"Su atención, por favor, su atención por favor… Aerolíneas Argentinas comunica a los señores pasajeros que el vuelo 645 con destino a Nueva York , se encuentra demorado…"
—¿Qué pasó señor? ¿se sabe por qué?
—No sé, parece que hay una bomba. Se da cuenta a lo que ha llegado ésta sociedad enferma, ¡una bomba en un avión!
—Pero, perdóneme, ¿quién lo dijo?
—La chica del uniforme, la empleada que está en el mostrador.
Ezeiza era menos de la mitad de lo que es hoy. El avión era un "Comet 4" que voló hasta los 70'. Y la seguridad, entendida como tal, no existía. En 1963 no había scanners, ni revisión de equipajes de mano, ni tecnología digital en la ventanilla de inmigraciones. Ezeiza era un edificio "ministerial" hecho a ladrillos y mármol, donde los pasajeros eran despedidos o recibidos por sus familiares emocionados con pañuelos en mano, desde la terraza.
¿Una bomba?, ¿Quién podría pensar en tamaño atentado en 1963 en la Argentina? Se iba José Maria Guido y asumía Arturo Humberto Illia, la presidencia de la Nación…
Un pasajero corrió al teléfono público color anaranjado que se apoyaba en una de las columnas interiores.
—Hola, hola, ¿Crónica? ¿hablo con Crónica? Ah, bueno, mire yo soy un pasajero de Aerolíneas que iba para Nueva York y no salimos porque dicen que hay una bomba a bordo. Vengan rápido si quieren tener la foto del avión explotando. ¿Cómo? ¿Qué quien habla? Mire mi nombre es Oscar Bonavena, soy boxeador y estoy aquí con mi hermano José. Estoy en el hall, pregunten por mí, cuando lleguen con el fotógrafo.
Colgó, se restregó las manos y le dijo a José: "Vos decías que no había ningún periodista para hacer la nota de nuestro viaje, ahora vas a ver si hay prensa o no hay prensa…"
En menos de una hora estaban allí Crónica y La Razón, 1.200.000 ejemplares entre los dos vespertinos (los diarios por entonces se leían más en la noche, cuando la gente regresaba a su casa y la televisión era "paleozoica").
El testimonio del pasajero Oscar Natalio Bonavena, boxeador amateur sancionado por haberle mordido la tetilla derecha a su rival Lee Carr en los Juegos Panamericanos de San Pablo, sería la tapa. Su primera tapa de diarios explicando sobre una bomba en un avión que jamás existió. Su objetivo de salir en los medios se había cumplido.
Suspendido por la Federación Argentina de Box –un año-, se iba a probar suerte a Nueva York, donde le darían la licencia profesional. Una gestión de Tino Porzio, manager numero uno del Luna de la época ante Charlie Goldman, su nuevo co-representante.
El chico nacido en la calle Gibson y criado, crecido y realizado como hombre en la calle Treinta y Tres -Parque Patricios-, a quien su madre Doña Dominga cargaba en brazos cuando tenía ocho años para llevarlo al hospital Rawson donde le corregirían los pies planos, ya era un profesional del boxeo. Aquello que empezó siendo "fierros" o "complementos de pesas" como se denominaba a lo que hoy es musculación, le había expandido la caja torácica, los bíceps, triceps, piernas y abdominales a tal punto, que su figura resultaba tan estética como armoniosa.
Nunca supimos si amaba al boxeo o el boxeo reemplazó a otros deportes que le hubiera gustado practicar, como el fútbol, tal como lo hiciera su hermano Vicente. Pero sus pies no le permitían desplazamientos a velocidad y en extensión. Tenía que ser algo de corto desplazamiento, el boxeo.
—¿Te juego a que meo desde el trampolín?, le propuso a su hermano José, después de entrenarse en San Lorenzo, donde aprendía a boxear con el maestro Rubén Tabarly.
—Estás loco, está lleno de gente, como vas a orinar desde el trampolín, nos van a rajar.
Subió la escalerilla, alcanzó el trampolín, caminó por él hasta el extremo, se bajó la malla y comenzó a hacer pis.
