En una entrevista exclusiva con DEF, el reconocido especialista en temas de justicia transicional, Charles Villa-Vicencio, brindó detalles de la labor histórica realizada en los 90 en Sudáfrica y respondió a las críticas que aún pesan sobre el modo particular de abordar la justicia que encontró su nación en aquella época, en especial sobre el otorgamiento de amnistía a los criminales.
"El foco estaba puesto en la justicia reparadora, en crear una sociedad en donde las atrocidades del pasado no volvieran a pasar", subrayó Villa-Vicencio, quien explicó que su apuesta fue por la construcción de una nación en donde antiguos enemigos pudieran aprenden a vivir juntos, sin que esto necesariamente implicara perdonar los crímenes cometidos, algo que consideró "mucho pedir" a las víctimas de atrocidades como las vividas bajo el régimen racista.
Para el académico, la reconciliación y la búsqueda de la verdad de lo sucedido era el único camino posible para evitar que continuara el baño de sangre, en un contexto aún inestable en los primeros días de la presidencia de Mandela. "Obtuvimos tanta justicia como fue posible", aseveró.
-¿Cómo se convirtió en director nacional de investigaciones de la Comisión para la Verdad y la Reconciliación de su país?
-Me involucré profundamente en la lucha contra el apartheid. Era profesor en la Universidad de Ciudad del Cabo (UCT) en el momento en que Mandela estableció la Comisión, y me dijeron que me postulara para el puesto de director nacional de investigación. Lo hice y lo obtuve, por suerte. Debo decir que fue el mejor y el peor trabajo de mi vida.
-¿Cuál era el mandato de la Comisión?
-Sin entrar demasiado en cuestiones técnicas, el mandato era proveer una síntesis de la historia de la lucha en Sudáfrica desde 1960, que fue cuando tuvo lugar la masacre de Sharpeville (NdR: la policía abrió fuego contra una manifestación que protestaba contra el apartheid), hasta el momento en que Mandela asumió como presidente. Teníamos que iniciar un diálogo nacional. Invitamos a todo aquel que quisiera contar su historia, a las víctimas o sobrevivientes, pero también a los perpetradores, a ellos les dijimos: "Son bienvenidos a acercarse y contar sus historias y, de hecho, si el panel de jueces del Alto Tribunal considera que dicen la verdad, obtendrán amnistía". Unas 7000 personas solicitaron amnistía y unas 1200 la recibieron.
-¿Qué condiciones debían cumplir para recibir amnistía?
-Era una larga lista, pero básicamente, la ofensa que hubieran cometido tenía que ser de naturaleza política, tenía que haber sido cometida dentro de un cierto período, y tenían que decir la verdad, reconocer sus actos en público, someterse a un interrogatorio en frente de las víctimas –si ellas así lo querían–. Si luego el panel de jueces consideraba que estaban diciendo la verdad, se les daría amnistía.
-¿Las víctimas tenían voz?
-Sí, ciertamente. Pero si la víctima decía: "No, esa persona no debe recibir amnistía", eso no contaba. La respuesta de la víctima sí era tenida en cuenta en lo relativo a la veracidad de lo que el victimario dijera, pero en última instancia, era el panel de jueces el que decidía si se había cumplido o no con los requisitos que establecía la ley para poder acceder a la amnistía.
Si el panel de jueces consideraba que (los acusados) estaban diciendo la verdad, se les daba amnistía
-Muchos cuestionan que este sistema dejó que los victimarios salieran impunes…
-Sí. Les permitió a algunos salir impunes. Pero tengo una anécdota al respecto. Una vez concluida la Comisión, entrevisté a un oficial de policía de alto rango y hablamos sobre este tema justamente. Él había obtenido amnistía, era un caso muy controvertido, pero finalmente la había obtenido, y me dijo: "No puedo entrar al supermercado sin que alguien le diga a sus hijos '¿sabés quién es ese hombre?'. Mis hijos van a saber de esto, mis tataranietos van a leer sobre esto algún día". Es un castigo diferente, algunos dirían que más duro, pero no, no tuvieron una condena penal.
Culturas diferentes
-Llama la atención el carácter comunitario del proceso, que prima sobre el individual…
-Sí. Sudáfrica, en tanto país africano, es más comunitario que los países occidentales. Occidente tiene un enfoque acusatorio, mientras que en África es distinto, se apunta a que la persona vuelva a insertarse en la sociedad, siempre y cuando esté lista para hacerlo, sin que haya necesariamente un procesamiento.
-¿Cómo le explica esto a un occidental?
-Es difícil. Sudáfrica es parte de África, pero es posiblemente uno de los países africanos más occidentalizados, por lo cual nosotros también tuvimos nuestras dificultades con este enfoque. En países como Uganda o Ruanda existe todo un mecanismo cultural por el que un victimario tiene que atravesar y que lo habilita a obtener amnistía. Básicamente, es un enfoque que sostiene que es tarea de la sociedad permitir que la persona, el victimario, reconozca su culpabilidad, se enderece, y regrese a la sociedad.
-¿Y fue un mecanismo público, abierto?
-Sí, es público, todos son parte. Una de las características más destacables de la Comisión es que fue instituida a partir de una ley del Parlamento, que tenía una mayoría abrumadora de negros. El Congreso Nacional Africano (ANC), que era el partido gobernante, tenía una mayoría de dos tercios en el parlamento y votó abrumadoramente a favor de la Comisión, argumentando que necesitábamos un período de sanación en el que conociéramos lo sucedido en el pasado para poder avanzar.
