Mar del Plata. Buenos Aires. Malvinas. Inglaterra. Roma. Buenos Aires. Una Virgen llega a la sala de prensa del aeropuerto de Ezeiza y un centenar de cámaras de fotos y de video se aprietan entre sí para ser testigos de un hecho que significa algo más que una simple vuelta a casa. Se trata del regreso de la figura que supo ser el sostén espiritual de los centinelas que combatieron a sangre y fuego en las islas del Atlántico sur, se trata del retorno de un símbolo de fe y esperanza. Pero ¿cómo se gestó su regreso, quiénes fueron sus guardianes, qué se esconde detrás de la foto?
Una entrevista en un diario pequeño (La Gaceta Malvinense, 2018) dio origen al hecho que fue portada de los principales medios nacionales. Nadie podía imaginar que el testimonio del médico militar inglés James M. Ryan, quien daba cuenta de que una imagen de la Virgen de Luján –de los tiempos de la guerra– se encontraba entronizada en la sede del obispado castrense británico, ubicada en la ciudad de Aldershot (al sureste de Londres), sería el inicio de una aventura que terminaría con la imagen en suelo nacional. Nadie, a excepción de un hombre: Daniel Doronzoro.
Doronzoro es un hombre laico, de pocas palabras y profunda convicción espiritual, y uno de los 14 integrantes de la “Fe del Centurión”, un grupo de personas que abrazan la causa Malvinas con un sentir que asombra a propios y extraños, ya que no son excombatientes, sino personas que creen que esta tierra debe rendir un homenaje a quienes dieron su vida por la patria.
El testimonio del médico militar inglés James M. Ryan fue clave para saber que la Virgen se encontraba entronizada en la ciudad de Aldershot (Inglaterra)
“Nacimos como un grupo de amigos que querían ayudar, dar una contención y escuchar a todos aquellos que, de alguna u otra forma, formaron parte del mundo Malvinas”, dice Daniel y deja en claro que este equipo, que se formó en la diócesis de Quilmes, no busca otra cosa que poner el hombro ante la realidad y que considera este retorno como un regalo divino.
Otro de los centuriones que formó parte de esta historia, Miguel Ángel Rodríguez, se emociona al explicar cómo fueron los contactos iniciales: “Primero, los ingleses nos preguntaron para qué la queríamos, qué era lo que motivaba nuestro pedido, por qué lo hacíamos y, finalmente, nos consultaron si trabajábamos con alguna persona que hubiera estado en contacto con la Virgen”. Entusiasmado, agrega que, a pesar de que los británicos no son personas del todo confiadas, en un momento las negociaciones llegaron a un punto clave en el que solo aceptarían la entrega, pero con una extraña condición: sería la de contar con la presencia de uno de los protagonistas de una foto tomada el 8 de mayo de 1982.
Los retratos icónicos –porque, en realidad, son dos– muestran a la figura religiosa rodeada de soldados y arriba de un jeep. ¿Qué había pasado? El día de la foto, el capellán Vicente Martínez Torrens organizó una procesión para acompañar a los hombres que se encontraban en pleno combate y celebrar un hecho muy particular: cuatro días antes, el soldado Jorge Palacios (protagonista de una de las imágenes e integrante del Regimiento 25 de Infantería) había sobrevivido a un bombardeo enemigo; su cuerpo y el de un compañero habían sido sepultados por una montaña de tierra, y, según dicen, el propio Palacios aquel día rezó e imploró a Dios por su vida. “¡No quiero morir así! Si lo hago, quiero que mi muerte sea en el campo de batalla”, pensó con desesperación y, tras unos largos y eternos minutos, escuchó los primeros movimientos de compañeros que comenzaron a excavar para rescatarlos sin rasguño alguno.
El día de la foto histórica, Martínez Torrens organizó una procesión para acompañar a las tropas y celebrar que, cuatro días antes, unos soldados habían sobrevivido a un bombardeo enemigo.
“Jorge fue un eslabón fundamental en todo esto; nuestro primer contacto fue con su hija, porque él no sabía de nosotros ni de la foto”, relata Rodríguez con pasión y una sonrisa en la mirada, viviendo esto como una nueva oportunidad para volver a contar historias como la de Palacios y la de tantos otros que comienzan a obtener un poco de reconocimiento por los actos de coraje y valentía que supieron tener. Otros, como Vicente Martínez Torrens, un capellán que nunca imaginó ser el portador de la otra llave que abrió la posibilidad de este retorno.
