La primera mitad del año, el mundo veía con asombro –y en algunos casos, incredulidad– la llegada del COVID-19. La única medida que se atinó a tomar fue similar al reflejo atávico que se produjo frente a la gripe española y la peste negra: aislamiento social. El cierre fue en tiempos irregulares. Mientras países europeos como España e Italia se vieron obligados a cerrar cuando la burbuja ya reventaba, los países de América y los Estados nórdicos tuvieron un margen de tiempo para pensar: ¿qué pasaba si cerraban los comercios, industrias y escuelas? Y otra pregunta, acaso una de más difícil respuesta: ¿cuándo sería la reapertura?
Hoy, con casi con un año de experiencia, la incógnita está lejos de resolverse. Algunos acuñaron el neologismo “nueva normalidad” para indicar que la reapertura absoluta nunca volverá tal como la conocíamos. Sin embargo, los comercios tienen que vender, las industrias deben producir y los chicos, aprender en espacios de interacción directa con sus pares y maestros. Con protocolos y resguardos, no son pocos los países del mundo que tímidamente arriesgaron una vuelta a las aulas.
EL CRISTAL CON EL QUE SE MIRA
En las tapas de los principales diarios del mundo, se aborda la vuelta a las clases presenciales con ópticas que, en conjunto, brindan un buen fresco de las fuerzas que entran en juego a la hora de pensar en la escolaridad en tiempos de pandemia. Por un lado, los especialistas en educación discuten la vuelta con el eje puesto en la necesidad de socialización vinculada a la interacción con los compañeros, al juego y al desenvolvimiento en un espacio fuera de la mirada parental. Por otro, un sector de los padres reclama la vuelta a clases no por razones pedagógicas, sino porque considera que la escuela es un buen lugar donde dejar a los hijos mientras ellos trabajan. Otro sector de padres considera que enviar a sus hijos a las aulas es exponerlos al virus, sobre todo para los chicos menores de 10 años, que juegan en el suelo y se ensucian. Un grupo mayoritario de docentes quiere volver a las aulas porque la carga de trabajo virtual es mucho mayor a la habitual y pocas veces se traduce en reconocimiento por parte de padres y alumnos, quienes, a su vez, todavía influidos por el esquema disciplinar del que hablaba Michel Foucault, consideran que sin aula física no hay aprendizaje verdadero.
Con todas las tensiones en juego y sin dejar de mirar la tabla de contagios y muertes por millón de habitantes en todo el mundo, en Argentina contamos otra vez con la ventaja de poder mirar desde lejos las discusiones que se dan en otras partes del mundo sobre la vuelta a las aulas después de las vacaciones de verano y aprender de ellas.
SUECIA Y LA POLÍTICA DE NO INTERVENIR
En Suecia, la particularidad radicó, desde un comienzo, en no establecer cuarentenas de ningún tipo. En cuanto a la educación, solo los mayores de 16 años debieron continuar de manera remota, mientras que, en los demás casos, los padres eran libres de enviar a sus hijos a la escuela o no. Tampoco es obligatorio el uso de barbijos.
Un estudio difundido por las autoridades suecas señala que, entre febrero y junio, solo se contagiaron un millón de niños. Ello representa un 0,05 por ciento de la población infantil en ese país, el mismo porcentaje que en Finlandia, el vecino nórdico que sí optó por la abstinencia de clases presenciales. La conclusión parece sencilla: la cuarentena no marca la diferencia. Sin embargo, el mismo estudio señala que no está contemplado el impacto causado en padres, maestros y personal del colegio. Al fin y al cabo, Suecia tiene una de las tasas de muertos por cada 100.000 habitantes más altas del mundo, con una curva que solo pudo descender en los últimos meses y que, recientemente, volvió a subir.
El hecho es significativo: hay países que, sin cuarentena, lograron mantener un nivel de contagios relativamente estable, como Suecia, y otros que con la misma medida se vieron sobrepasados, como Brasil y Estados Unidos, al mismo tiempo que en países que aplicaron cuarentenas estrictas hubo resultados tanto buenos (Nueva Zelanda, Japón) como malos (España, Perú).
URUGUAY, EL VECINO EJEMPLAR
El 13 de marzo, el país de la Banda Oriental tenía cuatro casos confirmados de COVID-19 y el presidente, Lacalle Pou, dictó la suspensión de las clases presenciales y canceló los espectáculos públicos. El resto de la cuarentena quedó a cuenta de cada ciudadano. La economía nunca se cerró por completo y, al día de hoy, Uruguay tiene una de las tasas de mortalidad por coronavirus más bajas del mundo.
