En estos meses de pandemia, las reflexiones sobre el futuro no han sido escasas. Una gran diversidad de autores e intelectuales reconocidos han expresado ideas y contrapuntos sobre los orígenes, las causas y las consecuencias de la pandemia. En particular, lo que ha cobrado un interés central es el rol de la tecnología como causa y como respuesta a la crisis actual, pero también como germen de problemas futuros.
Desde hace décadas, autores como Deleuze, Guattari, Zuboff o Han nos vienen advirtiendo sobre el impacto de la tecnología en la vida humana. No solamente por los riesgos de la manipulación de elementos destructivos, sino también por el aumento de las capacidades de control de quienes detentan el poder de la tecnología (corporaciones y estados) sobre la seguridad y la libertad de los individuos. Es decir, armas de destrucción masiva y Estados vigilantes que rememoran una cosmogonía orwelliana.
Sin embargo, muchos de estos debates que surgen en los países del Primer Mundo y son retomados localmente ignoran dilemas que enfrentan los países periféricos con realidades diferentes. En un diálogo con el economista Bernardo Kosacoff, el politólogo Andrés Malamud expresó que América Latina está “condenada a la irrelevancia geopolítica”. Cabe preguntarse, entonces: ¿cómo es y será la relación de la tecnología y la pandemia en espacios geopolíticamente irrelevantes?
¿Hacia una nueva distopía?
El hashtag #coronavirus se viralizó más rápido que el virus en sí mismo. Tal como señala el filósofo italiano Franco Berardi, esta pandemia transciende las barreras biológicas; es un virus semiótico que ha infectado los cuerpos y los sistemas, y provocado alteraciones en las vidas, en la sociedad y en la economía. El potencial viral tiene una dimensión real y una virtual.
Así como el desarrollo tecnológico y la globalización favorecieron la expansión del virus y sus consecuentes crisis, se espera que estos mismos medios sean la solución. La ciencia y la tecnología son elementos constitutivos de la futura “nueva normalidad”. Es decir, muchas de las recetas recomendadas son medidas que incentivan a las empresas, los Estados y los individuos a que usen nuevas tecnologías. Solo por medio de ellas encontraremos la –aparente– solución: la(s) vacuna(s).
Mientras el precio del barril de petróleo se desplomaba, muchas empresas de la industria tecnológica tuvieron ganancias históricas. Hay un boom en servicios de streaming, redes sociales, publicidad digital, venta en línea, videollamadas, gaming, fintechs, etc. Todo ello es posible gracias a quienes proveen dichas plataformas. En definitiva, a río revuelto, ganancia de pescador. De hecho, se proyecta que Jeff Bezos será el primer trillonario del mundo.
Pero esta dinámica superficial oculta un proceso estructural tecno-económico-político. Tal como señala Naomi Klein, esta pandemia abrió la ventana de oportunidad para que los Estados con las nuevas tecnologías expandan sus capacidades de control y vigilancia. Los ejemplos abundan.
Muchas ciudades están adquiriendo diversos softwares de inteligencia artificial para aplicar en cámaras de seguridad. Las aplicaciones móviles que habilitan la circulación de ciudadanos incluyen geolocalización. China, desde hace años, viene implementando un sistema de “créditos sociales” a lo Black Mirror, que ha reforzado junto con su intención de crear una criptomoneda nacional.
La contracara de la tecnología como herramienta de crecimiento y avance es la forma en la que se constituye en un elemento de poder y de hegemonía. La nueva normalidad se construirá en base a todos los desarrollos y nuevos mecanismos técnicos que se aplicaron “en situación de excepcionalidad” frente a la pandemia. No hablamos solamente de las nuevas pautas de convivencia e interacción, sino del rol de la tecnología en los sistemas sociales, económicos y políticos.
Hegemonías tecnológicas
El rol del Estado y la tecnología trascienden al plano global. Así como en el escenario actual la búsqueda de la vacuna es una carrera geopolítica, el desarrollo de tecnologías está demarcado por quienes tienen las capacidades de crearlas y quienes las adoptan.
Por ejemplo, Bill Gates se ha posicionado como una figura central de esta coyuntura. No solamente es protagonista de los esfuerzos para encontrar una cura, sino que la fundación que lleva adelante con su esposa impulsa plataformas digitales de bancarización y educación para países menos desarrollados, especialmente en África. Al mismo tiempo, Microsoft se expande hacia el sector de las criptomonedas.
Dentro de esta misma lógica, la futura criptomoneda china es una apuesta para reemplazar la hegemonía del dólar en el sistema financiero. El boom de TikTok –una app china– es también una victoria en territorio donde empresas como Facebook o Instagram fueron tradicionalmente dominantes. Recordemos que, en escándalos como los de Cambridge Analytica, dichas aplicaciones han demostrado atentar contra la privacidad de las personas.
La tecnología no es neutral. La gran diferencia contemporánea entre los países desarrollados y subdesarrollados responde en gran medida al grado de industrialización vinculado a la autonomía tecnológica. El ascenso de nuevos poderes se observa en la competencia por la ampliación de áreas de influencia económicas y tecnológicas. Las nuevas formas estatales “vigilantes”, en países menos desarrollados, tienen un cariz específico. La gran alianza corporativo-estatal en respuesta a la pandemia es también un indicio de tendencia futura del sistema internacional.
Entonces, ¿qué ocurrirá en los países geopolíticamente irrelevantes? Seremos parte del área de influencia de las potencias. La construcción de nuestras versiones distópicas del futuro tiene un agregado: estar introducidos en una matriz de poder de otros.
Es por ello por lo que la soberanía tecnológica, sobre todo en sectores estratégicos, no solamente es una dimensión económica, sino también política. Cabe preguntarse, entonces, ¿a qué intereses obedecerán los futuros estados “vigilantes” de periferia con las tecnologías provistas por los países dominantes?
* El autor de este texto es politólogo, magíster en Estrategia y Geopolítica.
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