Mario Kempes: "Como está jugando, a Argentina no le tengo ninguna fe para el Mundial"
El "Matador" presentó su autobiografía, en la que recorre su vida y su vasta carrera. En charla con Infobae, la figura de la Argentina campeona mundial en 1978 asegura que "para cierta gente el fútbol es desde 1986 en adelante". Y deja un análisis filoso sobre la actualidad de la Selección
Aquel que lea El Matador, la autobiografía de Mario Alberto Kempes, y luego escuche hablar a la figura de la Selección argentina campeona mundial en 1978, no encontrará diferencias. Porque una de las particularidades del libro, más allá de la chance de sumergirse en la vida de un ícono del deporte, es que descartó el protocolo y las formalidades del papel. Lo cuenta el ex delantero, como si estuviera sentado en una sobremesa en su Bell Ville natal; en un tono campechano y amable que sus años de residencia en Estados Unidos no lograron minar. De tú a tú. "Es la realidad, es mi vida. Si no fuera así, no sería yo. Estaría mintiendo. He sido así, de vez en cuando un chistecito cuando la cosa se ve mal… Es como soy, no puedo cambiar", justifica el espíritu de la biografía que compuso Kempes (64 años) con la ayuda del periodista Luciano Wernicke.
Una obra que, según confía en charla con Infobae, jamás pensó que iba a ver la luz. "Es una satisfacción, porque a mí no me ha gustado contar mi vida, soy muy vago para hablar, pero me convencieron. Lo hicimos mayormente por Skype. Sabía que me iba a costar arrancar. Pero cuando la vi impresa, terminada, me encantó la idea de la autobiografía", dice ahora, convencido, el ex futbolista de Instituto, Rosario Central, River, Valencia, Hércules y el fútbol de Francia, Austria, Chile e Indonesia.
—¿Qué cosas te movió recorrer tu vida?
—Muchas cosas estaban guardadas y empezaron a aflorar. Pensé que era menos lo que me acordaba. Recorrer desde mi niñez me hizo sentir a gusto.
—¿Qué fue lo que más te gustó recordar?
—Mi pueblo, el paso por Instituto, donde llegué con un apellido que no era el mío; el compromiso del dueño de la mueblería donde trabajaba mi viejo con el presidente, diciéndole que si en 15 minutos de la prueba no hacía goles iba gratis. Aventuritas…
—También la aventurita mayor: el Mundial del 78…
—Es el boom para mí. La incertidumbre de no saber qué va a pasar, con el Mundial y con vos. La preocupación más grande era cuál iba a ser mi recibimiento, porque el grupo estaba armado, yo llegué de última. Y fue espectacular.
—¿No sentían presión?
—Es que la gente también dudaba. La Selección argentina no era una selección de experiencia. Ese año eran casi todos jugadores que militaban en Argentina. Pero teníamos mucha fe en el grupo. Cuando salimos a la cancha, más que presión sentimos obligación. En la cancha teníamos obligación de ganar. El debut (frente a Hungría; triunfo 2-1), por ejemplo, sabíamos que era ganable, pero teníamos el peso del debut.
—Si es por peso, entonces, mayor habrá sido el del partido ante Perú, en la fase final. Necesitaban ganar por cuatro goles
—Todos se pensaban que iba a ser fácil. Ellos habían funcionado a la perfección, era un equipo de 10, pero en la segunda fase ya no era el Perú aplastante. Sabíamos que le podíamos hacer cuatro goles. Dos o tres meses antes Argentina le había ganado 3-1. El plan era lograr hacer uno o dos goles en el primer tiempo y ver cómo transcurría el partido después. Y en el arranque del partido nos pegaron dos tiros en el palo. Ahí nos tranquilizamos y empezaron a caer los goles. Después del segundo nos relajamos y le imprimimos velocidad al juego. Hicimos otros dos y vinieron dos de regalo. Con las ganas de ganar que teníamos hicimos seis.
