A Teresa Bo los conflictos le sientan bien. Su pasión es estar allí donde el caos es generalizado, donde los estallidos resuenan constantemente, o donde se viven las injusticias más tremendas. Que no se malinterprete, son situaciones que le causan un profundo dolor, pero ella necesita estar allí, según sus palabras, "para contarlo, para mostrarlo".
"Desde muy chica, me fascinó Medio Oriente y las guerras. Siempre me pareció fascinante el conflicto", cuenta Bo en diálogo con DEF. "Mi terapeuta dice que me siento más cómoda en un conflicto que en la vida normal, pero eso se lo dejo para que los psicólogos lo analicen", remata entre risas.
Lo cierto es que Teresa, lejos de los mandatos familiares –pertenece a una familia de artistas– siguió su pasión. Estudió Relaciones Internacionales en los EE. UU., hizo una Maestría en Resolución de Conflictos Armados, estudió árabe y comenzó a trabajar en una ONG que fomentaba el diálogo entre comunidades en conflicto. A través de una pasantía, entró a trabajar en la cadena de noticias CNN. Cubrió las guerras de Afganistán e Irak pos-2001, y el conflicto en Gaza, entre otros. Desde 2006, ya convertida en una corresponsal de conflictos de excelencia, trabaja para la cadena árabe Al Jazeera. Sus últimos trabajos la vinculan a la crisis en Venezuela, donde acababa de volver al momento de esta entrevista.
–Venís siguiendo la situación en Venezuela hace tiempo. ¿Qué impresiones trajiste de este último viaje?
–Creo que es una crisis que ya se viene desarrollando sostenidamente desde 2014. La situación se fue deteriorando cada vez más, especialmente la económica, más allá de la crisis política que hay en el país. Están dejando el país más de tres millones de personas. Los que vienen a la Argentina lo hacen en una situación bastante buena, dentro de todo, porque vienen con pasajes de avión. Pero cuando vas a la frontera con Brasil o Colombia y ves la situación en la que sale la gente, o cuando vas a un hospital en Venezuela y presenciás la muerte de 14 chicos en tres días porque no había remedios para tratarlos, te das cuenta de la enormidad de la crisis humanitaria que hay. El gobierno, en vez de pedir ayuda, niega la crisis humanitaria, lo que empeora todo mucho más.
–¿Es una crisis humanitaria de la magnitud de la de otras guerras o situaciones que cubriste?
–El presidente de la Federación Internacional de la Cruz Roja, en su momento, comparó la cantidad de gente afectada con la de conflictos armados gravísimos, como Siria u otros lugares. En realidad, no se puede comparar con Siria porque no hay enfrentamientos armados, no hay uso de armas químicas, eso lo hace completamente diferente, pero la cantidad de gente afectada hoy en Venezuela, especialmente por escasez de medicamentos, es enorme. Eso hace que se haya ido la cantidad de gente que se fue del país, lo que generó una crisis en Colombia, en islas del Caribe, en Brasil, etc. Me ha pasado de hablar con gente que llega a Brasil con chicos con 40 grados de fiebre a la que le preguntás si tienen casa y sí, tienen casa, tienen luz, aunque se corta todo el tiempo. Entonces, al preguntarles por qué se van de Venezuela, te dicen que no tienen comida. Un sueldo mínimo en Venezuela alcanza para dos pedazos de queso, o tres pedazos de carne, no mucho más que eso. La gente no puede comer y se va del país.
En operativos con el Ejército norteamericano me atacaron más de dos o tres veces, fueron situaciones muy feas.
–¿Te animás a dar alguna proyección del caso venezolano?
