No da demasiadas entrevistas, pero cuando lo hace, remarca una y otra vez que mata su tiempo libre mirando fútbol. Juan Román Riquelme consume constantemente su deporte predilecto y ese vicio seguro lo ha llevado a transformarse en un intérprete destacado de la disciplina. Fue en 2013 cuando descubrió a Paulinho, que emigraría a Europa para triunfar.
El año anterior había sufrido con el Corinthians del mediocampista brasileño en la final de una Libertadores que Boca acarició y perdió. Fue un punto y a parte en su carrera. Colgó los botines, pero recargó energías y regresó al año siguiente, de la mano de Carlos Bianchi. Y el destino quiso que el Timao y el Xeneize se vieran las caras nuevamente, pero por los octavos de final.
Los del Virrey se tomaron revancha y eliminaron a los paulistas en Brasil, con un golazo de Román en el estadio Pacaembú. El inútil 1-1 definitivo (en la Bombonera había ganado 1-0 el local) fue obra del mismísimo Paulinho, quien semanas después sería transferido al Tottenham inglés.
Antes de su venta, Riquelme se había fijado en sus condiciones, tras haberlo enfrentado en cuatro partidos: "Paulinho es como un Lampard negro" (en referencia al británico Frank). El 10 agregó entonces que tenía cuota goleadora con sus cabezazos y que era un "fenómeno". Dio por sentado que triunfaría en el Viejo Continente y el tiempo le dio la razón.
Paulinho, quien había tenido breves pasos por el fútbol lituano y polaco en sus inicios como profesional, fue adquirido por el Guangzhou Evergrande chino como figura destacada en el Tottenham. Y a los 29 años dio el gran salto de su carrera, pasando al Barcelona. Riquelme, su descubridor.
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