—¿Y de todo lo que se dijo de ese partido? Del apriete del gobierno militar, del acuerdo entre países…
—Brasil fue el que ofreció dinero y vacaciones para que a Perú no le hicieran cuatro y pudieran clasificar ellos. Al final se sabe todo. Uno se pone a pensar que Perú no jugaba por nada, pero sí por vacaciones y dinerito. Y después salieron a hablar todo lo que hablaron, de los barcos de trigo, de la Junta militar en el vestuario; una película de terror que no cree nadie. Llega un momento en el que decís: “Hablen, cánsense de hablar”. Todos estábamos en contra de los militares, pero no por eso podés echarle la culpa a los que jugábamos al fútbol, no jugábamos para ellos, jugábamos para la gente.
—¿Se menoscabó el título de 1978?
—Yo creo que la gente se tiene que dar cuenta, el 78 no existe. Y decí que en la camiseta argentina se respeta la estrellita esa. Si fuera por cierta gente, el fútbol es desde 1986 para adelante.
—Como parte de esa gesta, goleador de ese Mundial (con seis tantos) ¿cómo te sentís ante esa situación?
—Cansado de defender lo indefendible. Porque son rumores, que me traigan una foto, algo. Ahí diría que estoy equivocado, pero Perú no se entregó, fuimos superiores. A Perú le podríamos haber hecho diez. Y a Polonia, 12. Porque teníamos hambre de gloria. Gloria futbolística, se entiende.
—Aun así, en el libro se percibe, desde adentro ustedes sufrieron contra Holanda en la final. ¿Sintieron que se les podía escapar el título?
—A lo mejor se hubiera hablado peor si no conseguíamos el triunfo contra Holanda. Siempre le hubieran buscado seis patas al gato, no cinco. Contra Holanda tuvimos la suerte del campeón. Apareció la figura del Pato Fillol, hubo 15 o 20 minutos en los que nos pelotearon. De a poco fuimos creando peligro. Fue un partido vibrante. En el momento del tiro en el palo de (Rob) Resenbrik, en el último minuto del tiempo regular, no había nadie en la cancha de River. Reinaba el silencio. Estábamos empatados, hubiésemos perdido la final del mundo. De tener la copa como un bebé en brazos, perdíamos todo. Y 30 minutos después, viene el segundo gol nuestro terminando el primer tiempo del suplementario. Sabíamos que los holandeses se iban a venir con todo. Pero ya no tenían la superioridad del principio. Marcamos el tercero y ahí sí… Teníamos esas ganas internas, sabíamos que teníamos que hacer algo grandioso para el fútbol argentino, y después que se dijera lo que se dijera. Ahí respiramos.
—¿Y caíste en lo que habían logrado?
—Uno vive en una nube. La concentración empezó cuando yo me sumé al plantel el 8 de mayo hasta la final. Siempre era fútbol. No te olvidabas de la pelota. Cuando terminó la final, ahí vino el estrés físico y mental. El sueño no te viene, rebobinás la película de los partidos, pensás qué hubiera pasado si…
—Por eso no tocaste la Copa del Mundo hasta 20 años después de haberla ganado…
—20 años, fue en el 98. Tuve la suerte de ir a Francia, y estaba la Copa del Mundo. Y me llamó la FIFA para una nota y ahí sí la pude tocar, sin atropellos, sin nada.
—¿Fue por la locura de la gente que no pudiste en el 78?
—No, fue algo que me traumó, era la alegría de la gente. Uno en la cancha ve 65.000 personas, pero era todo el país. Todos los pueblos. Y uno se imaginaba y veía eso. No se sabe qué limites tiene el fútbol.
—Después diste la vuelta al mundo. Jugaste y dirigiste en Indonesia, fuiste técnico en Albania… ¿Allá también recordaban el título del 78?
