No parece posible, pero han transcurrido 20 años del siglo XXI en un santiamén y, dicho de manera tanguera, eso de que “veinte años no es nada” no es cierto. Porque en estas dos décadas del nuevo siglo, se han sucedido hechos extraordinarios que han modificado el destino de la humanidad para siempre; y dudo de que me equivoque si afirmo que esos cambios son gigantescos y no tienen comparación alguna con los de otra época del mundo conocido.
No todos los historiadores e investigadores de fuste concuerdan con esta aseveración y citan momentos claves, de similar importancia, como la diseminación del conocimiento en el siglo XII; el impacto de la peste negra en el siglo XIV, con una mortalidad que superó doscientas veces las pérdidas de la Primera Guerra Mundial; o el descubrimiento de América, un siglo más tarde, entre muchos otros ejemplos. Sin embargo, es imposible desconocer la influencia inmediata y profunda de estos cambios en todas las cuestiones que afectan a la humanidad, que sucedieron en tan solo 30 o 40 años, y que han transformado completamente las actividades sociales, económicas y culturales de la sociedad en la que vivimos, interconectando a cientos de millones de personas en todo el planeta.
Es tal la envergadura de este fenómeno que deja siempre al presente en el pasado. Somos conscientes de que, mientras transitamos el momento presente, el futuro ya ha llegado. Tal vez no nos afecte a nosotros de manera individual, pero los cambios se han venido gestando en todas las áreas del saber humano; hoy solo se están ajustando, haciendo que esta transformación sea económicamente viable y creando nuevos soportes que la pondrán en ejecución y, además, dejando por obsoletos a otros muy recientes. Los cambios de paradigmas que imponen la conectividad, la instantaneidad y la globalización han provocado un mundo nuevo en constante movimiento y con consecuencias ambivalentes, absolutamente extraordinarias, y también extremadamente complejas y apabullantes para la psiquis y la toma de decisiones, tanto personales como sociales y políticas.
Durante siglos, nuestro entorno era, de alguna manera, más previsible, y cuando se vio modificado por imprevistos, estos fueron puntuales y dieron el espacio y el tiempo suficientes para adaptarse a las nuevas realidades. Hoy, debido a la tecnología, agresiva e invasiva, se nos hace casi imposible mirar un horizonte equilibrado de aquí a diez años. El estrés que esto provoca y los nuevos desafíos que enfrenta la sociedad requieren de herramientas políticas, sociales y humanas que aún no hemos sabido desarrollar de manera práctica y eficiente.
Muchas veces, y en múltiples casos, el mundo parece moverse a la deriva, con ausencia de líderes y en manos de redes anónimas e inmanejables. Ese mundo, en el que se mueven con cierta facilidad los millennials (1980-1994) o Gen Y y los centennials (1995-2015) o Gen Z, recorre un sendero errático y difícil de prever, con adelantos que escapan a la imaginación humana, propios de la ciencia ficción y con rasgos que invitan a reflexionar profundamente sobre las posibilidades infinitas que se crean a diario. Esta evolución ha dado paso a herramientas que pueden conducirnos a la destrucción masiva en segundos. Está más que claro que todo este proceso de cambio se ve surcado por la tecnología del conocimiento, cuyo crecimiento geométrico nos empuja sin cesar y sin freno alguno posible. Muchas de esas “viejas” novedades no tienen ni dos décadas, pero parece que hubieran existido desde toda la vida; en ellas, los nativos digitales se mueven en un mundo conocido, pero casi siempre al límite, en situaciones desbordadas y sometidas a una evolución y cambio constantes.
De alguna manera, entonces, podríamos asegurar que, atravesado completamente por el acceso irrestricto y siempre creciente de las redes y de la democratización del conocimiento, el principio de siglo se ha visto modificado por las nuevas tecnologías, la irrupción definitiva de los derechos de la mujer –postergada durante siglos– y una creciente e indetenible batalla por la protección del medioambiente, caso este último liderado por los jóvenes dirigentes de diferentes lugares del mundo que no aceptan el orden constituido, ya que pone en peligro el futuro de las generaciones por venir. Hoy, la aventura de vivir es una gran caja de pandora, donde la sorpresa es no sorprenderse.
Durante siglos, nuestro entorno era, de alguna manera, más previsible. Hoy, debido a la tecnología, agresiva e invasiva, se nos hace casi imposible mirar un horizonte equilibrado de aquí a diez años.
