El Fondo Monetario Internacional (FMI) y la Casa Blanca son dos protagonistas centrales de la historia contemporánea de América Latina. De ellos depende, según la biblioteca que se elija, el desarrollo o el deterioro de nuestra economía. Hoy vuelven a escena en el proceso de renegociación de la deuda externa argentina.
El crecimiento que han tenido las áreas de asuntos públicos de las empresas en materia de influencia y poder de decisión sobre el CEO de la compañía tiene su correlato en la política. Y viceversa. Casi como en la vieja incógnita de si está primero si el huevo o la gallina, podemos preguntarnos cuánto de empresa tiene la política o cuánto de política tiene la empresa en materia organizativa. El motivo de esta analogía plumífera es poner en valor uno de los andamiajes de la gestión de influencias o intereses de las empresas con el sector público.
Es de dominio público que, cuando definen su estrategia de posicionamiento en pos del negocio o la reputación, las compañías diseñan lo que se llama “mapa de stakeholders”. Este mapeo permite saber quién es quién para el objetivo de llegar al mejor relacionamiento posible, sabiendo siempre que los intereses son contrapuestos. O, como se decía en el barrio, el interés del yo –necesidad de la empresa– puede ser parte del nosotros –la agenda de la política–. En este plano, la anticipación juega un partido clave. Cuanto antes se llegue al proceso de toma de decisiones, mayor potencialidad de influencia se tendrá. Por eso, el mapeo no es una foto, como podría ser una encuesta, sino algo en constante cambio, sobre todo en las arenas de la política. El timing y la sistematización del proceso de aproximación surgen de acciones de inteligencia vitales para sacar conclusiones y definiciones de manera anticipada.
Ahora bien, el proceso de negociación de los bonistas que el Gobierno viene desarrollando desde su llegada al poder es una muestra de acción de “gestión de influencias” en su máxima expresión. Los actores formales están claramente identificados. Desde el Gobierno argentino: el presidente Alberto Fernández y el ministro de Economía Martín Guzmán. Los bonistas, agrupados en tres bloques diferenciados por su nivel de acercamiento o rechazo hacia la postura de negociación del Gobierno, se nuclean en el Grupo Argentina ad hoc (Black Rock, Fidelity y Ashmore), el Comité de Acreedores de la Argentina (Greylock Capital, Gramercy y Fintech) y el Grupo de Bonistas del Canje (Monarch, Cyrus, HBK y VR).
Tomando de referencia el mítico libro Estrategia de una aproximación indirecta, de Basil Liddell Hart, los influenciadores que entraron a la negociación son una muestra cabal del camino elegido. Más allá de que algunos medios presentan la situación como una confrontación, que poco tiene que ver con el terreno de una negociación, para llegar a buen puerto, la estrategia debe tener sentido desde aquellos interlocutores afines.
La figura del Papa Francisco también suma por el propio peso que tienen sus gestos, no solo entre sus fieles, sino por su influencia como figura pública. Esta imagen se incrementa por su coherencia entre el decir y el hacer, validada a largo de su vida como sacerdote. La fotografía de la directora del FMI, Kristalina Georgieva, y el ministro Martín Guzmán, con el Sumo Pontífice en el medio, antes al seminario que tuvo lugar en el Vaticano, es mucho más que una imagen. Es la expresión de un posicionamiento que va más allá de la figura de Francisco y que se remonta a Juan Pablo II: ser abanderado de los países pobres frente al tema de la deuda. Como es habitual, el Papa fue contundente en su postura: marcó un interés por encontrar una salida con la premisa de que la deuda no sea impagable o pagada a costa del hambre de los países más vulnerables. Más allá de la imagen que lo ponía como intercesor, fue claro en su mensaje cuando habló de solidaridad y se pronunció en contra de la acumulación financiera, llamando a los organismos internacionales a fomentar reestructuraciones de deuda sostenibles.
Como señalamos anteriormente, además de ponerles nombre a los actores formales para avanzar en el proceso de decisión, es clave mirar a los influenciadores. La referencia apunta a aquellos que van a mover piezas desde las sombras, esos terceros validantes con dotes de “operación”. Todo esto se lleva a cabo durante la etapa de planificación. No se trata solo de construir la relación desde la confianza y el conocimiento, sino que hay que validar dicha acción con conocimiento de las opiniones informales y el detrás de escena de la negociación entre los acreedores privados y el Gobierno nacional.