Lo echaron. Y fue al club de sus amores, a su segundo hogar, Huracán para siempre y por siempre. Allí se puso las ordenes de los hermanos Juan y Bautista Rago, sus maestros.
Uno de ellos, Juan, algunos años después viendo cómo nevaba en Nueva York en la vigilia de la pelea contra Floyd Patterson (1972) me convidó un mate y mientras la voz de Gardel emergía de la cinta desde un grabador, en el piso 32 del hotel Statler Hilton, dijo: "¡Qué lindo sería ver nevar en verano…!".
Bonavena fue producto de su esfuerzo. Fui comentarista de la mayoría de sus peleas. Lo acompañé por todo el Mundo. Nunca supe si realmente tenía vocación por el boxeo. Muy pocas veces hablábamos técnicamente de boxeo. Como que no le atraía el tema. En cambio, se apasionaba por el marketing de las peleas que él mismo se inventaba.
La de Cassius Clay es un ejemplo. Luchó hasta ser tenido en cuenta. La sacó sin resultados merituales. Pero se paseó por la 5ta Avenida con un toro, lo iba a ver pelear y lo desafiaba, lo trató de cobarde o "chicken" (gallina) por no ir a combatir como soldado a Vietnam.
Lo acosó de tal manera que Cassius primero preguntaba quién era ese loco blanco de apellido italiano que lo seguía a todas partes para provocarlo, y luego terminó dándole una chance que resultó epopéyica. Más aún, cerca estuvo de noquearlo, pues hubo un cruce en el último round, el 15°, que definió dos destinos. Apenas por milímetros llegó antes la derecha de Cassius que provocó la primera de las tres caíidas. Atribuible a la mayor velocidad de partida, el enorme Clay, quien ya había recibido la pesada izquierda de Ringo, logró anticiparse.
Fue durísima esa pelea. Tanto que el gran Muhammad, nunca se despegó del cuerpo caído de Bonavena. El referí Arthur Mercante se lo permitió, cada una de la dos oportunidades en que Bonavena quiso pararse, estaba allí Clay para seguir peleando sin dejarle armar la guardia. Y después de la segunda, Ringo, fue quien comenzó a retroceder para quedar lejos de la descarga, pero fue inútil. Apenas lo tocó con el gancho abierto de derecha, volvió a caer y eso significó la derrota por nocaut técnico.
Bonavena, quien estába manifiestamente abajo en las tarjetas, realizó en el último asalto aquello que hacen los verdaderos guapos: se fue a jugar. Tomó todos los riesgos buscando un golpe de suerte –lucky punch– y cayó en la ley de quienes quieren ganar, antes que realizar "una digna actuación".
—¿¡Pero guapié o no guapié!?, exclamaba Ringo extenuado, arrastrando sus pies en agonía, sin potasio, ni aliento mientras lo llevábamos en vilo para cruzar la 9na. Avenida hasta alcanzar el hotel de enfrente, hoy Pensylvania.
—La pucha que lo hiciste bien, muy bien, le dijo Tito Lectoure, mientras unos veinte argentinos, bajo la nieve de aquel 7 de diciembre del 70', lo esperaban en la calle. Fue el día en que la televisión alcanzó su segundo mayor ráting histórico con 79.3 de audiencia, solo superado por Italia-Argentina, semifinal del 90' con 82 puntos.
Bonavena hizo todo por ganar, pero su rival, como en casi todos los casos de su historia, fue mejor. Quería ganar por el tamaño del triunfo. Pero, en el fondo, sentía envidia de Monzón que se había consagrado Campeón del Mundo un mes antes frente a Nino Benvenuti en Roma.
Bonavena no perdía la oportunidad de burlarse de Monzón. Y un poco menos de Nicolino Locche. Les disputaba el cariño de la gente, el carro de Bomberos desde Ezeiza hasta el Luna Park paseándose por toda la ciudad hasta bajar por Corrientes. Y, obviamente, también la ponderación de la prensa.
