Golpe a golpe: China y Estados Unidos, ¿un choque inevitable?

La creciente tensión experimentada en los últimos años entre el hegemón mundial y la superpotencia en ascenso hacen pensar en un destino de conflicto inexorable. Pero ¿realmente, será así?

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Hace 40 años, Deng Xiaoping adoptaba la política de “Reforma y apertura” que dio inicio a una revolución económica y social basada en la apertura hacia el sector privado y al mercado. Foto: AFP.
Hace 40 años, Deng Xiaoping adoptaba la política de “Reforma y apertura” que dio inicio a una revolución económica y social basada en la apertura hacia el sector privado y al mercado. Foto: AFP.

En un artículo de reciente aparición, el semanario The Economist hizo mención acerca de que Estados Unidos y China viven en la actualidad un nuevo tipo de guerra fría, donde la lucha comercial sería solo la punta de iceberg de un proceso de aristas mucho más complejas que, a la vez, se manifiesta en diversos dominios. Distintos análisis destacan, asimismo, que la agenda comercial ha dejado de ser el núcleo central de las negociaciones entre las dos potencias.

Desde la reconciliación de ambos países en 1972 tras la visita del presidente Richard Nixon a Mao Tse Tung, la relación entre las dos superpotencias se ha venido desarrollando –al menos hasta ahora– de manera pacífica. En un pasado no lejano, ambos países buscaron resolver sus conflictos de manera tal que la solución encontrada dejara conforme a ambas partes y privilegiara la cooperación. Hoy, en cambio, la pugna entre ambas potencias parece adquirir otras dimensiones.

La desconfianza entre los dos países ha ido escalando y, paulatinamente, fueron dejando atrás una relación que hasta no hace mucho se había caracterizado por el respeto mutuo, la no confrontación y un modelo cooperativo basado en la estrategia de win-win (ganar-ganar). Por un lado, Estados Unidos busca arrinconar a China a través del despliegue de diversas acciones, esencialmente, la imposición de severas sanciones económicas. Por su parte, el gobierno chino intenta contrarrestar las acciones de EE. UU. a través de una nueva retórica que busca ganar legitimidad en aquellos espacios que dejó vacante la superpotencia occidental. A modo de ejemplo, China se consolida cada vez con mayor vigor como un líder responsable en materia de cambio climático, mientras que la presidencia de Donald Trump parece haber abandonado definitivamente esa pretensión.

Una historia de la apertura

Hace cuatro décadas, el líder comunista chino Deng Xiaoping adoptaba la política de “Reforma y apertura” que dio inicio a una extraordinaria revolución económica y social basada en la apertura hacia el sector privado y al mercado, al mismo tiempo que rompía el aislamiento de China y abría su actividad al exterior. El “Pequeño Timonel” –tal como se apodaba a Deng– ejecutó una política de cuño transformador, que combinó la abundante mano de obra barata y no calificada que existía en China en ese entonces, con el ingreso de inversión extranjera, que fue orientada por el gobierno básicamente a generar exportaciones. Para ese fin, fue central el rol asumido por las Zonas Económicas Especiales, establecidas en las ciudades de Xiamen, Shenzhen, Zhuhai y Shantou.

China es el segundo país con mayor gasto en investigación y desarrollo (I+D) después de los Estados Unidos, lo cual representaba en 2015 una suma cercana a los 2000  millones de dólares. Foto: AFP.
China es el segundo país con mayor gasto en investigación y desarrollo (I+D) después de los Estados Unidos, lo cual representaba en 2015 una suma cercana a los 2000 millones de dólares. Foto: AFP.

Un giro determinante en lo económico se dio cuando la Organización Mundial del Comercio (OMC) aprobó, en septiembre de 2001 y tras quince años de negociaciones, el ingreso de China a ese organismo, lo que permitió su plena integración a la economía mundial. Las siguientes reformas dispuestas por el gigante asiático no hicieron otra cosa que profundizar la orientación impuesta originalmente por Deng. Pero fue a partir de la inserción de las empresas chinas dentro de las cadenas globales de valor que la economía del gigante asiático dio un salto cualitativo y se volvió vendedora de productos más sofisticados, con la resultante evolución en la composición del valor incorporado en los productos.

