El próximo 11 de febrero se celebra el Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia y, hasta hace poco, no había ninguna fecha en los calendarios que validara su aporte. A decir verdad, hasta el 22 de diciembre de 2015 no había nada, aunque eso no impidió que fueran varias las que se animaran –a lo largo de la historia– a romper esquemas y a dejar su huella en un universo que, durante muchos años, parecía ser exclusivo para hombres. En Argentina, muchas mujeres trabajan en diferentes áreas del conocimiento y su ejemplo sirve de inspiración para las nuevas generaciones.
María Eugenia Suárez es etnobióloga y docente de amplia trayectoria, pero no siempre supo con certeza a qué se iba a dedicar el resto de su vida. De hecho, le agarraron dudas sobre cuál iba a ser su camino una vez que terminara la licenciatura en biología, hasta que su madre le regaló un libro que le cambió la vida para siempre: “Sobre el final de mi carrera, cuando no sabía muy bien cómo seguir y sentía que me faltaba algo, mi mamá me trajo un libro que hablaba de etnobotánica y ahí fue que dije ‘¡esto es lo que quiero hacer!’”
–En tu familia, ¿hay científicos o científicas?
–No. En realidad, mis viejos siempre laburaron de todo menos de científicos (risas). Se dedicaron al comercio entre otras cosas, allá por 2001, pero se tuvieron que ir a España a buscar laburo. Así que no, nadie en la familia tenía nada que ver con lo que elegí. Nadie.
–¿Sos la primera universitaria de tu familia?
–Si, fui la primera. Hoy mis hermanas también lo son.
Cuando se le consulta por referentes a la hora de su formación, no duda ni un segundo en señalar a su madre y al esfuerzo que hizo para criarlas a ella y a sus dos hermanas, Micaela y Macarena, a pesar de todos los obstáculos que tuvo que sortear. “Fue la mujer más importante de mi vida porque siempre fue una guía en cuanto a la voluntad, a su energía, y a todo eso que significa no bajar los brazos por lo que uno quiere”, dice.
Sobre el final de mi carrera, cuando no sabía muy bien cómo seguir y sentía que me faltaba algo, mi mamá me trajo un libro que hablaba de etnobotánica y ahí fue que dije ‘¡esto es lo que quiero hacer!’, comenta María Eugenia.
Muchas son las mujeres que se desempeñan dentro del estudio de la biología. Sin embargo, pocas son las que logran alcanzar puestos jerárquicos. María Eugenia sabe que esa cuota de machismo no es patrimonio único de su especialidad, sino que se trata de algo que –lamentablemente– se percibe en el común de los lugares. Sin embargo, siente que son tiempos de cambio y que, de a poco, se van derribando los impedimentos y obstáculos dentro de la sociedad.
Inés Camilloni es otra mujer que ha hecho camino en el mundo de la ciencia local. Actualmente, es investigadora independiente en el Centro de Investigaciones del Mar y la Atmósfera (CIMA) –un instituto compartido entre el CONICET y la Universidad de Buenos Aires–, y si bien sus padres se especializaban en ciencias sociales (su papá era abogado y su mamá abocada al área de la educación), tampoco tenía científicos referentes dentro de su familia. “La persona más cercana que tenía en investigación era mi tía, que trabajaba en temas de salud. Pero las aproximaciones más precisas las tuve cuando ingresé a esta facultad y empecé a conocer la gente y docentes, e historias de personas que pasaron por esta facultad. No es que tenía a una persona cercana conocida más allá de las lecturas infantiles, como la biografía de Marie Curie”, recuerda.
El ingreso de Inés a la facultad fue en 1982 –en plena guerra de Malvinas– en tiempos en los que no había espacio para discusiones relacionadas con las cuestiones de género, diversidad, discapacidad e integración. “Todo esto explotó hace poco tiempo”, comenta y deja en claro que, aunque se estén dando muchos cambios positivos, aún restan muchas cosas por transformar.
-¿Quedan asuntos pendientes?
