Ubicado en el barrio porteño de Palermo, el cuartel del Regimiento de Granaderos a Caballo “General San Martín”, con su estilo art nouveau y las escaleras que unen el edificio central con la base de la barranca, impresionan a los transeúntes que pasan por la avenida Luis María Campos. “Este cuartel conserva todas las instalaciones de cuando se inauguró en 1909, aunque el terreno es un poco más chico”, detalla el capitán Raúl Alfonso, oficial que lleva sobre sus espaldas la responsabilidad de no defraudar a esta histórica unidad, cuyos éxitos y desempeños lo preceden.
Hoy, la unidad cuenta con cuatro escuadrones montados (aquellos que vemos desfilar en ocasiones como la asunción presidencial o la apertura de las sesiones del Congreso), cuyos nombres hacen referencia a importantes batallas en las que participó el Regimiento: San Lorenzo, Junín, Riobamba y Maypo. Luego, hay dos escuadrones a pie: el Ayacucho y el Chacabuco. Mientras el primero se encarga de la seguridad de la Casa de Gobierno, el segundo lo hace en la Quinta de Olivos. Hay un último escuadrón, el Montevideo, que tiene a su cargo el sostenimiento logístico del Regimiento y la Fanfarria Militar Alto Perú, una de las pocas bandas militares montadas del mundo.
“Acá, todo el Regimiento monta a caballo. Normalmente, se busca que el soldado que ingresa tenga alguna experiencia. Y, aun sin esos conocimientos, muchos solicitan ir a los escuadrones montados de manera voluntaria”, indica el joven militar, al tiempo que describe que, antes de la pandemia, los integrantes del Regimiento participaban a diario de las instrucciones montadas. “Al hombre se le asigna un caballo, lo que promueve un vínculo estrecho con el animal. De esa manera, poco a poco, se conforma el binomio: se conocen entre ellos, cada uno aprende las mañas del otro. Eso es muy importante para poder salir a la calle, porque lo hacemos en fechas en las que suele aglomerarse bastante gente”, agrega.
El capitán Alfonso explica que, además de las misiones actuales, los granaderos poseen un destacamento en la casa natal del Libertador, en Yapeyú, provincia de Corrientes, y otro en la localidad santafesina de San Lorenzo.
Los grandes símbolos
Desde el hall de entrada del edificio principal, se observa un vitreaux realizado para el bicentenario de la unidad (2012). Además, se encuentran las lanzas que alzan los granaderos al desfilar, cada una con un escudo. “Hay uno curioso que relata la historia de los vencidos de Chancay. En ese lugar, una patrulla de granaderos –a las órdenes del entonces teniente Pringles–, luego de haber cargado en varios combates en disparidad numérica, en vez de rendirse, optó por saltar desde el acantilado al mar. Pese a que algunos murieron, el jefe español logró rescatarlos y, en el parte de guerra, se los reconoció con esa distinción”, explica el capitán.
En ese mismo lugar, una placa de bronce inmortaliza a los primeros oficiales que integraron el Regimiento comandando por el entonces teniente coronel San Martín. En ella, figuran apellidos reconocidos como Alvear, Zapiola, Bermúdez, Necochea y Bouchard.
El Regimiento conserva piezas y obras claves que reflejan la vida del Libertador. Por ejemplo, un daguerrotipo original. Se dice que su hija Merceditas lo hizo posar y regaló algunas copias a los amigos más cercanos. También, en las paredes del museo, hay una crónica del día en el que el Regimiento viajó a Francia para participar de la inauguración de un monumento al general San Martín en Boulogne Sur Mer, en 1909. “Un escuadrón montado viajó en barco, con todos los caballos. Al momento de regresar, decidieron donar el ganado al ejército francés, ya que era más económico dejarlo allá”, detalla Alfonso. Finalmente, a pocos metros, se pueden observar imágenes de antiguos soldados conscriptos. ¿Qué historia esconden esos retratos? Se trata de los “premios de gala”. En tiempos en los que la fotografía era un lujo que solo podían darse algunos sectores, cuando el soldado se iba de baja, si había tenido buen desempeño, se le permitía posar para llevarse un retrato. “Además, se lo autorizaba a ir de uniforme a su pueblo, lo cual se convertía en un verdadero acontecimiento para sus ciudades”, comenta Alfonso.
