El pequeño Mario jura y perjura que esa mañana soleada de invierno, en junio de 1999, será infranqueable. Con apenas 12 años, es parte de uno de los equipos infantiles más destacados del país: la categoría 1987 de General Paz Juniors de Córdoba. Sin embargo, una chicana con un rival que ya conoce de antes lo hace quitar la atención del trámite del partido por un segundo. Un chiquito, el más petiso del campo, toma la pelota, se gambetea a todos y marca el único gol que le dará el título a su equipo.
Pasarán seis años desde ese día hasta que Mario Pereyra, ya alejado de las canchas, se dé cuenta que las entrañas más profundas de su placard guardan una potencial reliquia: la primera camiseta de Lionel Messi, que aquel día terminó siendo suya tras marcarlo todo el partido. ¿El detonante? Argentina acaba de ganar el Mundial Sub 20 con un tal Messi como figura.
Con su inconfundible tonada cordobesa, Mario atiende a Infobae y cuenta la simpática –y casual– historia que se esconde detrás de la camiseta de Newell's que usaba el pequeño Messi en las inferiores del club rosarino, un año antes de que Carles Rexach haga firmar en una servilleta el contrato más importante de la historia del Barcelona; el primero con Lionel Messi.
"La 87 de General Paz Juniors era la mejor clase que había en Córdoba en ese momento. Creían nuestros padres que no teníamos rival allí. Nos llamaron para ir a jugar una vez a Rosario con la 87 de Newell's –decían que ellos tenían el mejor equipo de Argentina– y nos quedamos algunos días allá, dormíamos en la casa de ellos", rememora el inicio del contacto con sus pares de la entidad Leprosa.
En aquel primer vínculo, Pereyra durmió en la casa de Lucas Scaglia, el primo de Antonela Roccuzzo, que por entonces compartía equipo con Leo. Los días en Rosario hicieron nacer un vínculo que los empujó a ser citados para un torneo en la ciudad del Trébol, a 150 kilómetros de Rosario.
"Jugamos contra Newell's en la fase de grupos y nos pintaron la cara: ganaron 4-0 con todos goles de Messi. De todos modos, clasificamos los dos y terminamos jugando de vuelta en la final. El técnico me dice: 'Chupete, marcalo al 10 de ellos. Si va a tomar agua, vas a tomar agua con él'. Era medio bilardista nuestro técnico", comenta este hombre que hoy en día tiene un taller de chapa y punta en la calle Corrientes de la capital cordobesa.
"En el primer tiempo me felicitaron por cómo lo marqué. En el segundo tiempo, no me olvido más, le digo a Lucas (Scaglia): 'Te voy a quitar a vos la pelota'. Él me contesta: '¡Qué me vas a quitar vos la pelota, muerto!'. Cuando la tiene él, lo voy a marcar y se la da a Messi. No lo agarró nadie. No lo paró nadie. Se gambeteó a todo el equipo. Palo y adentro", relata Pereyra como si estuviese viendo en vivo la jugada que inclinó el marcador y sentenció la final juvenil de aquel día.
Los padres de los chicos habían pasado toda la tarde juntos mientras se desarrollaba el certamen. Hicieron hamburguesas para los niños y acordaron que sus hijos cambiarían camisetas al finalizar el partido, ya que ese era el último torneo que iban a compartir. "Ellos no querían saber nada porque era el único juego de camisetas que tenían y el coordinador dijo que la cambiemos, que no nos íbamos a ver más", explica.
"Yo quería cambiar la camiseta con Lucas porque estábamos durmiendo en la casa de él, pero éramos tres que la queríamos. De casualidad había marcado a Messi todo el partido. Terminó el partido, me saqué la remera, se la di y él me la dio a mí", explica aquel intercambio de casacas que lo hizo, sin imaginárselo, convertirse en propietario de uno de los pedazos de historia del fútbol mundial.
"Me acuerdo que tenía la cinta scotch marrón, de embalar, en el brazo como cinta de capitán. Ya en Córdoba se la saqué", detalla sobre la prenda. "Mi vieja la iba a tirar. Pero decidió guardarla para que yo de grande tenga algún recuerdo", confiesa.
Fanático de Talleres de Córdoba, Pereyra reconoce que desconocía de la existencia de Messi hasta el Mundial Sub 20 del 2005, cuando Lio fue clave para conquistar el título de la categoría en Holanda: "Me habían dicho tiempo después en Córdoba que al pibe que yo había marcado se lo había llevado al Barcelona, pero yo no tenía ni idea. Cuando ganó el Mundial empecé a darle más importancia a la camiseta".
Con su esencia cordobesa floreciendo a cada segundo, Mario bromea y exige que Messi le devuelva su camiseta mientras larga una risotada. No está en sus planes desprenderse de ella, aunque tampoco lo descarta. Un fanático de Newell's llegó a ofrecerle 50 mil pesos, pero él respondió de manera negativa. "Sólo la vendería si eso me asegura comprar una casa para mis hijos", advierte sobre esta prenda que no tiene precio monetario porque el valor "es sentimental".
Pereyra se identifica como un fanático de Messi. Confiesa que en sus planes está realizarse un tatuaje de él y que lo buscó en el pasado para que Leo le firme la camiseta, aunque ya claudicó en ese objetivo. También sabe, por intermedio de los contactos que hizo para arribar hasta el crack, que la Pulga no tiene recuerdos del hecho. Pensó en guardarla en una caja de seguridad de un banco y hasta asegurarla.
Sin embargo, a cada segundo del diálogo la historia de la camiseta se diluye. A Pereyra se le escapa su locura por Lionel. "Había muchos que marcaban diferencia, pero nunca vi algo como él. Ese enganchito que te hace, no lo perdió nunca. ¿Te acordás del caño que hace y Guardiola se agarra la cabeza? Bueno, ese ya lo hacía. Mis compañeros le sacaban tres cabezas y el vago los hacía pasar como quería; era su mundo la pelota y él", lanza como una ametralladora un elogio detrás de otro.
Entre sus manos se escurre un manto sagrado. Una porción que combina fanatismo, reliquia e historia. La primera camiseta de uno de los mejores futbolistas de la historia. Él, un humilde chapista cordobés que la pelea día a día, se aferra a esa camiseta como testamento una de las anécdotas más jugosas de su vida: el día que jugó contra un tal Leo Messi.
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