"Papá, prepará el bolso que nos vamos a España". El tono repetido del teléfono colgado detrás del misterioso mensaje abría la incertidumbre de toda una familia a casi 300 kilómetros del lugar de los hechos. Aimar Centeno tenía 16 años, estaba en Buenos Aires a punto de llegar a la final de un exitoso reality show de fútbol y perseguía la oportunidad del golpe de suerte: tener una prueba en el Real Madrid. Sólo le dio un anticipo a su familia de lo que vendría a continuación.
El programa Camino a la Gloria se transmitió en 2002 por Canal 13 y tuvo 12 mil postulantes de entre 14 y 19 años. Uno solo viajaría a España para intentar cumplir el sueño de ser profesional y en el mejor equipo de esa época: el Real Madrid de los galácticos. Centeno fue el dueño de esa chance.
15 años más tarde, su actualidad está lejos de ser la de un galáctico. Es más similar a la de los millones de pibes que intentaron vivir del fútbol pero no pudieron alcanzar la meta a pesar de sus condiciones y ahora deben laburar hora a hora para subsistir cada mes. Una diferencia marca a fuego esta historia en comparación con la del resto: el día que su vida pudo cambiar por completo fue televisado para miles de personas.
Infobae lo contacta y se dispone a hablar con un personaje que quedó en la memoria popular pero que desde entonces ha dado pocas notas. Para él no es más que una anécdota pasajera; algo que no merece ser contado hasta el hartazgo. "La verdad que un poco me jode haber quedado relacionado a eso. De hecho, siempre me escriben para hacer alguna nota. Me hincha, pero bueno. Quizás vos creés que no te doy la nota de agrandado, pero todo lo contrario", comenta con franqueza. Aimar guardó para siempre sus 15 minutos de fama. Su golpe de suerte. Casi que no volvió a abrir ese arcón. Por un rato, se predispone y refresca sus recuerdos.
"Fue algo impensado para un chico de 16 años. Butragueño y Valdano me dieron la bienvenida. Me acuerdo que le di la mano a Makelele y Ronaldo. También hablé con Del Bosque y Cambiasso, un fenómeno. El Cuchu habló mucho con mi viejo. Lo aconsejó y le dijo que lo que necesite le avise, porque él había ido a la misma edad que yo a probarse al Real", rememora Aimar desde Agustín Roca, su pueblo natal, ubicado a 15 kilómetros de Junín y a 300 de la Ciudad de Buenos Aires. "Fue una linda experiencia", reflexiona.
El perfil bajo que mantendrá a lo largo de la nota lo romperá por única vez –y con cierta timidez– a la hora de recordar los días del programa entre el Campo Argentino de Polo de Palermo y el Hindú Club, sedes de las pruebas: "Siempre supe que iba a ganar el reality. No es para darmela de algo, sino que siempre vi que entre los que estábamos era el que mejor hacía las cosas. Y me lo hacían saber siempre".
El capítulo final, que lo coronó como campeón, firmó un rating de 16.9 puntos. Similar al promedio de audiencia de Showmatch en 2016, el programa más visto de Argentina el año pasado según Ibope. La impensada senda rumbo a la utopía que se había iniciado meses antes en Renato Cesarini –una factoría de cracks rosarinos– se había transformado en un trampolín para chocar de frente con la oportunidad de su vida.
Cuando Aimar llegó a España acompañado por su padre Roberto, la prensa lo esperó en el aeropuerto –el programa también se emitió allá–. Del pequeño pueblo bonaerense, a manejarse como una incipiente estrella de una de las entidades más significativas de la historia del fútbol. Un productor del programa lo trasladó por Madrid en lo que recuerda como un "super auto": un Fiat Stilo deportivo amarillo. Cambiarse en el vestuario de los profesionales, con la ropa oficial del club y bajo la conducción técnica histórico Míchel González completaron el combo.
Sin embargo, el castillo de naipes se derrumbó en un soplido. Apenas duró una corrida. Un golpe inesperado. Se puso la ropa negra del club madridista y salió a la cancha para afrontar el primer entrenamiento. Un pinchazo en el aductor derecho fue un topetazo de frente. La chance se terminó antes de empezar. "Sabía que no era una prueba más, que no era fácil y que era una posibilidad muy grande la de no quedar. No soy de mirar atrás, soy consciente de dónde estaba", confiesa.
Intentó recuperarse; no pudo. Al poco tiempo estaba de vuelta arriba de un avión para empezar de cero en Argentina. La etapa concluyó de manera definitiva. Le cerró la puerta a su gran chance; también la cerró para sus más cercanos: "No soy de hablar del tema, ni siquiera con mi grupo de amigos más íntimos. No da, qué se yo. Si hoy en un asado cuento cómo me manejaba en España quizás piensan que estoy jodiendo y no me creen".
