Sofía y Candela se conocen desde hace años por el voley. Ya de niñas despuntaban el vicio por este deporte que las llevaría a darle forma a un proyecto que avanza en la ciudad de Buenos Aires. "Voley inclusivo No me CanSo" es un espacio abierto para que chicos con capacidades diferentes puedan desarrollarse física y socialmente.
"No lo tomamos como un trabajo, es más bien un hobby para nosotras", le cuenta a Infobae Sofía Maiola, que tiene 23 años y estudia diseño gráfico además de ser árbitro de voley. Ella es una de las dos profesoras con las que cuentan los chicos en el club Alto Nivel del barrio porteño de La Paternal.
La otra implicada en esta cruzada es Candela Valdivieso (22), quien conoció a su partener en el club Gimnasia y Esgrima de Villa del Parque. También dirige en voley y el año próximo se va a recibir de psicóloga, aunque aclara que "la profesión estará, pero esto es lo que me gusta y pienso seguir haciéndolo".
Con muchas ganas y optimismo, el primer paso fue ubicar un sitio para realizar la actividad. Así surgió la alternativa de la canchita de fútbol de la calle Maturín al 2667, que le pertenece a Francisco Genovese. "Buscaban un lugar y les dije que acá no tenía problema de recibirlas, aún más cuando me dijeron de qué se trataba", explica el hombre que dejó de alquilar el establecimiento a escuelitas de fútbol por el nivel de exigencia y competitividad que lo saturó. "Me pudrió, volvían locos e insultaban a los pibes por no ganar", recuerda.
Las clases de voley inclusivo son aptas para gente de entre 15 y 26 años y se dictan los miércoles de 19 a 20, un horario bastante requerido por los amantes del fútbol amateur que quieren cortar la semana pateando la pelota después de trabajar. Sin embargo, Francisco tiene exclusivamente cerrado el lugar para las chicas, que aportan económicamente lo que está a su alcance, según lo estipulado por el dueño de casa.
POR QUÉ DAR CLASE A CHICOS CON CAPACIDADES DIFERENTES
Candela trabajó como preceptora auxiliar y allí conoció a Mateo (23), que tiene síndrome de Down, y Joaquín (23), que padece síndrome de Sturge Weber. "Trabajar con esta clase de chicos y combinarlo con el voley es un sueño. No importa cuántos vengan, queríamos llevar adelante este proyecto y que crezca. Lo fundamos y también queremos terminarlo", dice la enérgica "profe" que lleva un silbato colgado en el cuello que hace sonar cada tanto para ordenar la clase.
"No es un laburo porque nos divertimos tanto como ellos. El amor que te devuelven es impagable, te llena desde ese lado. Estamos completas en ese sentido", expresa Sofía, que vigila de reojo la clase mientras brinda su testimonio. No se pierde un detalle de lo que hacen sus pupilos.
A través de su familia, ella conoció a Mateo, que va a verla los viernes a sus partidos de voley. Y la mamá de él la inspiró y motivó a que lo incluyera en su disciplina predilecta, ya que no hacía deporte. Mateo es de los que más habla durante las prácticas y revela que también se dedica a la cocina. Hace algunos meses formó parte de un grupo que compitió en el Mundial de la Pizza en Parma.
Las madres siempre están presentes. Las profesoras aportan un termo con café y esperan en un salón que funciona como bar y antesala de la cancha. Los que no se manejan solos para llegar siempre tienen compañía. Incluso algunos se trasladan desde la Provincia para no perderse los entrenamientos. "Son completamente distintos a nosotros, todos juntos están contentos, se llevan bien y no se pelean. Y las profesoras son una maravilla, tienen mucha simpatía y paciencia", aporta la mamá de Joaquín, que estimula constantemente su discpacidad motriz en una mano y pierna con el voley.
LOS ENTRENAMIENTOS
Las clases son cien por ciento recreativas, ya que no existen exigencias para la técnica del deporte: cada uno lo hace a su manera. "Se esfuerzan por mejorar y aprenden mucho de vernos a nosotras, se nota cómo nos miran los pies y las posiciones de las manos", cuenta Sofía. Y aunque a los chicos les parezca la parte más pesada, también hay una parte física, que consta de una entrada en calor con movilidad y circuito de abdominales o sentadillas.
Al final elongan, pero no sin antes dar las hurras, gesto típico de los equipos de voley. Las profes aseguran que les encanta el saludo previo y posterior al "partidito" que juegan. Son terminantes con la competitividad: "El otro día uno se enojó porque había perdido y tuvimos que reunirlos y hablarles a todos para que entiendan que a veces se gana y otras se pierde".
EL PROYECTO
Hace poco más de un mes se llevó a cabo la primera clase con solamente cuatro chicos, pero el boca en boca surtió efecto y actualmente son siete los que asisten. La idea de Sofía y Candela es agrandar el grupo y contar con nuevos elementos de trabajo. Un paso importante sería conseguir una red para "profesionalizar" la cuestión.
Las pelotas con las que cuentan son prestadas o directamente les pertenecen a las entrenadoras, que pretenden tener una sesión semanal más. Además, si el número de chicos aumenta considerablemente, la idea será separarlos por categorías para que tengan el ritmo de aprendizaje adecuado. El plan contempla que el día de mañana puedan jugar seis contra seis, con red de por medio y ellas como árbitros.
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