Licenciada en Ciencias Biológicas de la Universidad de Buenos Aires, docente e investigadora del Conicet, María Eugenia Suárez logró encontrar el camino dentro de su profesión cuando conoció la existencia de la etnobiología, disciplina que sumó un aspecto social a su carrera científica. En 2004, comenzó su trabajo con la comunidad wichí al este de la provincia de Salta, en la región del Gran Chaco, que, según sus palabras, "sufre desde hace décadas una devastación ambiental y cultural derivada, entre otros factores, de la contaminación del agua, la deforestación, la introducción de ganado y el avance de la frontera agrícola". La científica agrega que, en sus investigaciones, estudió los saberes, percepciones, sentimientos y prácticas relacionadas a la vegetación del bosque chaqueño por parte de los wichís. Su tesis doctoral, centrada en el estudio de las especies medicinales, fue publicada en el Journal of Ethnopharmacology, revista oficial de la Sociedad Internacional de Etnofarmacología. "Procuré entender y difundir los conocimientos, creencias y modos de relacionarse con la naturaleza, como un aporte para la comprensión de esta cultura particular y para la biodiversidad de la región en general", sostiene.
-¿Qué es la etnobiología?
-Es una disciplina científica de carácter intrínsecamente multifacético, que integra teorías y métodos de otras disciplinas, en especial, de la biología y la antropología, aunque a veces utiliza herramientas de la lingüística y de la historia. Nuestro trabajo se basa en el estudio de la relación que establece una cultura con su ambiente natural y los seres vivos de ese entorno, por ejemplo, cómo los denominan, los clasifican y qué uso les dan.
-¿Cuáles son los objetivos prioritarios de este tipo de investigaciones?
-El primero de ellos es el propio de la ciencia básica: recopilar información desconocida; el segundo, oficiar de interlocutor entre la ciencia académica y la local. Registrar información es la única forma de evitar que esta se pierda o se diluya, sobre todo, ante los vertiginosos cambios que se producen a nivel social y ambiental. Estos datos no son solo valiosos para la humanidad, sino también para los propios wichís que, en muchos casos, lo emplean en el interior de las escuelas y hogares para retransmitir o recuperar algunas cuestiones.
-¿Cómo fue su trayectoria dentro de esta disciplina?
-A lo largo de mi carrera fui enfocándome en diversos aspectos de la cultura wichí. Estudié temáticas generales, como alimentación, viviendas, cerámica, raíces linguísticas, entre otros aspectos, y me enfoqué en la etnomedicina, que abarca desde qué son para ellos las enfermedades y la salud, hasta la elaboración de un catálogo de plantas medicinales y sus usos específicos. En cuanto a la etnobotánica del bosque, realicé el relevamiento de la flora y sus usos, dentro del contexto del vínculo naturaleza-cultura que incluye a los seres metafísicos o espirituales vinculados con las plantas y los hongos.
El trabajo del etnobiólogo se basa en el estudio de la relación que establece una cultura con su ambiente natural y los seres vivos de ese entorno.
-El resultado de su investigación sobre plantas medicinales fue la elaboración de un catálogo que incluye 115 especies, su uso específico y su función terapéutica. ¿Cómo logró un registro tan completo?
-Ante todo, conté con la colaboración de más de 50 personas de distintas comunidades, sin las cuales hubiera sido imposible realizar esta tarea. El principal problema que debí enfrentar fue poder unificar las denominaciones de las plantas para su identificación, ya que muchas especies pueden tener diversos nombres vernáculos. Fue muy difícil encontrar fuentes con las que cotejar datos porque, aunque hay muchos trabajos sobre la región, no está diferenciada claramente la cultura wichí. Otra meta fue determinar la evolución en el uso de las plantas medicinales, y pude comprobar que, si bien los wichís mantienen saberes antiguos, han sumado muchos otros, producto del contacto con los criollos del Chaco, campesinos locales no indígenas cuya farmacopea, uso de plantas medicinales y productos naturales, es muy cuantiosa. Entre los factores que determinaron la incorporación de nuevos conocimientos, está la cada vez menor presencia de chamanes, debido al descrédito sufrido por su ineficacia ante la aparición de enfermedades nuevas como el sarampión; al empeoramiento de la salud, hecho vinculado a los cambios de alimentación originados en la pérdida de territorio y de biodiversidad, y a la esencia misma de una comunidad ávida de nuevos conocimientos. Ojalá este primer compendio etnobotánico ayude a difundir la diversidad cultural y biológica del mundo.
-Usted convivió mucho tiempo con las comunidades wichís. ¿Le resultó fácil ser aceptada y acceder a su mundo?
-Como en todos los ámbitos, es fundamental relacionarse y ganar la confianza del otro. En este tipo de trabajo, el primer paso es presentarse y explicar qué se quiere investigar, para qué y cuál será el destino final de la información. En mi caso, fui muy bien recibida, y la mayoría de la gente expresó interés en que se conociera su sabiduría, su cultura y cosmovisión. Pese a la dificultad de entender los fines académicos para quienes viven alejados de todo, a medida que se van generando vínculos personales, comienza a correr el boca a boca, y todo es más sencillo.
