Desde su invención en 1823, el rugby, característico por su rudeza y gran roce físico, promueve nobles valores entre sus practicantes. La disciplina, el respeto, la lealtad, la solidaridad, la camaradería y el sacrificio se enseñan desde que uno aprende a pasar la pelota y son la esencia del mismo.
La selección de Nueva Zelanda cuenta en su haber con tres mundiales, entre ellos los últimos dos, y su dominio en el deporte es sabido por todo el planeta. Uno de los pilares fundamentales en su juego son estas cualidades antes mencionadas, las que llevan a cabo no solo dentro de la cancha sino como un estilo de vida.
Los All Blacks son los mejores del mundo y lo saben, pero se muestran humildes y sencillos como cualquiera. Es así, que luego de finalizado cada partido, ellos mismos se encargan de barrer y ordenar el vestuario que utilizaron. Los propios jugadores cargan sus bolsos y ayudan en todo lugar en el que se encuentren. "Nadie cuida a los All Blacks, los All Blacks se cuidan a si mismos", es una de las máximas que fomentan.
Los All Blacks acomodando sus valijas en su llegada a Buenos Aires
Sin embargo, no hace falta ser un jugador destacado o haberse consagrado con la Copa del Mundo para incorporar y transmitir estas aptitudes. En el barrio de Retiro, dentro de uno de los asentamiento de bajos recursos de la zona, se encuentra el Villa 31 Rugby y Hockey Club, una institución que hace más de nueve años utiliza la guinda de pretexto para llevar adelante un trabajo mucho más profundo.
"El rugby pasa a un segundo plano, nuestro objetivo es empoderar a los chicos para que ellos sean los actores del cambio en su comunidad. Tratamos de enseñarles algo más que pasar la pelota, acá vienen a laburar la voluntad. Que si llueve se entrena igual, que si somos 3 o 20 no importa. Nosotros no venimos a aprender a jugar al rugby sino que incorporamos herramientas que nos marcan en todos los ámbitos de nuestra vida", explica Lucas Morales, vicepresidente y cofundador del club.
Tanto Lucas como todos los entrenadores y dirigentes del V31 trabajan como voluntarios sin recibir pago alguno, son los representantes de un organismo que no posee sede propia pero que está presente, apenas cuentan con una cancha de sintético y una de cemento que les presta el estado para entrenar.
El miércoles previo al duelo entre Los Pumas y los de negro, que tuvo lugar en el estadio de Vélez por la quinta fecha del Rugby Championship, se dio un hecho que quedará en la historia de la Villa 31: Sonny Bill Williams, centro del elenco neozelandés, visitó el barrio y compartió una clínica de rugby con los chicos del club.
Lucas comentó en diálogo con Infobae cómo se generó este encuentro: "Es difícil decir a partir de qué momento Sonny Bill o la productora que lo trajo eligió la Villa 31 para que lo conociéramos, no hay un motivo puntual sino que es toda la experiencia y la historia que venimos escribiendo y de la cual somos parte".
El domingo 24, Lucas recibió un llamado de una productora que le comentó la idea. No dudó en responder que sí, aunque sabía que no debía ilusionarse ya que más de una vez le prometieron realizar este tipo de eventos que quedaron en la nada. Recién el martes por la noche recibió la confirmación: al día siguiente la figura de los Auckland Blues estaría presente.
"Estuvimos a las corridas juntando firmas para aquellos chicos que iban a salir en las filmaciones. Tuvimos que avisarle a todos a qué hora íbamos a estar en la cancha. Estábamos con el tema del clima, que no sabíamos si iba a llover o no. Yo elegí creer a pesar de los pronósticos. El miércoles, más alla de que llovió la noche anterior, todos estuvimos con un secador en la mano, porque la cancha es de asfalto, e hicimos el mayor esfuerzo para dejarla sin agua", rememora el joven de 25 años, que además es responsable de programas en la fundación Botines Solidarios.
Previo al arribo del dos veces campeón del mundo, todo el personal se reunió y juntos conformaron una ronda en la que compartieron una charla motivacional. "Antes de que él venga hubo mucha emoción, hicimos una ronda y compartimos unas palabras donde muchos se quebraron y se largaron a llorar", confiesa.
A los pocos minutos, una minivan blanca se estacionó frente al recinto donde aguardaba una horda de chicos expectantes, de ella salió el dueño de un porte de 1,94 metros y 108 kilos vestido completamente de negro, porque la identidad trasciende el campo de juego. Con él descendieron el manager del plantel, dos traductoras y algunos guardaespaldas. "La seguridad era protocolar porque en el barrio no pasa absolutamente nada en el sector donde trabajamos. La verdad que el rugby revolucionó la cabeza de los pibes y hoy somos una comunidad bastante respetada", aclara Lucas.
