Sobre la avenida Luis María Campos, en pleno Palermo, se escucha el andar de los colectivos. Ahí en la barranca, los árboles del Hospital Militar Central 601, del Ejército Argentino, despiden el invierno. Al pasar, se llega a ver a varios militares y profesionales de la salud con sus uniformes característicos: tanto blancos como camuflados. Fueron meses intensos y estresantes para ellos, no solo por el desafío de atender en plena pandemia, sino también porque (aún hoy) reciben los casos positivos del personal militar y de sus familias, quienes se encuentran desplegados en distintos puntos de la provincia y la ciudad de Buenos Aires.
Entre los pacientes del hospital, en el que además se están realizando las pruebas de la vacuna contra el coronavirus de Pfizer y funciona un estudio de tratamiento de plasma, se encuentra Ángel Vega, un niño de 10 años que, en febrero de este año, fue diagnosticado de leucemia. DEF pudo hablar con su mamá, Jesica Vega, sobre aquel momento: “Mi marido es militar, por eso nos atendemos en el hospital. Toda la familia es salteña y, cada verano, viajamos allá. Mientras estábamos de vacaciones, Ángel arrancó con la enfermedad. Cuando me dieron el diagnóstico, se me apagó una luz, pero también se encendió algo en mí. Tenía que levantarme y seguir”. Jesica tiene cinco hijos y, desde que Ángel comenzó con el tratamiento, ellos también han tenido que adaptarse a la nueva rutina, que, además, requirió de mayores precauciones ante la llegada del COVID-19.
“Nosotros creemos mucho en Dios, y entendemos que, gracias a él, se fue acomodando todo. Cuando arrancó la pandemia, empezamos a extremar cuidados, pero había situaciones que se nos escapaban. Además, después de cada quimio, a él le agarraba algo y lo volvían a internar. Yo me imaginé que en algún momento iba a caer”, detalla la madre del niño. Hoy, el pequeño se encuentra a la espera de un trasplante de médula. Los médicos aseguran que será pronto, porque la enfermedad logró negativizarse y quieren aprovechar este momento para hacerlo.
El comienzo de la relación
Tras una de las primeras sesiones de quimioterapia, Ángel presentó algunas lesiones. En ese momento, la teniente coronel médica Mercedes Marín, jefa del servicio de Otorrinolaringología del Hospital Militar, recibió un llamado en el que le avisaban que un niño, que cursaba una enfermedad hematológica, presentaba un sangrado nasal que no se podía detener. “Concurrí a la guardia con las medidas de protección. Pregunté si era COVID-19 positivo, me confirmaron que no. Me quedé un buen rato conversando con él, que estaba acompañado por su papá, para tratar de hacer más ameno el momento. Me contó que tenía hermanitos, y yo me imaginé las ganas que tendría de poder estar con ellos en su casa. Estuvimos un buen rato esperando a que parara el sangrado hasta que, finalmente, se detuvo”, detalla.
Durante la semana, Marín regresó al hospital para seguir atendiendo a Ángel. “Esa vez, también, estuve un buen rato. Le hice sonarse la nariz y le controlamos la garganta. La otorrinolaringología es una especialidad que requiere que el paciente no tenga puesto el barbijo”, aclara y agrega que salió de ahí contenta porque no sangraba más. Sin embargo, ese mismo día, el pequeño comenzó a tener fiebre. “El viernes me avisaron que el paciente era positivo para COVID-19. Avisé a mis colegas y a mi familia. Me aislé en mi casa y les pedí a mis hijos y marido que no salieran del departamento”, cuenta. Pasaron los días y la doctora comenzó con los primeros síntomas. Su positivo no tardó en llegar, por lo que continuó con el aislamiento.
“Cuando me dieron el alta, Ángel debió volver a internarse. En esta oportunidad, fui a saludarlo. Se acordaba de mí, le conté que los dos estuvimos enfermos y que, ahora que lo podía ver, había querido volver a visitarlo”, recuerda la especialista. Jesica, la mamá del niño, destaca la relación entre los médicos y su hijo durante el tratamiento. Cuenta que, tanto doctores como enfermeros, lo visitan y hasta le llevan regalos. El vínculo es tan bueno que Ángel ya prometió empanadas salteñas para todos. “Mirá si no hay gente buena”, se emociona Jesica.