–Para mí, la salida es negociada. Soy una persona que estudió resolución de conflictos. Siempre creo en la solución a partir de una salida negociada. Cualquier solución que no vislumbre que va a seguir habiendo chavismo en Venezuela en el futuro es negar una realidad. El chavismo no se terminó en Venezuela, más allá de que perdió muchísimo apoyo. Hay muchos chavistas de oposición al gobierno actual que también tienen que ser considerados en cualquier futuro de Venezuela. No es blanco o negro. Hay muchos grises en el medio. Pensar que el Ejército se va a dar vuelta para sacar a Maduro del poder no es el fin de un problema. Creo que el futuro de Venezuela va a ser muy complejo, especialmente, porque tienen una situación económica terrible, que les va a costar mucho tiempo levantar. Políticamente, esta polarización de sos chavista o no lo sos tampoco le hace bien a nadie, la salida tiene que ser negociada y va más allá de si Maduro se mantiene o no en el poder. Eso incluso pasa a ser secundario. Venezuela, hoy en día, es un país controlado por los militares, con Maduro o sin Maduro. Eventualmente, ellos van a ser parte de cualquier tipo de cambio que suceda.
–¿Podés entrar sin problema a Venezuela después de aquel episodio donde fuiste expulsada?
–El gobierno se fue poniendo cada vez más estricto con el ingreso al país. En su momento, nosotros entrábamos con cédula, nunca había habido ningún problema. Una vez en 2017, nos dijeron que no podíamos entrar, que desde ese momento necesitábamos una visa especial, y se pusieron como muy duros con eso. Así que, desde entonces, pedimos las visas con anticipación y nos las han dado. Hemos hecho informes críticos. No tenemos una agenda en Venezuela, la idea es contar lo que está pasando. No voy a hablar de Maduro por deporte o porque alguien me lo pide. Nosotros vamos y contamos lo que está pasando en los hospitales y en otros lugares, pero con la intención de hacer periodismo. Creo que, hasta ahora, el gobierno lo viene entendiendo, nos han seguido dando visas. Obviamente que siempre puede pasar algo, que un reportaje no les guste o algo así, pero hasta ahora, no hemos tenido problemas.
UNA MIRADA ALTERNATIVA
–¿Cómo ingresaste en Al Jazeera?
–En 2006, estaba viviendo en Medio Oriente y me dijeron que estaban abriendo un canal en inglés. Me pareció muy interesante, porque la idea era no ser la CNN, sino un canal con una perspectiva Sur-Sur de las problemáticas mundiales, con historias que le importaran a países emergentes o en vías de desarrollo. El desafío era hacer historias que no se cubrían en otros medios en ese momento. Hacer otro tipo de periodismo. Me pareció interesante de hacer y, desde entonces, estoy con ellos.
–¿Ves lugar para este tipo de historias en el mapa actual de medios de la Argentina?
–Creo que especialmente en televisión, y no lo digo como crítica porque entiendo la situación, se le ha hecho muy difícil a ese periodismo que hoy en día le dicen "del centro" cubrir una historia de una comunidad si no sirve políticamente. Si no tiene ese valor, se la oculta. Yo soy una persona que cree que el periodismo tiene el deber de reportar la situación, sea quien sea el que está en el poder. Esa polarización que existe en la sociedad también llegó a los medios, y eso hace mucho daño.
No hay una única solución. Si mirás Yemen, Siria y también Venezuela, sucede que las grandes potencias se disputan sus intereses geopolíticos en esos países.
–Le escapás al término "corresponsal de guerra". ¿Por qué?
–Sí, especialmente, como se lo entiende en la Argentina. Es como si hubiera un club de gente que son corresponsales de guerra que se dedica pura y exclusivamente a cubrir conflictos. No es mi caso. Durante un tiempo, sí hice eso, pero hoy soy periodista. También me parece que se busca engrandecer ese trabajo. Pero más que nada, creo que tengo varias contradicciones con el término, porque, antes que nada, sos periodista, nada más que cubrís determinadas cosas. Además, después de ver los horrores de la guerra, la verdad es que soy más pacifista y me gustaría tratar de que disminuyeran los conflictos. Creo que tenemos esa responsabilidad. Por ejemplo, con el caso venezolano, hay quienes creen que la invasión de Estados Unidos es la solución, pero yo he visto dos invasiones por parte de Estados Unidos y no terminaron bien. Yo soy periodista, me encanta cubrir conflictos, pero porque también creo que podemos tener un rol en lograr un diálogo, en lograr algún tipo de negociación, que es lo que salva vidas.
–¿Cuál fue la situación más escalofriante que te tocó vivir?
