Tres tiros en los palos, dos en la primera etapa y uno en el segundo. Un penal atajado por el arquero Rubén Martínez. Si bien le entregó la asistencia a Luis Suárez en el primer gol y participó del tercero, una verdadera joya con 14 toques sucesivos (también con la firma del uruguayo), seguramente Lionel Messi no guardará el mejor de los recuerdos del 4-0 de Barcelona ante Deportivo La Coruña del último domingo. Como prueba de ello, del resabio de bronca que le quedó por las chances dilapidadas, está el gesto que tuvo con sus botines apenas finalizó el encuentro en el Camp Nou.
La jornada de domingo había empezado con un homenaje para el delantero, de 30 años: ante los ojos del estadio exhibió la Bota de Oro por haberse consagrado goleador de la anterior temporada de la Liga de España (37 goles). Después, vaya paradoja tratándose de él, la pelota no quiso entrar. A los 36 minutos de acción, tras un centro de Suárez, el travesaño impidió su grito. A los 41′, un remate lejano suyo dio en el palo. Y, en la segunda parte, su tiro libre, ejecutado con la elegancia habitual, también se topó con el poste. El colmo fue cuando el arquero, a los 24 minutos del complemento, le frenó la ejecución del penal.
La ausencia de feeling con el azar frente al arco no impidió que resultara influyente en el desarrollo del partido. Sin embargo, no se retiró conforme, Y mientras se dirigía hacia el vestuario, tomó los "botines de la mala suerte" y los arrojó a la tribuna. Los atrapó uno de los fanáticos del "Blaugrana", que los mostró a sus compañeros de tribuna como un galardón. Y los exhibirá como un trofeo sagrado, despojado de la mala energía que le reportaron a su dueño en el encuentro ante La Coruña.
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