Ha pasado la Cumbre del G20 en Buenos Aires. Sentimos alivio y recatado orgullo nos envanece mientras reflexionamos sobre los resultados. Antes de venir a la Argentina, el presidente francés Emmanuel Macron definió el patriotismo como "el exacto contrario al nacionalismo" y que "el nacionalismo es su traición". Fuertes palabras que cobran importancia en un momento de transición en el mundo, transición que se reflejó en la Cumbre.
La transformación estructural de las relaciones internacionales, el acercamiento peligroso a una crisis beligerante, la guerra comercial, los efectos nocivos de la globalización que impulsa a los líderes más importantes a abandonar la idea de una interdependencia, entre otros fenómenos peligrosos, nos lleva a cavilar nuevamente sobre el nacionalismo, un programa político con mucho atractivo, pero con muchos riesgos.
Los eruditos dedicados a investigar el tema coinciden en algunas pautas que analizara ya en una columna en la revista DEF en 2005, cuando un grupo conspicuo organizó una contracumbre en Mar del Plata para oponerse al Tratado del Nafta. Épocas vergonzosas en que alertamos sobre los peligros del nacionalismo. Esta vez, los Estados Unidos, Canadá y México firmaron un nuevo tratado, luego de arduas negociaciones y no hubo contracumbre.
Afortunadamente, los populismos latinoamericanos, que tanto daño han ocasionado, han perdido vigencia, salvo en lugares donde todo parece encaminarse a una tragedia. El nacionalismo subyace a aquellas ideas y sus resultados están a la vista.
Ernest Gellner afirmó que el nacionalismo es un principio político que sostiene la congruencia entre unidad nacional y organización política. El nacionalismo parte de una idea de nación creada por una élite. En efecto, primero aparecen los nacionalistas, luego es instaurada la nación. Entonces, el sentimiento popular, que es fundamental en este fenómeno, experimenta enojo cuando se viola aquel principio, y satisfacción cuando se lo concreta. Un movimiento nacionalista es una obra impulsada por emociones de este tipo. Es el "vamos por todo".
Esto deja afuera a gran parte de los ciudadanos y, obviamente, atenta contra la esencia de la democracia. Es común escuchar el desprecio de estos grupos por la democracia liberal. Lo que importa es la Patria. Por supuesto, la Patria como ellos la consideran y quienes no concuerdan, son traidores. Es obvia la oposición al principio de igualdad que invoca la democracia.
La legitimidad política nacionalista impone que los límites étnicos no deben contraponerse con los límites políticos. En países de mayorías nativas, puede convertirse en una injusta manera de acumular poder. Se puede observar en Zimbabue, donde ciudadanos blancos descendientes de varias generaciones nacidas allí son despojados de sus propiedades En países de inmigrantes como la Argentina, esto se acerca mucho al fascismo, máxime, cuando la idea de Patria se declara patrimonio exclusivo de alguna ideología política. Se invocan tiempos dorados y se desprecia a quienes no adscriben a su pensamiento. Hasta un plan sistemático de corrupción se defiende bajo el poncho folklórico del interés del pueblo.
Gellner sostiene, sin embargo que las naciones como medio natural otorgado por Dios, que clasifica a los hombres como inherentes a un destino político, es un mito. Un mito es un relato omnicomprensivo que explica la realidad de manera simplificada para crear sentido y dar base a la existencia de las personas. Los grandes filósofos como Platón y Aristóteles develaron el trasfondo del mito y enseñaron por primera vez que el hombre puede explicar la realidad a través de la racionalidad. El pensamiento mítico rigió el funcionamiento de la polis griega hasta que estos pensadores dieron origen a la filosofía, un nuevo método basado en la cualidad humana por excelencia: pensar.
La legitimidad política nacionalista impone que los límites étnicos no deben contraponerse con los límites políticos
Luego de siglos de teocentrismo, donde la teología guiaría al mundo, aparece el pensamiento científico, con Galileo y la Modernidad. La postmodernidad llegaría de la mano de las tragedias por el avance científico en el campo bélico y el abandono de las creencias religiosas.
Epifenómeno de la postmodernidad, llegaría la posverdad, donde no importa si los hechos son ciertos en tanto adquieren credibilidad entre la gente. Hay un regreso al mito, y el nacionalismo apela a sentimientos básicos que impactan. Como dijo Gellner, el nacionalismo a veces toma culturas que ya existen y las transforman en nuevas naciones, a veces las inventa y a menudo las destruye, como observamos en algunos países de América Latina.
Otro estudioso del tema, Anthony Smith, dijo que el nacionalismo era un movimiento elitista, de cariz ideológico. El movimiento era dirigido por un grupo minoritario que transfería conciencia política al resto de la sociedad. A diferencia de las doctrinas clasistas, se apoyaba en todos los estratos, porque la cuestión nacional era aglutinante y atravesaba verticalmente la sociedad. Smith sostuvo que era un programa de acción política y solo cuando se formulaba una reorganización del statu quo se podía hablar de un movimiento nacionalista. También es posible observarlo en nuestro continente.
