Día de la mujer, cinco pioneras bajo la mirada de DEF

En un nuevo aniversario, repasamos algunas historias de mujeres que luchan por la igualdad de derechos en diferentes ámbitos

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Guillermina lucha para que todas las niñas del país que sueñan con jugar al fútbol puedan alcanzar su meta. Foto: Fernando Calzada.
Guillermina lucha para que todas las niñas del país que sueñan con jugar al fútbol puedan alcanzar su meta. Foto: Fernando Calzada.

La lucha de las mujeres en busca de la igualdad de derechos y oportunidades es uno de los hechos que están marcando el siglo XXI. Guillermina Lazzari, Sofía Vier, Norma Puccia, María Eugenia Suárez y Silvia Barrera –en diferentes ámbitos y en silencio– han sabido derrotar prejuicios, cosechar logros personales y abrir el camino para que muchas chicas hoy puedan desarrollarse en múltiples áreas. DEF conversó con ellas para conocer sus historias.

Guillermina Lazzari: “Quiero cambiar el fútbol femenino”

Oriunda de San Pedro, Guillermina Lazzari es desde pequeña una amante del fútbol. En su casa, siempre había una pelota a mano y, gracias al hecho de vivir en un pueblo donde se podía jugar en la vereda y andar en bicicleta sin temor, armar un partido con sus amigos era cuestión de todos los días. Eso sí, siempre con varones porque, salvo alguna excepción, las chicas estaban destinadas a usar vestidos y jugar con muñecas. Aunque esto nunca le importó, al llegar a la adolescencia la cuestión de género se impuso.

Exjugadora y profesora de Educación Física, en la actualidad trabaja como dirigente deportiva en el club Excursionistas y en el área de Capacitación, Investigación y Ciencias aplicadas de la Secretaría de Deportes: “El objetivo primordial de mi proyecto es la promoción del fútbol femenino a lo largo y ancho del país, con la intención de reparar el desequilibrio histórico que sufrimos las mujeres que practicamos este deporte”.

–¿Cómo fue tu iniciación deportiva?

–A través del básquet y la natación, porque no existía otra posibilidad. Al terminar el secundario, decidí estudiar Educación Física, para lo cual me vine a vivir a Buenos Aires. Simultáneamente, conocí en San Pedro al profesor Mario Prado, que me abrió las puertas del fútbol, llevándome junto a otras chicas a probar en Boca Juniors. De las cincuenta que nos presentamos, quedamos dos para hacer la pretemporada.

–¿En qué momento decidiste colgar los botines?

–En 2013, para dedicarme de lleno al estudio. Me recibí de profesora de Educación Física y me focalicé en el objetivo de intentar cambiar el fútbol femenino. Quería que las niñas de 4 o 5 años que desearan jugar al fútbol pudieran hacerlo. Hoy sigo soñando con que, a lo largo de todo el país, ninguna nena pase por la angustia y desesperanza que yo sentí.

–¿Cómo te definirías?

–Como una persona afortunada porque con 31 años llegué a cumplir tres sueños: jugar en Boca Juniors, trabajar en la Secretaría de Deportes de la Nación y haber presentado un proyecto de ley que, creo, es un aporte al país y a la sociedad en cuanto a políticas deportivas.

Una frase: “Quería que las niñas de cuatro o cinco años que quisieran jugar al fútbol pudieran practicarlo. Hoy sigo soñando con que a lo largo de todo el país ninguna nena pase por la angustia y desesperanza que yo sentí”.

Sofía Vier: “Hay que generar el espacio para que otras mujeres puedan llegar”

La tendencia es clara: las mujeres ya son parte de la cotidianeidad de las Fuerzas Armadas y, en la actualidad, comienzan a ocupar puestos que, hasta hace poco tiempo, habían sido ocupados solo por efectivos masculinos. La Fuerza Aérea Argentina no es ajena a esa realidad. Hace apenas unas semanas retornó al país la alférez Sofía Vier, quien había viajado a los EE. UU. para realizar el curso de aviación que dicta aquel país. Fue la primera mujer argentina en egresar de la USAF (United States Air Force).

Sofía sueño con convertirse en la primera piloto de caza argentina. Foto: Fernando Calzada.
Sofía sueño con convertirse en la primera piloto de caza argentina. Foto: Fernando Calzada.