Posteriormente, el Consejo de Estado chino aprobó en 2015 el programa Made in China 2025, a través del cual se propuso convertir la economía en un centro de alta tecnología e innovación tecnológica. Esto situó al desarrollo en Ciencia y Tecnología en el centro del modelo de desarrollo. China va camino a convertirse en una superpotencia en áreas clave. De acuerdo a la National Science Board estadounidense, China es el segundo país con mayor gasto en investigación y desarrollo (I+D) después de los Estados Unidos, lo cual representaba en 2015 una suma cercana a los 2000 millones de dólares (aproximadamente el 21% del total mundial). Un dato a tener en cuenta es que el gasto de China en I+D creció en un promedio de 18% por año entre 2010 y 2015, a una velocidad cuatro veces mayor que lo ocurrido con el gasto de los Estados Unidos.

Este crecimiento más acelerado del gasto en I+D en China hace probable que la Nación del Centro (como llaman los chinos a su país) tome la delantera en este rubro entre los próximos cinco a diez años.

La soberanía digital y la guerra del 5G

Una de las áreas vinculadas a la ciencia e innovación en la que China ha ganado terreno es la de la tecnología 5G. La élite política china tomó nota de la importancia adquirida por el campo de la inteligencia artificial y entiende que la tecnología 5G será la clave para el siguiente gran desarrollo en el área de las telecomunicaciones y los servicios digitales –como en algún momento sucedió con el 4G–, lo que genera para el dragón oriental una oportunidad única de conquistar la soberanía digital.

La empresa china Huawei fue acusada por Washington de mantener vínculos con el Ejército Popular chino y, supuestamente, de haber realizado espionaje industrial y cometido fraude bancario. Foto: AFP.
La empresa china Huawei fue acusada por Washington de mantener vínculos con el Ejército Popular chino y, supuestamente, de haber realizado espionaje industrial y cometido fraude bancario. Foto: AFP.

Si bien los Estados Unidos mantienen algunas ventajas con respecto a China en materia de inteligencia artificial (algoritmos más avanzados, hardware informático especializado y, principalmente, datos), esta brecha se ha ido reduciendo cada vez con mayor celeridad. En un informe reciente, el ministerio de Defensa de los Estados Unidos destaca que China representa un riesgo significativo y creciente para el suministro de materiales y tecnologías considerados estratégicos y críticos para la seguridad nacional del país del norte. El reporte (Assessing and Strengthening the Manufacturing and Defense Industrial Base and Supply Chain Resiliency of the United States) señalaba que en la actualidad, Estados Unidos depende de pocas fuentes domésticas para algunos productos sensibles y de cadenas foráneas de suministros para otros, principalmente chinas, lo cual hace que no sea capaz de producir internamente componentes especializados para su rubro militar.

En línea con lo anterior, recientemente, el gigante tecnológico Huawei –al que algunos medios sitúan uno o dos años por delante de la competencia en el campo del desarrollo del 5G– fue puesto en el ojo de la tormenta geopolítica por la Casa Blanca. Huawei, que es el primer fabricante mundial de tecnologías para la comunicación y el segundo vendedor mundial de celulares, fue acusada por Washington de mantener vínculos con el Ejército Popular chino y, supuestamente, de haber realizado espionaje industrial y cometido fraude bancario.

Si bien es cierto que el ascenso de China cuestiona el poder unilateral que posee Estados Unidos desde inicios de la década de 1990, no está tan claro que ambas potencias deseen verse envueltas en una confrontación directa de consecuencias impredecibles, al menos en el corto y mediano plazo. Ninguno de estos dos actores globales busca ceder posiciones conquistadas y, a la vez, mejorar su lugar en los mercados y prepararse para la disputa tecnológica.

Donald Trump y Xi Jinping, los encargados de sortear un camino que parece tener como destino final un conflicto inexorable. Foto: AFP.
Donald Trump y Xi Jinping, los encargados de sortear un camino que parece tener como destino final un conflicto inexorable. Foto: AFP.

Un ejemplo de lo señalado es lo que sucedió el último fin de semana de junio de 2019, cuando los presidentes Donald Trump y Xi Jinping se reunieron en el marco de la Cumbre del G20 de Osaka, Japón. En el encuentro, las partes acordaron retomar luego de más de dos meses, las negociaciones comerciales que habían quedado inconclusas y pactaron una tregua en su guerra comercial. Si bien no se alcanzó un acuerdo de fondo, al menos, las partes negociaron algunas concesiones recíprocas. Por un lado, Estados Unidos se comprometió a no aplicar mayores aranceles a productos chinos por un valor de 325.000 millones de dólares y, por su parte, China aceptó abrir el mercado a empresas extranjeras y aumentar la importación de productos agropecuarios y alimentarios estadounidenses.