La estela que le daba el mote de ganador del reality todavía perduraba a su regreso. Mientras descansaba en su pueblo, un llamado lo cito una vez más cara a cara con el golpe de suerte: River le haría una prueba a raíz de un convenio con Renato Cesarini. Fue parte durante un año de la categoría 86 que tenía como figuras a Augusto Fernández y Radamel Falcao García.
Finalizó su estadía un año más tarde. Se quedó con el pase en su poder a los 17 años. Saltó a las inferiores de Chacarita, pero el declive había comenzado. Ya no tenía ganas de apostar por el fútbol profesional: "Quedé libre a fin de año en Chaca y no quise jugar más". Así de cruda fue la realidad: en dos años pasó de ser la naciente figura del Real a un pibe con el sueño de ser futbolista profesional pisoteado.
Centeno, que apenas 24 meses atrás había sido considerado el mejor futbolista entre 12 mil aspirantes por un jurado conformado por Roberto Perfumo, Javier Castrilli, Pepe Basualdo y Javier MacAllister, regresó a su tierra natal ya con el panorama un poco más claro en su cabeza. Lentamente, la idea de tener al fútbol como medio de vida se veía gobernada por la de utilizarlo como un simple método de esparcimiento.
Con 18 años, debía tomar una decisión trascendental de vida. Se sumó a las filas de Sarmiento de Junín –con una breve parada en el Teodolina FC–, por entonces en la B Metropolitana. Las pocas chances que le daba el Verde a las inferiores lo terminaron por convencer y comenzó a alternar su tarea amateur en las canchas con un trabajo que le ayudó a costear la vida: "Empecé a laburar de conserje en un hotel. Trabajaba de 12 de la noche a 8 de la mañana. Salía de ahí y me iba a entrenar". Porque, claro está, uno puede cambiar de todo menos de pasión.
Aquel mediocampista por las bandas que también podía actuar de enganche era historia. La pelota ahora sólo era un sinónimo de dispersión y felicidad. Durante los siguientes 10 años defendió los colores del Origone FC, el equipo de su ciudad que se desempeña en una liga regional. En el mientras tanto, alternaba su pasión con un trabajo como vendedor de gaseosas.
"El fútbol lo era todo hasta que empecé a trabajar acá. Antes era primero el fútbol y después el laburo, me arreglaba los horarios para poder entrenar. Ahora es al revés. Dejé el fútbol el año pasado porque no me dan los horarios para entrenar", advierte mientras explica lo ajetreado de su nuevo empleo como comisionista de una droguería, que lo obliga a subirse todos los días a una camioneta para hacer repartos en diferentes zonas aledañas.
Recorre pueblos cercanos como Azul, Las Flores, Pigüe y General Pico por su actividad. En total, todos los días viaja un promedio de 1000 kilómetros. A grandes rasgos, va y viene a diario de la Ciudad de Buenos Aires a Mar del Plata. "Si tengo que ir a la zona de Pigüe salgo a las 2 de la mañana, a Santa Rosa a las 3 o si tengo que ir a Pico a las 4", explica los detalles de su labor a bordo de una camioneta de carga.
Si bien la pelota cada vez aparece más lejana en la escena de su vida, él no baja los brazos: "Tengo ganas de seguir jugando, aunque sea los últimos 20 minutos. El tema es que en la liga de acá si no entrenás los pibes vuelan. El fútbol pasó a un segundo plano y eso es lo más difícil de todo, inclusive a quedar libre de algún lugar".
— ¿Le recomendarías al Aimar Centeno de 16 años que se anote en el reality?
— "Sí, sí. Es que ya te digo, todo se fue dando sin pensar. Algunos me siguen reconociendo hoy en día, pero ya quedó atrás eso, incluso para mí".
No es una gambeta. Tampoco un gol. Haberse codeado con los futbolistas más importantes de la época no se ubica en un lugar de privilegio. Aimar cierra los ojos, se retrotrae al 2002 y vuelve al mejor recuerdo en su corazón. Allí levanta el tubo del teléfono desde Buenos Aires y llama a Agustín Roca. Su padre, Roberto, lo atiende. Habla un rato del programa que lo tiene como protagonista principal, las pruebas, las repercusiones –quizás–. Pregunta cómo están los suyos. Se dispone a cortar: "Ah, prepará el bolso que nos vamos a España". Y cuelga. Porque la pasión, al fin y al cabo, cobra real sentido cuando sirve para generarle una sonrisa a los que uno ama.