Desde muy joven, Mariano Oberlin supo cuál era su misión pastoral en este mundo: “Yo quería que mi camino fuera siempre por el lado de servir a los más humildes”. A 17 años de su ordenación, hoy le toca vivir una experiencia inédita: en plena pandemia de COVID-19, lejos de resignarse, ha redoblado el esfuerzo y ha profundizado su compromiso con un estrato social que se ha visto muy afectado por estos tres meses de cuarentena. El sacerdote recibió a DEF en un antiguo terreno fiscal abandonado, hoy reconvertido en un espacio productivo, que muestra a las claras los resultados del trabajo que conduce desde el Centro de Acompañamiento Comunitario “Héctor G. Oberlin”.
¿Cuáles fueron sus orígenes? En marzo de 2003, pidió insistentemente a sus superiores que lo enviaran a un barrio carenciado. Sin embargo, el obispo Carlos Ñáñez –quien se hizo cargo de la diócesis de Córdoba en 1998– prefirió que sus primeras experiencias fueran en “parroquias un poco más acomodadas”, como él mismo las define. Su primer destino fue en la localidad de Obispo Trejo, en el departamento de Río Primero, en el norte de la provincia, donde estuvo dos años. Luego, fue durante tres años párroco en Alta Gracia y, posteriormente, otros tres años en La Calera, en las afueras de la ciudad de Córdoba. Lejos de quejarse de sus anteriores destinos, afirma que el haber pasado por esas comunidades lo ayudó a “ver otras realidades, tratar con otra gente y ver el mundo desde otra óptica”, sin dejar por ello de reafirmar su “opción preferencial por los más humildes”.
En 2010, a sus 36 años, recaló en la Parroquia “Crucifixión del Señor”, en el barrio Müller, con un radio de influencia que se extiende también al barrio Maldonado y a seis villas miseria aledañas –Villa Inés, Campo de la Ribera, Bajada de San José, Villa Hermosa, La Barranquita y Los Tinglados–. “Cuando llegué aquí y vi que los chicos se morían por el consumo de droga y que los narcos se agarraban a tiros en las calles, entendí que debía asumir una responsabilidad como cura que buscaba imitar a Cristo, el Buen Pastor”, señala. Al principio, admite, se limitaba a celebrar misa en las casas de familia y a bendecir a los vecinos. “Cuando empezamos a ver que los chicos caían como moscas, muertos por sobredosis, por tiroteos o por suicidios, entendimos que algo había que hacer”, completa. Hoy sigue celebrando misa –por supuesto, no en este momento de cuarentena–, pero su misión ya ha superado lo meramente espiritual y se ha volcado a transformar la vida de la comunidad que lo rodea.
‘Cuando empezamos a ver que los chicos caían como moscas, muertos por sobredosis, por tiroteos o por suicidios, entendimos que algo había que hacer’, recuerda.
En sus inicios, fueron los talleres de oficios para los jóvenes, que se fueron ampliando hasta instalarse en un galpón en el barrio Maldonado, donde luego, con fondos del Sedronar, se construyó un edificio. La obra fue realizada por los propios chicos de la zona, lo que representó, en palabras del propio Mariano Oberlin, una “prueba de fuego” para todos ellos. Allí, merced a un convenio con la Universidad Siglo 21, se inauguró, en febrero pasado, un Centro de Aprendizaje Universitario (CAU) en el que se dictan carreras virtuales. También han firmado acuerdos con la Universidad Nacional y con la Provincial de Córdoba para desarrollar cursos de extensión. “Trabajamos con los tres niveles del Estado y con las tres instancias, nacional, provincial y municipal”, detalla.
