No hay cómo escaparle al cliché: Víctor Bugge es un testigo privilegiado de la historia. Sí, es una frase remanida, pero de una verdad absoluta en este caso. En efecto, es un auténtico “testigo”, y no un mero observador, porque da testimonio de lo que ve, de lo que vive. Ya acumula 42 años como fotógrafo presidencial y realmente vivió de todo: la guerra de Malvinas, la transición democrática, las sucesivas crisis económicas, los levantamientos carapintadas, los festejos deportivos, las derrotas electorales y las renuncias anticipadas. Todo fue registrado por su lente y plasmado en fotografías que, a medida que pasan los años, se convierten en acervo histórico del país.
En un alto en sus actividades cotidianas –algo raro en el ritmo vertiginoso de la Casa Rosada–, Víctor Bugge recibe a DEF en el famoso Salón Blanco donde habla sobre sus diferentes experiencias y, ante las preguntas, trata de explicar su arte, algo que en realidad no se puede transmitir con palabras. Se lo nota satisfecho con su trabajo: “Ya di la vuelta, siento que ya estoy caminando los últimos cien metros de mi carrera profesional”. Pero ante un nuevo cambio de gobierno, parece difícil que Bugge se retire en el corto plazo.
-¿Cómo se fotografía el poder?
-Primero, lo que hago es buscarlo. Después, si lo encuentro, tengo la foto. Y cuando tengo la foto, me entusiasmo y sigo por la siguiente. Cuando digo esto se me viene a la memoria la primera foto que hice en presidencia en el año 78, una foto de Videla en el despacho presidencial. Es una foto que me incentivó a llegar al día de hoy. Ahí descubrí mi trabajo. No hice la foto del tipo en un acto militar o en alguna ceremonia oficial, sino que lo sorprendí en la soledad de su despacho. Si esa foto no hubiera sucedido, no sé lo que hubiera pasado después.
-¿Sentiste de manera tan fuerte esa vocación?
-Sí, sí, fue algo definitorio, porque no era fácil en ese momento generar una foto sorpresa. Más allá de que acá, en la Casa de Gobierno, se trabajaba de forma normal, el conflicto no estaba acá. Yo encontré una mirada para este lugar, que por suerte, es elogiada por colegas nacionales e internacionales. Miro para atrás y siento que honré lo que me dijo mi viejo que tenía que hacer con la cámara.
Yo encontré una mirada para este lugar. Miro para atrás y siento que honré lo que me dijo mi viejo que tenía que hacer con la cámara.
-¿Qué fue lo te dijo?
-Que haga lo que hice, no sé de qué manera… Que sea respetuoso con la cámara. Siento que fui muy respetuoso con todos los presidentes y muy respetuoso con ustedes, que son los que están mirando lo que sucede acá adentro. Quizás estoy siendo un poco presumido con lo que digo, pero es lo que me sale. No es que estoy hablando bien de mí, sino de mis fotos.
A un metro del presidente
-¿Cómo es la rutina de trabajo dentro de la Casa Rosada? Si es que hay una rutina.
-Es acorde a los movimientos del presidente de turno. Hemos tenido épocas desde las 7:30 a las 24:00, otras de 8:00 a 13:00 y se retomaba a las 16:00. Pero ya hace 42 años que me levanto y vengo, no tengo otra actividad. Estoy acá, porque si no estás, perdiste. Es parte de la profesión, estoy muy atento a la situación, tanto coyuntural como general. La coyuntura es lo que me lleva a pasar con las imágenes a la historia.
-¿Hasta dónde llega el acceso del fotógrafo?
-Los límites me los impongo yo. Y eso –el poner límites– creo que fue lo que me dio los resultados que están a la vista. Estoy desde hace más de 40 años a un metro del presidente. Evidentemente algo hice bien, porque si no, no podés estar ahí.
-Ese límite no es fácil, no solo para el fotógrafo, sino para todos los que rodean a la figura presidencial.
-No, no lo es. Y más allá de eso, los presidentes siempre me han respaldado mucho. Eso es algo que me llena de mucha alegría.