En este tablero de piezas, también se mueven blancas y negras. Por cada acción que el Gobierno realiza, los bonistas responden, y así sucesivamente. De los tres grupos anteriormente mencionados, el Comité de Acreedores de la Argentina es aquel con el cual se ha generado una mejor vinculación. Dentro de este grupo, está Fintech, que emerge desde la cabeza como uno de los influenciadores. David Martínez, amigo del presidente Alberto Fernández, es el encargado de traducir y buscar el camino para llegar a los objetivos comunes de las partes. Los otros dos grupos plantean los roles de bueno y malo, según el contexto y sus propias necesidades. Cuando BlackRock apretaba, Monarch salía con tono más conciliador. Frente al fondo de Larry Fink –BlackRock–, entró en escena otro influenciador que, además, es parte interesada, ya que el no arreglar con los bonistas complicaría el desarrollo de su propio negocio. Nos referimos a Miguel Galuccio, titular de la empresa Vista Oil & Gas, quien es también un vaso comunicante validado hasta por el kirchnerismo de paladar negro.
A este mapa, se suman otros tres actores: el secretario de Asuntos Estratégicos, Gustavo Béliz; el embajador en EE. UU., Jorge Arguello; y el presidente de la Cámara de Diputados, Sergio Massa. Sin entrar en disquisiciones sobre cada uno de ellos, las acciones implementadas tienen un costado más político que económico. El foco está en lograr el espaldarazo de los organismos internacionales, como el Banco Mundial, la Agencia de Inversiones de EE. UU., el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y hasta el propio FMI. Kristalina Georgieva planteó recientemente, en un evento organizado por The Washington Post, que “nadie se beneficia de un país que cae en el precipicio de la deuda” e instó a los acreedores a que sean ellos “los que hagan el esfuerzo por cerrar el acuerdo”.
No hay solo influenciadores políticos o provenientes de organismos internacionales en el juego, sino que también son parte fundamental de esta negociación algunos bufetes privados de abogados que, vía la Procuración General del Tesoro, mueven sus fichas. Este tipo de jugadas están validadas por aquellas encuestas que el Gobierno consulta, en las que más del 70 por ciento está de acuerdo con el arreglo con los bonistas. Otro dato importante en este mapa de actores es el peso y la representatividad que reviste la figura del presidente. Más allá de ser un asunto con privados, EE. UU. mira de reojo la telenovela de aceptación o no de la propuesta realizada a los bonistas. Washington no es únicamente un espectador; también pone condiciones. Según fuentes diplomáticas, para llegar a un acuerdo, se debería sumar al FMI a la negociación, testear cómo es el termómetro de negocios con el empresariado norteamericano y, desde el punto de vista político-económico, analizar la postura de Argentina frente a otros países, como Venezuela, Irán o China.
Las marchas y contramarchas son parte de una estrategia que tiene a la figura del influenciador como la llave para lograr el objetivo. Retomando la alegoría de las aves, más allá del resultado final, el presente proceso de negociación podría ser parangonado con la danza del tero ante la mirada del águila de cabeza blanca. Una de las particularidades de la primera de esas aves, representativa del Río de la Plata, es que cuida su nido en un lado, pero grita en otro. No anda solo –son muchos los influenciadores que andan en bandada– y, para hacer creer a su depredador –léase, el águila– que está herido, vuela sobre el supuesto nido. Es, en definitiva, una puesta escena, porque el nido nunca está donde parece. Siguiendo con la simetría, la negociación de la deuda externa argentina quizás pueda estar fuera de la agenda cotidiana, pero su resolución tendrá un impacto directo en el nido de cada una de las familias argentinas.
Más allá del resultado final de la negociación, la acción de influencia quedó en evidencia y sentará precedentes o jurisprudencia.
*El autor de este texto es director de SR consultores, consultor en Asuntos Públicos y Gestión de Influencias
LEA MÁS