Muchas respuestas pueden surgir ante la pregunta de qué es Buenos Aires. Algunos mencionarán el Obelisco; otros, el tango; otros, los edificios emblemáticos. Las representaciones de la ciudad, de cualquier ciudad, son una constante de cruces entre discursos que se debaten, yuxtaponen y congenian en el terreno de lo simbólico. Por eso, la pregunta más fecunda, y acaso la más interesante, es qué pensamos que es Buenos Aires. ¿Qué dice sobre la ciudad –y sobre nosotros— un cartel publicitario, un poema, una crónica, una viñeta en la contratapa de un diario? En Un horizonte vertical (editorial Ampersand), la investigadora Catalina Fara, doctora en Historia y Teoría de las Artes, se pregunta por las representaciones de la ciudad y los imaginarios que circulan entre 1910 y 1936 en medios gráficos de la época, así como en galerías de arte y anuncios publicitarios.
-¿Por qué elegiste este recorte, 1910 y 1936?
-El primer recorte fue con mi tesis doctoral, para Historia del Arte. El primer proyecto de tesis era un trabajo comparativo entre Buenos Aires, Rosario y Córdoba. Era demasiado ambicioso; con el correr del trabajo, quedó solo Buenos Aires. El marco temporal estaba más ampliado, pero después decidí recortarlo a 1910 y 1936 porque se cumplía el primer centenario, en 1910, y el momento de la celebración del 400º aniversario de Buenos Aires en 1936, que marcaba muy bien los dos aspectos: Buenos Aires como capital del país y, al mismo tiempo, como metrópoli.
-¿Qué rol tuvo la cultura de masas en el imaginario sobre la ciudad en esos años?
-El rol de los medios, sobre todo los impresos, es un proceso que viene en crecimiento y es fundamental desde el siglo XIX. La imagen impresa aparece como vector de conocimiento, de transmisión de ideas, y como constructor de imaginarios culturales, sociales. Todo lo que es prensa escrita, fotografía, ya tenían un desarrollo muy amplio antes del período que yo trabajo, pero en ese período específico hay una explosión de los medios gráficos en sí, y la aparición de revistas como Caras y Caretas en particular. A medida que mejoran las posibilidades tecnológicas, la aparición de una revista con el 90 por ciento de imágenes aumenta el impacto en la cultura masiva. Además, era una revista con una tirada enorme y muy accesible. Por eso, fue una de las fuentes que más estudié. Después, la posibilidad de imágenes en la prensa periódica. Yo me dediqué mas que nada a los diarios de mayor tirada, La Nación y La Prensa, y después otros como Crítica, con menos cantidad de imágenes. También hay mucha rotación entre artistas y escritores, artistas que empiezan a ilustrar ediciones, que ilustran notas o columnas de autores como Arlt. Empieza a haber una conjunción interesante de diferentes áreas de la cultura que se reúnen en la prensa periódica.
-Estos discursos que circulaban, decís en el libro, no eran homogéneos. ¿Qué tipo de pugnas había en esas representaciones?
-Claro, no hay un discurso uniforme de todas las ideas acerca de la ciudad, pero este es un momento en el que hay una trama muy densa y los discursos son dos caras de la misma moneda. Un discurso estaba relacionado con la idea del pasado de la ciudad, con un tono más nostálgico ante los cambios. Esta etapa es el gran momento de cambio de la ciudad, con calles que se abren, edificios que se demuelen. El fin del siglo XIX hizo desaparecer la ciudad colonial, y este período hizo desaparecer las ciudades del siglo XIX. Es el cambio constante que aparece incluso en Borges, eso de “hacés dos cuadras y estás en el campo”, que en ese momento era muy notorio. El otro discurso era “qué bueno que ahora somos una metrópoli”, con loas a los rascacielos; ahora tenemos que dejar de ser una ciudad colonial, del campo. Son dos caras del proceso de modernización evidente en la ciudad.
-En el libro, mostrás varias imágenes en las que se ven edificios en construcción. El título Un horizonte vertical refiere, por supuesto, a los edificios, que se extienden a lo alto, pero el horizonte también es el futuro hacia el que nos acercamos. ¿Qué ideas de futuro había en aquella época?
