— ¿Qué querés, lavar platos?
— Si tengo que lavar platos, voy a lavar platos
Juan Cruz Respuela estaba saturado del fútbol. No le interesaba estar a un paso de, quizás, salvar el resto de su vida económica. En su interior, la determinación de patear el tablero ejercía una presión que estaba a punto de implosionar por completo su vida. Aquella posibilidad desechada de emigrar al Manchester United y el histórico mote de gran promesa de Racing se habían transformado más en una carga que en el empujón que lo habían colocado como un jugador para seguir de cerca. Quería ser libre.
Tenía 21 años cuando Diego Simeone tomó el plantel de la Academia y decidió mandarlo a reserva sin siquiera darle una oportunidad de mostrar las condiciones que lo habían arrastrado hasta allí. El quiebre definitivo para que el Picante Respuela decida dar el paso trascendental y exponer aquello que venía madurando desde que su hobby se transformó en trabajo: dejar el fútbol. "¿Qué quéres, lavar platos?", le preguntó su padre intentando abortar una semilla que ya se había transformado en un frondoso árbol aunque todavía no se podía ver. Él no dudó y se lanzó al mundo sin temor a los nuevos desafíos.
Puso su mochila sobre los hombros y sin más objetivos que vivir la vida en un absoluto presente recorrió México, Costa Rica, Honduras, Guatemala, Panamá, Cuba, Brasil, Perú y Bolivia, entre otros destinos a lo largo de dos años. Claro que antes de llegar a ese punto vivió la vida que muchos pibes que aspiran a ser futbolistas profesionales hubiesen querido.
A los 13 años abandonó su Mercedes natal para internarse en una pensión que estaba dominada por los mayores como Sergio Romero, Maximiliano Moralez, Claudio Yacob y Gabriel Mercado, entre otros que aún hoy todavía son figuras del fútbol mundial. Su primer golpe de suerte llegó dos años más tarde, cuando se topó con la posibilidad de exponer las habilidades que ya le habían dado el mote de gran promesa de Racing en una prueba en el Manchester United.
"La verdad que fue una experiencia única e inolvidable. En ese momento yo no imaginaba la grandeza de lo que estaba viviendo. Al pasar los años por ahí uno se da cuenta de lo vivido y la posibilidad de haber estado ahí. Tenía 15 años y por ahí mi cabeza no estaba preparada para esos momentos y al pasar el tiempo fue algo maravilloso", le relata a Infobae sobre su paso por uno de los gigantes europeos este mediocampista que es nieto de Felix Oscar Respuela, uno de los integrantes de la mítica Máquina de River.
Su rendimiento con la reserva del United despertó la atención de los ojeadores, los comentarios sobre el casi mes de prueba que realizó eran positivos y la puerta para emigrar se abría lentamente hasta que pasó lo impensado: tuvo un inesperado accidente en Merecedes cuando montaba a caballo y debió pasar más de 30 días sin jugar.
Juan Cruz sonríe y confiesa: "Andaba boludeando a caballo. Llegué y les dije la verdad, no iba a andar mintiendo. Pero se ve que no les gustó mucho. Ellos querían que vuelva pero después de eso quedó todo stand by. No me arrepiento jamás, pero hubiese estado lindo". Aquel error pudo haber torcido el destino de su carrera, pero la dentadura completa y las risas del Picante confirman lo que dicen sus palabras: no hay síntomas de arrepentimiento; lo que vendría lo llenaría de satisfacciones.
Racing le hizo su primer contrato por aquel interés del United de Cristiano Ronaldo y le puso entre las manos a aquel pibe de 15 años lo que la mayoría de los integrantes de esta sociedad puede demorar toda una vida en conseguir: estabilidad económica.
"En ese momento no lo veía como algo apurado, me parecía algo normal. Lo estaba viviendo y no me parecía fuera de lo común, tenía mi propia plata a los 15 años. A los 17 años ya tenía mi auto. Tuve la posibilidad de comprarme unos terrenos. Todo ese crecimiento económico más allá de lo futbolístico me enseñó un montón de cosas. Hoy en día, a los 26 años, lo veo y me parece que fue muy de golpe. Lo cual estoy agradecido, pero quizás si hubiese sido un poco más lento hubiese estado mejor también", reconoce exponiendo una problemática que afecta a muchos jóvenes que descollan en las inferiores y se topan de frente con un mundo completamente nuevo.