Una relación de élite
¿Qué relación hay entre el Libertador y Napoleón Bonaparte? “San Martín enfrentó al ejército del emperador cuando integraba las fuerzas españolas. De hecho, el nombre de este Regimiento se inspira en unos jinetes de caballería de élite del ejército de Francia”, sostiene Alfonso, mientras detalla que los galos se caracterizaban por arrojar granadas: unas bolas de cañón con mecha que tiraban para desorganizar a las tropas y después embestirlas. Esas son las granadas que simbolizan a los granaderos argentinos.
San Martín también es el autor del código de honor que, en opinión del joven capitán Alfonso, es lo que transformó al Regimiento y al Ejército: “Esas normas marcaron la diferencia. Le dieron sentido de pertenencia a cada uno de sus hombres. A partir de entonces, no había nada peor que fallarle al Regimiento. Y eso se transmitió al Ejército de los Andes. Agachar la cabeza frente al enemigo o cargar detrás de la tropa era un deshonor. Eso generó un círculo virtuoso de excelencia que se fue contagiando al resto de las unidades”.
¿Qué criterios se adoptaron para diseñar el uniforme? Según el capitán Alfonso, cada elemento tiene una razón de ser: proteger las distintas partes del cuerpo. Si bien el morrión sufrió algunas modificaciones, es muy similar al actual. “Es el casco de aquel momento y está diseñado para resistir golpes de sable y de esquirla. A la izquierda, tiene un galápago que debe llegar hasta el cuello para proteger esta parte del cuerpo de los golpes. Está de ese lado porque uno utiliza el sable con la mano derecha. Por lo tanto, de ese lado, el cuello está protegido”, describe Alfonso, al tiempo que sostiene que función similar tuvieron el cuello mao alto, las botas cuya altura superan las rodillas y las charreteras. “Hoy se busca un uniforme que pase desapercibido, pero en aquel momento los bronces y la presencia eran un golpe psicológico para el enemigo”, agrega.
En el año 1907, el presidente argentino Figueroa Alcorta decretó que los granaderos se convirtieran en escoltas presidenciales. ¿Por qué no eligió a otra unidad militar? “Creo que fue porque es el Regimiento que participó en la epopeya más grande. Además, quizá también porque no participó de los conflictos internos del país. Hay una cuestión de unión”, estima Alfonso.
Retomando la relación entre el Libertador y el emperador, el Regimiento conserva en sus paredes una obra que, podríamos decir, sitúa a San Martín en el mismo lugar que Napoleón: un cuadro, regalo de Francia a Argentina en el marco del centenario de la Revolución de Mayo en 1910. Se dice que, al contar con poco tiempo para llevar adelante el pedido, el artista, George Scott, utilizó una obra en desarrollo que iba a ser en honor a Bonaparte. Le modificó el rostro; sin embargo, el físico es el del emperador francés. “Además, la postura es la de un conquistador y no de un libertador. Sin embargo, Scott se tomó el trabajo de retratar a San Martín entre la tropa desplegada”, aclara Alfonso.
Su mejor página
Corría el año 1813 cuando San Martín partió desde el cuartel de los granaderos, por entonces en el barrio de Retiro, hacia la localidad de San Lorenzo, en las costas del Paraná. Allí tendría lugar el bautismo de fuego del Regimiento. Un dato: el de San Lorenzo fue el único combate que tendría a San Martín como jefe de esta unidad, ya que luego asumiría el comando del Ejército de los Andes.