-Qué buena pregunta. Esto es algo que estudió Margarita Gutman, en particular sobre 1910. Hay toda una circulación de ideas respecto del futuro de ahí a veinte años, de ahí a cien, qué va a pasar en el 2000, con gente flotando en burbujas… Bueno, no estamos tan lejos de eso ahora (risas). En realidad, la clave para el futuro, o el progreso, en la mayoría de los casos estaba encarnado en el rascacielos. Esa construcción vertical era el símbolo del progreso. También hay que tener en cuenta que la ciudad era muy chata, y los primeros edificios de más de diez pisos datan de 1910, y a partir de entonces empieza el crecimiento en altura. Eso generaba el cambio de mirada. El futuro había dejado de ser París y pasaba a ser Nueva York. Era el modelo de cosmopolitismo universal, y Buenos Aires no está ajena a eso, pero lo interesante es que Buenos Aires es de las primeras ciudades latinoamericanas en tener edificios en altura, entonces también hay cierta actitud de vanagloria. Tené en cuenta que el Kavanagh fue el edificio más alto de Latinoamérica por mucho tiempo. Tenés las visiones de autores como Guido, que después saca un libro que se llama Catedrales y rascacielos, que compara la altura de las catedrales góticas con los rascacielos. Por otro lado, tenés autores o notas que hablan de caminar a la sombra de los rascacielos como algo terrible que va a llevar a las ciudades a convertirse en lugares inhóspitos. Con respecto al futuro, también es interesante ver las soluciones que se encuentran para problemas cotidianos. Por ejemplo, el tránsito. Se ve muchísimo en el humor, en los chistes de las revistas y diarios. Aparecen las soluciones para cruzar la calle, por ejemplo, con un sistema de poleas o teleféricos. Todo un universo de invenciones para solucionar problemas que la ciudad estaba generando.
-En un capítulo, señalás que la ciudad “es una gramática”. ¿Qué significa?
-No es un concepto mío, tiene que ver con cómo la ciudad tiene sus reglas, sus organizaciones y sus formas de ser. Michel de Certeau lo relaciona con la manera en la que uno transita la ciudad, una forma de ir leyéndola, y el modo en el que uno subvierte los tránsitos sugeridos por la ciudad y encuentra ese otro espacio y esas otras lecturas del propio espacio. La gramática de la ciudad también tiene que ver con las palabras y los discursos que están presentes: los nombres de las calles, una serie de indicaciones sobre el caminar o el transitar, que se pueden combinar y cambiar.
-Cuando escribías y cotejabas, ¿qué diálogos establecías entre la ciudad que estudiabas y la que veías al levantar la mirada, es decir, la de ahora?
-Debo decir que estoy del lado de los nostálgicos, de mirar todo lo que se nos está yendo, sobre todo en términos de patrimonio edilicio, que desaparece sin que a nadie le preocupe demasiado, salvo excepciones de grupos que buscan que no se demuela. Me agarró esa cosa, sobre todo al ver las fotos de los edificios y preguntarme cómo pudieron tirarlos abajo. Es parte de la naturaleza de la ciudad. No necesariamente lo que se construye sobre lo que se demolió es mejor. Y también mucho de eso que hacía a Buenos Aires lo estamos perdiendo. Nos queda muy poco de aquello de lo que nos vanagloriábamos, solo está quedando en barrios muy específicos adonde van los turistas.
-Con respecto a la ciudad que conocen los turistas, ¿hay una Buenos Aires estereotipada y otra que es el patrimonio real?
-Bueno, uno de los objetivos del libro es ver de qué se manera se construyen las imágenes, los estereotipos, y cómo esa construcción permanece a través de qué medios. Si ves, por ejemplo, La Boca, lo que se les vende a los turistas es, en definitiva, lo mismo que se ve en las obras y los discursos de 1930, una Buenos Aires detenida en el tiempo. Ese es el momento en el que se construyeron todas las imágenes que tenemos sobre Buenos Aires, incluido el obelisco. Salvo Puerto Madero, no hay mucho más nuevo que se les venda a los turistas como imagen de la ciudad. Tenés La Boca, San Telmo, el Obelisco, que se construyeron en aquel momento. Son imágenes que quedaron congeladas en el tiempo, y el discurso turístico hace uso de esa visualidad heredada. Está en las letras del tango, es la Buenos Aires del farolito. Pero bueno, después llegás a la ciudad real y, de esa imagen, queda muy poco.
-Si tuvieras que analizar el imaginario actual de la ciudad de Buenos Aires, ¿qué tipos de soportes tendrías en cuenta? ¿Dónde se refleja la ciudad la de hoy?
-Pensando en las formas de comunicación actuales, te diría Instagram y las redes sociales primero. Las redes sociales son el diario de antes, la circulación de imágenes pasa por ahí. Y después, por supuesto, la prensa en todas sus formas, digitales o no, sigue siendo la otra fuente de los discursos en circulación. La forma es cotejar, comparar. Qué circula en la prensa, qué circula en las redes, en la literatura, en la música. La Buenos Aires de los 80 está en Soda Stereo, por ejemplo. Los discursos de las redes sociales son fundamentales. Hay millones de cuentas de Buenos Aires de gente que recupera arquitectura de los barrios, de los bares de viejo. Hay una necesidad de explorar la propia ciudad y de encontrar esos lugarcitos que nadie encontró antes.
*Esta nota fue producida y escrita por un miembro del equipo de redacción de DEF.
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