A veces las reglas indican que más es menos y eso estaba experimentando ese adolescente a medida que su salario y la fama crecían. "Los excesos están a mano de cualquier futbolista, pero es como uno lo quiere manejar. Pero no me llena la verdad. Lo que me enseñó haber dejado el fútbol es eso: tener la posibilidad en mi vida de elegir lo que quiero. Me encanta el fútbol, me puede hacer millonario, me puede dar mujeres, todo lo que vos quieras. Pero la verdad que no busco eso en mi vida. Busco ser feliz, estar bien, aprender, crecer. Estoy orgulloso de lo que la vida me fue dando", justifica y expone fragmentos de esa filosofía que lo terminó alejando del camino seguro.
Con 21 años, alternaba entre el plantel de reserva y el de primera que dirigía Miguel Ángel Russo. Los cinco partidos oficiales que había acumulado –más allá de su primer gol en un amistoso contra Atlético Nacional– se transformaban en una estadística para nada despreciable. El arribo de Simeone lo hizo retroceder varios casilleros y Respuela explotó. Se hartó del manoseo que habitualmente rige en el fútbol como marco normativo. Rescindió su contrato, a pesar de que todavía le restaban dos años más. Dio un salto al vacío. O, como él mismo lo describe, hacia la "libertad". "No quería ser más un objeto, quería ser una persona", define.
Tomó su mochila, partió hacia Costa Rica donde estaba un grupo de amigos y experimentó por primera vez su gran adicción: ser libre sin fronteras. "Al vivir eso –expresa– volví ya con la cabeza cambiada". Antes de partir había hecho una prueba de fuego. Se metió en una pizzería y trabajó unos meses en la cocina amasando para experimentar esa vida real que a veces al burbuja del fútbol no deja ver.
La etapa de transición tuvo un intento de regreso al fútbol: algunos pocos meses en un equipo del Argentino B y dos fallidas negociaciones con promesas incumplidas en Almirante Brown y Ferro. El contraste entre la felicidad de vivir la vida viajando y las decepciones del fútbol fue cada vez mayor. Marcó el punto final.
Su determinación no permitía tibieza. El proceso de reconstrucción de Respuela duró dos años. Varios meses recorriendo México por la zona de Quintana Roo lo enamoraron y le dieron el envión para continuar. El Picante cada vez tenía más claro lo que buscaba. No eran la plata, la fama, las mujeres o los vicios que podía servirle en bandeja el fútbol. Aquella tarde en una playa en México lo supo con precisión: "Me llevé plata, se me acabó y empecé a vender esto y lo otro. Había llevado unos espejos para vender. Hasta que en un momento me quedé con nada. Tenía una tarjeta de crédito y dije no quiero usar más esto. No me interesan más. Un día estaba con mis amigos, las agarré y las rompí. 'No quiero usar más esto, ahora dependo de mí. ¿Qué hago acá? En México, solo'. Ahí fue el primer cambio fuerte. De Independencia total. Estaba solo ahí, no dependía de nadie y me pregunté qué hago, cómo me las arreglo".
Ya sin la plata que había llevado como respaldo, empezó a vender empanadas en las playas y luego a darle rienda suelta a su otra pasión: la fotografía. Utilizaba su cámara para retratar a surfistas y restaurantes.
"Me movía siempre en colectivo o a dedo, como para tener la experiencia de tener todo a no tener nada. O menos comodidades de las que tenía o tuve toda mi infancia", detalla. Pasó por Guatemala, Nicaragua, Costa Rica, Honduras y Cuba, donde vivió otra de esas experiencias que le sacan una sonrisa.
"Estuve cuatro días en Varadero durmiendo en la playa en una hamaca paraguaya. Estaban todos los hoteles all inclusive al lado y yo, con otro grupo de amigos, durmiendo ahí. Hasta que vino la Policía y nos dijo no pueden dormir acá. Lo único que gastábamos era para comer. Teníamos el mar ahí… La verdad que una experiencia hermosa. También hice todo lo que es el camino del Che en su momento; Santa Clara, Cienfuegos", afirma.
Ya transformado en un alma nómade, decidió hacer base por un tiempo en Costa Rica y abrió con unos amigos el Rincón del Arte, un restaurante "open mind" en el que hacían algunas especialidades argentinas y tenía las puertas abiertas para que toque diversas bandas musicales: "Era un lugar hermoso frente a la playa. Yo me sentaba todos los días a la mañana a mirar el mar y ver la gente pasar".
