Por primera vez, la humanidad en su conjunto vivió un año, el 2020, durante el cual todo el planeta conoció el peligro y la muerte de cerca. No hubo quien lo mirara por televisión y no experimentara esa sensación única de compartir el virus, ese microscópico ser, muchas veces mortal, que paralizó la vida, la economía, la cotidianidad y el plan a futuro de cada uno de nosotros. Hubo, creo que de manera generalizada, un pensamiento, mágico y sin fundamento, de que, de inmediato, vendrían tiempos mejores y que, en 2021, veríamos la luz al final del túnel. Si bien la ciencia y la tecnología han hecho proezas que se consideraban imposibles, como concebir varias vacunas en tiempos insuperables, la realidad es que acá estamos, aún en la trinchera, en vela ante la mutación y la peligrosidad de nuevas cepas, cuyos nombres son sinónimo de peligro y muerte, casi como si estuviéramos por volver al principio de la crisis.
Mientras atravesamos la contingencia, ensimismados en ella, la mayoría de los mortales vemos solo un poquito más allá del mínimo horizonte cercano. Algunos privilegiados científicos, filósofos, tecnócratas e intelectuales intentan imaginar el futuro pospandemia. Ese mundo que, ya sabemos, será diferente a todo lo vivido, un mundo flexible e híbrido, donde miles de cambios que se aceleraron durante este proceso llegaron para quedarse y obligarán a dirigentes, organizaciones y al ciudadano común a hacer infinitos esfuerzos para adaptarse e incorporarse a un nuevo sistema global, a riesgo de quedar fuera de él, con consecuencias cuyos costos son hasta difíciles de prever. Estamos viviendo un momento histórico: compartimos todos el nacimiento de la era de los pandemials, un mundo donde quizás más importante que saber sea poder aprender, poder adaptarnos a nuevas capacidades, donde “el saber” quedará vetusto en tiempos cada vez más cortos, tiempos inciertos, desconcertantes y en una transición global que provoca angustia y parálisis de cara a un futuro de crecimiento exponencial que pocos cerebros pueden dimensionar.
Quizás la clave de esa angustia existencial radica en ese concepto de “crecimiento exponencial” del que muchos hablan, pero pocos pueden conceptualizar. Uno de los que razonó al respecto fue el futurólogo estadounidense Richard Buckminster Fuller, quien desarrolló la llamada “curva de la duplicación del conocimiento”. Según esta teoría, a partir del año 1 d. C., se tardó 1500 años en duplicar el conocimiento, y la siguiente llevó 250 años, pero en 1900, ya se había producido ocho veces más conocimiento que en el año 1. Para 1945, el conocimiento se duplicaba cada 25 años; en 1975, cada 12; y actualmente, cada dos años. Entonces, tomando esto como parámetro, hoy solo sabemos la mitad de lo que la humanidad sabrá en 2024 y apenas un cuarto del conocimiento global de 2030. Por supuesto, estas conclusiones son erróneas, ya que esta curva de crecimiento seguramente se acelerará aún más.
No importa el nombre del programa, si IA (inteligencia artificial), nube o matrix, y tampoco si nos dirigimos a una utopía posible o chocaremos contra una distopía que Black Mirror y miles de fanáticos de la ciencia ficción descubrieron en libros y películas. Esto está, existe y no hay manera de detenerlo. Es difícil moldear el camino colectivo e individual cuando las herramientas cambian a una velocidad impredecible e incontenible. Los estudios de futuro, fundamentales para generar escenarios y tendencias deseables, se complejizan, y entonces, la prospectiva, el gran punto de partida para establecer políticas y estrategias que organicen una sociedad deseable, encuentran –como nunca en la historia– dificultades para orientar esos caminos.
Un párrafo aparte merecen acá los pícaros que se aprovechan de la incertidumbre existente para prometer a sus seguidores, desde la política, el regreso a un pasado que no existe más, que será efímero, y que, tarde o temprano, les explotará en la cara.