Estoy desde hace más de 40 años a un metro del presidente. Evidentemente algo hice bien, porque si no, no podés estar ahí.
-¿Qué visión tenés de los políticos, un estrato de la sociedad muy cuestionado hoy en día?
-Yo miro a los presidentes nada más, no a la política. Ahora estoy viviendo la transición de un gobierno de un signo a uno de otro. Pero esa es la historia del ser humano, los que tuvieron apoyo en un momento, después no lo tienen.
-¿Eso quiere decir que los ves como un ser humano más?
-No, no. Que yo acepte que son uno más no quiere decir que yo los mire como uno más. Después de todo, los presidentes son los responsables de nuestro estado, económico y emocional.
Las plazas de los miedos y las alegrías
-¿Tuviste miedo alguna vez en estos 42 años? Pienso en 2001, Semana Santa y otros episodios de crisis.
-Sí, pero no hace falta que haya violencia para tener miedo. Temor tuve en alguna oportunidad la noche previa al levantamiento carapintada. Se había anunciado que venían a tomar la Casa de Gobierno y habían apostado a los colimbas con ametralladoras. Entonces yo bajé con la cámara, descalzo por las escaleras, para no hacer ruido y afianzarme en el mármol. Después tuve los miedos que tuvimos todos, durante Malvinas, lo que generaba la guerra…
Se había anunciado que venían a tomar la Casa de Gobierno y habían apostado a los colimbas con ametralladoras. Entonces yo bajé con la cámara, descalzo por las escaleras, para no hacer ruido y afianzarme en el mármol.
-¿Cómo fue vivir la guerra de Malvinas desde la Casa Rosada?
-Trato de trasladarme al momento y no hablar con el diario del lunes. Fue medio contradictoria la situación en la Casa de Gobierno. Acá se percibía lo que después se supo: internas y competencia entre las fuerzas, desinformación de lo que pasaba en las islas… Creo que no tomamos conciencia de lo que se hizo, había una situación de acción psicológica sobre la gente que estaba en el continente. No teníamos la más mínima información de lo que pasaba con nuestros compatriotas. Esto lo digo con la autoridad que me da haber sido testigo de ello acá y de haber vuelto después a las islas con los familiares. Cuando llegué en ese viaje a Malvinas, sentí como que completé el círculo. Yo había salido al balcón con Galtieri cuando dijo el famoso “Si quieren venir, que vengan”. Después de 40 años, haberme encontrado con un montón de tumbas de pibes que no volvieron fue muy fuerte.
-¿Cómo se dio ese viaje a las Islas?
-La primera vez fui convocado por la Secretaría de Derechos Humanos y autorizado por los familiares. La segunda fui invitado por los familiares, casi a modo de reconocimiento por el trabajo que había hecho. Les agradezco mucho, fue muy fuerte, una “piña”, algo de lo que no me voy a olvidar jamás, porque tampoco me olvido del 82.
-Viste y viviste muchas “plazas”. ¿Hay alguna que se te venga a la cabeza?
-La plaza más impresionante que pude fotografiar fue la de las Madres de Plaza de Mayo. Después viene la plaza que convoca la política, por así decirlo, que fue la de Alfonsín del 10 de diciembre de 1983, desde el Cabildo hacia la Casa Rosada. Previo a eso, a días de que el Proceso dejara de existir, fue la de la multipartidaria, donde se dieron cita todos los partidos políticos y en la que la represión fue algo inolvidable. No con los muertos del 19 y 20 de diciembre de 2001, pero fue muy violenta. Después estuvo la plaza “del sí”, de Menem, y de la economía de guerra, de Alfonsín. También estuvo la plaza de la Copa del Mundo con Maradona en el balcón. Esas fueron las más contundentes.
Cambio de medios
-En estos más de 40 años, la tecnología fotográfica cambió drásticamente. ¿Cómo modificó tu trabajo?
