Una nube cargada de sospechas, suspicacias, conspiraciones, dudas y ventajas están cubriendo todo el espacio de la vasta superficie del fútbol argentino.
Lo importante de una institución es cumplir con las obligaciones que su Estatuto impone. Transparentar en todo y sin límites cada uno de sus procedimientos.
El partido programado para el 14 de marzo en el Estadio Malvinas Argentinas de Mendoza entre River y Boca por la Supercopa Argentina está ocupando toda la agenda de los contenidos de todos los medios que, de manera específica o universal, abordan los temas del interés mayoritario.
Falta mucho para el 14 de marzo y, en consecuencia, falta todavía aún más sobre las teorías que habrán de esbozarse respecto de un partido de fútbol especial cuyas características nos obligan a perfilar algunas pautas por donde despertar y hacer despertar la reflexión de los aficionados al fútbol.
No se trata de un encuentro amistoso cuya copa en alto termina en anécdota. Antes bien se trata de que uno dará un vuelta olímpica e instalará una nueva estrella y el otro, el que pierda, sufrirá una enorme frustración con todo lo que ello implica política y deportivamente.
Claudio Tapia debía haber pedido la renuncia de Horacio Elizondo, responsable del arbitraje argentino en el campo, el mismo domingo por la noche. No lo hizo y perdió una gran oportunidad de poner en caja, y de una vez, el tema que genera polémicas y pone al fútbol argentino todo bajo sospecha.
Tapia no desconoce quién es Horacio Elizondo. Un excelente ex árbitro que dirigió la final de la Copa del Mundo entre Francia e Italia en el 2006. Luego de ello, la vida de Elizondo pasó por cargos de responsabilidad ejecutiva que invariablemente terminaron en fracasos.
Grondona confió en él para el instituto de formación arbitral de la AFA en Ezeiza. Fracasó. La FIFA confió en él como integrante de uno de sus cuerpos deliberativos. Fracasó. La federación paraguaya de fútbol lo contrató para la formación de sus árbitros internacionales. Fracasó. Más aún, prefirió pagarle los últimos nueve meses de honorarios con la condición que no llevara a cabo sus trabajos teóricos y de campo.
No es todo: degradó la historia del arbitraje argentino echando a dos glorias como Don Ángel Norberto Coerezza y Carlos Coradina, probablemente de los más eficaces colaboradores en la formación y relación de los árbitros de todas las generaciones.
Expulsó a Rodolfo Otero de la Conmebol y prescindió de su predecesor Miguel Scime de manera arbitraria. Esto sin contar la cantidad de horrores de liderazgo que cambiaron el destino de asistentes y árbitros sin más explicación que la unilateralidad de su cuestionado criterio.
La persona que está provocando todos estos desequilibrios que le cuestan al fútbol y a la sociedad argentina la incitación de cantos que avasallan el respeto a la investidura presidencial no tiene siquiera sus propios criterios. Impone al principio de los tiempos la designación directa de los árbitros, luego la modifica por sorteo y ahora anuncia el regreso a la designación directa.
Es un hombre presionable que suele satisfacer con facilidad el pedido de los dirigentes, especialmente de las categorías del ascenso, designando árbitros sin trayectoria como Rodrigo Sabini, quien tuvo una espantosa tarea en la conducción del partido Platense-Acassuso. Hay más: puede acceder al pedido de buenos amigos que quisieron que Ramiro López se diera el gusto de dirigir Primera División y provocara el desastre de Argentinos Juniors-Atlético Tucumán.
Los ejemplos podrían multiplicarse en todas las categorías. Pero hay uno altamente significativo. En el penúltimo Boca-River anunció que el sorteo estaría entre Néstor Pitana y Patricio Loustau. Luego recibió un llamado telefónico de un alto dirigente y no tuvo ningún inconveniente en decir "en realidad el árbitro será Loustau". Sin dar a conocer que le habían dado la orden que uno de los clubes impugnaba a Pitana. Razón por la cual el árbitro mundialista no estará entre las posibilidades del partido del 14 de marzo.
Ante tantas irregularidades, subordinaciones al poder, marchas y contramarchas, y una conducta errática, tras lo ocurrido en el partido entre River y Godoy Cruz, y frente al acontecimiento inesperado que allí se produjo, el presidente de la AFA tenía la histórica oportunidad de pedir la renuncia e iniciar una etapa que abriera expectativas y esperanzas a un cambio de procedimiento que está devastando la relación con los hinchas del fútbol argentino.
Es cierto que Horacio Elizondo fue puesto en el lugar que ocupa por sugerencia del extraordinario ex referí Héctor Baldassi, actual diputado nacional. También es cierto que Baldassi lo dejó vinculado a Marcelo Habib, compañero en la legislatura y funcionario de la asociación argentina de árbitros. Y que gracias a éste se logró la reconciliación con Ángel Sánchez, quien hasta hace unos meses resultaba un acérrimo enemigo de Elizondo por aquellas designaciones para el Mundial del 2002 que Grondona inclinó en favor de Sánchez por la edad, prometiéndole a Elizondo que sería el árbitro en 2006.
Hay una serie de puntos con los cuales intentaremos sintetizar lo inconveniente que resulta que el partido programado para el 14 de marzo en Mendoza se lleve efectivamente a cabo.
1. No están dadas las condiciones para que este encuentro se dispute sin el más alto riesgo que se conozca en la historia del fútbol argentino. Uno va a salir campeón y el otro se va a sumir en la frustración con graves consecuencias.
2. Las hinchadas recorrerán vía terrestre más de 1100 kilómetros por la ruta, resultando inevitable los encuentros en cualquier parte de estos caminos, con todo lo que ello implica. El partido sólo sería controlable en un estadio de la Capital Federal o del Gran Buenos Aires.
3. Para conducir a las barras de uno y otro equipo, en diferentes horarios y acaso con diferencia de un día, se necesitará la participación de las policías de los siguientes estados provinciales: Metropolitana, Buenos Aires, Santa Fe, Córdoba, San Luis y Mendoza. Policía de seis Estados que deberá custodiar a unos barras, no priorizando la llegada sin novedad de los viajeros, sino custodiando los bienes de terceros en cualquiera de sus formas: estaciones de servicio, comercios, vía pública, rutas provinciales, rutas nacionales y peajes.
4. No hay árbitro argentino en actividad y en apogeo que pueda sobreponerse a la magnitud del acontecimiento y fundamentalmente de cuanta teoría conspirativa ya estuviera instalada o habrá de instalarse.
5. Aún cuando el árbitro fuere quien mejor aplique no resultará conducente que su nombre emerja de un consenso entre los presidentes de los clubes, el presidente de la AFA y eventualmente algún funcionario de la Superliga. Sería degradar la autoridad del responsable del arbitraje y sentaría un peligroso precedente: cualquier otra institución que estuviere en disputa por el ingreso a una copa o por el sostenimiento de la categoría podría pedir el mismo sistema de elección.
6. Ahora Elizondo propone lo que desestimó toda la vida: dos árbitros adicionales en la línea de fondo.
7. Si el partido se llevara indefectiblemente a cabo, aceptando el riesgo que esto significa, la única posibilidad de recuperar la fe de los hinchas es pedir una cuarteta arbitral que dirija la UEFA Champions League, absolutamente desconocida para los simpatizantes, sin compromiso alguno con el clima, sin contagio de histerias ni locuras, ajenos e insospechados de cualquier prejuicio. Y libre de toda contaminación.
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