Para China, "los países de América Latina y el Caribe forman parte de la extensión natural de la Ruta de la Seda Marítima y son participantes indispensables de la cooperación internacional de la Franja y la Ruta". Así quedó reflejado en la declaración final de la segunda reunión ministerial del Foro que reunió al gigante asiático y a la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) en Santiago de Chile en enero pasado.
Aunque el proyecto original hacía referencia a la conectividad entre los continentes asiático, europeo y africano, y sus mares adyacentes, en esta última Cumbre se abrió a los países de la región su ambiciosa iniciativa conocida como La Ruta de la Seda del siglo XXI.
La iniciativa One Belt, One Road ("Una Franja, una Ruta") –conocida por su sigla en inglés OBOR– constituye el mayor y potencialmente más dinámico corredor económico del planeta, representa alrededor del 55 % del PBI global, alberga el 70 % de la población mundial y concentra el 75 % de las reservas de energía conocidas. A fines de 2014, el gobierno de Pekín lanzó el Fondo de la Ruta de la Seda, una contribución de 40.000 millones de dólares, que se suma a los cerca de 30.000 millones de dólares aportados al capital inicial del Banco Asiático de Inversión en Infraestructura (AIIB), del que China es el socio mayoritario con el 32 % de las acciones.
Este programa de inversiones tiene "la potencialidad para modificar el mapa económico mundial y proyectar un nuevo modelo de globalización", según afirma el analista español Xulio Ríos, director del Observatorio de Política China. Se trata, a juicio de este especialista, de la propuesta de "un nuevo modelo de globalización centrado no tanto en el comercio como en las infraestructuras y en un desarrollo inclusivo". Ríos no duda en definir a OBOR como "el proyecto más ambicioso que promueve el actual liderazgo chino", con el presidente Xi Jinping a la cabeza.
Desde una particular óptica geopolítica, el analista uruguayo Raúl Zibechi, colaborador del portal Sputnik Mundo, asegura que la nueva Ruta de la Seda es "probablemente el mejor camino para que la transición de la decadente hegemonía estadounidense hacia una asiática se realice sin una guerra nuclear". Destaca que, en el plano financiero, uno de los aspectos centrales de la estrategia china es la internacionalización de su moneda, el renminbi, un punto considerado" clave en su ascenso al rango de potencia global".
EL IMPACTO EN AMÉRICA LATINA
"Para América Latina, OBOR es una oportunidad para aumentar la financiación bilateral procedente de China al reducir al mismo tiempo la dependencia que tiene la región de los commodities y permitir una focalización en el estímulo de la productividad y el agregado de valor a sus productos para mantener un crecimiento estable", señalan los analistas Sumedh Deorukhkar y Le Xia, en un informe publicado por BBVA Research en noviembre de 2017. Advierten que China, por su parte, estaría dispuesta a financiar una porción mayor de los proyectos de infraestructura si los países de la región mostraran su apertura al programa patrocinado por Pekín.
"La iniciativa OBOR podría ayudar a amortiguar el impacto del creciente proteccionismo de EE. UU. y permitir a China promover mejor sus instituciones financieras y su estrategia de integración comercial con otras economías", señalan los mismos autores en un informe publicado en marzo de este año. "Para economías como las de América Latina, que actualmente no forman parte de esa iniciativa pero que podrían verse afectadas por el proteccionismo estadounidense, la plataforma de OBOR ofrece una oportunidad para obtener un mayor acceso a mercados asiáticos claves", consideran.
Con miras a la profundización de los vínculos de su país con las economías latinoamericanas, el presidente Xi Jinping ya había planteado en 2014 un esquema de cooperación bajo el concepto "1+3+6", donde 1 reflejaba un único plan de cooperación con América Latina y el Caribe para el período 2015-2019; 3 hacía referencia a los tres motores de esa relación: el comercio, la inversión y las finanzas; y 6 aludía a las áreas estratégicas a las que apunta el país asiático, a saber: energía y recursos, infraestructura, cultura, industria manufacturera, innovación científica y tecnológica, y tecnología informática.
