"Bolsonaro es una amenaza para el planeta" (El País, 17/10/2018). "Jair Bolsonaro y la perversión del liberalismo" (The Economist, 27/10/2018).
"Las políticas del odio marcan un retorno de Brasil al pasado" (The Washington Post, 30/10/2018). "Brasil, preso de la tentación del autoritarismo" (Le Figaro, 30/7/2018). "Bolsonaro y el ascenso de la extrema derecha" (The Guardian, 1.º/11/2018).
Ese fue el tono utilizado por los principales medios internacionales para describir la llegada al poder de este exmilitar de 63 años que, hasta hace pocos meses, aparecía como un outsider que buscaba captar en las urnas el hartazgo de una sociedad sacudida por la corrupción, golpeada por la violencia delictiva y huérfana de liderazgos.
En rigor, no se trata de una figura nueva de la política brasileña, ya que ocupó en forma ininterrumpida, desde 1991, una banca de diputado federal en representación del estado de Río de Janeiro, con el récord de haber transitado por seis formaciones políticas diferentes antes de recalar, a principios de este año, en el Partido Social Liberal (PSL).
La condena a doce años de prisión y la inhabilitación por parte del Tribunal Supremo Electoral (TSE) del expresidente e histórico líder del Partido de los Trabajadores (PT), Luiz Inácio Lula Da Silva, quien se ubicaba a la cabeza de todos los sondeos preelectorales, allanaron el camino de Jair Bolsonaro, candidato de la coalición de derecha "Brasil encima de todo, Dios encima de todos", conformada por el PSL y por el Partido Renovador Laborista Brasileño (PRTB), al que pertenece el vicepresidente electo, el exgeneral Hamilton Mourão.
La victoria en el balotaje del pasado 28 de octubre, con el 55,54 % (57,8 millones de votos), convierte a Bolsonaro en el segundo presidente más votado de la historia demócratica del país, únicamente superado por Lula en la segunda vuelta de 2006, cuando el exmandatario alcanzó el 60,82 % (58,3 millones).
Un voto que refleja la fragmentación social
Una radiografía del voto muestra la fragmentación de la sociedad brasileña. Bolsonaro se alzó con el triunfo en 15 estados y el distrito federal. Por su parte, el candidato del PT y de la alianza de izquierda "Un pueblo feliz de nuevo", Fernando Haddad, consiguió retener los nueve estados del nordeste en los que se había impuesto en la primera vuelta y sumó Tocantins y Ceará.
En este último, en el primer turno se había impuesto Ciro Gomes, quien quedó tercero en la elección nacional (12,47 %) y fuera de la segunda vuelta. El 44,86 % conseguido por Haddad en el balotaje reflejó el apoyo de la base histórica del PT y una porción del electorado moderado, pero no fue suficiente para descontar la amplia ventaja que le llevaba Bolsonaro (quien se había impuesto en el primer turno con el 46,03 %, contra el 29,28 % de Haddad). De todos modos, el gran derrotado de estos comicios fue el favorito de los mercados, el exgobernador de San Pablo, Geraldo Alckmin, candidato del Partido de la Socialdemocracia Brasileña (PSDB), quien quedó en cuarto lugar con apenas el 4,76 %.
Un pormenorizado análisis del experto español en periodismo de datos Kiko Llaneras, publicado en el diario El País de Madrid el pasado 31 de octubre, da cuenta del componente socioeconómico de la polarización política en el país: en el balotaje, Jair Bolsonaro obtuvo hasta el 75 % de los votos en municipios con niveles de ingresos medios o altos y conquistó el 85 % de los distritos municipales con mayoría de población blanca; en tanto que Haddad, se impuso en nueve de cada diez municipios con ingresos inferiores a los 200 reales (alrededor de 2000 pesos argentinos) y en el 75 % de las localidades en los que la población negra o mestiza es mayoría.
Otro aspecto que refleja la brecha social del voto es su desagregado según la tasa de alfabetismo de los electores: Bolsonaro ganó con holgura en los municipios en los que dicho índice no alcanza el 10 % , mientras que Haddad se impuso con claridad en aquellos en los que más del 20 % de los habitantes son analfabetos.
El resurgimiento de la derecha populista
El ascenso de un líder derechista que se presenta como la antítesis de los desgastados partidos políticos tradicionales no es nuevo en el país. En su libro Izquierda y derecha en el electorado brasileño (EDUSP, 2002), el sociólogo y profesor de Ciencias Políticas de la Universidad de San Pablo (USP), André Singer señalaba: "En países de fuerte desigualdad social, como es el caso de Brasil, hay siempre un espacio abierto para el surgimiento de una derecha populista".
Enfocado en el ascenso al poder de Fernando Collor de Melo en 1989, el autor hacía en su obra una lúcida descripción de ese tipo de liderazgos: "La derecha populista predica cambios y, en ese sentido, no es conservadora; esto es, no tiene un discurso contrario a las transformaciones sociales". Sin embargo, aclaraba, la pretensión que tienen estos sectores es "reforzar la autoridad del Estado, en la expectativa de que los cambios se den de arriba hacia abajo, sin riesgo de inestabilidad social".