Eric Hobsbawm, sin embargo, sostuvo que el nacionalismo era un fenómeno dual, construido desde arriba por una élite, pero observado desde abajo, influenciado por las esperanzas, los sentimientos y los odios del hombre común. Como en los otros autores, la unidad política y cultural debía coincidir, pero para este historiador marxista la nación no era una entidad social primaria, ni invariable. La nación era un "artefacto" de un período y contexto recientes, una invención de la ingeniería social basada en el socialismo o en los movimientos aborígenes.
Hobsbawm, conocedor de Sudamérica, cita a Gellner: el nacionalismo no es el despertar de las naciones a la autoconciencia, sino la invención de una nación donde no existe. Lamentablemente, lo que se construye sobre escombros, como quedó demostrado con la ingeniería social del comunismo o del socialismo latinoamericano, termina desmoronándose.
BASES REALES DEL NACIONALISMO
Para estos autores modernistas europeos, el nacionalismo y el Estado-nación nacieron con la Modernidad, la Revolución Francesa y el capitalismo. Según ellos, la nación no era algo "natural" sino producto de la Modernidad, ya que anteriormente solo existían diferencias étnicas particulares. Las naciones, para estos autores, no eran eternas, eran creadas.
Ellos sostienen que el proceso de modernización y el desarrollo capitalista facilitaron la emergencia del fenómeno. Fue crucial el proteccionismo al interior de los países centrales y el libre cambio como pauta para el resto del mundo. Se deberá tener cuidado hoy, cuando parece reverdecer esta visión etnocéntrica. El capitalismo necesitaba del Estado-nación y de un territorio. El Estado aseguraba la vigencia de los contratos, la seguridad jurídica, las reglas claras y previsibles hacia el futuro, en definitiva, la racionalidad para el intercambio comercial en el territorio, que conformaba un mercado común.
Al término de la Primera Guerra Mundial se produjeron cambios en la situación política internacional que favorecieron la gestación de movimientos nacionales, y que transformaron al nacionalismo en una fuerza cultural, política y social poderosa. Con el desmembramiento de los viejos imperios nació un número importante de nuevos Estados nacionales, impulsados por el principio de la autodeterminación de los pueblos predicado por Wilson.
El principio de "un territorio, un pueblo" fue adoptado como pauta universal. Estos principios fueron utilizados de manera discrecional por dirigencias diversas, para activar procesos de toda índole. Otro aspecto que potenció el nacionalismo residía en el hecho de que estos movimientos emplearon los medios de comunicación masiva para llevar su mensaje a toda la sociedad mediante la propaganda política y la creación de una simbología nacional.
Según Hobsbawm, otro hecho crucial que favoreció la difusión de los nacionalismos fue la Revolución Rusa de 1917. La reacción incentivó el nacionalismo para oponerse al avance comunista. En el campo internacional, las potencias europeas favorecieron la creación artificial de nuevos estados para aislar la amenaza soviética, en un intento por instalar un "cordón sanitario". Así, el anticomunismo también adquirió ribetes nacionalistas. Un proceso similar ocurrió en el Tercer Mundo.
El proceso de descolonización impulsó el fenómeno, transformado en movimientos de liberación nacional. Estos se extendieron en África y Asia, a veces de corte socialista y antiimperialista, a veces de carácter aborigen. Según Hobsbawm, cuando había conflicto de ideologías, la apelación a lo nacional favorecía la victoria. El nacionalismo triunfó y nacieron decenas de nuevos Estados.
Ernest Gellner aportó una sociología del nacionalismo, basado en su teoría de la transición de la sociedad agraria a la sociedad industrializada. Su tesis principal era que el nacionalismo era producto de la difusión desigual de la industrialización. Partiendo de la premisa de que la historia de Europa podía sintetizarse en el pasaje de sociedades agrarias a sociedades industrializadas, el autor afirmó que el nacionalismo tenía un carácter no natural y, en realidad, era una ideología. Descartó la presentación del nacionalismo como una fuerza antigua y sostuvo que era la consecuencia de una nueva forma de organización social.
El proceso de descolonización impulsó el fenómeno, transformado en movimientos de liberación nacional
Esta idea política aceptó la herencia cultural y étnica, pero su esencia era la búsqueda de la riqueza económica y el avance tecnológico. Los nacionalismos no solo adjudicaron valor sentimental, un sentimiento de nostalgia por un territorio "perdido", sino que conllevaban un interés económico, que no se expresaba abiertamente.
