La llegada de Joe Biden al poder coincide con uno de los períodos más convulsionados de la historia de EE. UU. Los sucesos del pasado 6 de enero, con la tumultuosa invasión del Capitolio y la tardía reacción de Donald Trump, desnudaron una situación que las élites de Washington ya no podrán ignorar. Al margen de la condena generalizada de la violencia y del veredicto final del impeachment contra el exmandatario por “incitación a la rebelión”, la realidad es que la sociedad está más dividida que nunca y las reglas de la democracia norteamericana, que parecían esculpidas en piedra, ya no lo están.
En diálogo con DEF, la politóloga Constanza Mazzina, doctora en Ciencia Política y docente de posgrado en las Universidades de Buenos Aires (UBA), Belgrano (UB) y del Salvador (Usal), habla de una “latinoamericanización” del sistema político en EE. UU. “Se rompió el pacto de tolerancia mutua, una norma no escrita de la política estadounidense que tiene que ver con el respeto de las reglas y la repetición del juego democrático”, afirma esta analista, para quien “Trump, al cuestionar la legitimidad del resultado y del proceso electoral, puso en juego no solo la legitimidad de origen de Biden, sino las propias reglas de juego democráticas”.
Un concepto que Mazzina retoma del think tank “Varieties of Democracy” (V-Dem) es el de “polarización tóxica”, definida como la división de la sociedad en dos categorías mutuamente excluyentes, un “ellos” y un “nosotros”, que en Argentina conocemos como la famosa “grieta”. El último informe de V-Dem, referido a 2020, da cuenta de una creciente “ola de autoritarismo”, que afecta a países en los que vive el 54 por ciento de la población mundial. El dato revelador es que, según ese trabajo, el único país del continente americano que ha sufrido una regresión en términos de respeto de las instituciones de la democracia liberal ha sido EE. UU., que es además el segundo estado más grande –medido por el tamaño de su población– en verse afectado por ese retroceso institucional, detrás de la India. “Ha habido, sin dudas, un retroceso durante la presidencia de Trump”, enfatiza Mazzina, aunque aclara que tanto el Congreso como la Justicia han funcionado como contrapeso para limitar los avances del exmandatario sobre las instituciones de contralor y supervisión.
En su plataforma electoral, Joe Biden hace un llamado a “volver a unir al pueblo de EE UU.” y a dejar de “fomentar la división y la desconfianza”. Arremete duramente contra Trump por “sus palabras y sus acciones, que han envalentonado a fanáticos racistas, antisemitas, antiislámicos y supremacistas blancos”. “Es tiempo de eliminar de raíz el terrorismo doméstico en todas sus formas”, agrega la plataforma demócrata, en la que se compromete a buscar “la aprobación de una ley contra el terrorismo doméstico, que sea consistente con la libertad de expresión tutelada por la Constitución y las libertades civiles”. La violencia policial contra la comunidad afroamericana será una de las prioridades del nuevo gobierno, que en sus primeros decretos ejecutivos buscó limpiar de un plumazo la herencia de Trump en materia de políticas migratorias, frenó la construcción del muro en la frontera con México y puso fin a la restricción de visas para ingresar al país a viajeros procedentes de un conjunto de países de mayoría musulmana.
En EE. UU. se rompió el pacto no escrito de tolerancia mutua, que tiene que ver con el respeto de las reglas del juego democrático, y la sociedad está cada vez más polarizada.
El estilo personalista y confrontativo del exmandatario se reflejó también en su política exterior y, particularmente, en sus vínculos con América Latina. En ese sentido, la doctora en Ciencia Política e investigadora del Conicet en el Instituto de Estudios de América Latina y el Caribe (IEALC) de la Universidad de Buenos Aires, Silvina Romano, afirma: “Trump no siguió ninguno de los mandatos tradicionales de la diplomacia estadounidense y se saltó todos los canales institucionales; se basó, en cambio, en relaciones personales y familiares”. Recordó, en ese punto, las relaciones familiares que se establecieron entre la familia Trump y Bolsonaro y sus hijos, en Brasil, fuera de cualquier marco de las respectivas Cancillerías. En el caso de Bolsonaro, puso en aprietos al Congreso y al propio Palacio de Itamaraty –sede del Ministerio de Asuntos Exteriores– cuando intentó, sin éxito, nombrar a su hijo Eduardo como embajador en Washington.
