Todos los años, con el propósito final de impulsar una idea, llamar a la reflexión sobre algún tema o recordar alguna figura histórica, el Estado nacional elige un leit motiv para encabezar la documentación oficial de la Administración Pública Nacional. Para el actual período, el gobierno argentino decretó a 2020 como el “Año del general Manuel Belgrano”. Dos aniversarios “redondos” que se alinean en junio próximo son el fundamento perfecto para recordar al creador de la bandera: los 250 años de su nacimiento (3 de junio) y los 200 años de su muerte (20 de junio).
En verdad, la figura de Manuel Belgrano es una de las más emblemáticas en el reducido altar de los padres de la patria argentinos. Criollo, hijo de padre italiano y madre argentina, nacida en Buenos Aires, pero de antigua ascendencia santiagueña, Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús – su nombre completo– abrazó la Revolución de Mayo con la totalidad de su ser y, aunque formado en leyes y con una carrera muy prolífica como funcionario, no dudó en hacerse cargo de los diversos ejércitos que formó el gobierno patrio en sus luchas emancipadoras. No en vano este año se lo recuerda en su carácter de “general”.
Según el Decreto 2/2020, el que consagra esta año a la figura de Belgrano, resulta especialmente importante que las y los jóvenes de todo el país recuerden, a partir del conocimiento de su actuación pública, quién fue el Dr. Manuel Belgrano y cuál fue su obra, de la que surge una personalidad de intachable integridad y de firmes convicciones patrióticas, producto del desinteresado e infatigable trabajo al servicio del progreso del país y de la educación de sus habitantes. DEF fue a las fuentes y entrevistó a Manuel Belgrano –no al prócer, a no asustarse, sino a su homónimo chozno nieto, quinta línea de descendencia directa, quien hoy preside el Instituto Nacional Belgraniano– para repasar el legado del prócer desde una mirada actual.
—¿Cómo es su parentesco con el prócer?
—Soy quinta línea de descendencia directa por su hija Manuela Mónica –fruto de su relación con Dolores Helguero, en Tucumán– y su nieta, Flora, o sea, dos generaciones de mujeres. Pero su nieta se casó con Juan Carlos Belgrano, de manera que allí se recuperó el apellido. De ese matrimonio nacieron Manuel, Mario y Néstor Belgrano, mi abuelo.
—¿Qué se siente llamarse como un prócer?
—Siempre digo que no sé explicarlo, porque nunca tuve otro nombre. Entonces, no sé cuál es la diferencia. Lo que sí sé es que soy igual que cualquier otro en la vida cotidiana. No hay nada que se aparte de lo normal, con ciertas excepciones, como este reportaje, que me lo están haciendo por cómo me llamo y de dónde desciendo, en un año tan especial. O en el colegio, que cuando se hablaba del 25 de Mayo y se nombraba a Manuel Belgrano, todos los compañeros se daban vuelta a mirarme.
—¿Cuándo tomó real conciencia de ese “linaje”, por así decirlo?
—En esos primeros momentos, cuando en el colegio empezaban a hablar sobre el 25 de Mayo, aunque no con una dimensión total de lo que fue Belgrano. De alguna manera, mis padres ya me lo habían contado, porque me llevaban a las fiestas patrias, pero cuando estaba en el colegio tenía 44 compañeros que cada vez que lo nombraban se daban vuelta a mirar. Entonces, ahí, sí pregunté en casa y tomé conciencia. Después, en la medida que fui creciendo, me fui interiorizando más y entendiendo la dimensión total que tiene Belgrano.
—¿A nivel familiar es una figura que está presente?
—En la familia, siempre está presente el prócer. En toda reunión que uno vaya, siempre algo va a haber sobre él. Pero, bueno, yo llevo el nombre, de manera que a mi hermano no le ha pasado lo que me ha pasado a mí. Ni a mi hija lo que le ha pasado a mi hijo, que tiene el mismo nombre completo, Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano.
Civíl y militar, la vida por la patria
—¿Qué significa este “Año del general Manuel Belgrano”?
—Es muy importante, porque se cumplen 200 años de su paso a la inmortalidad y 250 de su nacimiento. Tiene una especial dimensión, sobre todo, porque estamos viviendo una década de bicentenarios. Antes de la cuarentena, hicimos el acto por la batalla de Salta, y ya se notó esa condición especial: asistieron 180 personas, que no es lo habitual en los actos que hacemos. En general, vienen entre 70 y 100 personas. Además, lo notamos porque nos llegaron consultas para actos escolares desde enero, cuando lo común es a partir de abril o mayo. Este año, empezaron a preguntar por material, visitas y charlas desde las vacaciones de verano.
—Lo particular es que se destaca el carácter militar de Belgrano.
—Sí, se lo sindica como “general”. Yo creo que es un reconocimiento que está bien dado. Cuando Belgrano inicia la redacción de su testamento –no lo terminó porque estaba muy enfermo–, escribe: “Yo, brigadier de los Ejércitos de la América del Sur”. O sea, él reconoce su estado militar. Es importante porque, en general, se lo conoce por sus acciones militares. Aunque su figura como civil es importantísima, aquellos 16 años que estuvo como secretario perpetuo del Real Consulado realizó una gran función.
