No necesita presentación. Ante cualquier emergencia que ocurra en la Argentina, basta su convocante presencia en los medios para generar una ola de solidaridad y colocar el problema en la agenda. Esta confianza se la ganó a fuerza de trabajo y presencia; y su imagen representa para la mayoría de los argentinos, el espejo en donde quisiéramos vernos reflejados.
Es el fundador de la Red Solidaria, organización que sin ninguna estructura formal funciona por sí misma a través de un número desconocido de ciudadanos con tanto éxito que ya se replicó en 42 países. Nominado en reiteradas ocasiones para el Premio Nobel de la Paz, se vuelve difícil enumerar los proyectos de los que forma parte este referente social que cuenta, entre sus logros, el hecho de haber formado parte del desarrollo de la cultura solidaria en la Argentina.
A la hora de hablar de sí mismo, destaca que no es un especialista en nada, por lo cual sus afirmaciones provienen exclusivamente de la experiencia personal y que las cifras que aporta están siempre basadas en datos oficiales. Por otra parte, sostiene que a lo que dice "se le puede quitar un 30 % de intuición y optimismo que, además de formar parte de su naturaleza, es una herramienta de trabajo". Acerca de los temas que más le preocupan, no duda en afirmar que son el hambre, la pobreza y la educación. "Comencé en el 80 la carrera de veterinario con el objetivo de producir alimentos para quienes no pudieran pagarlos. Al recibirme, me replanteé mi función de productor, y decidí dedicarme a la educación. A partir de entonces, incursioné en muchos temas, como la desnutrición y el Proyecto Huertas del INTA –Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria–, estudié unos años Ciencias Políticas, entre otras actividades", repasa más que brevemente y descarta mencionar las innumerables campañas de las que formó parte. En la actualidad, trabaja en el periódico Red/Acción, estudia chino y apuesta a la Escuela de Líderes, un emprendimiento destinado a los jóvenes de 16 a 24 años, a quienes considera los "futuros hacedores del cambio".
-¿Cree que es factible realizar una línea de tiempo de la cultura solidaria en la Argentina?
-Yo tengo una versión personal e intuitiva sobre este tema. Creo que hubo dos corrientes fabulosas de cultura solidaria: la autóctona y la del que llegó desamparado; dicho de otro modo, la propia de nuestros pueblos originarios con su sentido comunitario de la vida –mapuches, pilagá, wichís, mocovíes, etc.– a la que se le sumó más adelante la gran inmigración producto de las tragedias de las guerras europeas. Arranca, entonces, en los últimos 200 años aproximadamente, una Argentina en la que el otro, la comunidad, el prójimo, quizás por necesidad, es tenido en cuenta. Si miramos para atrás, vemos que las comunidades más chicas –coreanos, chinos, judíos, católicos, musulmanes, evangélicos entre otros–, con sus proyectos y necesidades sociales, pudieron desarrollarse. Después vivimos los oscurísimos 70; en los 80, llegó la democracia y la guerra con toda su tragedia; luego, sufrimos la crisis de 2001… En todas estas etapas tan distintas entre sí –con sus hitos positivos y sus muchos dolores–, siempre comprobé lo mismo: que dentro de lo negativo, indefectiblemente, surge algo invalorable, que es la tremenda solidaridad argentina. Y también soy testigo, y lo digo desde mi extensa experiencia, de que todos los estratos socioculturales a lo largo del tiempo han demostrado su generosidad.
-En este contexto, ¿cómo nació la Red Solidaria?
-Nosotros arrancamos en el 95 con un grupo de amigos, motivados por la conciencia del privilegio que significaba haber nacido en familias de clase media y por las ganas de generar cosas para la comunidad. En ese momento, recién comenzaba la informática y surgió la loca idea de que, en poco tiempo, todo el mundo tendría una computadora en su casa y que, si lográbamos conectarlas, podríamos unir a quien tenía alguna necesidad con aquellos que podrían ayudarlo. A continuación, comenzamos una especie de voluntariado telefónico al que llamamos "Red Informática Solidaria" que, a través de los años, fue ampliando su temática y su presencia en el mundo (si bien no conocemos cuánta gente la compone, sabemos que estamos en 42 países). En un comienzo, tratamos de difundir la imagen de un chico perdido, de una persona que necesitaba un trasplante o de un comedor comunitario. Buscábamos generar mínimamente una emoción, y la verdad es que al comienzo había una gran indiferencia, pero, como en muchas otras cosas, a veces basta con dar el primer paso. Así lo hicimos y lo conseguimos. El siguiente paso fue lograr que la emoción se transformara en compromiso o, al menos, que la gente comenzara a tener en cuenta a la comunidad, al otro y, en especial, al más postergado. En 2000 y 2001, se consolidó el proceso y, actualmente, vamos por la profundización del compromiso. Partiendo de los temas que mencioné, fuimos creciendo y ya abarcamos 81 temáticas que incluyen asuntos diversos, como el autismo, la celiaquía o los plásticos, última batalla incorporada que se impuso por su propio peso en la problemática medioambiental.