-La fotografía analógica no se va a poder superar bajo ningún punto de vista. Todo esto que estamos haciendo es casi efímero, te diría. Lo único que solucionó la fotografía digital es poder ver la foto rápido y asegurarte de que, dentro de tu inseguridad, hiciste las cosas bien. Antes, para hacer una foto había que revelar el rollo, fijarlo, lavarlo, secarlo y recién ahí mirarlo. Lo digital resuelve eso, pero dentro de poco no va a haber más archivo.
-¿Cuándo comenzaste a usar la cámara digital?
-Lo primero que fotografié en digital fue la llegada de Bill Clinton a Ezeiza. El pixel de la foto era de un centímetro y medio, era un raviol. Eso en el negativo no te pasaba. La metamorfosis de la primera cámara digital hasta hoy es asombrosa. No cuestiono la digital, resuelve la coyuntura, estamos bárbaro. Antes, para transmitir una foto desde Japón era una odisea.
-¿Cómo se hacía?
-Revelábamos los rollos en el ropero, copiábamos en el baño, la ampliadora en el bidé, y después, para transmitir, usábamos un aparato que consistía en un cilindro en el que pegábamos la foto y se copiaba. Si se despegaba en el medio de la transmisión, había que arrancar de nuevo. Con las 12 horas de diferencia, te dormías. Además, había que tener la suerte de que se recibiera bien acá, en un registro de blancos, negros y grises, y ahí se armaba la imagen. Ahora todo eso se hace en un segundo. Pero con la preservación y durabilidad de lo digital no estoy muy conforme.
Del rollo al mármol
-A lo largo de tu carrera, fotografiaste no solo a los presidentes argentinos y a sus pares extranjeros, sino también a varios papas. ¿Qué experiencias recordás al respecto?
-Yo al Vaticano fui con todos los presidentes. Durante muchos años estuvo Juan Pablo II. Después fui a una entrevista con Benedicto XVI, y en los últimos años, ya aparece Francisco. Incluso, dejando de lado la religión, no hay nadie que no se conmueva al entrar al Vaticano. De un lado te pega Miguel Ángel, del otro Rafael… si hay un lugar que conmueve desde lo visual es la basílica de San Pedro.
-¿Cómo fue que llegaste a realizar un trabajo especial para Francisco?
-Cuando fue elegido Bergoglio como papa fue una conmoción. Ahora lo tenemos naturalizado, pero fue fuerte. En el primer viaje que hice con Cristina le dije al fotógrafo del Vaticano –que tiene tantos años como yo con la cámara–: “Quiero ir”. Le insistí, le insistí y, al final, el papa autorizó. Fui para la Semana Santa de 2014 y me convertí en el primer fotógrafo externo que trabajó en el Vaticano. Realicé la tarea con el fotógrafo papal, sin alterar el metro cuadrado que tenemos los fotógrafos. Logré una producción hermosa. Para mí fue el techo de mi carrera profesional, no espero nada más. Además, el papa eligió una foto mía que pasó a la piedra hecha mosaico en la basílica de San Pablo extramuros.
El trabajo que realicé para el papa Francisco fue el techo de mi carrera profesional.
-Asumió Alberto Fernández, a quien ya conocés de cuando se desempeñó como jefe de gabinete. ¿Cómo fue reencontrarlo como primer mandatario?
-Fue un momento de mucha emoción. Recibí un abrazo de Alberto al descender de su auto que me llenó de emoción. Luego sentí que registraba otro momento histórico en mi vida cuando retraté el traspaso de mando de un presidente elegido a otro también elegido por voluntad popular a través del voto.
-Imagino que tu trabajo no va a variar.
-No, uno no tiene que variar, los que varían son los presidentes. Yo tengo que descubrir sus formas y adaptarme, meterme adentro. Es un trabajo que no es fácil.
-¿Cómo imaginás lo que viene en tu profesión?
-Tengo un equipo de muchachos formados por mí, de manera que cuando me retire, esa semilla ya creció. Le dejo la posta a ellos. Tienen la educación para llegar a donde llegué yo, en el sentido de la cantidad de años. No están educados para cometer errores. Acá hay que moverse con mucho cuidado, tratar de no pisar callos, caminar por el pasillo adecuado. Hay que estar.
-¿Guardás secretos?
-Secretos fotográficos no guardo…
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