-¿Cómo es el trabajo de campo?
-Yo voy entre un mes y 45 días, una o dos veces al año, y hago base en un pueblo llamado "Coronel Solá" –conocido como "Morillo"– donde hay una asociación civil que tiene un centro con habitaciones donde suelo dormir. Pero cuando voy a la aldea, paro en carpa; y es lo que más me gusta y funciona. Mi trabajo se desarrolla en comunidades que están en la periferia de pueblos o en aldeas ubicadas más adentro del monte. Recorro el entorno para conocer el contexto ambiental y recojo muestras de herbario de plantas, de hongos, restos de animales, etc. Estas recolecciones sirven como referencia para identificar tanto plantas como animales, de modo de reconocerlos y poder hacer una traducción de su ciencia a la nuestra y viceversa.
-¿Qué técnicas se utilizan?
-Son variadas. Una de ellas consiste en recoger material del monte, acompañada de una persona de la comunidad, y registrar las denominaciones que, como dije, suelen diferir, según el origen y el dialecto de las comunidades. Otra es realizar entrevistas para abordar temáticas generales o repasar lo visto en la salida y profundizar en el tema plantas, hongos y animales. Estos encuentros son especialmente enriquecedores, porque en ellos surgen relatos míticos, narrativas diversas y cuestiones relacionadas con los seres espirituales, entre otros asuntos que a uno no se le hubiera ocurrido preguntar. Por último, cuando puedo, trato de acompañar las actividades programadas de la comunidad en una especie de observación participante muy fructífera para mí.
-Usted mencionó anteriormente la creencia en seres metafísicos, ¿a qué se refiere?
-Son seres que se encuentran en el bosque –lo que llamamos "espíritus"– y se vinculan de algún modo con algunos seres vivos o elementos de la naturaleza. Hay un grupo en particular que podemos llamar "señores o dueños" del monte o del río o del agua, cuya función es actuar ante cualquier transgresión. Cuando un wichí transgrede una pauta cultural, en forma consciente o no, estos seres pueden aparecerse y asustar a las personas. Ese susto es una de las causas por las que el alma se puede separar del cuerpo, y esa separación motiva las enfermedades verdaderas y es, entonces, necesario recurrir a un especialista que trabaje a nivel espiritual.
-¿Qué clase de especialistas?
-Básicamente, chamanes, pero en la actualidad, se agregaron curanderos criollos y pastores de distintas iglesias que pueden actuar cada uno en un ámbito específico.
-¿Tienen acceso a la medicina formal?
-Depende de dónde esté ubicada la comunidad, ya que algunas se encuentran en lugares muy poco accesibles, y la realidad es que la medicina disponible es de muy baja calidad, y son muy pocos los recursos. A diferencia de lo que se cree, la gente emplea todo aquello que considera útil. Y, según el diagnóstico, se recurre al hospital, a los pastores de la iglesia, al curandero, al chamán o se intenta curar con plantas medicinales o derivados animales. En general, utilizan las plantas medicinales para lo que consideran dolencias menores o síntomas de enfermedad (tos, fiebre, heridas, dolor de cabeza, dolencias digestivas). Si se trata de una enfermedad verdadera –sarampión, varicela, tuberculosis, etc.–, ahí es cuando recurren a la medicina formal.
El avance del modelo agroindustrial representa la pérdida del medio de vida, la subsistencia, la alimentación y la medicina de la comunidad wichí.
-¿Este tipo de investigaciones puede tener algún impacto en las decisiones políticas?
-Estoy convencida de que sí. Conociendo los alimentos, las plantas medicinales, la relación con los recursos del monte y entendiendo la conjunción entre lo social y lo cultural, es factible generar proyectos de manejo sustentable en beneficio de las comunidades locales. Aunque hay varios planes en marcha, es necesario que exista la voluntad política de expandirlos; el argumento de que es necesario desmontar para generar productividad es de una gran ignorancia: plantas medicinales, alimentos, tinturas naturales, artesanías, todo puede ser utilizado. Es probable que la resistencia a reconocer los saberes de las comunidades se relacione con el hecho de que esos conocimientos pueden ir en contra del modelo de explotación actual, de intereses políticos, ideológicos y económicos, entre otros.
-¿Le gustaría agregar algo más?
-Me interesa difundir los reclamos de la gente, que se relacionan fundamentalmente con el territorio, la pérdida de la biodiversidad y el uso de agroquímicos. El avance del modelo agroindustrial representa la pérdida del medio de vida, la subsistencia, la alimentación y la medicina de la comunidad wichí. La relación naturaleza-cultura es clave en su cosmovisión, por lo cual si el entorno se devasta, no pueden identificarse más con él, se pierde la historia del pueblo; dicho de otro modo, el pueblo no solo pierde su subsistencia, sino que se pierde a sí mismo.
*La versión original de esta nota será publicada en la Revista DEF N. 127.
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