–En Irak y Afganistán hubo muchas situaciones. En operativos con el ejército norteamericano, me atacaron más de dos o tres veces, fueron situaciones muy feas. No lo vivo como una situación traumática, sino como que hay que atravesarlas y seguir. La guerra de Irak fue muy dura. Cuando cayó Bagdad, vi cómo los chicos iban corriendo con los pies descalzos para robarse un enchufe, y uno de ellos se cortó todos los tendones. Entonces, yo terminé sosteniéndole la pierna, gritándole a un soldado para que viniera con una venda, porque se moría desangrado. Por robar un enchufe… También me tocó estar en un operativo con el ejército estadounidense y que nos empezaran a tirar. Yo estaba con el enemigo, así que me atacaban igual. También llegar a una zona de bombardeos y que hubiera varios chicos muertos. Son situaciones que te llevan a valorar las negociaciones. Me siento con la responsabilidad de tejer puentes.
Un sueldo mínimo en Venezuela alcanza para dos pedazos de queso, o tres pedazos de carne, no mucho más que eso. La gente no puede comer y se va del país.
–¿Cómo te desacoplás de tanto horror?
–Yo tengo bastante capacidad de corte. Trato de desconectarme cuando vuelvo de una historia, especialmente ahora que tengo hijos, porque antes podía volver, tirarme a leer un libro y estar en cualquier planeta varios días para bajar. Ahora tengo que volver y estar sonriente y feliz, a pesar de ver cómo se muere gente en Venezuela. Por ejemplo, veníamos de cubrir la historia de catorce bebitos muertos por diarrea –algo que se resuelve en cualquier hospital público de Argentina–, donde a los padres no les entregaban los cuerpos porque no podían comprar los cajones. Entonces, una vuelve muy cargada. Me ha pasado de que se me saltara la cadena con mi hija encaprichada con jugar con un Lego… yo quiero que valore lo que tiene. Pero después bajo un cambio, me doy cuenta de que ellos no tienen la culpa y que tienen derecho a una infancia feliz. De todas formas, trato de que sea con conciencia social.
–¿Cómo te organizás con tu familia?
–Tengo un marido extraordinario que me banca. Nos dividimos: cuando no estoy, él está mucho en casa; y cuando estoy, él se mueve más. Nos íbamos a ir a vivir a Qatar en enero, pero al final no lo hicimos por todo lo de Venezuela. Me vino muy bien estar acá, porque tengo toda mi familia, tengo una estructura.
GÉNERO Y PROFESIÓN
–Sos un referente femenino en tu profesión desde hace tiempo. ¿Cómo ves el movimiento de empoderamiento de la mujer que estamos viviendo desde hace unos años?
–Reconozco que los extremos son complicados, pero creo que es necesario en muchos lugares del mundo, incluso, en el interior de nuestro país. Todavía hay situaciones en que las mujeres están en una enorme inequidad. A veces, es necesario que existan acciones más fuertes para que se dé algún tipo de cambio. Creo en el empoderamiento femenino, estoy educando a mi hija en que tiene las mismas posibilidades que los varones, que puede hacer las mismas cosas que los varones si quiere, y si no, no. En mi trabajo, el ser mujer me sumó más de lo que me restó.
–¿De qué manera?
–Trabajo en países donde las mujeres directamente no tienen derechos, por una cuestión cultural profunda, ni siquiera religiosa. En Afganistán, los hombres no me daban entrevistas por ser mujer. Pero yo no trataba de reformar a los pashtunes en Afganistán. No les voy a cambiar la cabeza. Mi objetivo era hacer mi trabajo, no ir a hacer feminismo, de lo contrario me hubiera dedicado a otra cosa. Mi trabajo, en ese sentido, es contarlo, generar alguna conciencia de que estas cosas pasan. El cambio lo tienen que hacer ellos. Nada que venga de occidente a imponerse va a funcionar, eso lo ha demostrado la política de occidente hacia oriente a lo largo de la historia. Cada vez que se ha querido imponer algo, prohibir el velo, por ejemplo, no funcionó. Puede llevar décadas, siglos, pero los cambios tienen que ser de ellos.