A diferencia del resto de Latinoamérica, las clases volvieron antes de que acabara el invierno: a fines de abril se reabrían las escuelas rurales, que, por contener una cantidad muy limitada de alumnos, corrían muy pocos o nulos riesgos de contagio. A principios de junio, volvieron a las escuelas los alumnos sin acceso a la conexión digital y los de último año de secundaria. El tercer paso fue que todos los estudiantes de áreas no urbanas volvieron a los colegios, y, por último, 256.000 alumnos volvieron a las aulas en Montevideo.
La cantidad de horas semanales de clases depende de cada institución, pero, en todos los casos, se establecen dos subgrupos, a cada uno de los cuales le corresponden dos días consecutivos. Por ejemplo, los lunes y martes cursa el grupo 1, y el jueves y viernes, el grupo 2. El miércoles se reserva para la desinfección. De este modo, si se contagia alguien del grupo 1, no hay riesgos para el grupo 2. Hasta el momento, la concurrencia es voluntaria, pero tiene niveles altos. En colegios primarios, hay un 65 por ciento de asistencia, en secundaria es del 70 por ciento y en inicial es del 44 por ciento.
ISRAEL: MARCHA Y CONTRAMARCHA
A diferencia de Suecia, que nunca interrumpió las clases, y de Estados Unidos, que aún no empezó, el país de Medio Oriente tiene la singularidad de que retomó las clases, se vio obligado a suspenderlas por segunda vez y, ahora, volvió a abrir las escuelas. Desde el principio de la pandemia, Israel tomó medidas estrictas, incluida la restricción severa de la circulación y el cierre de todas las escuelas. El modelo israelí fue alabado internacionalmente por contener la propagación de COVID-19. Pero, poco después de que las escuelas reabrieran en mayo, en un horario escalonado junto con mandatos de tapabocas y reglas de distanciamiento social, los contagios se multiplicaron en todo Israel. Entre los enfermos, se encontraban estudiantes y maestros.
La vuelta a las aulas duró tres semanas. El sistema, también llamado de cápsulas 10-4, consistía en dividir cada curso en dos grupos y que la asistencia fuese alternada, un grupo cada semana. El esquema debe su nombre al período de latencia del virus. De acuerdo con la información disponible, entre que una persona se contagia y adquiere capacidad para contagiar a otros son necesarios tres días. De ahí surge el modelo: cuatro días en la escuela y diez de confinamiento.
Es imposible saber a ciencia cierta qué falló, ya que confluyeron varios factores. El primero es que los padres no terminaban de organizarse y reclamaban la vuelta al colegio todos los días, de modo que al cabo de tres semanas las clases volvieron en su totalidad. El segundo factor fue climático: en mayo, una ola de calor récord golpeó a Israel, lo que hizo que los tapabocas fuesen incómodos para los estudiantes. El tercer factor fue un rebrote de casos. Por todo eso, es difícil determinar si el rebrote no se produjo precisamente por el esquema 10-4, por la vuelta a clases todos los días, por la ola de calor o porque, como en el resto del mundo, el rebrote es inevitable.
JAPÓN: NUEVA NORMALIDAD Y NUEVOS INTERROGANTES
El país asiático es fuente de asombro en el mundo por su eficiencia en el combate del COVID-19. Sin cuarentenas draconianas ni testeos masivos, Japón logró sobreponerse de la primera oleada que desembarcó en febrero del crucero Diamond Princess sin grandes problemas. Las clases volvieron en junio.
Cada escuela tiene diferentes estrategias, pero, en su mayoría, los estudiantes japoneses asisten a clases en días alternados, por lo que las aulas solo están llenas a medias. Hay control diario de temperatura, y los niños utilizan tapabocas, práctica que en Japón se suele promover desde antes de la pandemia. En la hora del almuerzo, la comida es distribuida por los profesores a cada alumno y está prohibido conversar y jugar. A pesar de que las precauciones son más estrictas que en otros países, se presentaron casos de alumnos que contrajeron COVID-19, particularmente en las principales ciudades, aunque siempre persiste la duda de si el contagio se produjo en el medio escolar o no.
Al ser Japón uno de los primeros países en haber vuelto a las clases presenciales, con el tiempo, se comenzó a notar el descontento de los alumnos. Muchos manifestaron que la escuela ya no es divertida y que les cuesta hacer nuevos amigos porque los eventos del colegio, como deportes, teatro y talleres, que suelen funcionar como espacios de socialización, están cancelados. La pregunta se vuelve inminente: incluso suponiendo que llega la vuelta a las aulas, ¿volverá a ser alguna vez lo que siempre fue?
*Esta nota fue producida y escrita por un miembro del equipo de redacción de DEF
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