La historia del fútbol también está compuesta por estos obreros de los Olimpos. Los dioses terrenales que no compiten con las majestuosas bestias que trascendieron el solo hecho de la magia que genera la pelota. Son deidades locales que caminan entre sus hinchas como pares y aportaron sus enormes granos de arena para construir la pirámide del fútbol argentino. Omar el "Indio" Gómez es uno de esos faraones de segundo orden que saborea las mieles de sus logros en Quilmes, donde es ídolo de principio a fin. Su carrera, repleta de particularidades, tuvo una que inició lo que hoy ya es un orden instaurado: fue el primer jugador en utilizar botines de colores.
Esa trivialidad marcó su carrera y le permitió trascender en la memoria colectiva del futbolero: "El "Indio" de los botines blancos", es una frase que retumba en la cabeza de cualquier fanático de la vieja guardia. Artífice fundamental de la conquista del Metropolitano 1978 -único título de Quilmes en primera-, este crack de las viejas épocas fue pionero en los 70 de una enorme cantidad de escenarios que hoy suenan comunes: coqueteó con su traspaso a los equipos más grandes del país, pero debió exiliarse en el futsal de Estados Unidos para salvar su economía y la del "Cervecero". En el regreso al club de toda su vida, bajó en helicóptero antes de jugar un partido para el reconocimiento sus fanáticos. Sí, una especie de creador del show business involuntario en el fútbol argentino.
"Todos me preguntan hoy. Que a Messi le hacen el botín para él, que a Ronaldo le preparan plantillas especiales, y ganan fortunas porque se ponen el zapato de la marca. Usan el zapato y cobran fortunas", advierte cuando se sienta a contar su historia con Infobae el "Indio", talentoso e irreverente gambeteador de la TV blanco y negro.
Gómez abre los ojos, saca una voz más finita y mira fijo con una sonrisa. "Me preguntan vos cuánto cobraste por ponerte los zapatos blancos. ¡Nada, la verdad que nada!" , relata mientras lanza una carcajada. "Eran otros tiempos y no había empresarios –añade. No había gente que te ayudara a sacar provecho de estas cosas".
La realidad indica que el máximo ídolo de Quilmes uso en apenas tres presentaciones entre 1975 y 1976 los históricos botines blancos por los que todos lo emparentan. Tampoco fue el único. Pero eran tiempos de revistas semanales y algunas pocas emisiones televisivas. Los recuerdos se aferraban en las mentes. No había canales a los que consultar con la habilidad de un clickeo. El "Indio", con su extensa melena oscura y sus gambetas irreverentes, quedó impregnado en la memoria colectiva.
Quilmes arrasó en la segunda categoría en 1975 y en la última fecha, ya ascendido, Nueva Chicago le pidió disputar el partido en la cancha Vélez para aumentar la recaudación. Aquel equipo arrastraba miradas de propios y extraños. "Quilmes iba afuera y llevaba 10 mil o 15 mil personas", advierte.
"Apareció gente de Fulvence y donó camisetas, pantalón, medias y botines para que nos saquemos una foto y ellos la iban a tener en la fábrica. Eligieron a Quilmes porque había salido campeón y usaba blanco, a ellos les venía muy bien", cuenta el inicio causal de una marca registrada. Aquella empresa destacaba por entonces en aquel escueto mercado de la ropa deportiva.
"Del vestuario de Vélez a la cancha había unos 150 metros. Nos sacamos las fotos y todos se fueron a poner sus botines. Yo dije: ¿voy a caminar 300 metros de nuevo para sacarme los zapatos? No, juego con estos", rememora. Dos compañeros se plegaron a esa idea. Gómez brilló e hizo dos goles para firmar el 5-1. Los botines blancos, tras su exitoso debut, quedaron confinados a un casillero durante todas las vacaciones.
Ya con el equipo en primera división, luego de ocho fechas, River llegaba al desaparecido estadio de tablones situado donde actualmente está ubicada la sede social de Quilmes. Al "Indio" le fallaban sus botines habituales de una reconocida marca que actualmente domina el mercado y había que resolver sobre la marcha: "Nadie se acordaba que teníamos zapatos blancos. Por esa época, el club te daba unos zapatos negros pero eran de cuero duro. Había que ablandarlos. Me dolía el pie y me sacaban ampollas. Se los dábamos a los chicos de inferiores para que jueguen tres partidos y los ablanden".
"El utilero me dice: 'Están estos…' Eran los blancos. Me los pongo y un compañero me decía que tenía que jugar con esos, que estaban buenísimos. '¡Pero vos estás loco, cómo voy a jugar con esos zapatos. Son blancos, y contra River!', le respondí. La cancha explotaba. Pero bueno, me hizo jugar con esos zapatos. Siempre digo: el de arriba es un genio. Le ganamos 3-1 a River, me tocó hacer el segundo gol gambeteando al "Pato" Fillol -el mejor arquero que vi- y de ahí quedó, la historia de los zapatos blancos", narra con precisión.
El "Indio" elige el rincón en el que sentarse para contar su historia: unos cuantos tablones del viejo estadio de Quilmes ubicado en Guido y Sarmiento que sostienen la mística que él supo construir. Hoy son una especie de pieza de museo que descansan detrás de una de las tribunas del Estadio Centenario. El último eslabón de la historia más rica de ese club que hoy se debate entre el regreso a primera y el temor de la categoría inferior. La popular local, por su parte, reza: "Tribuna Omar Indio Gómez".
