La relación entre ciencia y pueblo siempre fue interesante. ¿Cómo transmitir a las grandes masas los avances que un país hace sobre, por ejemplo, energía nuclear? ¿La pregunta es elitista por suponer que hay una llama, la llama de Prometeo, que debe descender a los mortales? Pero ¿acaso la palabra “divulgar” no significa “llevar al vulgo”? Estas y otras cuestiones surgen con la lectura de Mundo Atómico: una revista argentina de divulgación científica (1950-1955), de la investigadora Clara Ruocco.
Mundo Atómico fue una revista de la década del 50, un órgano vital de divulgación científica del gobierno peronista surgido a partir de la creación de la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA). En sus páginas, se difundían los avances en el campo de la nucleónica, pero también había secciones de arte, cultura y biodiversidad. Setenta años después, a su estudio se dedicó Clara Ruocco, licenciada en Letras y editora de la revista Velociraptors, una publicación de culto que resulta del cruce entre ficción y tecnología. En este libro, ganador del concurso de becas de investigación “Josefa Emilia Sabor”, convocado por la Biblioteca Nacional Mariano Moreno en 2017, la autora emprende un análisis exhaustivo de Mundo Atómico, a partir del cual se puede reconstruir una época y un modo de hacer periodismo de divulgación.
-¿Cómo surgió tu interés por Mundo Atómico?
-Por un lado, la relación entre popularización científica y mercado editorial, en general, es algo que me interesa desde mis comienzos como editora independiente de Velociraptors, una revista coleccionable de ficción y reflexión, en los cruces de la naturaleza, la ciencia, la tecnología y lo extraño. Pero, específicamente, me interesé en la revista Mundo Atómico (MA) por primera vez en 2014, cuando me puse a indagar en la historia del desarrollo nuclear argentino, a la luz de la entrada en funcionamiento de la Central Nuclear Atucha II ese mismo año. En ese sentido, esta revista aparecía nombrada en la bibliografía local de los estudios de la ciencia y la tecnología como una fuente documental donde encontrar algunas huellas de los primeros pasos dados por la Argentina en el campo nuclear, allá por la década del 50. Pero, cuando pude verla, tocarla, hojearla y distraerme con los ejemplares impresos de MA, ese aspecto documental desde el cual era frecuentemente recuperada resultó menos llamativo para mí que la revista en sí misma, que presentaba unos rasgos y unas características deslumbrantes, pero que nadie aún había relevado o sistematizado en algún estudio.
De esta forma, si al comienzo me había acercado a MA como acercándome a una “cantera” de información sobre un proceso social más amplio –es decir, la historia de las actividades nucleares en Argentina–, cuando finalmente tuve la posibilidad de sistematizar mi interés en ella, me entregué de lleno al análisis de esos rasgos propios. La beca Josefa Emilia Sabor de la Biblioteca Nacional Mariano Moreno me permitió también profundizar mi análisis justamente en esa dirección. Ya que, además de una investigación, principalmente debía confeccionar una serie de índices, lo que me ayudaba a seguir buceando sobre el valor de esta peculiar iniciativa editorial, al identificar autores, temas abordados, entre otras cosas.
-¿Cuál es el enfoque del libro?
-Como decía antes, la clave de mi lectura abraza la revista Mundo Atómico menos como una “fuente” de un momento determinado de la historia del campo científico-tecnológico nuclear y mucho más como un monumento del periodismo de divulgación científica desarrollado en el país. Lo que quiero decir es que la indagué menos como un medio para estudiar otra cosa y más como un fin en sí misma; como un artefacto cultural complejo que, dentro de las iniciativas de popularización científica locales, merecía ser estudiada por una suerte de valor que, para mí, se desprende de un conjunto de elementos admirables a la hora de comunicar ciencia y tecnología a audiencias amplias, tarea que hoy día, setenta años después de publicada esta revista, sigue siendo muy desafiante. En ese sentido, MA, por ejemplo, ofreció un vistoso contrapunto al tema científico-tecnológico abordado en los artículos.
-¿Qué encontraste cuando te zambulliste en las diferentes ediciones?