Más allá de las diferencias entre ambos y de que al momento de presentar su candidatura Collor –quien era gobernador del estado de Alagoas– había logrado tejer alianzas con sectores de la derecha tradicional brasileña, su campaña y la de Bolsonaro presentan una gran similitud. Singer recuerda que, en el tramo final de la carrera electoral, Collor adoptó "un discurso abiertamente anticomunista", en el cual acusaba a la izquierda de "intentar confiscar los ahorros personales y dividir las casas con más de dos o tres cuartos, en caso de llegar al poder".
No fue muy distinto el tono adoptado por Bolsonaro en esta última campaña, en la que arremetió con virulencia contra el PT, al que acusó de "flirtear con el socialismo, el comunismo, el populismo y el extremismo de izquierda". También afirmó que, mientras se mantuvo en el poder entre 2003 y 2016, aquella fuerza política "financió dictaduras a través del BNDES" (Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social), en clara referencia a los vínculos que el PT mantuvo con los gobiernos de Cuba y Venezuela.
El discurso de la seguridad
Las proclamas de Bolsonaro, que impulsaron su popularidad en las semanas previas a las elecciones, apuntaron a lo que definió como su principal desafío: el combate contra la violencia delictiva. En su plan de gobierno, al hablar de los "valores y compromisos", el nuevo presidente de Brasil señala: "Los frutos materiales de las elecciones de vida de las personas, si son generados de manera honrada en una economía de libre iniciativa, tienen un nombre: ¡propiedad privada! Su celular, su reloj, sus ahorros, su casa, su moto, su auto y su tierra son fruto de su trabajo y de sus decisiones. ¡Son sagrados y no deben sufrir robos, invasiones o expropiaciones!".
Allí considera como una "mentira de la izquierda" la afirmación según la cual la policía sería la responsable de la mayoría de los crímenes en el país. Por el contrario, Bolsonaro califica como "héroes nacionales" a los caídos en lo que define como una "guerra" cuya consecuencia es el actual "exterminio de brasileños".
En ese sentido, sus propuestas más polémicas incluyen: la reducción de la edad de imputabilidad por delitos penales a 16 años; la reforma del denominado "Estatuto del Desarme" para flexibilizar el acceso de la población civil a las armas y su uso en "legítima defensa"; y el encuadramiento de la invasión de propiedades tanto urbanas como rurales dentro del delito de "terrorismo".
También se plantea acabar con el régimen de progresión de penas y con el sistema de salidas temporarias que beneficia a presos con buena conducta que han cumplido parcialmente sus condenas. En consonancia con el giro ideológico que él representa, se propone un "redireccionamiento de la política de derechos humanos, priorizando la defensa de las víctimas de la violencia".
Privatizaciones y apertura de la economía
En el plano económico, la designación del "Chicago boy" Paulo Guedes como ministro de Hacienda, Planificación e Industria marca un drástico giro hacia ideas ortodoxas de apertura de la economía, reducción del déficit fiscal y achicamiento del Estado. En su programa, Bolsonaro repite el clásico mantra del liberalismo: "Con más empresas compitiendo en el mercado, la situación del consumidor mejora y él puede acceder a más opciones, de mejor calidad y a un precio más barato".
En cuanto a la macroeconomía, el diagnóstico es contundente y parece justificar un ajuste draconiano: "Los corruptos y populistas nos legaron un déficit primario elevado, una situación fiscal explosiva, con bajo crecimiento y elevado desempleo. Necesitamos alcanzar el superávit primario ya en 2020". Para entender la dimensión de ese objetivo, cabe recordar que el punto de partida es un déficit primario previsto para el próximo año del orden de los 139.000 millones de reales.
Si bien a mediados de la década del 90 Brasil había iniciado una serie de reformas que incluyeron la privatización de empresas públicas –como la emblemática Vale do Rio Doce (actual Vale) y la telefónica Telebrás–, el camino anunciado por Guedes se centra en el logro de la "estabilidad macroeconómica" y, para eso, no escatimará esfuerzos en reducir el Estado y vender empresas públicas. De hecho, anunció la creación, dentro de su Ministerio, de una Secretaría de Privatizaciones.
"El debate sobre la privatización –especifica el programa del nuevo presidente– obedece, más que a una cuestión ideológica, a la eficiencia económica, el bienestar y la distribución del ingreso". Al respecto, lejos de cualquier referencia a algún tipo de inversión social, manifiesta que "todos los recursos obtenidos de las privatizaciones y concesiones deberán ser obligatoriamente utilizados para el pago de la deuda pública".
Para el estratégico cargo de presidente del Banco Central, Bolsonaro propuso al Senado el nombre de Roberto Campos Neto, procedente del sector privado y quien se venía desempeñando como ejecutivo de la filial local del Banco Santander, donde ha desempeñado distintas funciones en los últimos 18 años. Por otro lado, y por paradójico que pueda parecer, el exministro de Hacienda de Dilma Rousseff, Joaquim Levy, será el nuevo titular del BNDES, entidad que asumirá –de acuerdo con el programa de Bolsonaro– funciones de "Banco de inversión" del Estado y garante del valor de los activos públicos. Luego de su salida del gobierno de Dilma –donde permaneció solo un año entre enero y diciembre de 2015–, Levy ocupó el cargo de Director Gerente y CFO del Grupo Banco Mundial, en Washington.