En la actualidad, se estima que jugadores como Messi cobran más de 6 millones de euros por utilizar la indumentaria de una marca específica. "La gente me pregunta cuánta plata gané por haber usado esos zapatos. Nada, si estaban ahí. ¡Si me hubiesen pagado andaba hasta en colectivo con esos zapatos!", afirma mientras los hinchas que pasan por las inmediaciones se frenan a saludarlo. Hoy, a los 63 años, los abuelos le relatan a sus nietos que ese hombre que está allí de piel rugosa y tez caribeña es una piedra angular de un club que monopoliza las pasiones de uno de los distritos más populosos del conurbano con más de medio millón de habitantes.
"Los rivales me decían de todo. Me tiraban trompadas, patadas. Me tuve que bancar un montón de cosas. Dije no me los pongo más que me van a matar", asegura. Volvió a utilizarlos algunos partidos más tarde contra Racing y luego les permitió que se transformen en mito. "Los dejé de usar porque eran incómodos. Ya mis zapatos estaban ablandados porque los habían usado los chicos. Fue una casualidad y una gran alegría hoy para mí que haya quedado en la historia", reconoce este ex futbolista que hasta inspiró poemas por su calzado peculiar.
No quedaron registros materiales de aquellos primeros botines. Básicamente, se destrozaron por el uso que le dieron en las inferiores. Gómez posa para las fotos con unos actuales para recrear su historia. Además de sus dos compañeros ante Chicago, por entonces Jorge "Lulu" Sanabria en Huracán también aparecía con botines coloridos en una parte cercana de la línea de tiempo. Él trascendió como el que quebró la monotonía oscura en el calzado futbolero. "Después de los 90 ya aparecieron rojos, verdes… Pero siempre que se ve alguien con zapatos blancos recuerdan que yo fui el primer jugador en usarlos. La historia la habré contado no sé cuántas veces. No le digas a la gente de Quilmes que hubo otro que jugó primero. Te dicen que no, que el primero fue el Indio", asegura.
Gómez fue figura en el Quilmes campeón del 78, teniendo un sprint final imponente y dejando en la segunda posición a Boca. River, Independiente, Racing, San Lorenzo y el mencionado Boca se fijaban en él. Hasta el propio "Toto" Lorenzo se juntó en un café para intentar convencerlo de que emigre al Xeneize. Eran épocas donde las transferencias por dinero eran una rareza. Se ofrecían jugadores a cambio o tentaban a las figuras con otras técnicas. El "Cervecero" necesitaba plata para poder viajar durante su primera participación en la Copa Libertadores y él una estabilidad económica para sostener a su familia.
En el escenario apareció un club de Estados Unidos con una exótica propuesta: ser una de las grandes estrellas de la disciplina embrionaria de lo que hoy es el futsal. Dallas Tornado lo contrató para jugar fútbol de salón con paredes: "Cuando fui no sabía que se hablaba inglés, no sabía a dónde iba. Me fueron a buscar al aeropuerto en una limousine blanca inmensa. Me llevaron al mejor hotel de Dallas. Me daban un auto 0km para ir a entrenar. Ellos trabajaban de esa manera".
Pasó casi una década allí entre los Dallas Tornado, los Wichita Wings de Kansas y New York Arrows –con un breve regreso al país para jugar seis meses a préstamo en Newell's–. "Era una liga que se había formado como había baseball o básquet. Esos inventos de ellos. Los multimillonarios decían compremos un equipo. El dueño de Dallas, por ejemplo, era el dueño de todos los pozos de petróleo de Texas –advierte. Imaginate la plata que tendría ese hombre". "La pasé fantástico. Les caí bien porque hacía locuras en la cancha yo. En la calle firmaba autógrafos, me sacaba fotos", confiesa.
No recuerda el monto de la transferencia de la época pero asegura que con eso pudo comprarse "tres departamentos" y "Quilmes jugó toda la Copa Libertadores". "Me habían dado una bolsa de plata, una bolsa de madera llena de plata", rememora.
A los 30 años volvió al país para ayudar a un pujante Defensa y Justicia que por entonces sorprendía en el ascenso y luego decidió cerrar la carrera en su casa. En el 87 obtuvo el tercer título con Quilmes –el ascenso a la B Nacional– y se adueño del mote de más ganador del club uniendo los campeonatos del 75 y el 78. ¿El regalo de la gente? Hacerlo llegar en helicóptero para la previa de un encuentro, acción que hoy realizan algunos clubes importantes de Europa para destacar la contratación de un refuerzo de jerarquía.
"Me puse la ropa para jugar, fui al aeroclub, me presentaron al piloto y me explicó que no podía moverme. Quedate sentadito y no te muevas ni para la izquierda o derecha porque por ahí nos caemos, decía. El ruido que hacía esa cosa. El primer tiempo no lo pude jugar cuando bajé, me temblaban las piernas todavía. Se reían todos: ¡no subo nunca más!", recuerda sobre aquel duelo ante Deportivo Merlo que ganaron 2-1.
La historia manda que aquel pibe hijo de un sodero, que vivía en una casa de "chapa y cartón" y que en sus inicios como jugador profesional debió hacer convivir a la pelota con su trabajo en una fábrica de paraguas para ayudar a los suyos se transformó en una especie de viejo –e involuntario– gurú del marketing futbolístico cuando aquella definición ni siquiera existía. Aquel que a los 8 años, cuando lo tentaron para cambiar a otro club del barrio, respondió con una sola exigencia: que le compren los botines que no tenía. Las paradojas del destino le permitieron trascender el recuerdo por sus habilidoso pies coloridos.
Seguí leyendo:
"El día que el Torino argentino puso de rodillas a los autos más importantes del mundo"