-Una realidad indiscutida es que cualquier convocatoria realizada por la Red Solidaria tiene una repercusión inmediata. ¿Cree que esta respuesta de la sociedad civil y empresarial se relaciona con su figura?
-Sé que influye y, aunque aclaro que no soy humilde, estoy convencido de que no es tanto como podría pensarse. Si bien el sello de la Red Solidaria es convocante, es innegable que en la Argentina hubo un asombroso crecimiento de la cultura solidaria.
-¿Cómo ve esta etapa del proceso?
-Creo que estamos en un momento fabuloso. Las escuelas realizan proyectos con los chicos, las empresas colaboran cuando surge una necesidad explícita, los medios de comunicación tienen una sensibilidad social desconocida hasta hace poco. Por otra parte, es innegable que, mientras que en los 70 y 80 estar en el mundo social o cerca de los pobres era hasta peligroso, en la actualidad, dedicarse al dolor ajeno se volvió prestigioso. Esto es un éxito cultural importante que ha llevado a que haya mucha gente joven preocupada por el otro, que hace cosas maravillosas. Nosotros esperábamos que alguno de ellos, proveniente de cualquier partido, diera un paso a la política, pero ese paso no llegó. En mi teoría personal, creo que se trata de una actividad tan vituperada por algunos ámbitos de poder que cualquier chico de los sectores medios o medio altos –de donde surgen los líderes– que se involucre con lo social huye de pasar a ese sector.
Los números de asistencia para las personas que viven en la calle son: 108 en la Ciudad de Buenos Aires; 911 en la Provincia de Buenos Aires; 103 y 108 en Córdoba Capital; y en Rosario es el 0-800-444-0909.
-La crisis social se evidencia con claridad en la cantidad de personas que se encuentran en situación de calle. ¿Cómo analiza este problema?
-La situación de calle es histórica, una problemática que, como sociedad, no terminamos de sanar y de la que toda clase gobernante se ocupa circunstancialmente. En 2007, el año que nevó en Buenos Aires, según nuestros propios registros –medimos 20 ciudades–, batimos el tremendo récord de contabilizar 67 muertos por frío en las calles. Este no es un número vacuo, sino la expresión de una pobreza mucho mayor y de una situación tremendamente compleja. Es imposible aceptar que una persona pueda morir en una esquina, cuando hay alrededor de ella miles que no hicieron nada para impedirlo. Es devastador, una realidad que nos humilla. En ese momento, sentimos que debíamos llamar la atención, y arrancamos la campaña Frío Cero, cuyo mensaje principal fue que si cuando la temperatura es muy baja, uno ve a alguien en la calle, debe hacer algo para sacarlo de esa situación. En 2018, los muertos fueron 14, un hecho que no es para celebrar, porque sigue siendo tremendo, pero que indica una disminución importante. Frío Cero es un lugar donde nos instalamos. Estamos en Plaza de Mayo de lunes a viernes, un lugar fabuloso, visible, y funcionó. Pese a ello, este invierno estamos viendo más gente sin techo y, según datos oficiales, el incremento de los dos o tres últimos años se acerca al 20 %. Algunas instituciones hablan de 1500 a 6000. Una sola persona en la calle es una catástrofe.
-¿Cuán lejos considera que nos encontramos respecto del reto "Hambre Cero"?
-Aunque suene raro, yo creo que no estamos tan lejos de alcanzar esa meta como pareciera. Basta pensar que la Argentina –donde hay alrededor de tres millones de personas sin una alimentación asegurada– produce comida para 440 millones de personas, esto lo digo para que entendamos que el problema real está en la distribución. Creo que el tema del hambre es algo poco investigado, porque los que lo padecen están tan lejos de nosotros que nadie se ocupa. Es indudable que a la famosa bebida gaseosa, a las multinacionales y a las grandes compañías no les interesa, porque es un mundo tan marginal que no se mide y al que no es fácil acceder.
