La reciente puesta en marcha del gasoducto “El Poder de Siberia”, cuatro años y medio después de la firma del denominado “contrato del siglo” entre Gazprom y China National Petroleum Corporation (CNPC), ha abierto un nuevo capítulo en la historia energética de Rusia. El acuerdo, sellado en mayo de 2014, tiene una vigencia de 30 años e implica el suministro por parte de Gazprom de 38.000 millones de metros cúbicos anuales de gas, procedente de las regiones productoras de Yakutia e Irkutsk, en la Siberia oriental. La construcción de esa infraestructura de transporte, de 3000 kilómetros de extensión, supuso inversiones rusas por 55.000 millones de dólares. Se estima que en las próximas tres décadas, estas exportaciones a China aportarán a las arcas rusas ingresos por 440.000 millones de dólares. El ducto alcanzará su plena capacidad de transporte en 2025, cuando esté lista la planta de procesamiento de gas de Amur, la más grande de su tipo en Rusia.
Consultado por DEF, el especialista en geopolítica de la energía Francesco Sassi, quien está realizando su doctorado de la Universidad de Pisa, hizo una doble lectura de ese acuerdo: “Por un lado, Gazprom responde con pragmatismo a las dificultades con las que se ha topado en Europa, el tradicional destino de sus exportaciones de gas; y, por otro, es una jugada estratégica para profundizar su integración con los mercados asiáticos”. En cuanto a los beneficios del contrato para Pekín, el analista consideró que en vista del desarrollo que ha tenido la industria energética estadounidense en la última década y en pleno desarrollo de las tratativas comerciales entre EE.UU. y China, esta nueva infraestructura constituye un “valor agregado” para el gigante asiático, que está destinado a duplicar su consumo de gas y a absorber cerca de la mitad del consumo total de gas de los mercados asiáticos de aquí a 2040.
Para cumplir sus compromisos con CNPC, Gazprom ha hecho una fuerte apuesta al desarrollo de los yacimientos de Chayandinskoye y Kovyktinskoye, para lo cual –tal como precisó Sassi– ha debido superar las “dificultades logísticas de la región” y el desafío que representa la composición del gas de esas dos cuencas, que “requiere de un ulterior tratamiento antes de ser comercializado”. Esta última será la función que cumplirá la planta de procesamiento de Amur GPP, donde Gazprom recibirá el gas natural de los centros de producción de Yakutia e Irkutsk y, una vez procesado, lo exportará hacia China. La alianza energética sino-rusa se extiende también al proyecto Sakhalin III, en el que la petrolera estatal china Sinopec (25%) participa en el consorcio operador del bloque Veninsky, en sociedad con Gazprom (75%).
Con el nuevo gasoducto, Rusia diversifica sus clientes y se abre a un mercado asiático en pleno auge, en el que China concentrará la mitad del consumo total de gas hacia 2040.
Esta sociedad estratégica con Pekín contribuirá, además, al desarrollo de las regiones del oriente de Rusia, que han quedado históricamente postergadas y aún sufren un profundo declive demográfico. Vladimir Putin admitió alguna vez que, a menos de que el Estado hiciera un serio esfuerzo, los habitantes de las zonas fronterizas tendrían que aprender a hablar en chino, japonés o coreano. “Hoy, Moscú es el primer interesado en la repoblación de esas zonas, que han sufrido un fuerte flujo migratorio hacia el oeste del país y rumbo al exterior”, señaló Francesco Sassi, quien añadió que “un relanzamiento del extremo oriente de Rusia pasa por inversiones en infraestructura y por un resurgimiento industrial, para lo cual es necesaria una mayor integración con Asia nororiental”. Por el lado de China, explicó, la incorporación del gas a su matriz energética permitirá “la reconversión, en clave sustentable, de sus industrias pesadas en las regiones nororientales de Liaoning, Jilin y Heilongjiang”, fronterizas con Rusia.
Un último punto a considerar en esta convergencia de intereses entre Rusia y China es su común apetito sobre el Ártico. Sassi destacó que el éxito de la estrategia china de explotar los recursos y la logística de ese espacio marítimo “pasa necesariamente por tener una buena sintonía con Moscú”. En ese sentido, recordó que la incorporación de Pekín al Consejo del Ártico en 2013 se debió, entre otras razones, al cambio de actitud de Moscú respecto del ingreso de potencias extrarregionales a ese órgano de gobernanza. China no ha ocultado, desde entonces, su interés en las potencialidades económicas que ofrece el Ártico, particularmente como vía de comunicación comercial entre el Lejano Oriente y Europa septentrional, pero también por lo que puede aportar a la investigación científica sobre los efectos del cambio climático en el planeta; y así lo ha plasmado en su plan, anunciado en 2018 y conocido como “Ruta de la Seda Polar”. “Rusia es consciente de que juega un rol clave en las ambiciones de Pekín respecto del Ártico y buscará explotar esa sociedad con el objetivo obtener resultados estratégicos que permitan el desarrollo de infraestructuras en la región”, completó el investigador italiano.
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