Lleva las alas en la sangre, su papá es miembro de la Fuerza y su abuelo, si bien perteneció al Ejército, fue parte de quienes fundaron la Escuela de Aviación Militar cuando aún la Fuerza Aérea no existía como tal. Próximamente, Sofía accederá al grado superior, se convertirá en teniente y, si todo sale bien, será la primera mujer piloto de aviones de combate en el país (ya hay mujeres pilotos helicóptero y de aeronaves de transporte): “Las mujeres debemos intentar hacer las mismas cosas que los hombres. Si fracasamos, nuestro fracaso será un desafío para las demás”.

–¿Cuándo supiste que querías ser militar?

–Siempre me gustó el ámbito aeronáutico. Cuando cumplí 15 años, mi papá me llevó a volar en planeador. Desde ese día se generó adentro mío una fascinación por el tema y supe que quería ser piloto pero en el marco de la Fuerza Aérea. Yo miraba los aviones de Caza y los uniformes y por dentro pensaba: “Esto es lo mío”.

–¿Cómo lo tomaron en tu familia?

–Los sorprendí cuando les comuniqué que quería ingresar a la Fuerza Aérea. Cuando lo dije me pidieron que analizara otras opciones. En algún momento pensé en arquitectura pero, finalmente, ingresé a la Fuerza. Yo ya vivía en Córdoba, así que mientras cursaba, vivía dentro del Escuadrón, pero los fines de semana podía volver a mi casa.

–Una vez que egresaste, ¿cómo llegaste a los EE. UU.?

–Los 25 mejores promedios de los cadetes son quienes tienen la posibilidad de ser pilotos, siempre que les de bien el apto físico. Cuando egresé yo estaba segunda dentro del promedio general y primera en lo que respecta a la Licenciatura. También me fue muy bien en Planeadores. Entré al Escalafón Aire sin saber que iba a ir a EE. UU. Nos tomaron un examen de inglés y, aquellos con más del 85% aprobado, estaban habilitados para viajar. Quedamos cinco, de los cuales eligieron a los dos más antiguos de acuerdo al promedio general. Fuimos a rendir a la Embajada de Estados Unidos. Yo, sin competir, dí lo mejor de mí. Finalmente pasamos los dos y, si bien él tenía mejor nivel de inglés, a mí me eligieron por vuelo y antigüedad.

Una frase: “Mi objetivo es volar aviones de Caza. Estuve muchos años esperando el momento y hoy tengo la oportunidad de hacerlo. Si lo puedo finalizar, habré cumplido un sueño”.

Norma Puccia: “La autoridad se gana con el ejemplo”

Cálida, simpática y serena, rompe con cualquier prejuicio y estereotipo. Norma Puccia es oriunda de Olavarría, está divorciada, tiene dos hijos, Serena (19) y Xavier (16), y lleva 28 de sus 47 años desempeñándose en el Servicio Penitenciario Federal. Como máxima autoridad del Penal, integrado por cuatro cárceles –entre las que se cuenta la más grande del país–, tiene bajo su cargo 3562 internos y 961 empleados. Se desempeña con eficiencia y naturalidad en una posición que, hasta la actualidad, estaba reservada a los hombres: dirigir los destinos de una cárcel de varones.

Norma rompió prejuicios y hoy es la máxima autoridad del Penal de Olmos. Foto: Fernando Calzada.
Norma rompió prejuicios y hoy es la máxima autoridad del Penal de Olmos. Foto: Fernando Calzada.

Si bien ya hubo figuras femeninas que hacían tareas similares, es la primera vez que una mujer asume el cargo adentro de un Complejo, estructura creada en 2009 a fin de agrupar las cárceles por regiones para su mejor control. “Me gusta hacer referencia a aquellas mujeres que fueron abriendo camino hacia la paridad de género que estamos empezando a gozar en la actualidad. Como funcionaria, siento una gran satisfacción al poder demostrar, a las compañeras que vienen detrás, que es factible acceder a cargos directivos dentro del sistema penal”.

–¿En qué momento decidió dedicarse a esta profesión?

–Mi padre era suboficial penitenciario, aunque como él nunca hablaba de su trabajo en casa, la realidad es que no tenía demasiada idea. Sin embargo, algo habrá influido en mí porque, al terminar el secundario y analizar mis opciones futuras, decidí entrar a la Escuela de Oficiales en La Plata. Aprobé el ingreso y, en febrero de 1991, entré junto a otras 18 mujeres y un número muy superior de varones.

–¿Cómo era la vida en la Escuela Penitenciaria?