Estamos inmersos en un mundo de drones, individuos autopropulsados, microorganismos que toman vidas diferentes, clonaciones y reproducciones 3D de órganos; estamos en medio de una transformación que traerá “la internet de las cosas”, de las variantes que se producirán en relación con la energía y de las consecuencias que los adelantos científicos provocarán sobre la salud y la prolongación de la vida, sumados a la robótica y a los cambios estructurales sobre el trabajo cotidiano, las carreras, las nuevas tareas y la administración del ocio. Estos son apenas indicios de un mundo en pulsión revolucionaria y poco previsible, en convivencia con un estado de aparente ciencia ficción que parece mutar de lustro en lustro.
Estos increíbles años que tenemos por delante no están, por supuesto, exentos de interrogantes difíciles de dilucidar y de problemas de compleja solución. Porque lo cierto es que ninguno de estos descomunales avances parece haber modificado la esencia de la psiquis humana, ni sus intereses primarios, ni la ambición desmedida, ni los fanatismos raciales y religiosos. Casi por el contrario, los han exacerbado, al encontrar vías de expresión mucho más simples y sencillas, facilitadas por el anonimato y la posibilidad de conexión remota entre grupos desbordados, favorables a los climas destituyentes, a nacionalismos excluyentes y al terrorismo salvaje. De este modo, se acentúan los problemas de fines del siglo XX, como son el hambre en el mundo, los millones de refugiados sin destino, la contaminación y el acceso al agua potable, y la desigualdad más dolorosa, esa que, según el informe del World Inequality Lab, nos dice que el 1% de la población de mayor ingreso recibió en el año el doble de ingresos que el 50% más pobre. Todos estos son asuntos conocidos y no resueltos, en una aldea global que no hizo nada por optimizar sus órganos de control ni sus organizaciones multilaterales, cada día más parecidas a estructuras burocráticas que informan y recopilan documentos sin brindar respuestas, mientras los poderosos resuelven sus intereses del momento con excusas inaceptables o, incluso, sin siquiera darlas.
También en este lado B de las cosas, se cruzan la tecnología y la inteligencia artificial, puesto que forman un cóctel peligroso y fatal en el progreso de la ciencia. Imposible no preguntarse qué ocurrirá cuando la tecnología simplifique los medios de destrucción masiva, y ellos estén al alcance de cualquier fanático. Ya hemos ejemplificado en la revista DEF el caso del simultáneo triple ataque a iglesias cristianas en Indonesia, en mayo de 2018, que resultó ser el peor atentado en ese país, realizado por un grupo yihadista. Un matrimonio y sus cuatro hijos, dos de ellos menores de 9 y 12 años, se inmolaron, por separado, en tres templos. Es imposible no preguntarse qué habría sucedido si hubieran contado con la facilidad y los medios adecuados para hacer desaparecer una ciudad entera, Sidney, San Francisco o Buenos Aires, por ejemplo. Preguntarnos si ese supremo sacrificio familiar no habría sido, incluso, más valorado por ese fanático jefe de familia, decidido a perder hasta lo más preciado para borrar de la faz de la tierra a los odiados infieles. El mundo pronto tendrá herramientas para hacerlo posible, entonces, ¿cómo podría ser combatido? Cuestión de muy difícil respuesta.
Así las cosas, tampoco hay muchas respuestas a las seguras crisis que provocará la Cuarta Revolución Industrial en marcha y que, software mediante, provocará cambios brutales y quiebres de empresas, y el fin de puestos de trabajo de millones de personas, muchas de las cuales tendrán infinitas dificultades para reconvertirse, ya sea por su edad, especificidad o sobrecalificación. Solo por citar ejemplos de los miles que aún estarán por llegar, en estos años, Uber es la mayor empresa de taxis sin un solo vehículo; Airbnb es la mayor empresa hotelera sin una sola cama propia en el mundo; y existen ya cientos de aplicaciones que, sin ningún tipo de intervención humana, nos resuelven, en pocos segundos, cuestiones de asesoramiento jurídico, médico, inmobiliario, idiomático y mil cuestiones más, y cuya efectividad en la respuesta es superior a la mejor atención personalizada.
Estos aspectos que describo no son el mañana al que debemos prepararnos, sino, peor aún, son el ayer, que ya funciona y se incorpora a nuestras vidas de manera silenciosa y discreta, pero cuya acumulación modifica nuestra manera de vivir a diario. La pregunta del millón es: ¿daremos la talla? Cuestión que solo podremos saber si, en los próximos veinte años, conseguimos adaptarnos a esos cambios, controlando la violencia y poniendo un freno a los irracionales que la provocan; y además, de ser capaces de crear un mundo mejor, menos desigual y más justo para todos.Pareciera ser que, de no lograrlo, las consecuencias podrían ser fatales para toda la humanidad. Si falla nuestra capacidad de dar las respuestas adecuadas a estos desafíos, entonces, ese será seguramente nuestro destino.
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