Creo en el empoderamiento femenino, estoy educando a mi hija en que tiene las mismas posibilidades que los varones.
–A pesar de eso, pudiste trabajar.
–Sí, siempre trabajé. Me llevan los soldados, voy velada, me callo la boca. El lugar más difícil, en ese sentido, fue Afganistán, por una cuestión cultural. Me han tirado piedras en campamentos de refugiados, no están acostumbrados a ver mujeres con cámaras, en acción. La mujer es madre, cocina para su marido. Hay un montón de mujeres que están trabajando para cambiarlo, hay un movimiento fuerte, pero no es mi trabajo ir a hacerlo, y menos como occidental. No se me pasa por la cabeza mirar a otra cultura y decir algo. Obviamente, hay cosas que chocan mucho, como ver a una chica de diez años con la cara quemada con ácido por haber ido a la escuela. Eso te genera las cosas más fuertes.
–¿En qué momento de tu carrera estás?
–Este momento se llama "sobreviviendo". Sobreviviendo a tener dos hijos, que estén lo mejor posible, educarlos. En mi carrera, estoy con ganas de hacer un salto, no de hacer otra cosa, sino de volver a mis historias de Medio Oriente, que me encantan. No estoy yendo mucho porque me significan viajes de, por lo menos, 20 días, y me cuesta mucho irme tanto tiempo. Por eso cubro cosas más cercanas. Estoy pendiente de ir y volver rápido a casa.
UNA MIRADA OPTIMISTA
–Medio Oriente es tu primer amor periodístico.
–Sí. Si me decís de ir mañana a Bagdad, me subo a un avión y voy.
–¿Hay una salida de la crisis que atraviesa Medio Oriente?
–No se puede generalizar. Cada conflicto es propio. En Irak, recién están saliendo de una ofensiva en el norte que estaba controlado por ISIS. Están tratando de reconstruir eso. Es un ejemplo de lo que hacen las intervenciones extranjeras: Sadam Hussein era un monstruo, no hay duda de eso. Ahora bien, hay muchos monstruos en el mundo que nadie toca. ¿Me vas a decir que el gobierno de Arabia Saudita es mejor de lo que era el de Sadam Hussein? Mandó a matar a un periodista en una embajada con una impunidad más grande que una casa, pero nadie se mete con ellos.
–Entonces, hay que ver caso por caso.
–No hay una única solución. Si mirás Yemen, Siria y también Venezuela, sucede que las grandes potencias se disputan sus intereses geopolíticos en esos países. En el caso de Siria, es Rusia con EE. UU; en el caso de Yemen, es Arabia Saudita con Irán y otros países. Prevalecen los intereses de esas potencias más allá de las enormes consecuencias civiles que quedaron en el medio. Cuando se habla de Venezuela, tengo amigos que dicen "miro al cielo esperando que venga un avión gringo", pero yo me quedo pensando en cuál va a ser el costo. Intervenir Venezuela puede que sea rápido para sacarlo a Maduro, pero también hay grupos armados afines al gobierno, está, por ejemplo, el Ejército de Liberación Nacional en territorio venezolano, o sea, hay muchos factores que complican la situación. Mis amigos me dicen que, de todas formas, ya hay gente que se está muriendo, que, en todo caso, se acelerará el proceso. Pero creo que las balas no discriminan y, si se puede evitar, me parece mejor.
–A pesar de lo que viste a lo largo de todos estos años, veo que todavía sostenés la salida pacífica a todo.
–Sí. Soy realista y sé que no funciona siempre. El conflicto palestino-israelí es un ejemplo. Si no se solucionan los conflictos de fondo, la necesidad de Israel de tener seguridad y la necesidad de un Estado de Palestina, no va a haber una solución al problema. Y en el fondo de todo eso está la inequidad. Si vas a Gaza y ves las condiciones en que viven y crecen los niños, vas a entender por qué mucha gente termina votando a Hamas. Tal vez es una visión simplista, pero sí creo que mientras no mejore la calidad de vida de cierto grupo de personas, vas a seguir teniendo un problema. Esas son mis visones.
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