Según el Ministerio de Salud de la Nación, en 1998-1999, se moría un chico por hora en la Argentina por causas relacionadas a la desnutrición. O sea que a fines de la década del 90, tenemos la espantosa cifra de 25 chiquitos por día. En 2002-2003, Argentina empieza a crecer, hay una mayor producción de comida de parte del campo, aparece la Asignación Universal por Hijo, entre otros factores que lograron que, en 2008, bajáramos a tres muertes diarias. Pese a que esta realidad es una tragedia inconmensurable, la buena noticia es que esto demuestra, en números reales, que la Argentina continúa dando batalla contra el hambre. Duele pensar que, en la década del 60 y 70 cuando se hablaba de hambre, pensábamos en Biafra, Nigeria…
En esta Argentina presuntamente asquerosa, puedo afirmar que estoy agobiado de generosidad.
-¿Cuál es el vínculo con el Estado y las organizaciones particulares?
-A mí no me molesta el Estado, la propiedad privada o la empresa privada. Le doy un ejemplo, yo puedo enojarme con un ministro o una multinacional, pero la realidad es que esa multinacional le da trabajo a mil personas y que un alto porcentaje de los líderes del mundo público y privado de los últimos 30 años en la Argentina pasaron por la educación del abominado Estado. Yo podría discutir políticamente acerca de estos temas, pero la emergencia de los próximos cinco gobiernos es la generación de empleo, y eso es algo que solo pueden generarlo estos sectores. Por otra parte, la experiencia me demostró que, ante una necesidad, todos se hacen presentes, incluso la multinacional, cuando realiza un evento, nos consulta dónde enviar la comida que no se consuma. Estamos llenos de historias complejas, pero, en esta Argentina presuntamente asquerosa, yo puedo afirmar que estoy agobiado de generosidad.
-¿No se plantea a veces por qué deben los ciudadanos cubrir las necesidades que debería abastecer el Estado?
-Ante todo, quiero aclarar que nosotros no reemplazamos a nadie, complementamos. Confieso que, aunque parezca curioso, no vi ni estuve cerca de presuntos corruptos y perversos en ningún ámbito ni de gobierno ni privado. Es cierto que el mundo en el que interactuamos es especial, pero puedo afirmar que, en el lugar donde estemos –en la calle, en Plaza de Mayo, Congreso, etc.–, uno no sabe quién es quién, pero de golpe viene a colaborar gente de una parroquia, de un colegio judío, los adventistas, jóvenes del radicalismo, el Pro o la Cámpora. Esto demuestra que no importa el sector de donde provengan, todos coincidimos en cuestiones básicas, como la pobreza, el hambre y el frío. Pareciera que es necesario que haya una tragedia para que aparezca la foto
soñada de la Argentina.
-¿Los pequeños aportes individuales pueden cambiar la realidad?
-La respuesta es estrictamente no. Aunque siendo honesto diría que no sé, porque la realidad está muy fragmentada como para hacer un análisis contundente. No me refiero a los grandes números –por ejemplo, según la UCA, una de cada tres personas es pobre–, sino a lo más íntimo, lo más cercano, que es muy difícil de conocer.
-Pero, insisto, ¿no cree que es el Estado el que debería estar presente?
-Por supuesto que la única que puede cambiar la realidad para siempre es la política. Pero ahora lo que necesitamos desesperadamente es que la Argentina se encuentre a sí misma, y eso solo se podrá lograr a través de un proceso que puede tardar dos generaciones. Es increíble que, en un país que tiene entre 10 y 12 millones de personas en situación de pobreza, los especialistas de todo color político coincidan en que van a ser necesarios al menos dos períodos presidenciales para superar ese escenario. Y es imposible que si quienes estamos en otra situación, no nos ocupamos y pensamos en algo para salir de ese estado, no ocurra algo malo. Mi obsesión personal es lograr el Hambre Cero; creo que necesitamos de forma urgente un acuerdo entre gobernantes, multinacionales, pymes, universidades y cuantos sectores puedan sumarse para armar una mesa dedicada a solucionar esta tremenda realidad.
-Usted habla de un encuentro entre los argentinos. ¿Cuándo cree que se dio una situación de esa naturaleza?
