Desde que inició la crisis sanitaria, varios países del mundo, entre ellos los de América Latina, centraron la lucha contra el COVID-19 en la implementación de medidas restrictivas a través de un –prácticamente unánime– cierre de fronteras, reafirmando así la soberanía sobre sus territorios. Aunque esta medida preventiva ha servido para apaciguar temporalmente el avance del brote dentro de cada país, los problemas internos se intensificaron y quedaron relegados a un segundo plano. La urgencia de la situación y la necesidad de tomar medidas con prontitud, tanto por razones sanitarias como políticas, provocó que, al momento de definir planes de acción, algunos países no contemplaran las posibles consecuencias que podría traer aparejado el curso de acción elegido, sobre todo, en lo referente al cierre de fronteras y los obstáculos a los que deberían enfrentarse para coordinar una reapertura segura y eficaz.
El periodista internacionalista Fareed Zakaria, autor del libro Diez lecciones para un mundo post-pandémico, afirmó: “Con la excepción de algunos países del este de Asia, ningún gobierno lo ha manejado muy bien”. Sin embargo, algunos países han podido, y podrán, recuperarse del impacto negativo producido por la pandemia gracias a su capacidad de gestionar adecuadamente sus recursos y generar herramientas de manera resiliente.
Ahora bien, cabe preguntarse de qué forma los países del Tercer Mundo, que dependen de las coyunturas, lograrán mantener la estabilidad necesaria para superar los desafíos que impone la actualidad; cuando incluso países con altos grados de desarrollo, están viendo trastabillar su propia institucionalidad.
Fronteras cerradas, un antídoto perjudicial
Si bien en su momento el cierre de fronteras se presentó como la única y mejor solución, a casi un año de iniciada la crisis sanitaria, esta medida está siendo cuestionada por varias razones. En primer lugar, pese a haberse reducido la velocidad de contagio, no se logró detener el avance del virus y se incrementaron considerablemente las complicaciones para trabajadores y migrantes. Estos últimos, sobre todo, se han visto ampliamente perjudicados, principalmente, por comprender en su seno a un conjunto de situaciones y contextos diversos que ocasionaron –en una primera instancia– el flujo migratorio. En este sentido, la heterogeneidad existente torna la tarea de poder ofrecer soluciones un tanto más complejas.
En segundo lugar, el cierre de fronteras y la paulatina reactivación del tránsito internacional, que aún sigue lejos de ser fluido, han demostrado las dificultades que presentan un conjunto de políticas sanitarias disímiles y poco coordinadas. Las medidas implementadas, que difieren considerablemente en todos los niveles de toma de decisiones (local, nacional e internacional) han provocado que la incertidumbre aumente particularmente en los países de la Región. En Latinoamérica, lo anterior se ve agravado por la incapacidad regional de desarrollar protocolos comunes y consensuados para favorecer el desarrollo de la actividad económica y social.
En tercer lugar, y ya centrándonos en el Cono Sur, al igual que otros polos de la periferia mundial, Sudamérica posee características concretas que tornan aún más necesaria la circulación de personas, bienes y servicios que le permitan contrarrestar las crisis económicas que se podrían producir en un contexto pospandémico, sobre todo, si se tiene en cuenta en la que ya se encuentra inmersa. En este sentido, y si se pretende salir airosos de la crisis sanitaria y mantener cierta estabilidad al interior de sus países, es pertinente que se superen las deficiencias que presentan los organismos de cooperación regional para funcionar como marco regulatorio y ofrecer así previsibilidad.
Todo lo descrito con anterioridad ha modificado, y sigue modificando rotundamente, las formas que tienen de relacionarse los países latinoamericanos y sus poblaciones. En una Región que se encuentra unida tanto económica como culturalmente, el establecimiento de medidas draconianas para limitar el movimiento de población está trayendo consecuencias a largo plazo que afectan a la economía regional y repercuten directamente en sus respectivas poblaciones.