Era un régimen semimilitarizado: estábamos internados desde el domingo a las 22 hasta el viernes a las 17. El lugar donde se alojaban los hombres era grande y confortable, porque la construcción de la escuela estaba hecha para ellos; las mujeres vivíamos en una compañía bastante pequeña y poco acondicionada. Esto no resulta extraño si pensamos que las promociones femeninas no tenían mucha continuidad. La primera egresó en 1979, y la quinta –a la que pertenezco–, en 1991. En cuanto a las normas de convivencia, eran sumamente estrictas: no podíamos hablar ni compartir actividades o espacios comunes con nuestros compañeros. Teníamos aulas separadas y ocupábamos distintos espacios en el

comedor. La excepción era cuando hacíamos instrucción en el campo. Por suerte, con los años, eso se modificó y, en la actualidad, se comparte todo, como en la vida.

–¿Cuáles fueron sus primeros destinos?

–Al recibirme, tuve la suerte de poder elegir por orden de mérito y fui a la Unidad 15 de Mar del Plata, donde permanecí algunos años. A partir de entonces, estuve en diversos destinos: Dolores, Mercedes, Azul (alcancé el cargo de directora de la cárcel de mujeres) y Sierra Chica (donde fui designada subdirectora de la cárcel de varones, un nombramiento increíble, ya que nunca había habido una mujer en ese cargo). Y de este modo, así fui haciendo un camino que me abrió las puertas de mi actual designación.

Una frase: “Sin dudas, todavía existen esos prejuicios, pero yo estoy muy contenta de que se priorice la responsabilidad y el compromiso a la hora de designar a alguien en un cargo, más allá de su género”.

María Eugenia Suárez: “La relación entre naturaleza y cultura es clave”

Licenciada en Ciencias Biológicas de la Universidad de Buenos Aires, docente e investigadora del CONICET, María Eugenia Suárez logró encontrar el camino dentro de su profesión cuando conoció la existencia de la etnobiología, disciplina que sumó un aspecto social a su carrera científica. En 2004, comenzó su trabajo con la comunidad wichí al este de la provincia de Salta, en la región del Gran Chaco, que, según sus palabras, “sufre desde hace décadas una devastación ambiental y cultural derivada, entre otros factores, de la contaminación del agua, la deforestación, la introducción de ganado y el avance de la frontera agrícola”.

María Eugenia es una prestigiosa científica y trabaja para que cada vez más mujeres puedan desarrollarse en múltiples áreas de la ciencia. Foto: Fernando Calzada.
María Eugenia es una prestigiosa científica y trabaja para que cada vez más mujeres puedan desarrollarse en múltiples áreas de la ciencia. Foto: Fernando Calzada.

La científica agrega que, en sus investigaciones, estudió los saberes, percepciones, sentimientos y prácticas relacionadas a la vegetación del bosque chaqueño por parte de los wichís. Su tesis doctoral, centrada en el estudio de las especies medicinales, fue publicada en el Journal of Ethnopharmacology, revista oficial de la Sociedad Internacional de Etnofarmacología. “Procuré entender y difundir los conocimientos, creencias y modos de relacionarse con la naturaleza, como un aporte para la comprensión de esta cultura particular y para la biodiversidad de la región en general”.

–¿Qué es la etnobiología?

–Es una disciplina científica de carácter intrínsecamente multifacético, que integra teorías y métodos de otras disciplinas, en especial, de la biología y la antropología, aunque a veces utiliza herramientas de la lingüística y de la historia. Nuestro trabajo se basa en el estudio de la relación que establece una cultura con su ambiente natural y los seres vivos de ese entorno, por ejemplo, cómo los denominan, los clasifican y qué uso les dan.

–Usted convivió mucho tiempo con las comunidades wichís. ¿Le resultó fácil ser aceptada y acceder a su mundo?

–Como en todos los ámbitos, es fundamental relacionarse y ganar la confianza del otro. En este tipo de trabajo, el primer paso es presentarse y explicar qué se quiere investigar, para qué y cuál será el destino final de la información. En mi caso, fui muy bien recibida, y la mayoría de la gente expresó interés en que se conociera su sabiduría, su cultura y cosmovisión. Pese a la dificultad de entender los fines académicos para quienes viven alejados de todo, a medida que se van generando vínculos personales, comienza a correr el boca a boca, y todo es más sencillo.

–¿Cómo es el trabajo de campo?