-La última vez que la Argentina se encontró política y socialmente fue cuando se aprobó la Asignación Universal por Hijo, una idea transformadora que surgió de la izquierda, el progresismo y la CTA, a la que se sumó después la Unión Cívica Radical, con la que también acordaron Caritas y la Iglesia, que el gobierno anterior puso en marcha y el gobierno actual mantuvo. Creo que fue un hecho clave en la lucha contra la pobreza de nuestro país para el que no se necesitó una inversión extraordinaria, sino el encuentro de los argentinos.
Hay que consolidar una cultura de la solidaridad.
-¿Está de acuerdo con quienes sostienen que la solidaridad debería ejercerse desde las escuelas a través de acciones concretas?
-Creo que eso está pasando y queda muy bien decir que la primera escuela de solidaridad es la casa; y la segunda, la propia escuela. Si bien en primera instancia estoy de acuerdo con esa afirmación, ya que la familia es el primer lugar de formación, no hay que perder de vista que, en la actualidad, hay muchos hogares en crisis. Por otra parte, la comunidad educativa tiene una demanda social propia, y la cultura del otro no para de crecer. Ese era en cierta medida el plan original y, sobre ese concepto, fundamos la cátedra de cultura solidaria.
-¿De qué se trata?
-Es una cátedra que creamos con la UNESCO (Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura) hace aproximadamente 15 años y se dicta en la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires. La idea básica es que el primer acercamiento al otro es el prójimo. Necesitamos la emoción para poder levantar la mirada y ver quién es el otro, dónde está, qué necesidades tiene. Después de ese primer encuentro, hay que consolidar la emoción solidaria en un compromiso que se vuelva una cultura de la solidaridad. Es un proceso pedagógico que puede nacer en la casa, en la escuela, y abarca todo: el inmigrante, el pobre y la identidad de género, entre otros. En cuanto a su funcionamiento, es bastante simple, son clases –entre seis y doce– orientadas en general a mayores de 18 años o profesionales, donde se tratan temas generales y se recibe la visita de referentes sociales o especialistas en temas puntuales que ofrecen un baño de realidad. Siempre apostamos al prójimo, al semejante, a la comunidad. Nuestra revolución es cultural. Dentro de esta cátedra, hicimos la Escuela de Líderes, destinada a jóvenes de entre 16 a 24 años que están despertando a la vida y que es importante que descubran este mundo. Las actividades consisten en un marco teórico y una actividad acorde. El éxito que tuvimos fue inesperado, y este año puedo decir con orgullo que se anotaron 240 personas.
-Con presencia en 42 países y 81 problemáticas abordadas, ¿es factible señalar algunas particularidades por región o país?
-No podría responder si existen modelos regionales, lo que sé es que hay temas localizados que se destacan en determinados países. Por ejemplo, en cuanto al autismo, los más avanzados son Francia, Inglaterra, Alemania y los Estados Unidos. El alzheimer es una enfermedad especialmente tratada en Europa, probablemente a causa de que tienen un alto porcentaje de gente mayor. Si hablamos de personas perdidas, encabezan el ranking Estados Unidos y Europa. En cuanto a los trasplantes, los número uno son los españoles, en especial, los gallegos.
-¿Y en cuanto a nuestra Región?
-Si bien tampoco tengo datos concretos, sé que el número de personas en situación de calle en Chile y Argentina es parecido. Uruguay ha logrado bajar la pobreza con gobiernos de signos diferentes y, Paraguay, aún con una gran disparidad social, está mejorando sus parámetros. La Argentina está en una posición intermedia en varios temas, como la cuestión de género, la búsqueda de personas perdidas y en lo referido a la violencia contra la mujer. Es un gran logro haber instalado en Occidente el tan argentino "Ni una menos".
-Viviendo inmerso entre de tanto dolor, ¿cómo mantiene el optimismo?
-Es una cuestión de aprender a mirar la realidad en su conjunto. Por ejemplo, pensemos en un día de semana en la Argentina: 12 millones de chicos van a la escuela; dos millones, a la universidad; 16 millones de personas van a la mañana a trabajar. Hay dos o tres millones de desocupados que esperan una oportunidad, y doce millones de pobres que también lo hacen sin violencia. Yo celebro el hecho de que los argentinos hacen lo que deben honestamente y con esfuerzo. Lo conmovedor de nuestro pueblo es que más allá de todo lo que le ha pasado, con sus más y sus menos, sigue adelante cotidianamente. A mí me emociona.
*La versión original de esta nota fue publicada en la Revista DEF N. 127.
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