Sorprendidos por una enfermedad desconocida y letal, el COVID-19, los argentinos parecemos haber olvidado al mosquito Aedes Aegypti, trasmisor del dengue, la fiebre chikungunya y el zika, que, desde la epidemia de 2009 en el país, fue incrementando su presencia año tras año. Ese primer brote, que afectó a alrededor de 100.000 personas, se replicó siete años después con un incremento del 32 por ciento de los casos reportados, a lo que se le agregó el alarmante dato de que la mayoría de estos casos eran autóctonos. Ya en 2017, los especialistas advirtieron que, en la ciudad de Buenos Aires, nos encontrábamos ante un grave riesgo potencial que podía prevenirse con la ayuda de todos; y en 2020 nos enfrentamos al hecho de que el dengue ya era una epidemia.
Un año después, y teniendo en cuenta la información periodística y de boletines epidemiológicos de la Argentina y de países limítrofes –Paraguay y Brasil–, podemos afirmar que estamos en un período interepidémico. “En general, los brotes son a través de casos importados, de cientos de personas provenientes de países vecinos con dengue, que llegan a manzanas donde hay criaderos y son picados por mosquitos. Después del mes de julio, la disminución de movimiento humano por el coronavirus ha impactado positivamente en la circulación de dengue. O sea que, en nuestro país, podemos afirmar que el virus no está presente”, afirma el doctor en Ciencias Biológicas y responsable del Grupo de Estudio del Mosquito (GEM) de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires.
Teniendo en cuenta que, a más de una década del primer gran brote, no hemos logrado erradicarlo, esta se trata de una excelente noticia.
EL FACTOR AMBIENTAL
Schweigmann define El dengue como el resultado de un desorden ambiental que afecta la salud. A modo de síntesis, explica: “El Aedes Aegypti pone sus huevos en las paredes de recipientes donde hay agua estancada, y el dengue se transmite por la picadura de un mosquito infectado por el virus. Los síntomas principales son fiebre, cefalea, dolor retroorbitario, mialgias, artralgias, erupción cutánea y manifestaciones hemorrágicas leves. No existe vacuna preventiva, pero sí ciertas medidas como controlar la proliferación de mosquitos y evitar su picadura con el uso de ropas adecuadas y de repelentes, espirales, telas mosquiteras, entre otras”. Y recalca que, si disminuyéramos los microambientes favorables, la reproducción disminuiría. Este concepto implica una mirada ambiental que nos involucra como responsables. “Se trata de un problema complejo a nivel social, que generamos los seres humanos y que solo es factible resolver si se toma en cuenta la totalidad de los factores involucrados”. Teniendo en cuenta que la regla básica es eliminar todo recipiente capaz de acumular agua, desde el Grupo de Investigación sobre Mosquitos en Argentina (GIMA), se proponen medidas simples de prevención, como vaciar las regaderas y guardarlas, controlar las botellas que puedan estar a la intemperie por si conservan agua, vaciar los platos bajo las macetas, asegurarse de que no haya basura en el fondo de la casa o reemplazar diariamente el agua de un gajo puesto en un florero.
El especialista, quien desde 1996 se dedica a evaluar las poblaciones de mosquitos, su presencia y abundancia –a través del monitoreo de sensores ubicados en distintos puntos de la ciudad de Buenos Aires–, hace hincapié en que, para tener éxito en la prevención, es indispensable el compromiso de la comunidad. “Un solo criadero pone en riesgo a los habitantes de una manzana entera, por lo cual es fundamental para protegerse entre todos la vinculación entre vecinos”.
EL ROL DEL ESTADO
Si bien la responsabilidad ciudadana es importante, la pregunta inevitable es cuál es el rol del Estado. “Es fundamental, porque es el encargado de enseñar, informar a la comunidad y dar el ejemplo para que la sociedad avance en el mismo sentido”. Además, detalla que, hasta hace un par de años, en los edificios públicos –hospitales, escuelas, universidades, entre otros– había criaderos, puesto que, en general, por problemas burocráticos se acumula material y mobiliario hasta su disposición final. “Después de décadas de alertar sobre el tema sin una respuesta adecuada, debo conceder que, desde 2017 en adelante, al menos en los hospitales de la ciudad de Buenos Aires, se ha trabajado muy bien en comparación con otros lugares del país”, aclara. Como casos preocupantes y a modo de ejemplo, Schweigmann menciona los autos abandonados y los cementerios, donde siguen poniendo frascos y floreros, “ya que no hay ordenanza que lo prohíba”. “El Estado, lejos de estar presente evitando la acumulación de chatarra, haciendo un manejo eficiente de residuos y eliminando criaderos, entre otros factores, se encuentra, en general, ausente”, pondera.