Justamente a la relación de Biden con Bolsonaro apunta Constanza Mazzina, al señalar: “En el ajedrez subregional, por lo menos desde el siglo XX, Brasil siempre fue el interlocutor de EE. UU. Esto funcionó históricamente, incluso con Lula intentando contener a Chávez en su momento. No sé hasta qué punto Joe Biden va a querer que el actual mandatario brasileño juegue ese partido. Tenemos que observar el rol de las Cancillerías y, en el caso brasileño, cómo va a actuar Itamaraty”.
Más allá de esta personalización de la política exterior que caracterizó a Trump, matiza Silvina Romano, no existen grandes diferencias entre demócratas y republicanos en cuanto a los vínculos con los países más problemáticos de la región: “Salvo excepciones como la del senador Bernie Sanders, que condenó las sanciones a Venezuela, la perspectiva de la mayoría de los demócratas respecto de los gobiernos progresistas de América Latina es que son autoritarios, no democráticos y que cohíben la libertad de expresión”.
No se esperan grandes novedades respecto de las sanciones a Venezuela, aunque Biden apelaría a un mayor consenso regional y a involucrar a organismos regionales e internacionales.
Consultada sobre la política de Biden hacia el famoso “patrio trasero” de EE. UU., la autora del libro Trumperialismo aclaró: “Dado el consenso bipartidista sobre Venezuela, creo que Biden va a mantener las sanciones y supongo que, como buen demócrata, recurrirá más a los organismos internacionales y regionales, buscará mayor consenso y apelará al soft power”. Otro país clave es Cuba, con el que Obama –de quien Biden fue vicepresidente durante ocho años– intentó limar asperezas al final de su mandato, una política de acercamiento que Trump dejó de lado desde el primer día de su mandato para reforzar las sanciones a La Habana. Desde punto de vista de Silvina Romano, “con Biden, hay un escenario mucho más propicio que con Trump, pero todo dependerá del costo político que esté dispuesto a pagar en caso de un relajamiento de la insostenible presión económica sobre Cuba”. En clave de política interna, y de cara a las elecciones de medio término de 2022, los demócratas tendrán en la mira el esquivo electorado anticastrista de Florida, que le dio la espalda a Biden en las últimas elecciones y que ya le había dado el voto a Trump en 2016.
En el plano general, Biden apostará apuntalar proyectos de infraestructura en la región, donde hoy China aparece como un inversor voraz. Al respecto, Romano sostiene que esa es una de las mayores preocupaciones de EE. UU. Y, a diferencia de Washington, aclara esta analista, “China ha venido avanzando muy silenciosamente, sin meterse en la política de los distintos países; su actitud es puramente pragmática, solo busca negocios”. Cita, como ejemplo ilustrativo, el proyecto de un canal bioceánico en Nicaragua, financiado por capitales chinos, que podría competir con el histórico canal de Panamá y que a Washington no le causa ninguna gracia. El acuerdo original para la construcción del llamado “Gran Canal Interoceánico”, de 276 km, había sido firmado por el gobierno de Daniel Ortega en 2012 con el enigmático empresario chino Wang Jing, pero nunca salió del papel. Sin embargo, Managua no ha renunciado a concretar esa faraónica obra.
En el mismo frente antichino, en la administración de Biden no debería haber grandes novedades respecto del impulso de la llamada “Red Limpia” (Clean Network), que busca frenar la presencia de las chinas Huawei y ZTE en las redes 5G de la región por considerarlas una amenaza a los intereses de Washington. Además, en el plano de la ciberseguridad, completó Romano: “EE. UU. puja por el mercado regional, al igual que Israel, que es uno de los mayores proveedores de insumos. Tampoco debemos olvidar que EE. UU. sigue siendo el mayor proveedor de bienes y servicios para la seguridad y las FF. AA., y ahora China también está compitiendo en ese rubro, que suele quedar restringido a círculos militares y no es un tema que llegue a la opinión pública”.
*Esta nota fue producida y escrita por un miembro del equipo de redacción de DEF.
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