Con su mente libre, lentamente fue descendiendo por Latinoamérica para volver a sus raíces. Pasó por Perú, Bolivia, llegó hasta Ushuaia –"Cambiaba fotos por dormir, me hice todo el sur así"– y volvió sobre sus pasos para visitar Brasil. Pero de golpe tuvo que vivir una de las situaciones más difíciles en Río de Janeiro: "Fui con la cámara y no podía vender el trabajo. No tenía un peso. No quería acudir a nadie; 'yo tengo que zafar de esto', pensaba. En el hostel debía como cinco noches. Estaba llorando. Caminaba por Copacabana y decía qué hago acá llorando, por qué no me vuelvo a mi casa. Pero yo quería aprender de eso".
Un amigo lo ayudó para llegar en colectivo hasta Salvador de Bahía y desde allí le dijo que lo esperaba en Michigan, Estados Unidos. En ese punto, su viaje daría la vuelta y entendería que aquella primera frase que escuchó en boca de su padre cuando le contó que iba a dejar el fútbol podía ser resignificada. Trabajó lavando platos durante un mes. "No me gustó nada. 'Todo menos lavar platos', digo hoy en día. Ahora no elijo eso, pero porque puedo hacer otras cosas. No era dejar el fútbol sólo para lavar platos. Me quedó esa frase grabada que hoy en día recuerdo con risas porque no lo elijo, pero porque sé que hay muchas otras cosas que se pueden hacer", argumenta.
La vuelta en su historia le abrió el apetito nuevamente de fútbol, esa disciplina que lo formó y lo apasiona. Retomó los entrenamientos y un representante lo llevó a realizar una prueba a Grecia con promesas ficticias. Mezcló el fútbol con su pasión por viajar y probó suerte en el ascenso de España sin más preámbulos que sus ganas de reinsertarse en el circuito. No tuvo el resultado esperado y se puso la camiseta del Club Mercedes de su ciudad natal para colaborar con el título que se negaba desde hacía tiempo. Un llamado de Costa Rica para jugar al fútbol en esa liga parecía hacerlo amigarse con la pelota. Nuevamente se topó con esos pactos falsos que abundan en el fútbol y se decepcionó. Otra vez dejó.
El 2018 figura en su calendario como una nueva oportunidad. Se pondrá otra vez la camiseta del Club Merecedes para jugar el Federal B mientras comienza un proyecto con drones. "Quiero jugar este año y el que viene ver si hay alguna posibilidad. Total voy a tener 27 años y digo que hasta los 35 ó 40 años voy a tener tiempo para jugar. No tengo apuro en la vida", comenta relajado con la misma alegría que ingresó a la redacción de Infobae hace ya más de una hora para relatar su historia de vida.
"No me reprocho nada. No me arrepiento de nada porque sé que la vida es todos los días. Y cada día es una nueva oportunidad para hacerlo bien. Hay gente que todavía me sigue diciendo: ¿Para qué dejaste el fútbol? Y me lo van a seguir diciendo toda la vida. Pocas personas se dan cuenta de la experiencia que uno vive y la toma desde ese punto. Todos piensan que es fácil decir 'dejo el fútbol' y listo. Los viajes me ayudaron porque cambiaron mucho mis pensamientos. Me ayudaron a elegir y a creer en lo que yo quiero, y a confiar en la persona que soy. Aprendí que puedo hacer lo que quiera. Es cuestión de uno elegir, animarse y sacarse los miedos que la vida nos genera en cualquier ámbito social", admite cuando realiza un balance sobre las decisiones que tomó.
El Picante no retrocede ni un centímetro. No existe una hendija de lamento por el camino que tomó. Lejos está de reprocharse haber corrido detrás de los pasos que le planteó esa sustancia nómade y aventurera que componen su esencia. "El dicho dice que el tren pasa una sola vez, pero para mí el tren no pasa una sola vez –lanza como lema–, el tren pasa todas las veces que uno lo elija y tenga la posibilidad de hacerlo nada más". Y si el tren no pasa, habrá que ponerse la mochila al hombro y hacer dedo para ir a buscarlo como lo hizo Juan Cruz Respuela.
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