Botines Solidarios es una organización sin fines de lucro creada en 2009 que promueve la inclusión social a través del deporte y sus valores, los mismos que determina la World Rugby: pasión, respeto, integridad, disciplina y solidaridad.
Las puertas de la acogedora oficina que dispone la entidad en el barrio de Palermo se abren para recibir a Infobae. Entre los voluntarios presentes, que luchan día a día para acompañar el proceso de desarrollo de niños, niñas y adolescentes en situación de vulnerabilidad social, se encuentra él: Juan Manuel Toconás.
Está sentado, esperando. Lleva puesta la camiseta de su querido Villa 31 Rugby & Hockey Club. Está nervioso. Piensa. Se muestra un poco dubitativo y admite no saber si contar su historia. "Tengo presente lo que me pasó, trato de no olvidarlo pero fue una época que prefiero dejar a un lado", explica. Luego de una charla y la insistencia por parte de sus compañeros accede a dar la entrevista.
Juan Manuel nació, vive y, según afirma él, morirá en la Villa 31. Sitio en el que la pelea entre barrios, las disputas de poder, la droga, los robos y un paso por el penal de Ezeiza, en su caso, se presentan con cotidianidad y están a la vista de todos sus habitantes pero que pasa inadvertida por el resto de la personas.
La historia del Cumbia, como lo llaman sus amigos, no es muy diferente a la de la mayoría de los chicos que se crían en uno de los asentamientos de bajos recursos del barrio de Retiro pero cuenta con una particularidad que incluye al rugby y cómo esta disciplina, a través de sus valores, lo ayudó a reinsertarse en la sociedad.
Si bien las aptitudes que le transmitió el deporte lo ayudaron a modificar su conducta, el primer vínculo con la guinda fue un poco esquivo. "Un sábado, hace 9 años, eran las 11 de la mañana y yo estaba en una esquina del barrio amanecido (sic). Había pegado una gira la noche anterior y vi pasar al doctor (Martín Dotras) con una pelota, iba a enseñarles rugby a los chicos del barrio. Me miró y me invitó a jugar y yo le dije que no, que no me interesaba, que yo jugaba al fútbol. Fue la primera vez que vi la pelota ovalada en persona…", rememora Juan Manuel.
Aquel escenario se repitió durante varias semanas con el mismo desenlace. Hasta que un miércoles, el doctor Dotras, tras una larga charla, logró convencerlo. "Me abrió la cabeza un poco y me la llenó de chamuyo – se ríe-. Me ganó por insistencia. Ese sábado yo no estaba amanecido, fui con mis compañeros y entrenamos. Desde ese momento hasta ahora no me separé", afirma con un leve gesto de regocijo en su rostro.
El joven de 29 años no vacila a la hora de ratificar qué es lo que le llamó la atención del rugby. "Te soy sincero, lo que me gustó desde el principio no fue el deporte, sino las personas que me lo inculcaron. Me atrapó la contención que me brindaron. Ahí me empecé a dar cuenta lo diferente que es al fútbol porque en el rugby hay más compañerismo, más amistad", desliza.
Juan Manuel no se encontraba en una etapa fácil de su vida: había tenido un incidente con la Policía luego de una disputa entre barrios con armas de fuego. Las fuerzas de seguridad de la Villa 31 que lo andaban buscando para resolverlos de manera directa. Llegó a tal punto de tener que quedarse en su casa sin poder salir.
En ese momento, sus entrenadores (Matías Fernández, Máximo Bianchi y Dotras) fueron a visitarlo y le brindaron su ayuda. "Ellos venían a mi casa, me hablaban, me contenían y me abrieron la cabeza un poco, en el sentido de que me aleje un poco del tema este", sintetiza. Confiesa que persecuciones como las que tuvo que vivir él son habituales en su barrio y que la Policía manipula a los jóvenes de allí.
"A partir de ahí, me empecé a involucrar mucho con el tema del rugby, pero también hacía la mía. Hasta que caí en cana. Una vez que estuve en cana, mis amigos desaparecieron", habla acerca del punto que marcó un antes y después en su historia.
