimos cuando cada equipo salió a la cancha y volvimos a asustarnos ahora, después del gol de Boca. Parecía que las tribunas temblaban.
Y hoy, 42 años después, podemos confesar que en las charlas técnicas Juan Carlos Lorenzo, el inolvidable "Toto", les dijo tres veces a sus jugadores, dos en la concentración de La Candela y la ultima en el vestuario: "River demora el armado de las barreras, todos esperan las ordenes del Pato Fillol que tarda entre 25 y 35 segundos hablándole a los que van a la barrera. Aquí en el informe de Román (un ayudante de Lorenzo que veía a los rivales y reclutaba jugadores para las inferiores) dice que en las ultimas diez barreras, Fillol tardo un promedio de 28 segundos en armarla así que el que esté cerca del balón en cualquier tiro libre de una distancia lógica, le pega al arco. Atención, esto es muy importante, le pega el que esté mas cerca del lugar de la infracción si tiene el arco a la vista, repito le pega el que esté más cerca no el de mejor pegada", insistió Lorenzo.
Al gol de Suñé se lo pasó a llamar "El Gol Fantasma" porque misteriosamente no se encontró nunca en las filmaciones o archivos de la época. Hubo todo tipo de especulaciones al respecto. Resulta increíble que nunca coleccionista alguno, buscadores de "tesoros" fílmicos, ladronzuelos de imágenes que siempre hubo en los medios, coleccionistas o familiares de los propios actores no hubieren rescatado este gol, el gol que significó un campeonato y que nunca nadie volvió a ver.
Aquella cobertura de El Gráfico, facilitada por uno de sus más prodigiosos coleccionistas como lo es Maximiliano Roldan, permite interpretar de la nota original: Ambos con grandes figuras, Boca y River llegaban a la final acaso con el mismo altísimo nivel. Con la diferencia de que así como el River de Angel Labruna había alcanzado su pico máximo al quebrar con el bicampeonato de 1975 los 18 años de angustiosa sequía de títulos, el Boca de Juan Carlos Lorenzo empezaba a perfilar en 1976 la gesta del año siguiente, cuando consiguió sus primeras Copas Libertadores e Intercontinental.
Boca se caracterizaba por tener una defensa casi granítica mezcla de aspereza (Vicente "El Tano" Pernía), clase (Francisco "Pancho" Sá), solidez (Roberto Mouzo) y juventud (Alberto "Conejo" Tarantini), sumado a un Hugo Orlando Gatti en su mejor momento y elegido de César Luis Menotti para la Selección Argentina, que no pudo ser… En su segunda etapa, tras haberse iniciado como defensor, Suñé lideraba al equipo desde el mediocampo de donde partían los estiletazos de calidad de Carlos "Toti" Veglio, Ernesto "Heber" Mastrángelo y Darío Felman, que le permitían a Boca ganar los partidos.
River contaba con una de las mejores columnas vertebrales de su historia, con Ubaldo Matildo "El Pato" Fillol en el arco, la irrepetible dupla central integrada por Roberto Perfumo y Daniel Passarella, la jerarquía de J.J. López y la nunca igualada prodigalidad de Reinaldo Carlos "Mostaza" Merlo corriendo, marcando y recuperando en el mediocampo. Pero en esta oportunidad el poderío ofensivo se hallaba disminuido por la ausencia de Norberto "Beto" Alonso (transferido al fútbol francés) y a quien no pudieron aprovechar los calificados delanteros Pedro González, Leopoldo Jacinto Luque y Oscar "Pinino" Mas.
En aquel vestuario ahogado de euforia, le pedimos a Suñé una definición sobre la histórica gesta. Y nos dijo: "¿Qué significa para mí esta noche? Todo… Fíjese que no pude marcar un gol en todo el año y me toca embocar justamente este. Este que ahora adquiere la trascendencia de un campeonato. ¿Cómo se me ocurrió tirar? Me puse cerca de la pelota y cuando vi que Fillol estaba acomodando la barrera, le pegué… ¿Y vio lo que me salió y dónde fue? Si la hubiese medido y con más tiempo para tirar, no habría conseguido tanta precisión y justeza. Ganamos muchos partidos, pero sin jugar bien. Y eso es consecuencia de un nivel de fútbol, en general, mediocre… Así, nosotros luchando, peleando resultados alcanzamos el éxito".
En otro rincón de la locura que resultaba aquel vestuario, estaba el inolvidable presidente de Boca, Don Alberto J. Armando. En medio de cincuenta micrófonos, cinco cámaras, los jugadores, sus familiares, los dirigentes de Boca, los amigos que "siempre están", el "Puma" Armando vociferó ya sin sonido y empapado hasta el traje de transpiración: "Los muchachos me dieron la alegría más grande de mi vida. Todos son el hijo varón que nunca pude tener. El martes 28 festejamos en La Candela con un asado al mediodía y por la noche jugamos en la Bombonera con Lanús. Ese día sortearemos cuarenta pasajes -con el número de talón de la entrada- de ida y vuelta, para que la hinchada de Boca acompañe al equipo en la Copa Libertadores, cuando tengamos que jugar en Montevideo". Cosa que efectivamente ocurrió.
Han pasado 42 años. Ellos, los actores, recuerdan cada instante de una noche que les regaló la vida. Ya no hay consistencia en la masa muscular y las arrugas se llevaron aquella lozanía de una juventud que creyeron perpetuar en tapas o laminas gigantes. En las oficinas públicas podrían preguntarles el nombre y apellido. Los autógrafos a firmar son escasos y recién cuando llegan fechas como estas algún productor se pregunta '¿Che, Fulano vive?, ¿y si lo llamamos para que nos evoque?'.
La decrepitud llega a ganadores y perdedores. También los ídolos son el pasado. Lo que hay que disfrutar es el hoy que otra vez pone a los jugadores de River y de Boca, azarosamente, frente a una bendición, la de ser actores de un hecho conmocionante.
Y ese privilegio hay que honrarlo respetando a la camiseta, a los compañeros, a los rivales y la gente que aun cree y espera.
Material de archivo: @maxiiroldan
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