“Yo apuesto al trabajo y a la educación”, sintetiza Oberlin. En ese sentido, cabe mencionar dos proyectos que ha puesto en marcha en la zona en los últimos años. Por un lado, la empresa Tres Construcciones (3C), a partir de una iniciativa que conduce el emprendedor social Lucas Recalde y que impulsa una técnica constructiva a partir de ladrillos de plástico reciclado. Y, por el otro, la marca “Mundo Müller”, que incluye una fábrica de tejidos y la producción de planchetas para cocina, parrillas y tablas de madera para picadas, entre otros productos. “Esta idea de la marca ha sido muy positiva porque hay mucha gente que nos tiene cariño y, al identificarla, compra lo que los chicos desarrollan acá en el barrio”.
A la hora de hablar del rol del Estado, lejos de despotricar o lanzar frases de ocasión contra los políticos, Oberlin prefiere destacar la inauguración del Parque Educativo Este, construido por la Municipalidad de Córdoba. Reconoce que se trata de una “obra icónica”, pero matiza que “hace falta un esfuerzo mucho más grande del que se ha hecho para lograr que los vecinos se apropien de ese espacio, para lo cual se necesita más gente comprometida y más trabajo en el territorio”. También se encarga de subrayar la importancia que ha tenido para toda esa zona la rehabilitación de la Costanera y la mejora de los accesos desde la ruta: “Esta zona era un basural, intransitable, y esa obra ha vuelto a conectar el barrio con el resto de la ciudad”.
En cuanto a las necesidades de los vecinos, no duda en señalar que, resueltos los problemas de los servicios básicos, la prioridad es mejorar las redes de comunicación por celular y, sobre todo, la calidad de la señal de internet. “Muchas empresas no pasan por la zona; y en la parroquia pagamos 3500 pesos mensuales por un servicio deficitario: nos entregan 2 megas cuando, en el centro de la ciudad, están bajando 20 o 40 megas”, reclama. Esa dificultad afecta seriamente las posibilidades de los propios estudiantes del barrio y su acceso a los cursos a distancia, como los que ofrece la Universidad Siglo 21, ya que terminan pagando una cifra exorbitante para poder navegar por internet desde sus celulares.
Las deficiencias en la conectividad de internet y la falta de un buen servicio de telefonía celular dificultan a los jóvenes de la zona el acceso al sistema educativo en plena pandemia.
En tiempos de pandemia, al hablar del trabajo que está realizando el Centro de Operaciones de Emergencias (COE) de Córdoba, Oberlin destaca un proyecto en el que están trabajando junto con la Agrupación Fuerza de Operaciones Especiales del Ejército: la instalación de un consultorio odontológico móvil en el barrio. Además, tal como detalló a DEF el coronel Sergio Jurczyszyn, las FF. AA. realizaron en la zona un operativo integral, donde efectuaron hisopados, se completó la cartilla de vacunación de los vecinos y se les repartieron módulos de comida, sanitización y limpieza para atravesar el período más duro del confinamiento.
“Como hijo de desaparecidos, para mí, tratar con militares no ha sido lo más común”, admite el padre Oberlin. Cuando tenía apenas tres años, el 8 de enero de 1976, su padre Héctor Guillermo Oberlin fue secuestrado por el comando Libertadores de América –una suerte de “Triple A” cordobesa– y se convirtió en “detenido desaparecido”. Esa dura experiencia marcó a fuego a toda su familia. De todos modos, el sacerdote aclara que, ya estando en La Calera, había logrado trabar vínculos e incluso lazos de amistad con jóvenes oficiales del Ejército de esta nueva etapa democrática. “Eso me ayudó a romper ciertas barreras”, añade.
A modo de cierre, siempre con relación al COVID-19, Oberlin deja un mensaje realista, pero esperanzador: “Esta pandemia ha sido como un temblor que ha tirado abajo estanterías. Esas estanterías no van a volver a acomodarse solas. Si no decidimos acomodarlas entre todos, de acuerdo a un proyecto común, va a venir un pícaro y las va a reacomodar como él quiera, dejando en el piso a mucha gente. De esta situación, podemos salir mejores si decidimos encarar entre todos un proyecto de sociedad sustentable”.
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