Sí. De género, por ejemplo. Todavía en el ambiente científico, si bien hay una base muy importante –que creo que ahora es mayoritaria– en el CONICET, las mujeres están en los niveles más bajo de la investigación científica y los hombres están en los niveles más altos. Hoy, el 60% del escalafón más bajo son mujeres, mientras que en la categoría de investigador superior ese porcentaje se reduce, aproximadamente, al 25%.
–¿Vos ves que se está haciendo algo? ¿Le dan algún tipo de impulso?
–En realidad, de a poco, se empezó a reconocer a las becarias. Antes, por ejemplo, no existía la licencia por maternidad, no existía ese derecho. Bueno, de todas formas ese bache parcial que aparece con una mujer investigadora durante el embarazo no termina de ser subsanado. Por ejemplo, para ascender de una categoría a otra, se hace un análisis bastante cuantitativo. Cuántas publicaciones hizo, cuántas tesis doctorales dirigió, y en la trayectoria de una mujer ese tipo de cosas llevan más tiempo: la verdad es que, mientras más hijos tengan, más tiempo llevan. Y ese análisis cuantitativo sigue estando presente.
Si algo se ha visibilizado en el último tiempo fue la lucha feminista por conquistar los derechos que les fueron negados históricamente a las mujeres. Podría decirse que, en el fondo, todo se resume en una cuestión de género. Por ejemplo, combinar la realización profesional con la tarea de ser madres es algo que sólo ellas pueden contar en primera persona. María Eugenia es madre de dos hijos y comenta que, cuando ella recién ingresaba, no había licencias por maternidad (entre otras cosas), lo que la motivó a movilizarse y luchar por sus derechos y el de sus compañeras.
Inés explica que si bien hace poco comenzaron a darse algunos cambios en materia de género, aún faltan grandes modificaciones que les permitan a las mujeres desarrollarse en igualdad de oportunidades que los hombres.
–¿Qué cosas crees que faltan para lograr una verdadera equidad en la ciencia?
–Falta más igualdad de oportunidades. El ejemplo de la maternidad, por citar uno, sirve porque me parece muy claro y –por una cuestión meramente biológica– uno no puede ir en contra de eso. Si quiero ser madre, como mujer, tengo un tiempo para serlo y es en edad fértil. No hay vuelta que darle.
–En tu caso particular, ¿qué obstáculos se te presentaron?
–En mi disciplina, está la particularidad de que hay mucho trabajo de campo y suele ser por tiempo prolongado. Entonces, supongamos que me voy un mes y medio al bosque salteño: es todo un tema. En mi caso, siempre tuve que optar por irme embarazada o con los chicos a cuestas, y es una decisión personal de la cual estoy muy contenta porque también tiene que ver con compartir con la gente a mi propia familia, pero no es fácil. Esto me parece que es algo que, hasta hoy, es una deuda pendiente.
La crianza de los hijos y la ciencia es un ejemplo de la compatibilidad de ambos mundos. De hecho, Camilloni señala que la Facultad de Ciencias Exactas (UBA) incorporó un jardín maternal, pero que los cupos muchas veces no alcanzan para satisfacer la demanda. Y agrega que, si bien se fueron creando estructuras para facilitar sus múltiples labores, todavía no están lo suficientemente aceitadas como para que esto no afecte su carrera académica.
La contribución de estas mujeres a la sociedad excede su rubro, y su desempeño es una inspiración para la sociedad en su conjunto. Las científicas argentinas son premiadas alrededor del mundo por sus investigaciones y, en la actualidad, además son sinónimos de que el conocimiento no tiene género. Las historias de María Eugenia Suárez e Inés Camilloni son solo dos dentro de las miles de mujeres que, desde la ciencia, trabajan por un futuro en el que millones de niñas puedan tener las mismas oportunidades que los hombres para crecer en este campo. Mientras tanto, y más allá de celebrar su historia, queda claro que muchas cosas deben seguir cambiando para poder construir una sociedad más justa.
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