—Se acordaban siempre, por las notas. No porque por ahí vas por la calle y te reconocen, ¿eh? No te conocen ni los perros. Acá en Buenos Aires yo camino por la calle lo más tranquilo. De mil personas te conocen 5. Voy por la peatonal tranquilamente.
—¿Te reconocen más en Valencia que acá?
—Claro.
—¿Y qué te pasa con eso?
—Me he vanagloriado de ser muy tranquilo. Y si a mí me para gente por la calle, por ahí me da vergüenza. Me siento feliz. No me siento agobiado.
—Se viene otra Copa del Mundo en 2018. ¿Cómo ves a Argentina después de las dudas para clasificar, de la crisis institucional que atravesó la AFA?
—Si empezamos por la crisis de la AFA, que dicen que afectó; afecta más a los clubes, por los dineros. Pero dicen que se metió en la Selección. Y yo digo: ¿hasta qué punto? Solo tres o cuatro futbolistas juegan en Argentina, mentalmente no los tiene que involucrar en lo más mínimo. Cuando se dan malos resultados siempre hay que buscar algo. Es normal lo que pasó: la FIFA estaba enferma, por ende, todo lo que maneja FIFA se enfermó.
—¿Y por qué le costó tanto a la Selección?
—Porque jugó mal. No se encontró nunca bien, siempre jugaba con desventaja y eso es lo que más bronca da. Un equipo, mejor dicho, un conglomerado de muy buenos jugadores, que no puedan salir adelante… Con Uruguay ya estaba apretadísimo, pero con Venezuela no puede perder dos puntos. Contra Perú hubo cambio de cancha, buscando no se qué, porque en la cancha de River se salió campeón, tan mufa no es… Se cambió de estadio, se cambiaron jugadores y se empató con Perú, hasta con susto. Y en Ecuador nos pusieron alfombra roja.
—¿No jugó mejor?
—Tuvo suerte. Tuvo la facilidad de meter tres goles después de ir perdiendo 1-0 a los 30 segundos. Es como si se hubiesen iluminado.
—¿Entonces no creés que pueda hacer un buen Mundial en Rusia?
—Yo, viendo a Argentina como estuvo jugando, hoy no le tengo ninguna fe. Pero hay tiempo para trabajar. Sampaoli tiene que buscar el equipo, el equilibrio. Si tiene que borrar alguna figura, la tiene que borrar. La figura gana partidos, el equipo gana campeonatos.
—¿Pero ni la figura de Messi te genera esperanza? ¿No puede ser líder?
—Messi es el mejor jugador del mundo, no es el líder. No tiene por qué ser caudillo, en el fútbol no hay caudillos, puede ser Mascherano que te pegue un grito. No se necesitan líderes. Él es un líder de goleo, pero no dentro de la cancha, ni aun poniéndote el equipo al hombro sos líder. Hoy hay equipos, figuras, buenos jugadores. Y se gana jugando en equipo.
—Si Argentina no es candidata a ganar el Mundial, ¿quién es candidato?
—Yo no dije que no sea candidata. Digo que si te agarra una selección bien paradita, como Brasil hoy… Pero el fútbol de ahora no es el fútbol de dentro de seis meses. El fútbol es momentos, a lo mejor el momento de Argentina de sufrir ya pasó. A lo mejor el Mundial rompe con todos los esquemas y pronósticos. Y vamos a festejar y tener una tercera estrellita. Hay que trabajar.
—Hoy hay muchas generaciones que te conocen más por ser una de las voces del FIFA, el juego. ¿Qué te genera?
—Nunca se me cruzó por la cabeza ser uno de los protagonistas de ese juego que es tan especial. Decir diferentes frases con las que después el chico y el mayor se pueden entretener. Es como relatar un partido sin ver el partido. A veces te insultan porque decís que es un burro en el comentario, pero no es personal. Hay muchos chicos por ejemplo, que no me han visto jugar, no me conocen personalmente, pero cuando vamos a Centroamérica, me escuchan hablar, me miran y me dicen: “Esa voz, esa voz…”.