—Si bien tuvo una participación en la defensa de Buenos Aires durante las Invaciones Inglesas, Belgrano era una figura civil al momento de la Revolución de Mayo.
—Sí, pero inmediatamente se lo nombró para hacer la campaña del Ejército Auxiliar al Paraguay. Después, a la Banda Oriental. Cuando vuelve, de forma inmediata, lo envían a Rosario para fortificar el río con dos baterías por las incursiones que hacía la flota realista que estaba anclada en Montevideo. Todas esas campañas las hizo con grado militar. Cuando va a Rosario, marcha con el grado de coronel jefe de Patricios. De ahí, sigue al norte y se hace cargo del Ejército Auxiliar del Alto Perú. Allí, tiene una gran campaña militar, con las dos batallas principales, Salta y Tucumán, que salvan la Revolución de Mayo. Por eso, creo que está bien recordarlo con grado militar.
—¿Y en cuanto a su etapa civil?
—Él fue licenciado en Leyes. Muchas veces, se lo llama doctor, pero Belgrano nunca quiso hacer el doctorado. Y en ese entonces, no se llamaba doctor al que era abogado.
—¿Él no quiso seguir esos estudios?
—No, está documentado en una carta a su madre en la que le dice que no iba a hacer el doctorado, porque “tener una borla más” no servía en el foro.
—O sea, era más bien una persona de acción…
—Sí, sin dudas, porque después estudió Economía. Como secretario perpetuo del Consulado, desarrolló una tarea de economía sumamente importante. Las disciplinas que desarrolla tienen mucho que ver con la economía, pero sobre todo con la educación. Fundó la Escuela de Náutica, la de Matemáticas, de Artes y Oficios. Él quería que esta parte del Reino de España –las colonias– se desarrollara. ¿Por qué no tener desarrollo productivo y comercial en las colonias?
Una frase que siempre repetía era: “Por el bienestar de mis paisanos”. La Del Plata era una colonia que no tenía ningún tipo de posibilidad de progreso, salvo aquellos españoles que tenían el monopolio de ciertos comercios.
—¿Cómo era su pensamiento económico en relación al progreso que quería lograr?
—Su pensamiento económico tiene aplicación hoy en día. Hablaba del libre comercio, pero también de cuidar la economía interna. Fue propulsor de nuevos cultivos, como el cáñamo, el lino, cultivos para elaborar el producto textil acá y no traer todo de afuera. El cáñamo se usaba para fabricar sogas para las embarcaciones. También, fomentó la agricultura: hablaba de la fertilización –no se usaba esa palabra, pero sí la de abonar la tierra– y la enmienda. Incluso, tuvo un pensamiento ambientalista: decía que por cada árbol que se cortaba, había que plantar dos. O sea, Belgrano era una persona muy preparada y adelantada para su tiempo. Una persona que tiene mucho para decirnos hoy.
Pensamientos y valores
—¿Cómo cree que se debe abordar a personajes de este calibre desde la mirada actual?
—Hay que mirarlos desde su ejemplo. En el caso de Belgrano, mirar la formación que tuvo, porque habrá sido una persona brillante, pero lo fue también por la educación que tuvo. Él sabía que la educación era algo indispensable para tener un pueblo libre. Decía que “sin educación no existe la libertad”, porque aunque nacemos iguales, sin educación hay diferentes rubros que no se pueden desarrollar. Insistió mucho en esto y fue uno de sus grandes legados, reconocido incluso por Sarmiento. Belgrano abría todas esas instituciones y, desde
España, se las cerraban por falta de presupuesto. Todo esto está reflejado en las Memorias consulares y en el periódico Correo de Comercio. Por ejemplo, cuando recibe un premio de 40.000 pesos después de la batalla de Salta, lo acepta pero con el cargo de dotar cuatro escuelas. Tenía en alta estima a los maestros, a quienes en las fiestas patronales o patrias, sentaba al lado de la máxima autoridad. Los consideraba padres de la patria por ser los primeros que tenían contacto con los chicos y los que enseñaban a los futuros gobernantes, comerciantes, profesionales, entre otros. Todo lo relativo a la educación es una bandera muy importante en el pensamiento belgraniano.
—¿Qué otros valores destaca de Belgrano?
—Sus valores como funcionario público: fue una persona impecable, sin tacha. Y su entrega a la patria, total. Eso es lo que hace un verdadero patriota. Tuvo un amor a la patria sin par, porque dejó absolutamente todo.
—¿Cómo se llevó con el poder? ¿Lo sufrió?
—Sí, yo creo que sí. De hecho, lo mandaban a hacer campañas para sacarlo de Buenos Aires. Cuando crea la bandera, el conflicto se vuelve muy claro. Él pide hacer una escarapela para diferenciarse del enemigo, y lo autorizan a hacer una blanca y celeste. Cuando termina de hacer la batería Independencia, en Rosario, no tenía bandera para inaugurarla. Entonces informa: “Teniendo la necesidad de izar bandera y no teniéndola, la mandé a hacer blanca y celeste conforme a los colores de la escarapela”. Tuvo una reprimenda severa.
