“Al principio, los españoles también se reían”, esa fue la primera línea del diario ABC de España, del pasado 22 de marzo, y su elección no fue casual: hace casi 102 años, el mismo periódico publicaba en su tapa la aparición y los peligros de la gripe española, la enfermedad responsable de la mayor pandemia del siglo xx y que dejó ─a lo largo de casi tres años─ un saldo de más de 50 millones de muertos en todo el mundo.
¿Qué fue la “gripe española”? Durante los primeros meses de 1918, en Estados Unidos, se dieron los primeros casos de esta extraña influenza, aunque no fue hasta el otoño de ese año cuando comenzaron a observarse los efectos devastadores que provocaría. Hay quienes sostienen que fueron los propios estadounidenses los responsables de desatar la epidemia en Europa, pero que lleva el gentilicio ibérico debido a que fue ese país el que comenzó a tratar el tema en sus medios de comunicación con mayor libertad y rigurosidad. Un dato: por darse en tiempos de la Primera Guerra Mundial, varias fueron las naciones que adoptaron el silencio y ocultaron el tema sin imaginar las consecuencias que esto podría traer para la salud mundial.
Analizar con perspectiva la última gran pandemia del siglo pasado puede servir para comprender algunas actitudes humanas y observar cuáles fueron las lecciones aprendidas (o no), y así avanzar con alguna certeza en tiempos de coronavirus. Desde conductas que parecen indolentes, pasando por la falta de apego a las reglas y normas para prevenir la enfermedad, hasta llegar a debates sobre lo que se debe hacer con una economía que cae en picada libre, todo en este mundo pareciera haberse visto y, quizás, en ello se encuentren algunas claves para sobrellevar la crisis de una mejor manera.
La reacción social ante la pandemia
Por lo dicho anteriormente, las crónicas de los diarios españoles son las que recogen la mayor cantidad de datos sobre el tema y desde ahí pueden trazarse paralelismos con la actualidad. En mayo de 1918, se llevaban adelante las fiestas tradicionales de Madrid ─a pesar de que la noticia sobre la gripe empezaba a ganar espacio─ y los españoles no se tomaban el problema muy en serio. Tanto fue así que, en lugar de agudizar el ingenio para prevenir el contagio, lo utilizaron para cosas como bautizar la enfermedad con el nombre de una canción popular de la época (Soldado de Nápoles), debido a que aseguraban que la afección era tan pegajosa como el tema.
Tras esas celebraciones, se reportó una enorme cantidad de infectados y la “curva de contagio” tuvo un crecimiento exponencial que no distinguió credos ni estratos sociales: además de clérigos y trabajadores de servicios básicos, el rey Alfonso XIII y el primer ministro (aparte de varios miembros de su gabinete) resultaron afectados por la gripe. Sin embargo, durante el primer brote, las tasas de mortalidad asociadas con la influenza en este primer período de la epidemia oscilaron entre 0,04 y 0,65 muertes por cada 1000 habitantes, lo cual les permitió a algunos pensar que la gravedad del asunto no era tal.
No fue sino hasta septiembre de ese año cuando los niveles de preocupación calaron hondo en la sociedad. Las fiestas y las misas volvieron a ganar terreno. En el Viejo Continente, era invierno y, además de las enfermedades propias de la estación, la gripe española castigó fuertemente. Tanto fue así que las tasas de mortalidad relacionadas con la influenza tuvieron un rango de 0,5 a 14 muertes por 1000 habitantes.
Aunque las cosas estaban mal, había necios por doquier. En ese momento, un cura español del municipio de Zamora fue noticia porque afirmaba que la peste era un castigo divino estrechamente vinculado a los pecados de los feligreses y organizó cientos de misas multitudinarias. El resultado fue desastroso y la cifra de infectados aumentó a niveles exorbitantes en esa localidad.
Recién para finales de ese año, las autoridades de salud ─tras duras batallas con los dirigentes políticos─ lograron decretar la emergencia sanitaria y darles cese a todas aquellas actividades que pudieran suspenderse. ¿Las políticas de prevención? Las mismas que se escuchan ahora: aislamiento y aumento de las recomendaciones de higiene personal y desinfección. Mientras tanto, la gente tuvo que aprender a aceptar la realidad y comenzar a extremar sus cuidados para poder mantenerse a salvo.
La reacción política y las lecciones que podemos aprender
El coronavirus ha destapado discusiones que, desde hace tiempo, se colocaban debajo de la alfombra. Estados pequeños en detrimento del avance salvaje del mercado, el déficit de la salud pública a nivel mundial y la problemática alrededor de las diferencias abismales que existen entre las clases acomodadas y las más bajas han desnudado la falta de previsión de decenas de líderes y las miserias de quienes no aceptan perder ni en tiempos de catástrofes mundiales. Lamentablemente, la gripe española ya había dado cuenta de eso también.
La decisión de las autoridades españolas de principios de siglo de no suspender ningún tipo de actividad que pudiera dañar el flujo comercial de los negocios del lugar, la falta de un sistema de salud pública en la mayor parte de los núcleos rurales del interior y la poca previsión adoptada cuando recién se había desatado la epidemia dejaron en claro que todo fue una gran suma de eventos que no ayudaron en nada a controlar la enfermedad que infectó a casi un tercio de la humanidad de aquellos tiempos. Tan solo en ese país, la influenza fue responsable de más de 260.000 muertes (uno por ciento de su población) y un exceso de mortalidad cercano al 1,5 por ciento.
En la actualidad, la comunicación le permite a la humanidad estar más atenta e informada sobre las determinaciones que toman unos y otros mandatarios a nivel global. Además, permite contemplar con asombro y estupor las actitudes de personas que, faltas de moral o simplemente prisioneras de su ignorancia, no cumplen con las medidas establecidas y ponen en riesgo la salud de naciones enteras en cada una de sus arteras maniobras. No obstante, también obliga a repensar de manera consciente cada una de las acciones de uno: apegarse a las normas, redefinir las prioridades individuales y globales y trazar un horizonte que permite imaginar una sociedad mejor. Los tiempos que vienen serán duros, pero depende de todos la posibilidad de acabar con esta pandemia. Hace cien años, algo similar ocurrió y ya es hora de tomar nota de aquellos errores del pasado para demostrar que nada de todo eso fue en vano.
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