Martínez Torrens fue uno de los primeros que acompañó a los centuriones en esta aventura. Fue él quien era el portador de una de las imágenes testimoniales, que formaba parte de su libro (Dios en las trincheras), un diario de guerra que escribió en 2012 y en el que volcó las vivencias de aquellos fríos días de 1982. “Cuando lo fuimos a buscar, nos abrió su casa y nos permitió contarle qué es lo que queríamos hacer como grupo. Él nos dijo que nos iba a apoyar en todo lo que quisiéramos hacer para acompañar a los veteranos y sus familias; creo que nadie nunca imaginó que íbamos a terminar con la Virgen en casa”, se sincera Miguel Ángel.
Dos fotos y varios testimonios en primera persona podrían haber sido suficientes para confirmar la veracidad del relato; sin embargo, este grupo de 14 laicos creyentes fue un poco más allá y, como parte de la investigación pormenorizada que debió realizar, dio con los fabricantes de la Virgen. Ahí, en Mar del Plata, fue el hijo del artesano el que, emocionado con la causa, confirmó que la figura había sido confeccionada 10 años antes del conflicto armado y que había pertenecido a una familia (de la que, en la actualidad, se desconoce su paradero) que la donó en los tiempos de la guerra. Sin embargo, la incógnita seguía rodeando al relato y aún restaba confirmar cómo fue que llegó a las islas.
La Virgen fue confeccionada en Mar del Plata, diez años antes de la guerra, y donada por una familia de la que no hay registros actuales.
“Fue el 9 de abril de 1982, a bordo de un C-130, el día en que el capellán de Fuerza Aérea Roque Manuel Puyelli la llevó y la dejó en la iglesia de Saint Mary, ahí en Puerto Argentino”, cuentan con exactitud los centuriones sobre el recorrido santo y explican que ese fue el lugar en el que se mantuvo hasta que Martínez Torrens la sacó para llevarla a la procesión del 8 de mayo. Finalmente, cuando llegó el tiempo de la rendición, la imagen quedó en las islas y fue entregada al prefecto apostólico del territorio, monseñor Dan Spraggon.
El año 2019 fue determinante para el desenlace final. De la mano del obispo castrense, monseñor Santiago Olivera, se entregó toda la documentación recolectada y se llevaron adelante los detalles finales del traspaso. “Para nuestra grata sorpresa, la Virgen estaba en impecables condiciones y fue tratada con mucho amor”, cuenta Daniel Doronzoro.
Doronzoro, ese creyente de pocas palabras que fue el que encontró la nota que dio inicio a todo el periplo, viajó a Roma y estuvo presente en el momento en el que el Papa Francisco bendijo la imagen e intentó poner en palabras los sentimientos que lo atravesaron en ese momento. “Vi cuando el obispo británico besó a la Virgen y se la entregó a Francisco. Al presenciar ese hecho, todos mis prejuicios quedaron a un lado y entendí que era mucho más que una simple ceremonia”, confiesa.
“Vi cuando el obispo británico besó a la Virgen y se la entregó a Francisco. En ese momento, todos mis prejuicios quedaron a un lado y entendí que era mucho más que una simple ceremonia”, confiesa Daniel Doronzoro.
A 37 años de ese momento, Palacios tampoco puede contener la emoción por el presente sin recordar lo vivido y a sus pares. “Estoy muy orgulloso de haber formado parte de la comitiva que fue a repatriar a la Virgen”, comenta y agrega que lo atravesaron sensaciones indescriptibles desde aquel 8 de mayo hasta la actualidad: “Desde ese día, lloré por ella”.
Para agregarle algo más de épica al relato, el día en que todos debían volver con la imagen a casa para depositarla en este suelo, el avión que traía a la comitiva sufrió un desperfecto técnico que pudo terminar en tragedia. La bomba de combustible falló cuando carreteaba en la pista: “Si Dios no quiere que pasen las cosas, no pasan”, dice entre risas Daniel, con el objetivo cumplido, al mismo tiempo que confirma implícitamente su condición de hombre de fe.
Detrás de la vuelta de la Virgen a casa, existe algo más que la nostalgia de recuperar una figura que supo cuidar a los soldados en la guerra. En ella, y de forma intangible, se esconde un símbolo de arduo trabajo colectivo y anónimo, de colaboración multilateral a nivel países y una nueva oportunidad para volver a escuchar a esos héroes que son la memoria viva de un hecho que la sociedad no debe olvidar jamás.
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