Todos sabemos que los grandes conflictos del planeta, generalmente guerras, además de muerte y destrucción, propician adelantos geométricos que luego se aplican al “uso civil” y modifican nuestras vidas de manera sustancial. Es de esperar, entonces, que la pospandemia traiga consigo cambios en todos los órdenes de la vida. Cosas y acciones que partirán definitivamente, y otras nuevas o renovadas que se instalarán sin preguntar. Solo si pensamos en los últimos veinte años, veremos que, sigilosamente, de a una y casi con naturalidad, convivimos con cosas, organizaciones y prácticas, que antes no existían; y hoy, sin ellas, pensaríamos que volvimos a principios del siglo XX. Hace veinte años, por ejemplo, no existía Google, nos cobraban por hablar por teléfono y no existía WhatsApp, no había códigos QR ni teléfonos inteligentes, y la música nos llegaba en formato CD. No existía Spotify, que hoy cuenta con 160 millones de usuarios; y tampoco Airbnb, que cambió la forma de viajar; ni Uber, el terror de los taxistas del mundo, que también llegó para quedarse.
Permítanme, entonces, darles dos o tres ejemplos de futuro que ya existen hoy, que tan solo esperan mejorar sus prototipos y lograr costos masivos. Hoy existen máquinas 3D que nos asombran con sus actividades. La industria proyecta que, en diez años, estos aparatos serán más populares que la televisión, y su nivel de ventas superará a cualquier electrodoméstico. Pregunta: ¿Cómo enfrentarán esta situación las grandes estructuras de transporte, la logística y el traslado, así como el almacenamiento en depósitos? La facilidad de comprar un software cualquiera vía internet e imprimir ese producto en tu maquina 3D, cercana al lavarropas, está cada vez más cerca. Quien observó la imponente ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos habrá quedado pasmado con el show de 2000 drones hipersincronizados que simbolizaban el globo terráqueo de mil formas en un despliegue tecnológico único, mientras el tema Imagine, de John Lennon, deleitaba a la audiencia mundial. ¿Cuánto más tardarán esos drones en ocupar miles de puestos y actividades, tanto para la vida cotidiana como para fines bélicos en masa?
Estos ejemplos en nada quieren predecir el mundo que viene, son tan solo anecdóticos, y tienen la finalidad de mostrar cambios que acompañarán a otros infinitamente más complejos, tanto en su estructura como en su profundidad e influencia emocional en la vida cotidiana. Las olas de cambio, la hiperconectividad y la ya nombrada aceleración tecnológica nos llevan sin retorno a una brutal transformación.
En estos años por venir, todo será motivo de revisión y cambio. ¿Qué estudiaremos? ¿Cómo mutará el empleo? ¿Cómo se modificarán los lugares de trabajo y en cuántas tareas será innecesaria la presencialidad? Cientos de empresas y organizaciones en el mundo están abocadas a intentar responder a estas preguntas. La consultora Fast Future, especializada en tendencias a futuro, sondeó a centenares de especialistas en ciencia y tecnología y, juntos, establecieron veinte profesiones que serán fundamentales en las próximas décadas: entre otras, nanomédicos, fabricantes de partes del cuerpo, cirujanos en aumento de la memoria, granjeros verticales, guías espaciales y expertos en ética científica. Y todo esto que sirva como para despejar dudas de que los cambios vienen y se acercan de manera más que acelerada.
También se nos presentarán necesidades que la pandemia determinó como imprescindibles en el futuro. La necesidad de la globalización de internet, la obligatoriedad de un contralor internacional del medioambiente y, sobre todo, el requisito imperioso de un sistema sanitario que contenga a ricos y a pobres por igual, y que quizás en todo el planeta, sea la única manera de evitar que virus más dañinos y resistentes maten a cientos de millones de personas. Sin duda, mirar hacia adelante es un experimento abrumador, pero no exento de noticias esperanzadoras.
La telemedicina, la biotecnología, el innegable achicamiento de la brecha digital, los emprendimientos sociales, el e-commerce, un regreso a lo saludable, al goce de mayor tiempo para actividades personales y la posibilidad cierta del ingreso al mercado laboral global invitan, entre otras muchas oportunidades, a pensar en un mundo mejor, donde no podrán faltar a la cita los dirigentes políticos del mundo que deberán dar la talla para acometer semejante tarea.
*El autor es director de DEF
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