La muerte de Emanuel Balbo fue casi un linchamiento, ante la indiferencia de todos, y hasta algunas sonrisas

Miremos las caras de los que rodean esta escena de barbarie. No hay signos de horror. Fue la crónica de una muerte anunciada, y ni siquiera se suspendió el partido. Dos caras de una profunda enfermedad social

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Matías Oliva
Matías Oliva

Emanuel Balbo, apenas 22 años, hincha de Belgrano, no murió por azar, accidente, descuido. Emanuel Balbo estaba condenado de antemano.

Las fotos y las filmaciones no mienten. Desde antes del comienzo del partido, inocente, entró en un callejón sin salida.

De pronto se sintió empujado por muchos hinchas que lo fueron llevando hasta el paraavalanchas, y después hasta el límite: el borde de la pared fatal.

Cuatro o cinco vándalos lo levantaron en vilo mientras gritaban: "¡A este hay que tirarlo, hay que tirarlo!".

No pudo defenderse. Cayó al vacío. Poco importa si lo arrojaron o, al verse perdido, se tiró para librarse de la turba. Sólo importa que está muerto. Llegó al hospital con muerte cerebral, y el lunes se apagó la última luz de esperanza.

Pero volviendo a las imágenes, algo espanta tanto como su muerte: las caras y los gestos de los muchos testigos que rodeaban la escena.

A pesar de la inminencia del drama, del casi seguro y negro final, no se advierte en ninguno una señal de estremecimiento, de estupor, de miedo ante el inevitable destino de Emanuel Balbo.

Sólo se ven miradas de curiosidad, como quien contempla algo de escasa importancia. También, de indiferencia. Como si ese acto de violencia en el ámbito del fútbol formara parte natural del hecho, el paisaje y el escenario.

Y peor aún. En algunas caras hay sonrisas.

¿Qué le está pasando a esta sociedad? ¿Qué nos está pasando?

Un hombre empujado a la muerte ante otros hombres incapaces de detener ese acto brutal no es un hecho aislado. No pertenece únicamente a un domingo, a un estadio, a un partido de fútbol.

Exhibe y denuncia una profunda enfermedad social. De larga data en el fútbol, por cierto. Y siempre rematada por el hipócrita latiguillo: "Algo que no debe repetirse".

Con un doble cachetazo en un Domingo de Pascua… Porque ese partido, ese Belgrano-Talleres que empezó con linchamiento y terminó con muerte… ¡no debió jugarse!

La mínima decencia humana exigía la suspensión. Pero el negocio es más fuerte. La otra cara de la tragedia.

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