Las barrasbravas en el fútbol son una tragedia de la Argentina. Nacieron en la época de la dictadura militar para frenar las marchas de las Madres de Plaza de Mayo. Fue el primer trabajo que el gobierno de facto les dio como fuerza de choque.
Luego fueron creciendo y generaron sus propios ingresos como con la reventa de entradas, los viajes para ver a sus equipos de visitante, los trapitos… Una lacra. Naturalmente, la responsabilidad fue de los propios dirigentes que se apoyaron en ellos para ganar elecciones y terminaron siendo sus propios rehenes. Una retroalimentación caótica, inhumana y despreciable.
Recién en este tiempo hay un movimiento del Estado que brinda un poco de esperanza para que esto se acabe. Con el anuncio que implica el regreso de los visitantes después del Mundial se refleja una impureza semántica, porque no volverá la parcialidad visitante, sino que será en algunos estadios en los que actualmente cuentan con la capacidad para esos aficionados. En Boca, River, Racing, Independiente y San Lorenzo las localidades están sobrevendidas y los hinchas se encuentran en lista de espera.
Por lo tanto, los visitantes irán, por ejemplo, a Banfield, Arsenal, Lanús, al Kempes, al Malvinas, ó a Defensa y Justicia. No van a ir a Rosario, difícilmente puedan ir a Santa Fe, porque en esos estadios se juega a cancha llena. Es una idea que entusiasma y podrá darse de manera progresiva en aquellos estadios que nos están ofreciendo la desnudez de unas tribunas que no tributan la riqueza visualizada de la fiesta del fútbol.
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