“El combate fue extremadamente corto. En 15 minutos, se resolvió todo. Podríamos decir que se aplicó una táctica envolvente. La división de los mandos entonces fue en compañías, una al mando de San Martín y la otra al mando del capitán Bermúdez; mientras que la de San Martín atacó de frente, la otra envolvió al enemigo”, relata Alfonso, quien agrega que se cree que San Martín observó el desembarco desde el campanario del convento, mientras las fuerzas permanecieron en silencio detrás de la estructura, hasta que el jefe ordenó el ataque. “Él tenía una coordinación con el capitán Bermúdez para que embistiera por el otro flanco. No se sabe por qué el capitán demoró, lo que produjo algunas bajas extras”, detalla.
Cuando terminó el combate, el convento se convirtió en un hospital de campaña. En una de sus habitaciones, herido en la pierna, permanecía el capitán Bermúdez. Le habían practicado un torniquete y estaba fuera de peligro. “Se dice que, tras el combate –en el que San Martín se había llevado unos buenos golpes (en este episodio de nuestra historia, pasa a la inmortalidad el heroico sargento Juan Bautista Cabral)–, el Libertador visitaba a los enfermos. Cuando le dijeron que había llegado a la habitación de este oficial, se comenta que él dijo que prefería no verlo porque no tenía nada bueno para decirle. Las crónicas relatan que, al enterarse de los dichos de su jefe, se quitó el torniquete y murió desangrado para salvar su honor”.
La gran epopeya
La unidad del Libertador posee casi un centenar de acciones de guerra, gran parte de ellas como integrantes del Ejército de los Andes, la gran proeza sanmartiniana. “Los españoles no podían saber que iban a cruzar los Andes. De hecho, San Martín hace una guerra de inteligencia para confundirlos. En aquel momento, los españoles que estaban en Chile desestimaban al Ejército del Norte porque decían que no tenía instrucción ni experiencia. A eso, se sumaba que se utilizaban sables de latón. Sin embargo, y luego de los primeros combates que sucedieron dentro de la cordillera, hay un parte de un oficial español que relata que la tropa había quedado acobardada por los hachazos que pegaban los granaderos. Ahí se cayó el mito: el sable de latón era efectivo”, describe el oficial de Granaderos.
Tiembla el suelo, es la caballería
Hay una tradición que los granaderos conservan hasta el día de hoy: la carga de caballería, un despliegue que representa a los antiguos ataques. “Las hacemos en tres ocasiones al año: el día de la Caballería, el día del Ejército y en San Lorenzo, donde representa el combate. Es paralizante e impactante”, explica Alfonso, quien también agrega que es un evento que se practica de manera previa en lugares abiertos como, por ejemplo, el hipódromo.
Los granaderos poseen experiencia en el manejo de los caballos en la ciudad. De hecho, una anécdota contada por Alfonso da cuenta de los desafíos que supone el movimiento del ganado y de la presencia que mantienen los granaderos en la ciudad: el año pasado debían participar de la apertura de las sesiones del Congreso y habían realizado las coordinaciones con la policía para trasladarse, montados, por la avenida 9 de julio hacia Avenida de Mayo. En el trayecto, se toparon con la presencia de algunos movimientos sociales que representaban un verdadero desafío, ya que el ruido y la presencia de tantas personas podía asustar a los caballos. “El jefe ordenó al trompa que ejecutase la marcha de San Lorenzo. Al pasar, todos hicieron una pausa para fotografiarse y entonar las estrofas junto a nosotros”, recuerda.
Entre las misiones actuales, el capitán de granaderos debe colaborar con las gestiones de las tareas que realizan en el marco de la Operación Belgrano en La Matanza y en el barrio porteño de Barracas. ¿Cómo vive los apoyos? “Es gratificante, ya que sentirse útil es muy importante. Nosotros somos gente de acción, normalmente formábamos a las siete y media de la mañana casi la totalidad del Regimiento. Pero la pandemia transformó todo. Y a eso, se sumó el estrés personal y la preocupación por la familia. Cuando arrancó toda esta situación, el jefe puso unos preceptos: el cumplimiento de la misión, la eficiencia, el cuidado del personal y el de la familia”, confiesa.
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