-Es un mecanismo distinto al que se dio en Argentina con el juicio a las Juntas…
-Una vez concluida la labor de la Comisión, muchos fuimos invitados a dar conferencias alrededor del mundo. Recuerdo haber tenido en una de ellas una fuerte confrontación con un grupo de argentinos, que estaban muy enojados al oírme hablar de reconciliación. Hay que ser realistas, si querés reconstruir un país no vas a poder procesar a cada tipo malo, no vas a tener ni el dinero ni los recursos ni el tiempo, van a estar muertos antes de que llegues a hacerlo. Pero algo hay que hacer, eso está claro.
En Sudáfrica hubo un gran debate. Estaban los que decían que teníamos que avanzar teniendo como modelo a los Juicios de Nuremberg. En aquel momento le pregunté a Thabo Mbeki, que luego se convirtió en en el segundo presidente post-apartheid, qué planeaba hacer con los victimarios, y su respuesta fue: "Vamos a colgarlos a todos". Si queríamos una salida negociada, esto era imposible, así, los grandes jefes y generales en el poder no iban a dejar las armas. Por su parte, el viejo régimen, en particular quien fuera presidente, Frederik de Klerk, proponía el olvido, la amnesia, "mirar para adelante, dejar todo en el pasado". Eso tampoco era posible. Entonces, no podíamos llevar adelante los juicios, no podíamos simplemente olvidar, teníamos que buscar una tercera opción, intermedia. Analizamos el caso de Argentina y de Chile, nos reunimos con expertos, y creo honestamente, que mejoramos lo que se había hecho allí. Pusimos nombre y apellido a los victimarios, invitamos a las víctimas a participar y a enfrentarlos. Se dijo que estábamos ofreciendo verdad por justicia.
-Sin embargo las críticas persisten…
-Fue una situación muy compleja y hay quienes aún hoy en día son muy críticos. A ellos yo les respondo: ¿Cuál era la alternativa? Sudáfrica se podía haber convertido en un baño de sangre que habría hecho que Ruanda pareciera una cosa de nada. Tuvimos que encontrar un camino, forjarlo. Cometimos errores, no fue perfecto, pero puso en marcha el proceso.
Objetivo pendiente
-¿Cómo se relaciona la justicia con la reconciliación en este enfoque?
-Hay una gran discusión sobre qué viene primero, la paz o la justicia. Creo que la respuesta fácil es que no se puede tener justicia sin paz. Hay que parar la lucha para poder tener algún tipo de orden público. Más allá de esto, considero que hay tres conceptos que forman un todo: justicia, verdad y reconciliación. En aquel momento aposté fuertemente por la reconciliación, pero aclarando siempre que reconciliación no equivale a perdón. Es muy difícil pedirle a alguien que perdone cuando ha sido víctima de grandes atrocidades. Es mucho pedir.
La reconciliación es más que la mera coexistencia. Porque la coexistencia significa que puedo caminar de mi lado de la calle y mi enemigo del otro, sin hablarnos, sin cooperar. Si bien es poco, es un gran avance respecto a estarse matando los unos a otros. Si uno de los extremos es la coexistencia, el otro es el perdón, la voluntad de amar al otro, de confiar en el otro, pero la mayoría de la gente no puede llegar a este punto. Para mí, la reconciliación es una situación en la que antiguos enemigos y adversarios aprenden a vivir juntos, es el comienzo de un intento de confiar en el otro… Una clave en esto es la empatía, el poder proyectarse en la mente, en el alma de mi enemigo, el poder entender lo que pasaba en su cabeza cuando hacía las atrocidades que hacía, y que él haga lo mismo conmigo. Una vez que miraste a los ojos al otro, nunca podés volver a mirar para otro lado. El objetivo de la Comisión, que no se alcanzó, fue lograr esta nueva sociedad.
-¿Por qué no se alcanzó?
-Bueno, obtuvimos tanta justicia como fue posible. Nuestro foco estaba puesto en la justicia reparadora, en crear una sociedad en donde este tipo de atrocidades que habían tenido lugar en el pasado no volvieran a pasar. Creo que lo hicimos razonablemente bien.
Accedimos a muchas verdades, a mucha información que no se sabía, y la expusimos por escrito, en la televisión, en los diarios, fue un buen trabajo. Pero fallamos en que ese proceso de reconciliación asegurara que el gobierno cumpliera las promesas hechas en la Constitución y por la Comisión misma. Elaboramos una larga lista de recomendaciones, que, en su mayoría, fueron ignoradas.
Recuerdo haber tenido una fuerte confrontación con un grupo de argentinos que estaban muy enojados al oírme hablar de reconciliación
-¿Qué incluían esas recomendaciones?
-Sugerimos no solo reparaciones a nivel individual, sino comunitarias, como la creación de escuelas, hospitales y centros de orientación. El gobierno no las cumplió y al día de hoy hay un montón de gente que vive en la pobreza más terrible. Si en 1994 la grieta, el abismo sin fondo, era el racismo, hoy es el clasismo. Si hoy hubiera, Dios no quiera, una revolución en Sudáfrica, no sería entre blancos y negros, sino entre los que tienen y los que no. Y encima de eso, tenemos como presidente a Jacob Zuma, quien en mi opinión es el líder más corrupto de África.
-¿En su opinión, la situación que atraviesa Colombia con el desarme de las FARC es similar a la experiencia de Sudáfrica?
-Es similar. No sabemos aún qué va a pasar, es muy pronto. Espero que Colombia lo logre. No veo ninguna garantía de que los miembros de las FARC que van a entrar en política no vayan a ser tan corruptos como lo han sido algunos miembros de la ANC, en particular Zuma. En ambos casos se logró cerrar un acuerdo, un acercamiento. Creo que en el caso de Sudáfrica fue tan inesperado como lo está siendo el de Colombia. Las transiciones son carreras de larga distancia, si te caes y te quebrás una pierna, te levantás, la curás y seguís corriendo.