Una medida cooperativa para una recuperación resiliente
Según el Diccionario de la lengua española, una de las acepciones para la palabra “resiliencia” es ‘capacidad de adaptación de un ser vivo frente a un agente perturbador o un estado o situación adversos’. Ahora bien, ¿en qué se relaciona esto con lo planteado hasta aquí?
Se ha repetido hasta el hartazgo que es casi ingenuo pretender regresar a la “normalidad” (al menos a una como la que precedió esta pandemia) y que lo único que podemos hacer es adaptarnos a esta nueva normalidad. Sin embargo, poco se dijo sobre cómo adaptarnos a este mundo de la pospandemia al que nos enfrentamos. De hecho, las propuestas hasta ahora brindadas aportan soluciones que generalmente tienden a centrarse en las potencialidades de la virtualidad, lo que resuelve solo lo inmediato, en lugar de construir medidas consensuadas que ayuden a la recuperación de la movilidad de personas, bienes y servicios para adaptarnos al contexto actual.
En este sentido, el cierre de fronteras como medida prolongada para evitar la propagación de los contagios está lejos de poder considerarse como una opción resiliente para paliar la crisis. Las restricciones, por el contrario a lo que se cree, profundizan aún más los problemas estructurales de la Región y limitan la búsqueda de soluciones creativas para una mejor adaptabilidad y recuperación. Por supuesto, debemos asumir que la vuelta a la normalidad sanitaria, económica y social no será inmediata. Sin embargo, la importancia de diseñar políticas conjuntas que ayuden a facilitar su transición es fundamental.
De acuerdo con el Ranking de Resiliencia al COVID-19, diseñado por Bloomberg en base a los índices sanitarios y socioeconómicos de 53 economías del mundo, Perú, Argentina y México son los tres últimos países de América Latina calificados como resilientes. Atravesados cada uno por su propia tormenta política, económica y social, la tardía reacción ante el avance del virus y las deficientes medidas internas para hacerle frente a la crisis han dificultado, sino es que han entorpecido, una correcta gestión de esta problemática.
¿Qué opción tenemos?
Lo hasta aquí expuesto proyecta un panorama cuando menos complejo, en el que el remedio parecería ser peor que la enfermedad. Hemos retornado a una especie de feudalismo en el que cada gobernante pareciera querer defender solamente su parcela de tierra. Esta tendencia, observable tanto a nivel internacional como regional y local, proyecta una situación preocupante, ya que sus efectos se desbordan de adentro hacia afuera y viceversa, fundamentalmente, porque el mundo en el que vivimos hoy es radicalmente distinto a aquel de ciudades cercadas por altas murallas.
La debilidad institucional, la falta de transparencia y la desarticulación política que se observa en la región latinoamericana, nos colocan ante un difícil escenario de cara al futuro. Si no se logra una apertura pronta y regulada de las fronteras con medidas conjuntas y coordinadas entre los distintos países de la Región, más aún, si se tiene en cuenta que el cierre de fronteras es una estrategia insostenible en el tiempo, será muy difícil contrarrestar los efectos económicos, sociales e incluso institucionales.
En este sentido, la participación de gobiernos y organizaciones a nivel regional se vuelve crucial. El diseño estratégico de políticas comunes, reguladas a través de una agenda dialogada y consensuada puede servir para atravesar los desafíos que la reapertura presenta, a la vez que permite la creación de medidas flexibles que potencien la adaptabilidad de los distintos países a la crisis.
En un contexto disruptivo como el que estamos atravesando, nuestros países deben comprender que el poder de resiliencia, que nos permitirá reconstruir nuestras economías y asegurar el bienestar de la población, radica en la cooperación antes que en el aislacionismo. La Región posee una larga historia en la búsqueda por mejorar espacios de diálogo internacional y en este momento, más que nunca antes, es necesario hacerlo. La clave está, sin dudas, en la voluntad política de nuestros gobiernos que permitirá la cohesión interna y una salida benévola de la crisis que se avecina.
*Las autoras son licenciadas en Relaciones Internacionales, miembros del Centro de Investigación Orientado a la Práctica, Universidad de Congreso, Mendoza. Esta nota fue escrita especialmente para DEF.
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