A partir de allí, tras una pequeña presentación formal, Sonny Bill fue uno más. Se unió al grupo, formaron un círculo y saludó a todos, compartió algunas palabras inspiradoras y respondió preguntas. "Fue una experiencia increíble lo que sucedió y fue tan momentánea que todavía no caigo con todo lo que se vivió en el barrio. Se lo vio contentísimo por todo lo que estaba presenciando. Él estuvo muy interesado en todo lo que pasaba, en sacarse fotos con los chicos. Despues de la presentación, jugamos una tocata que cada vez se hizo más multitudinaria hasta que se hizo un caos impresionante pero todos estaban muy contentos", detalla Lucas, que además de su función como dirigente es ayudante en Plantel Superior y entrenador del equipo femenino.
Terminada la actividad, el miembro de los All Blacks dio algunos presentes, como una pelota firmada por todo el plantel, una bolsa con pelotas para entrenar y algunos posters que los chicos se pudieron llevar autografiados.
La actividad con los niños había llegado a su fin pero el neozelandés no volvió a su hotel. Sonny Bill fijó un nexo con Lucas, quien lo invitó a que conociera su casa. Juntos caminaron los 80 metros que separan la canchita de cemento del hogar del muchacho, ingresaron por la reja de la entrada y, una vez dentro del domicilio, Lucas le presentó a su familia.
Allí, Sonny se encontró con una realidad a la que no estaba acostumbrado. Caminó por la morada que tiene como delimitación la Autopista Illia en la parte trasera y recorrió atentamente cada uno de los ambientes. "Él estaba muy interesado por todo lo que había adentro. Me imagino que no debe ser habitual para él ver una casa humilde en un barrio de bajos recursos. Nos pedía fotos todo el tiempo, estaba bastante emocionado. Se lo notaba muy sincero, con una calidez humana que debería ser normal en todo el mundo pero que hoy, lamentablemente, llamamos ejemplo a algo que tendría que ser cotidiano. Asi que después de eso y de charlar un poco, nos vinimos a casa y le conté un poquito mi situación", señala Lucas.
Salieron por la puerta de adelante y a través del patio se dirigieron al fondo, lugar en el que con sus propias manos está levantando su vivienda. Si bien no le gusta demasiado la construcción, aprendió el oficio a los 9 años gracias a su padre. "Me estoy construyendo mi propia casa a los 25 años y eso no me lo va a sacar nadie", dice orgulloso con una sonrisa.
"Tuvimos una charla muy emocionante sobre la vida y lo que es vivir en el barrio. De la importancia de la familia y más que nada del hogar, que no está constituido nada más que por cuatro paredes y un techo sino que es mucho más profundo. Eso hoy es una de las grandes necesidades de la sociedad en general, la ausencia de un hogar es lo que marca a las personas y se nota más en los barrios de bajos recursos donde los pibes se crían prácticamente en a calle por no tener un hogar y una familia presente", advierte.
Lucas no se puede sacar de la cabeza el gesto de Sonny durante el diálogo. "Cuando escuchaba esas palabras se emocionaba y la abrazaba constantemente a mi vieja, que estaba al borde del llanto. Yo trataba de no emocionarme porque todo lo que le explicaba era también un mensaje hacia ella y a mi familia en general", recuerda.
La conversación también sirvió para que Lucas le explicara un poco la filosofía de vida que ellos trataban de inculcarle a los chicos. "Se entrena como se juega y se juega como se vive", revela.
"Lo que mas me llevo de esto es que Sonny vino a llenarse de algo, no vino al zoológico, a hacer caridad, prensa o markenting. Creo que vino a llenarse de algo porque se veía en sus expresiones, en sus sonrisas y en el afecto que demostraba con los chicos con las fotos y los abrazos que se daban", repite Lucas convencido y reconoce que la alegría de los chicos le revolucionaron la personalidad. "Me hace feliz ver la felicidad en los chicos, capaz valoro mucho más ver su cara a la hora de recibirlo a Sonny que verlo a él", afirma.
"Estas cositas marcan un antes y un después en la vida de los chicos y de la comunidad. El mensaje hacia ellos es que disfruten esto porque pasa una sola vez en la vida, pero tengan en cuenta que van a generar cosas mucho más grandes. Lo que generó la visita de Sonny en el ambiernte del barrio es lo que más me llevo y lo que más me marcó a mi", concluye.
La presencia de uno de los mejores jugadores del mundo en la Villa 31 es apenas una anécdota dentro de todo el trabajo que personas como Lucas hacen en su comunidad.
Las diferencias entre un mundo y el otro son abismales pero comparten los mismos valores inculcados por el rugby.
Esta historia tiene un gran ganador y ese es Sonny Bill Williams ya que si bien el aprendizaje fue mutuo, el neozelandés se llevó la mejor parte.
Y sino, pregúntenle a él…
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