El presidente baja de su auto y se dispone a entrar a la Casa Rosada. En ese momento, un oficial de servicio lo recibe, lo saluda, lo acompaña en su ascensor privado y le abre la oficina. Cuando la jornada se termina para el mandatario, el oficial cierra la oficina y lo escolta hasta su auto. A partir de ese momento, la seguridad de la casa depende de él. “Puertas adentro, es todo responsabilidad del Escuadrón Ayacucho. Cuando el presidente no está, este es nuestro cuartel. Tenemos personal en todos los pisos, desde el subsuelo hasta la terraza”, detalla el teniente primero Juan Carlos Gani.
Además de dar seguridad y ceremonial en Balcarce 50, los granaderos deben custodiar los restos de San Martín en la Catedral y resguardar el sable en el Museo Histórico Nacional. Mientras ellos están ahí, otro Escuadrón hace lo mismo en la Quinta de Olivos, donde, incluso, poseen un vehículo blindado preparado para ser utilizado en caso de emergencia ante la necesidad de movilizar al presidente.
Gani dice vivir este momento de su carrera “con mucha reserva” y comenta que, al entrar al Colegio Militar de la Nación, lo hizo con total vocación, la que se acrecentó cuando recibió el primer atributo que se les otorga a los cadetes: una réplica del sable del Libertador. “La idea es que ese símbolo nos guíe en la carrera de oficiales”, agrega.
“Cuando somos chicos, todos queremos ser soldados. Yo siempre lo dije. Además, mi papá fue conscripto e, incluso el día de hoy, continúa en contacto con sus amigos de aquel momento. Más allá de eso, hasta quinto año quería estudiar derecho, pero un día fui a una feria de carreras y estaba el stand del Ejército. Ingresé y, siempre buscando lo mejor, elegí el arma de caballería: pude subirme a tanques y hacer exploración con ellos. También tuve contacto con los vehículos Hummer y participé de ejercicios con Brasil. A eso, se le suma el componente de las tradiciones que posee la Fuerza”, confiesa este joven oficial oriundo de la provincia de Tucumán, que, al haber estado destinado en la provincia de Misiones, pudo especializarse en el ambiente geográfico de monte. Para ello, detalla Gani, hay diferentes cursos con distintas exigencias y duración: en el primero que hizo, el teniente primero bajó 16 kilos. “Es físicamente desgastante. Solo hay recuperación durante el cambio de etapas del curso”, detalla.
La formación que recibió fue lo que le permitió acceder al Escuadrón Ayacucho. Desde Granaderos, explican que buscan que los oficiales que deben brindar seguridad realicen cursos como el de Monte, el de Cazadores de Montaña o el de Comandos, ya que son personas cuya voluntad no es fácil de doblegar y que, además de manejar las tácticas y técnicas necesarias, saben cómo funcionan en ambientes hostiles, bajo presión, con estrés, frío y hambre. De hecho, explican, todos los integrantes del Escuadrón reciben instrucción diaria sobre estos temas. “No podemos fallar”, dice Gani.
“En el momento en el que uno sale, el reconocimiento de la gente es gratificante. Uno se pone el uniforme y deja de ser una persona para convertirse en un granadero. La gente ve un símbolo patrio”, confiesa.
El sable de San Martín
Hoy el sable del Libertador se encuentra en el Museo Histórico Nacional, custodiado por un granadero en la misma sala donde se encuentran las armas que empuñaron otros próceres de nuestra historia.
“Antes de morir, el general San Martín modificó tres veces su testamento. El último cambio fue cuando heredó su sable al general Rosas por haber detenido el bloqueo anglofrancés durante la batalla de Vuelta de Obligado. De hecho, tras el episodio de 1845, San Martín escribe: “Como una prueba de la satisfacción que, como argentino, he tenido al ver la firmeza con la que ha sostenido el honor de la República contra las injustas pretensiones de los extranjeros que tratan de humillarla”. “Fue un reconocimiento por mantener la soberanía”, explica Gani, quien también agrega que, mientras San Martín se encontraba en Francia y su hija estaba junto a su yerno, Mariano Balcarce, en el continente americano, le escribió a ella para pedirle que se encargase de hacérselo llegar. “En una de sus cartas, le escribe: ‘Traigan mi sable corvo, que me ha servido en todas mis campañas de América y servirá para algún nietecito, si es que lo tengo’. Hay un doble mensaje, porque, por un lado, pide el sable y, por otro, le pide un nieto”, detalla el joven oficial de Granaderos.
Durante la charla, el oficial describe la austeridad y sencillez que caracterizaban a San Martín. Por ejemplo, al ingresar de manera victoriosa a Santiago de Chile, rechazó toda servidumbre. Tenía la costumbre de levantarse temprano, molía su propio café y cortaba el tabaco para armar los cigarrillos del día. Además, tenía predilección por oficios como la carpintería y la armería. En el Regimiento, también señalan el hecho de que en Perú se rehusó a tener compensaciones económicas y pidió que, con ellas, se construyera una biblioteca, que hoy es la biblioteca pública de Lima. “Era un hombre con prestigio y obra; sin embargo, era simple en sus actividades cotidianas”, cuenta el granadero con orgullo.
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