Adicionalmente, el país asiático consiguió que la administración Trump permitiese a Huawei hacer negocios con compañías estadounidenses. Si bien no es un levantamiento de la prohibición general, beneficiará significativamente a la empresa tecnológica china.

Sin apresurar conclusiones

Es notorio que Estados Unidos no está dispuesto a perder su lugar de hegemón mundial y que para ello ha de recurrir a un sinnúmero de instrumentos, desde la presión diplomática al fortalecimiento de su poderío militar como mecanismo de presión para las negociaciones comerciales, entre otras medidas. Como ejemplo, a inicios del pasado mes de mayo dos destructores de misiles guiados de la Marina estadounidense incursionaron en aguas del mar de la China Meridional, acción que provocó el airado reclamo de Pekín.

Por otra parte, China muestra a cada paso su voluntad de desempeñar un rol más activo dentro del sistema internacional. De manera discreta y silenciosa –y escondiendo la fuerza, como señala un proverbio chino– el dragón oriental fue cimentando el camino que lo llevó a convertirse en una de las dos economías más grandes del planeta, tanto por su PBI como por su contribución al comercio mundial, a la vez que acrecienta su poder en organismos multilaterales, como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, entre otros. Por ese motivo, un análisis apresurado de los últimos movimientos de China puede inducirnos a sacar conclusiones apresuradas.

En el rubro automotriz, China vio caer en 2018 la venta de autos, algo que no sucedía desde hace 30 años. Foto: AFP.
En el rubro automotriz, China vio caer en 2018 la venta de autos, algo que no sucedía desde hace 30 años. Foto: AFP.

La transformación del gigante asiático en los últimos cuarenta años puede ser leída en esta clave; el actual proceso, también. La virtud de la administración china radica en actuar de modo eficiente, de manera discreta, apoyándose sobre los factores facilitadores que le permitan llevar adelante la transformación que se ha propuesto realizar. De este modo, cuando Trump demandó a China reducir el superávit comercial que mantiene con los Estados Unidos en un tercio y le aplicó aranceles sobre las importaciones por el valor de 50.000 millones de dólares al año, el gigante asiático se limitó a informar un listado de 128 productos pasibles de arancelamiento por solo 3000 millones de dólares. ¿Niega lo señalado que estemos en presencia de una disputa estratégica entre el hegemón que da señales de agotamiento en su desempeño global y la superpotencia emergente por el liderazgo y control sobre la primacía tecnológica y comercial? Nada de eso, China y Estados Unidos son y seguirán siendo, en el largo plazo, rivales estratégicos.

Como señala el periodista ruso Maxim Rúbchenko en un reciente artículo escrito para el medio digital Sputnik, al suspender China la imposición de tarifas arancelarias a los productos estadounidenses, está tratando de solucionar sus propios problemas. En el rubro automotriz, China vio caer en 2018 la venta de autos, algo que no sucedía desde hace 30 años. El otro problema es el déficit de nafta y diesel. Luego de esto, no solo las automotrices estadounidenses van a tener dificultades en retornar al mercado chino, sino que compañías de otros países, como Alemania y Japón, irán consolidado posiciones en la Nación del Centro.

Otro tanto sucede con la soja. China –que se ha convertido en el mayor comprador de la soja estadounidense en los últimos años– impuso aranceles del 25% a los granos provenientes de aquel origen luego de que Trump iniciara la guerra comercial. Como consecuencia de las escaramuzas entre ambos países, el precio de la soja disminuyó en los mercados internacionales, y hoy China compra este producto mucho más barato, por lo que se ahorra millones de dólares. Por lo dicho, podemos concluir que China se cuida afanosamente de caer en la trampa de Tucídides y, por consiguiente, no clausura las negociaciones con los estadounidenses.

En todo caso, busca vías alternativas para administrar el conflicto y mitigar así el impacto que las trabas comerciales impuestas por Estados Unidos puedan acarrear a su economía. No siempre se trata de concebir una respuesta reactiva para lograr el efecto deseado. En todo caso, los pasos que ha dado China para administrar el conflicto demuestran que es necesario saber esperar y favorecer el proceso de maduración para que cuando la fruta esté a punto de caer, solo sea necesario recogerla.

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