Gellner postuló que el nacionalismo no era la cultura popular, sino la cultura desarrollada que tomaba un idioma, lo difundía y buscaba la homogeneidad por medio de la limpieza étnica o la integración cultural. Si bien la condición necesaria para el nacionalismo era la sociedad industrial, en algunos pueblos se percibía que los mitos, valores y símbolos preexistentes podían estar aún presentes. Lo observamos en países vecinos.
El nacionalismo era una fuerza subversiva y revolucionaria referida a la desigual difusión del crecimiento industrial, a la humillación que provoca esta desigualdad, más que a ninguna otra razón, sostuvo el autor. La industrialización era un componente de la transición mencionada. Según Hobsbawm, a pesar de que las clases populares fueron las últimas en acceder a la plataforma nacionalista, esta nació del pueblo.
Para Gellner, esto era un error. Los operadores políticos tenían que lograr que las masas pasaran del aislamiento al activismo político, principalmente a través de la cultura. Era el paso de la cultura a la política la que movilizaría y acentuaría las diferencias. Era crucial la movilización de los estratos más bajos para la realización de un nacionalismo triunfante. Esto representaba una actitud nueva hacia el poder, pasar a la "arena política", hacia una sociedad más compleja. Lo percibimos en carne propia.
La élite estaba conformada por historiadores, filósofos, filólogos, antropólogos e intelectuales que divulgaban los valores nacionalistas y daban una pintura científica de la realidad. En la práctica, los argumentos eran manipulaciones políticas deliberadas, ya que las necesidades del momento daban sentido y condicionaban la interpretación del pasado. Lo observamos tanto en la Academia de Ciencias de Serbia como en la vernácula Carta Abierta.
Anthony Smith, antropólogo de la escuela marxista, puso el acento en la importancia de los mitos, valores y símbolos para la conformación del Estado-nación. En su descripción de este fenómeno, sostuvo que la mayoría de los pueblos donde germinó el nacionalismo apelaron a las raíces étnicas. Para Smith, estas raíces culturales eran formas premodernas que sobrevivían en la Modernidad. Este complejo de símbolos, creencias y sentimientos, la religión, la cultura, el idioma, fueron transmitidos de generación en generación, como modo de preservar la identidad.
De sus investigaciones, Smith teorizó que los grupos étnicos desarrollaban para identificarse una denominación colectiva común, un mito común de descendencia, una historia y cultura compartida, en asociación con un territorio. Estos elementos colaboraban para crear un sentido de solidaridad y pertenencia. Para comprender este proceso, apeló al concepto de "mito motor" que es la activación, construida políticamente de esos elementos de la etnicidad que fueron preservados.
Este era el plano fundante de una sociedad, la etnicidad politizada como instrumento de legitimación de un sector para obtener poder, riqueza y status. De nuevo, lo observamos en los lugares donde se politizaron los movimientos aborígenes para luchar por el poder.
Estas condiciones de origen, esta mitología política común proveía una forma y una dirección al grupo hacia sus metas e ideales. La dirigencia política se encargaba de resaltar los elementos comunes o los diferenciadores; los operadores políticos reforzaban las características particulares, dando lugar al movimiento político que movilizaba la identidad. Dejá-vu, no hacemos aquí juicio de valor, solo aplicamos la teoría a una coyuntura cercana.
A MODO DE SÍNTESIS
En conclusión, estos intelectuales sostuvieron que el nacionalismo fue anterior a la nación y que la nación fue creada por el nacionalismo. Ambos fueron producto de la modernidad y el capitalismo: una élite nacionalista creó el Estado moderno y desde allí se conformó una nación. El nacionalismo no fue algo "natural" sino una construcción.
El nacionalismo fue también explicado como una reacción a la opresión política. Estos autores sostienen que la humillación expresa más que los intereses materiales y Gellner es muy explícito: el nacionalismo deriva de la acción de un grupo social que está en desventaja dentro de un espacio cultural unificado. Lo observamos con dolor en nuestra América.
La Cumbre del G20 nos recuerda los peligros del nacionalismo y sus tentadoras herramientas políticas. El lavado documento firmado por los líderes mundiales intenta paliar esos peligros, apuntalando la idea de una cooperación internacional en aquellos conflictos que no pueden ser resueltos sin consenso universal.
Estos conceptos fueron enseñados muchos años por un gran profesor en la Universidad de Buenos Aires, el Doctor Norberto Méndez, a quien rendimos un sentido homenaje. ¡Qué bien vendría conocer hoy la opinión de aquel culto hombre del peronismo, en momentos en que varios experimentos nacionalistas se dirigen hacia un final trágico, mientras que otros parecen reverdecer en naciones poderosas!
*El autor es Coronel (R) del Ejército Argentino, veterano de Malvinas y oficial de Estado Mayor.
**La versión original de esta nota fue publicada en la revista DEF N. 124
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