Pero les ganaba en exposición mediática en épocas en que salir en Gente era consagrarse. Bonavena iba a cualquier evento y se destacaba. Daba la mejor producción fotográfica. Y era capaz de todo. En una fiesta en Reviens tiró a la pileta a todos cuanto pudo, para regocijo de los fotógrafos.
Actúo en teatro de Revistas y cantó el famoso "Pio-Pio". Y hasta grabó con los Shakers, una de las primeras bandas de rock. En Nueva York una señora algo corta de vista, lo confundió con Ringo Starr, se lo preguntó, le dijo que si, que era él . Le gusto y pasó de llamarse Titi a llamarse Ringo.
Ringo era Parque de los Patricios. Era la calle Treinta y Tres. Era su familia. Era su permanente transgresión…
—A que meto el auto en ese Supermercado, le dijo a su esposa Dora Raffa en vísperas de un gran triunfo frente a Karl Mildenberger en Frankfurt.
—Por favor te lo pido Oscar, no hagas eso, estamos en Alemania, vamos a ir presos, le rogó Dora.-
—Dejame a mi…
Y ante el asombro de todos subió la vereda, bajó la velocidad y se metió con un Mercedes Benz alquilado en un Supermercado.
El hecho dejó atónitos a los policías que llegaron en menos de un minuto. Ringo les explicó con dificultoso inglés: "Perdón, perdón, ví que decía Entrada y entré".
Peleó con verdadero monstruos: Cassius Clay, Joe Frazier, Jimmy Ellis, Floyd Patterson, todos campeones o ex campeones mundiales. Y le ganó a unos cuantos súper calificados: Leotis Martin, Zora Folley, Alvin Lewis, Lee Carr -aquel a quien mordió de amateur-, Luis Faustino Pires, Roberto Dávila, Pulgarcito Ramos, Amos Johnson, en fin… Hoy Ringo Bonavena sería una estrella entre los pesos pesados y ganaría millones de dólares de bolsa, de publicidad y por los derechos de televisión. Más aún, podría ser campeón del mundo. Las Vegas se rendiría a sus pies.
No obstante esos nombres, quien lo elevó a ídolo fue Gregorio Peralta.
Esa noche pagaron 25.230 personas para verlo. Récord de asistencia en la historia del Luna Park.
Bonavena vendió un discurso del que no pudo salir: "Peralta no puede conmigo, lo voy a matar". Fue tal el automarketing que después de la pelea, ya vencedor, en las duchas, una al lado de la otra, intentó disculparse: "Che, dije todo en joda, era para vender entradas…, todo mentira".
Peralta, quien ayudó a Palito Ortega en su época de vendedor de café con termos por San Telmo, haciéndolo cantar y llevándolo a todos los lugares donde hubiera ejecutivos de la televisión, no aceptó las disculpas.
Ringo insistió: "¿Querés venir mañana a la casa de mi vieja a comer 'Los ravioles de Doña Dominga'? ". Almuerzo convertido más tarde, en programa creado por Héctor Ricardo García (maestro e innovador en la historia de los medios de Argentina), amigo, padrino de su hijo Ringuito, el Contador Natalio Bonavena, y ex dueño de Crónica, Así, Así es Boca, Radio Colonia y Leoncio, que ahora es Telefe.
—No gracias, nunca iré a tu casa, dijo Goyo, amargado y distante.
Ringo, en esos casos, era sincero. Lo hacía de corazón. Había llorado como un niño sobre el ring después del fallo favorable. Realmente quería cerrar la disputa oral previa a la pelea. No hubo caso, Peralta siempre lo rechazó.
Sin embargo, cuatro años después (Agosto del 69) Peralta andaba mal de dinero. La única "plata grande" a conseguir era una revancha con Ringo. No en el Luna, pues Peralta, un gran justicialista, amigo de Perón, estaba distanciado de Lectoure. ¿Dónde, entonces? En Montevideo.
—Ringo, ésta pelea no es nada para vos, pero para Goyo, es una salvación.
—Si es para ayudarlo hacela, pero que no sepa que yo sé, le dijo al promotor Héctor Mendez..
—Ah, una cosa más Ringo, dijo el promotor.
—Si, decime.