Una vez encarcelado, Juan Manuel debió pasar por el Servicio Penitenciario Unidad 28, la Cárcel de Devoto y el Complejo Penitenciario Federal de Marcos Paz en las que no había cupo, hasta recaer en el penal de Ezeiza. En todas las prisiones asegura haber recibido la "bienvenida" por parte de los guardias.
En Ezeiza, Toconás garantiza haberse encontrado "con otra vida". Nunca había estado privado de su libertad. Llegó de noche y buscó su celda pero los problemas iban a llegar al día siguiente. "Una vez que abren las puertas tienen que salir todos si o si. Como era primario yo no tenía amigos y ahí la gente ya tiene sus grupos. Ahí es donde empieza el amansamiento, hacen la prueba de quién se la banca y quién no. Es como en la calle, solo que ahí adentro no tenes escapatoria. Tenes que defenderte a las piñas o salís lastimado, otra no hay", describe.
La unión que Juan Manuel tiene con aquella época de su vida se reduce a escasos recuerdos. Sabe que su condena cumplida fue de 3 a 5 meses pero no se detiene en un período de tiempo exacto. "Cuando salí sentí un alivio terrible en el pecho. Mis amigos de ahí adentro me dijeron que cuando salga no mire para atrás y yo cumplí", acota como si no haría falta más explicaciones.
"La mejor forma de salir a pelear y romper cadenas es el estudio. Entonces, cuando dejé de estar en cana lo primero que hice fue acercarme al club de rugby, me aferré a las personas que fueron capaces de contenerme y de abrirme los ojos. También me aferré a la escuela y pude terminar el secundario", comenta sobre el fin de su período en la cárcel y cómo decidió manejarse desde su salida.
"Una vez recibido, empecé a trabajar y ya tenía otro ambiente. Ya no era el puntero del barrio, sino que era un pibe que laburaba y ayudaba a los otros pibes también. Empecé a abrir la cabeza", le explica a Infobae sobre su nueva vida en libertad siempre con el rugby como ladero en las demás actividades que realizaba.
A pesar de contar con algunas "changas", Juan Manuel no tenía un trabajo estable, fue ahí cuando apareció Botines Solidarios y le ofreció formar parte de su lucha. "Ya hace dos años que estoy acá. Empecé a ver otra realidad y más cuando comencé a ayudar en a las cárceles. Cuando volví a Ezeiza me sentí muy identificado. Yo digo que en mi barrio tenemos una cultura muy agresiva, muy salvaje. Es te la bancas o no te la bancas. Tratamos de cambiarle la mentalidad a los chicos porque a mi lo que me cambió fue la contención que recibí en el rugby y en el club Villa 31", detalla.
Juan Manuel es parte del programa "Libertad, rugby y valores" que busca generar un espacio de desarrollo psicosocial, físico y educativo en jóvenes privados de su libertad
Con el transcurso del tiempo, Juan Manuel enderezó su rumbo y reconoce el cambio que hubo en él: "Me di cuenta que hay otra forma de cambiar las cosas y no por el medio de la violencia. Le hago ver a los chicos lo que yo pasé y que se den cuenta que van a terminar mal. Yo termine mal. Siempre le digo a mis compañeros que nunca me arrepiento de nada porque lo que yo viví ya lo pasé y eso fue lo que me puso vivo en la calle. Pero ojalá que nadie lo pase, de verdad".
Si bien fue la contención recibida la que lo invitó a comenzar con el rugby, admite que lo que lo mantuvo cerca del deporte de la ovalada fue el haberse sentido parte del club y el tener responsabilidades. "Trato de colaborar en lo que puedo como llevarle agua a los chicos, estar los sábados a la mañana para acompañarlos o conseguir los colectivos para los traslados", cuenta con orgullo.
Además, su objetivo es utilizar al deporte como herramienta educativa para trabajar sobre la identidad y autopercepción de los jóvenes en contexto de encierro.
Juan Manuel se levanta y recoge su mochila. Se disculpa por ponerle fin a la charla pero justifica que debe irse a atender asuntos personales. "A mi nadie me dijo 'Ponete a estudiar', lo aprendí solo después de estar en cana. No quiero ser un preso del sistema. Yo sé que algún día me voy a ir de la villa y voy a llegar lejos", suelta y se despide.
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