-Encontré perlas visuales insoslayables que involucran desde las magníficas portadas del artista santafesino Ascanio Marzocchi Paz hasta fotografías espeluznantes a cuatro colores de operaciones a corazón abierto, pasando por protoinfografías dibujadas a mano, fotomontajes para realizar un buen trabajo de taxidermia en casa o fotos de una estación de altura en la cordillera, tomadas por la pionera local de la fotografía de montaña Ana Rovner de Severino. Vale decir que, si bien el universo de las actividades nucleares fue, sin duda alguna, el gran aglutinante de Mundo Atómico, la revista repasó un arco muy amplio, muy heterogéneo y muy sorprendente de asignaturas, mientras que, a su vez, trató de entrelazar el universo científico dentro del marco más amplio de la cultura de un país presentado de manera radiante –porque, además, hay que sumar el recuento de noticias propias de la “Arcadia” peronista: relatos sobre el Pulqui II, la locomotora justicialista, los planos de un potencial monumento al descamisado o los anuncios sobre los supuestos descubrimientos del físico austríaco Ronald Richter en la isla Huemul, entre tantísimos otros materiales interesantes–. En Mundo Atómico, también pueden leerse artículos de divulgación de muchos académicos que, con el paso de los años, serán eminencias dentro de sus campos de trabajo. En fin, mi abordaje sencillamente intentó inventariar y dar cuenta de esta amalgama de materiales.
-En otra ocasión señalaste que Mundo Atómico suele analizarse como “una revista de la saga [de revistas] justicialista[s]”, pero que se puede poner en relación con aspectos más amplios. ¿Qué aspectos de la cultura argentina del siglo pasado emergen en Mundo Atómico?
-Creo que la revista, además de servirnos como material para rastrear el rol particular que las primeras administraciones peronistas pensaron para la energía nuclear, también nos deja avizorar algo del convencimiento –tal vez, demasiado optimista– propio de algunos actores de Occidente después de la Segunda Guerra Mundial en la energía nuclear y en los avances de la ciencia. En ese sentido y más allá de los trazos propios, Mundo Atómico se hace eco de un horizonte de expectativas desarrollistas que veían en la incipiente energía nuclear la solución a los problemas que afectaban “a los transportes, a las industrias, a las faenas agrícolas, a las fábricas de fluido eléctrico y a la medicina”.
-A nivel general, ¿qué partes de una revista o publicación pueden leerse como indicios para entender una época?
-Me parece que el abordaje de revistas desde la historia intelectual o desde los estudios culturales interesados en dar cuenta de diversos procesos propios de una época últimamente dejó de considerar las revistas como meros receptáculos de donde extraer, por ejemplo, los primeros textos de un autor tal, para pasar a reconocer las revistas como actores colectivos que desempeñaron un rol relevante en la construcción de diversas tramas culturales de una región o de un campo disciplinar. En ese sentido, a veces es más interesante no tanto posarse sobre una parte en particular, sino contrastar una parte con otra, como por ejemplo, contrastar el editorial –donde la revista expone lo que quiso ser– con el índice –donde, como dice Horacio Tarcus, queda evidenciado lo que la revista efectivamente fue–. En mi caso, algunos indicios significativos para el tipo de análisis que quería hacer fueron apareciendo en base a una suerte de efecto de resonancia entre mi rol como editora de revistas y la lectura detenida de la revista. Hay partes que a mí me llaman la atención y me parecen interesantes para el análisis que, muy probablemente, a otro analista interesado en otra cosa les parecen una pavada o las pase por alto. Así, a mí me llamó la atención todo el aparato de paratextos –es decir, todo lo que rodea al texto–, donde, en artículos muy específicos con mucha información técnica, se ocupaban menos de glosar estas informaciones y más de hacer una suerte de bajada de línea cuasidirigista, vinculada con lo importante que era para la Argentina dedicarse al estudio de tal o cual fenómeno. En ese sentido, esas huellas paratextuales, entre otras cosas, nos hablan de lo importante que fue para quienes hacían la revista el compartir con sus lectores el convencimiento de cómo el campo científico y la energía nuclear podrían ofrecer soluciones vitales a los problemas vinculados con el desarrollo y el crecimiento de la Argentina como país.
-¿Encontrás, en el análisis de Mundo Atómico, diálogos y resonancias con el contexto actual?
-En alguna medida, sí. Por ejemplo, en MA aparece un artículo originalmente publicado en Scientific American que debate la efectividad de la vacuna contra la polio –por entonces, recientemente desarrollada por Jonas Salk–, y que tiene cierto efecto de resonancia con algo de los debates actuales sobre las campañas de vacunación como la opción más viable para contener una pandemia. Al leer ese artículo publicado 70 años atrás, una tiene la sensación de que ese texto está hablando de “lo mismo” que hablamos hoy frente a las vacunas contra el COVID-19.
Pero, más allá de lo específicamente pandémico, tal vez esta revista funcione como una especie de monumento de la popularización científica local que, con su presencia y su tono algo optimista, nos recuerda, nos insiste en la necesidad de incluir a la comunidad académica, científica y tecnológica dentro de las variables claves del desarrollo soberano, siempre que –parafraseando el Segundo Plan Quinquenal peronista del que la revista se hace eco– entendamos que la actividad científica y tecnológica son bienes individuales que vale la pena poner en función social.
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