–Yo voy entre un mes y 45 días, una o dos veces al año, y hago base en un pueblo llamado “Coronel Solá” –conocido como “Morillo”– donde hay una asociación civil que tiene un centro con habitaciones donde suelo dormir. Pero cuando voy a la aldea, paro en carpa; y es lo que más me gusta y funciona. Mi trabajo se desarrolla en comunidades que están en la periferia de pueblos o en aldeas ubicadas más adentro del monte. Recorro el entorno para conocer el contexto ambiental y recojo muestras de herbario de plantas, de hongos, restos de animales, entre otras cosas. Estas recolecciones sirven como referencia para identificar tanto plantas como animales, de modo de reconocerlos y poder hacer una traducción de su ciencia a la nuestra y viceversa.

Una frase: “Es probable que la resistencia a reconocer los saberes de las comunidades se relacione con el hecho de que esos conocimientos pueden ir contra del modelo de explotación actual, de intereses políticos, ideológicos y económicos; entre otros”.

Silvia Barrera: “Hoy seguimos peleando otras batallas”

Madre de cuatro hijos e instrumentadora quirúrgica de profesión, a los 23 años se anotó como voluntaria para viajar a las Islas Malvinas. Embarcada en el rompehielos ARA Almirante Irízar, permaneció dentro de la zona de conflicto desde 8 al 18 de junio de 1982. En la actualidad, se desempeña como encargada de Ceremonial del Hospital Militar Central y se dedica a dar charlas y organizar congresos en todo el país para difundir su experiencia.

Silvia viajó voluntariamente a Malvinas para prestar servicios en los tiempos de la guerra y, hoy, se dedica a dar charlas para compartir su experiencia e inspirar a otras mujeres. Foto: Fernando Calzada.
Silvia viajó voluntariamente a Malvinas para prestar servicios en los tiempos de la guerra y, hoy, se dedica a dar charlas para compartir su experiencia e inspirar a otras mujeres. Foto: Fernando Calzada.

Cuando habla, no lo hace en singular sino en un “nosotros” que incluye al resto de sus compañeras. “Según la ley, se consideran veteranos aquellos que se han desempeñado dentro del teatro de operaciones de Malvinas. En nuestro caso, fuimos reconocidas oficialmente once mujeres. Seis de ellas –Susana Maza, Cecilia Ricchieri, Norma Navarro, María Marta Lemme, María Angélica Sendes y yo– pertenecientes al Ejército Argentino cumplimos funciones embarcadas en el buque ARA Almirante Irízar”.

–¿Cómo comenzó esta historia?

–A partir del inicio de la guerra, el Hospital Militar Central –adonde todas habíamos ingresado en 1980– fue designado como cabecera de la sanidad. Nosotras soñábamos con participar pero, ante la orden de que solo podía viajar a la zona de conflicto el personal militar, quedamos excluidas. Sin embargo, a medida que pasaron los días se dieron cuenta de que necesitaban gente capacitada para preparar los quirófanos, ya que los enfermeros del Ejército carecían de experiencia y todavía no se había recibido la primera camada de mujeres. Así surgió la convocatoria para las instrumentadoras. La urgencia era tal que nos anotamos un día y viajamos al siguiente.

–¿Qué dijeron sus familiares ante esta noticia?

–En mi caso, como vengo de familia militar, no hubo ninguna resistencia. Mi papá se emocionó y lo primero que hizo fue ir a comprar una máquina de fotos y diez rollos para que registrara todo. Unas pocas de esas fotografías que pude esconder entre la ropa son las que conservo hoy, después de que los ingleses nos sacaran las cámaras.

–¿Cuándo fue que comenzaron a sentirse reconocidas?

–En 2002 fuimos las primeras en recibir el premio a las mujeres destacadas del Ejército, distinción instituida ese año. En 2012 nos dieron el reconocimiento oficial como Veteranas de Guerra y en 2014 fuimos condecoradas por el Estado. Según nos dijeron, dentro de la historia de las FF. AA., después de las mujeres que participaron de las guerras de la Independencia, somos las más reconocidas. Pese a ello, durante décadas no nos incluyeron en los actos ni en los homenajes.

Una frase: “En 2012 nos dieron el reconocimiento oficial como Veteranas de Guerra y en 2014 fuimos condecoradas por el Estado con la Medalla al Valor. Según nos dijeron, dentro de la historia de las Fuerzas Armadas, después de las mujeres que participaron de las guerras de la Independencia, somos las más reconocidas”.

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