Ante la presencia de mosquitos, las principales campañas de los gobiernos se basan en la fumigación. Consultado acerca de si lo considera un sistema eficaz para el control de este tipo de plagas, el profesional no duda: “Como quedó demostrado durante la epidemia de 2016, no sirve. Cuando se fumiga, no se eliminan todos los mosquitos, y los sobrevivientes generan una resistencia natural que transmiten a sus hijos y se irá incrementando con cada nueva aplicación. Es lo mismo que ocurre con el ser humano y los antibióticos. ¿Por qué insisten? En televisión, se publicita un producto que mata instantáneamente a los mosquitos; sin embargo, esa empresa nunca muestra el criadero, porque, sin dudas, el negocio está en que siga existiendo. Es un engaño que, en lugar de la acción participativa de los vecinos destinada a controlar las larvas eliminando criaderos, genera una falsa sensación de seguridad”. Por otra parte, comenta que ve con preocupación el enfrentamiento entre lo ambiental y la fuerza ejercida por quienes promueven el uso de químicos. “Es una gran presión que contradice el mensaje que tratamos de difundir, por eso no me canso de repetir que fumigar inhibe la verdadera prevención”.
EL PELIGRO DE LA FUMIGACIÓN AÉREA
Otro problema fundamental es que, debido al aislamiento producto de la pandemia de coronavirus, la falta de personal e insumos, muchos municipios pensaron en la aplicación aérea de insecticidas mediante aviones fumigadores. “Es un trabajo rápido que cubre una amplia superficie con nulo riesgo de infección por coronavirus del trabajador. Pareciera perfecto, pero se trata de una solución aparente”, sostiene el doctor en Ciencias Biológicas. “Internacionalmente, se recomienda matar al mosquito adulto alrededor de las personas infectadas con el virus de modo de que no se siga dispersando. ¿Con qué método? Con insecticida desde una camioneta o un operario con mochila; esta solución evita las consecuencias ecotoxicológicas de las fumigaciones aéreas, de cuya eficacia hay escasos estudios a nivel global y nacional”.
Sobre el tema, el GIMA expresó, en un documento del 31 de marzo pasado, su preocupación por el uso de aviones agrícolas para fumigar sobre ciudades. Con el título “Peor el remedio que la enfermedad: dengue 2020 y las fumigaciones aéreas”, detalla la cantidad de casos registrados en distintas provincias hasta mediados de marzo 2020, que superan ampliamente las mediciones de años anteriores: 1400 en La Rioja, más de 500 en Córdoba (con varios muertos), 363 en Salta y 121 en Jujuy, entre otros. La causa del brote, sostienen, es la ausencia de medidas preventivas recomendadas por las autoridades sanitarias y científicas, pero, más allá de esta realidad y con la epidemia instalada, recomiendan impedir que los mosquitos continúen dispersando el virus. De todos modos, afirman que “no se recomienda la fumigación aérea debido a su baja eficacia y elevado riesgo toxicológico”. Según un informe del Ministerio de Salud de la Nación, en todas las instancias se considera apropiado intensificar las tareas de saneamiento, eliminación de inservibles, educación y comunicación.
Cuando hay epidemia, lo que se aconseja es el rociado a través de un equipo montado sobre vehículos y, por ningún motivo, la utilización de aeronaves, ya que pueden generar un impacto negativo en la salud y el ambiente.
Sobre las acciones preventivas llevadas a cabo durante 2020, el especialista considera que fueron mínimas. “El problema es que, como este verano no habrá dengue, se va a entender que la prevención funcionó, cuando en realidad lo que ocurre es que el virus no entró”, concluye el experto.
* Esta nota fue producida y escrita por una miembro del equipo de redacción de DEF.
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