—No podés ganarle por nocaut, evita darle adentro, livianito Ringo, livianito. Es para que se gane unos mangos.
—Está bien, entiendo, dijo Bonavena.
Empataron. Fue muy desagradable. Quedó a la vista de todos lo que allí había ocurrido.
Así era él. No se lo puede definir tipologicamente de una sola manera. En pocos minutos podría pasar por diferentes estados: amable, huraño, eufórico, depresivo, componedor, agresivo, sensible, amigote, histriónico, transgresor, insensible, generoso, egoísta, envidioso, proveedor…
Le hacía estar bien con quienes podían generar climas distendidos: el Bambino Veira, por ejemplo. O Roberto Rimoldi Fraga o el doctor Cacho Paladino. De allí saldrían algunas de sus célebres frases: "La experiencia es un peine que te dan cuando te quedaste pelado". O " todos te alientan, todos te dicen vamos eh, vamos eh, pero cuando se apagan las luces y te quedas enfrente de tu rival, te sacan hasta el banquito…", o "¿Qué cuántos hermanos somos? Ocho vivos y yo, que soy el que labura"
En los almuerzos de Doña Dominga, se produjeron grandes anécdotas…Cierta vez Ringo invitó a su amigo Juanito Belmonte, productor de artistas, quien nos dejara hace cuatro años, a almorzar. Juanito se acostaba tarde los sábados de teatro y no fue por algunos domingos. Pero, como suele ocurrir, un día apareció.
—Mucho gusto Doña Dominga yo soy Juanito Belmonte, se presentó .
—Ah si, qué suerte que vino a almorzar, mi hijo me dice siempre que usted es un gran comilón… (Mandaron corte).
Fueron doce años de boxeador profesional. Fueron 68 peleas (57 ganadas,9 perdidas y 1 empatada). No disfrutó todo lo que debió de su extraordinaria familia: Dora, su mujer, Ringuito y Adriana, sus hijos. No, no tomó lo mejor de la vida para permitirle que le llegue, que lo sorprenda. Siempre se adelantó al destino.
Peleó antes de tiempo con Joe Frazier y con Muhammad Alí. Aceptó el traspaso de su contrato firmado con el empresario puertorriqueño Joe Montana para que lo usufructué el siciliano Joe Conforte, miembro de la mafia, dueño del prostíbulo Mustang Ranch en Reno, Nevada, donde trabajaban entre las 53 máquinas tragamonedas, 6 barras y 100 habitaciones, 73 chicas. Se apuró. Y conoció a la mujer de Joe, una sexagenaria minusválida llamada Rally Burguess de Conforte, quien le ofreció contención y ayuda pues el contrato, por razones legales, estaba a su nombre. Creyó en su capacidad de determinación y volvió a equivocarse. Rally le anticipaba dinero y lo ayudó a casarse Cheryl Anne Rebideaux, una joivend e 20 años, cuyo nombre de cabaret era Daisy, sólo para obtener la residencia e iniciar un trámite de pasaporte norteamericano (matrimonio anulado diez días más tarde, por la situación marital de Bonavena en la Argentina). Bonavena estaba amenazado y Sally no tenía la última palabra, no podia salvarlo.
Conforte quería que peleara con Howard Smith en el Olympic de Los Angeles, en la misma velada en la cual se enfrentarían George Foreman y Joe Frazier. Era una manera de comenzar a recuperar dinero por la inversión en el contrato comprado a Montana. Ringo le dijo que no al promotor Don Chergin.
Conforte, quien hoy vive en Brasil, preparaba el escarmiento mafioso para Ringo. Ross Brymer, boxeador sparring y guardaespaldas de Conforte, apostado en el piso superior, le apuntó con una escopeta, le tiró y le traspasó el corazón en la madrugada del 22 de Mayo de 1976, cuando Bonavena, tras haber jugado en el casino Harra's volvía a su casa rodante estacionada frente al prostibulo. Allí vivía con su amigo Julio Morales. Tenía 33 años. Claramente, esa es otra historia. La historia trágica del niño que dejó el barrio y los sueños para convertirse en mito…