—A lo largo de nuestra historiografía, pasamos de corrientes que idealizaban a los próceres a otras que solo se interesaban por aspectos de la vida íntima. ¿Cómo piensa que se da hoy en día esta dicotomía?
—Siempre se van a meter en la vida privada. Creo que, en cuanto a los próceres, no es malo saber de su vida privada, ayuda a complejizar su figura. Se tiene que saber todo, el prócer es prócer, y no porque puedan haber sucedido cosas en su vida privada va a dejar de ser lo que fue como partícipe de la historia.
—¿Piensa que hoy están suficientemente valorados los padres de la patria?
—No, creo que hace falta muchísimo. Hay que empezar desde abajo, desde la escuela. Ya se perdieron los actos patrios, no se toma verdadera conciencia de lo que significan esas fechas. A partir de ese respeto, se valoriza a los hombres que fueron sus protagonistas. Pero primero hay que respetar las fechas patrias. La juventud de hoy no las conoce. No digo que sepan la historia al detalle, pero si se les pregunta quién es Belgrano, no lo saben.
—¿Eso es lo que notan desde el Instituto Belgraniano?
—Sí, yo voy a escuelas y se nota que no tienen idea de nada. Pero también nos damos cuenta de que, cuando los preparan un poco, los chicos se empiezan a interesar y preguntan mucho. Ahora bien, lo que no mamás de chico, después cuesta mucho más. Se nota cierta diferencia cuando vamos al interior del país, donde, tradicionalmente, se transmite más a través de las familias, y donde las fechas patrias son fechas patrias, no feriados solamente, como sucede en ciudad y provincia de Buenos Aires. Donde hay más tradición histórica –yo siempre digo de Rosario al norte–, se vive diferente. Debemos rescatar a los símbolos patrios y a los padres fundadores.
Preservar la historia
—¿Cómo es el trabajo del Instituto Belgraniano?
—Es un instituto de investigación histórica, fundamentalmente. Guardamos los valores del prócer y, por supuesto, los transmitimos. Para eso, tenemos la colección Documentos para la historia del general Manuel Belgrano, que es la recopilación de todos los documentos en forma cronológica desde su nacimiento hasta su muerte. Actualmente, estamos con el octavo tomo, en el año 1816. La compilación de los documentos está a cargo de dos investigadores: la doctora Norma Ledesma y el profesor Matías Dib. También, editamos la publicación Anales, donde se presentan distintos trabajos sobre el prócer. Gran parte de nuestras publicaciones y documentos están digitalizadas. De toda esta colección, se nutren diferentes investigadores. Además, tenemos a cargo la organización de los eventos en la ciudad de Buenos Aires de las fechas en que se recuerda al prócer: Batalla de Salta, 20 de Junio, Éxodo jujeño y batalla de Tucumán.
—¿Cómo se financia el instituto?
—El Instituto es nacional, estamos bajo la órbita del Ministerio de Cultura, del cual depende el personal que tenemos. Normalmente, nos hacen la edición de libros. El acceso a nuestra colección es público, tenemos una gran biblioteca. Otra área importante en nuestras actividades son los cursos de capacitación para empleados públicos, que les otorgan puntos para su carrera adminsitrativa.
—¿Cómo es la relación con los otros institutos nacionales? ¿Hay pica entre próceres?
—No, para nada. Tenemos una gran relación con los institutos Sanmartiniano, Browniano y de Juan Manuel de Rosas. Nos conocemos, somos amigos.
—¿Cómo fue que llegó al Instituto?
—De a poco. Siempre me atrajo el tema. Iba a todos los actos, lo sentía como una obligación que tenía cumplir. Después, tuve contacto efectivo con el Instituto: primero, me nombraron miembro correspondiente –porque yo vivo en Olavarría, no en Buenos Aires–, después, me invitaron a ser miembro de número y, más tarde, a que integre el consejo directivo.
—¿Siente como una carga llevar el nombre de Manuel Belgrano?
—No, para nada. Sé del peso de la responsabilidad, pero no como una carga. Es un honor, un orgullo. En todas las generaciones, hubo un Manuel. La hija, Manuela Mónica, tuvo un hijo Manuel que murió a tierna edad. Carlos y Flora fueron los otros nietos. Flora fue la que se casó con Juan Carlos Belgrano. El hijo mayor fue Manuel, que murió siendo militar con el grado de mayor y no tuvo descendecia. Néstor, mi abuelo, y Mario, mi tío abuelo. Mi padre, Manuel. Yo, Manuel, mi hijo, Manuel y mi nieto, Manuel.
—¿Y su hijo tiene interés más allá del nombre?
—Sí, creo que tiene interés, pero no tiene tiempo. Tiene 35 años, una familia y se dedica a otra cosa. Pero creo que le interesa y de a poco lo siente. Yo le voy machacando, de a poco, para no cansarlo.
—Cuando mira el retrato del prócer, ¿se encuentra parecido?
—Yo, no, pero la gente me dice que tengo algo que ver (risas).
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