El "efecto Moro" y la lucha contra la corrupción
Más allá del nuevo rumbo económico y del peso que –tal como se había anticipado durante la campaña– tendrá Paulo Guedes en el nuevo gobierno, no caben dudas de que la mayor sorpresa ha sido la designación del juez federal Sérgio Moro como futuro ministro de Justicia, Seguridad y Lucha contra la Corrupción, quien fuera el azote de Lula, al que condenó en primera instancia a nueve años y medio de prisión (luego elevados a doce por el tribunal de segunda instancia) por los delitos de "corrupción pasiva" y "lavado de dinero", en el marco del proceso conocido como Lava Jato que descubrió una gigantesca trama de sobornos y negociados del PT y sus aliados con un cártel de empresas contratistas de Petrobras encabezadas por Odebrecht.
"La perspectiva de poner en marcha una agenda fuerte de lucha contra la corrupción y el crimen organizado, con respeto a la Constitución, la ley y el derecho, me han llevado a tomar esta decisión", aseguró el entonces magistrado al comunicar su aceptación del cargo que le fue ofrecido por Bolsonaro apenas consiguió imponerse en el balotaje.
"En la práctica, aceptar esta invitación significa consolidar los avances de la lucha contra el crimen y la corrupción de los últimos años", añadió este admirador del fiscal Antonio Di Pietro, quien fuera uno de los impulsores de la operación Mani Pulite ("Manos Limpias") que, a comienzos de los 90, arrasó con la histórica clase dirigente italiana de la posguerra y cambió para siempre la forma de hacer política en ese país europeo.
No faltó quien recordara que Moro había dicho, apenas dos años atrás, que nunca ingresaría en política. Lejos de cualquier autocrítica, el ahora exmagistrado aclaró que no pretende disputar en el futuro ningún cargo electivo y que su participación en el nuevo gabinete será en "un cargo predominantemente técnico".
Como era de esperarse, las reacciones más furibundas provinieron del PT, cuya presidenta a nivel nacional Gleisi Hoffmann denunció la supuesta maniobra de Moro, a quien acusó de haber ayudado a Bolsonaro a ganar la elección, primero al condenar y provocar la inhabilitación de la candidatura de Lula y luego, al dar a conocer, en pleno proceso electoral, la declaración en calidad de arrepentido de su exministro Antonio Palocci, quien implicó a Lula en acuerdos espurios con Odebrecht y confirmó que él era efectivamente el dueño del tríplex de Guarujá, que puso en jaque al otrora hombre fuerte del PT.
Un nuevo eje geopolítico, lejos del Mercosur
Bolsonaro y su futuro ministro de Hacienda, Paulo Guedes, han dejado claro ante la prensa que el Mercosur no será una prioridad en su gobierno. En la plataforma electoral, bajo el título "El nuevo Itamaraty", se habla de "redireccionar el eje" del comercio exterior de Brasil y se hace hincapié en la preferencia por las "relaciones y acuerdos bilaterales", lo que permite inferir que el bloque subregional fundado en 1991 no responde al modelo de inserción regional e internacional que ellos predican.
Tal como se enuncia en el programa de campaña de Bolsonaro, el objetivo será "fomentar el comercio exterior con países que puedan agregar valor económico y tecnológico a Brasil". Finalmente, en una clara alusión a los gobiernos de Cuba y Venezuela, queda claro que no habrá lugar en el nuevo gobierno para "acuerdos comerciales espurios con "dictadores latinoamericanos".
Bolsonaro y su futuro ministro de Hacienda, Paulo Guedes, han dejado claro ante la prensa que el Mercosur no será una prioridad en su gobierno.
Con solo echar un vistazo a los últimos tweets de Bolsonaro, no quedan dudas de cuáles son sus modelos en el escenario mundial: el mandatario estadounidense Donald Trump; el primer ministro isaraelí Benjamin Netanyahu –quien agradeció al presidente electo por su decisión de trasladar la sede de la Embajada de Brasil a Jerusalén–; el ministro del Interior italiano, Matteo Salvini; y el polémico premier húngaro, Víktor Orbán, de quien elogió su política de cierre de fronteras.
Si algo faltaba para confirmar este viraje ideológico y geopolítico, fue el mensaje transmitido por uno de sus hijos, el diputado federal Carlos Bolsonaro, quien manifestó que trabajarán junto a Steve Bannon, ex estratega de campaña de campaña de Trump y decidido impulsor del populismo de derecha en Europa, y unirán fuerzas "contra el marxismo cultural". Está aún por verse cuáles serán los resultados de su gobierno. De lo que nadie duda es de que marcará un antes y un después en la historia democrática del gigante sudamericano.
LEA MÁS:
*La versión original de esta nota fue publicada en la Revista DEF N. 124