Médicos militares
El recorrido profesional de Mercedes Marín dentro de la Fuerza comenzó en la década del 80, cuando se anotó para hacer la residencia en el Hospital Militar. “Yo soy de Formosa. Cuando terminé la secundaria, me fui a estudiar a Corrientes. Decidí hacer otorrino porque es una especialidad que atiende a todas las edades, desde bebés hasta ancianos. Además, se ven patologías tanto clínicas como quirúrgicas. En aquella época, no había residencia en el norte, así que mi papá me acompañó a rendir a Buenos Aires”, recuerda. Desde entonces, la doctora lleva en su ambo un grado militar. Hoy, como teniente coronel y jefa del servicio en el hospital, cuenta que, en el Ejército Argentino, conoció a su marido y, junto a él, participó de una Misión de Paz en Chipre.
“Fue toda una experiencia para la Fuerza, porque fuimos de las primeras parejas que Argentina mandó a Chipre. Fue todo un esfuerzo, bastante estresante. Todas las miradas estaban puestas en nosotros, tenía que salir todo bien. Mis hijos eran pequeños y, al enviarlos a un jardín de ahí, aprendieron a hablar griego”, relata y agrega que, en Chipre, atendió en el centro médico de la Misión, junto a profesionales de otras nacionalidades. Tiempo después, también estuvo destinada en el Hospital Militar de Río Gallegos: “Los médicos militares somos parte del Ejército. Somos el apoyo a la estructura. Nosotros nos sentimos totalmente integrados”.
¿Cómo es trabajar en pandemia? Marín cuenta que se toman todas las medidas de prevención posibles. Además, por ejemplo, el HMC debe realizar los controles de quienes se incorporarán al Ejército como soldados voluntarios. “A ellos, primero, se les hace un control previo en el Regimiento de Infantería 1 ‘Patricios’. Una vez que llegan acá, distanciados, se ubican en la Plaza de Armas, que está al aire libre. Solo van al hospital para hacerse la radiografía y la audiometría. Los hacemos pasar por tandas y, cuando ingresan, todos se ponen alcohol en gel y les indicamos dónde sentarse para evitar que estén juntos”, detalla.
El servicio de Otorrinolaringología del Hospital está en contacto con el virus. Ellos son quienes realizan las traqueotomías a pacientes con COVID-19. “Cuento con un equipo muy lindo. Varios ya hemos cursado la enfermedad. Muchos de los pacientes del hospital son militares que deben desplegarse en las localidades de la provincia en apoyo de la pandemia. Todo el Ejército está al servicio de la comunidad”, agrega y señala que también llevan adelante un control médico remoto para hacer un seguimiento de los casos positivos cuando están aislados en su domicilio. Un verdadero desafío, explica la especialista: “En la consulta, nosotros estamos acostumbrados a ver al paciente: el rostro, el color de la piel, los movimientos… un montón de cosas que, con los años, uno va aprendiendo a notar. Con el contacto por teléfono, no podemos verlos, así que empezamos a estar atentos a, por ejemplo, los tonos de voz”.
Antes de finalizar, al referirse al trabajo en tiempos de pandemia, la médica rescata la importancia no solo de los médicos, sino también de los enfermeros, los cocineros, los camilleros y hasta el personal de limpieza. “Uno empieza a valorar todo. A mirar cuánto vale una ausencia cuando esa persona no está. Trabajar en forma articulada es fundamental. Así como valorarnos entre nosotros, porque todos somos importantes”, concluye.
Si bien estos días han dejado varias marcas y experiencias en la trayectoria de la médica, ella no deja de señalar que la historia de Ángel la selló profundamente: “Es un niño de 10 años y una enfermedad de base, que recibe un tratamiento muy fuerte y cuenta con el apoyo incondicional de sus padres y hermanos. Sin embargo, está ahí peleándola, sin bajar los brazos”.
LEA MÁS