PANAMÁ Y UN DRÁSTICO GIRO GEOPOLÍTICO
La oferta china de extender su ambicioso programa de inversiones a nuestra región sedujo al gobierno panameño, conducido por Juan Carlos Varela, que no dudó en romper sus históricos vínculos con Taiwán y entablar relaciones diplomáticas con la República Popular China. En el comunicado conjunto emitido en julio del año pasado, en el que se oficializó esa decisión, el país centroamericano dejó sentado su giro geopolítico al mencionar la existencia de un "único gobierno legítimo que representa a toda China", de cuyo territorio Taiwán debía ser considerada "parte inalienable".
No fue casual que la noticia coincidiera con el inicio de las obras del nuevo puerto de contenedores ubicado en la isla Margarita –en la provincia panameña de Colón–, un megaproyecto que permitirá atender buques de gran porte, conocidos como "neo-panamax" y "super post-panamax". Su construcción, que se encuentra a cargo del grupo chino Landbridge, significará una inversión del orden de los 1100 millones de dólares y permitirá dotar a esta terminal portuaria de una capacidad de manejo de hasta 2,5 millones de TEU (unidad de medida que equivale a un contenedor de 20 pies de largo, es decir, 6,09 metros de largo). Cabe recordar que China es actualmente el segundo usuario del canal de Panamá y el principal proveedor de la Zona Libre de Colón, principal centro de distribución del continente americano.
Para sellar esta sociedad estratégica, el gobierno panameño firmó, en noviembre, 19 acuerdos de comercio e inversión con China, que incluyeron la adhesión formal a la iniciativa OBOR "potenciando su rol como la gran conexión con el canal de Panamá" y el estudio de factibilidad para la construcción de un futuro ferrocarril que conecte la ciudad de Panamá con la provincia de Chiriquí, en la frontera occidental del país. También se contempló, en ese marco, la negociación de un Tratado de Libre Comercio (TLC) entre ambos países, que se sumaría a los que China firmó en el pasado reciente con Chile (2005), Perú (2009) y Costa Rica (2010).
DE BRASIL A PERÚ, EN EL TREN BIOCEÁNICO
Otro de los grandes proyectos de infraestructura que China ve con buenos ojos en la región es el Corredor Ferroviario Bioceánico Central (CFBC), que uniría el puerto brasileño de Santos, en el océano Atlántico, con la terminal portuaria de Ilo, en la costa peruana del Pacífico. Con una extensión total de 3755 kilómetros, se estima que el CFBC permitiría reducir de 67 a 42 días los tiempos de transporte de mercaderías de Brasil a China. Tres entidades bancarias chinas –el Eximbank, el ICBC y el Banco de China– ya habrían mostrado su interés en financiar esta gigantesca obra.
Uno de sus mayores impulsores es el gobierno de Evo Morales, que define ambiciosamente a esta obra como "el canal de Panamá del siglo XXI". La Secretaría Técnica del CFBC se ubicará en el departamento boliviano de Cochabamba. En la declaración final de la Cumbre de Jefes de Estado del Mercosur y sus países asociados, que se celebró en Mendoza en junio de 2017, se mencionó el "interés regional" en el proyecto "debido a su articulación y potencial desarrollo con la Hidrovía Paraná-Paraguay", y su importancia para mejorar la "logística del comercio exterior entre los Estados partes y asociados del Mercosur y sus potenciales socios extrazona".
El tercer gran foco de atención de China es el futuro Túnel Internacional de Agua Negra, una vía de interconexión binacional entre la provincia de San Juan y la región chilena de Coquimbo a través de la cordillera de los Andes. Esta obra, que constará de dos galerías unidireccionales paralelas de 13,9 kilómetros de largo, permitirá el paso de automóviles y camiones de carga durante todo el año. El objetivo es mejorar sensiblemente la integración transfronteriza y agilizar la conectividad del Corredor Bioceánico Central, una vía de comunicación de 2472 kilómetros que une Porto Alegre (Brasil) con Coquimbo (Chile) y atraviesa uno de los principales ejes productivos del continente.
En mayo de este año,tuvo lugar la apertura de sobres para la precalificación de empresas interesadas. Se presentaron diez consorcios internacionales, con participación china en cuatro de ellos, a saber: China Railway Tunnel Group (CRTG), asociado con Benito Roggio e Hijos y la chilena Sigdo Koppers; China Railway Construction Corporation (CRCC), con la local Panedile; Power China, con la Sociedad Argentina de Construcción y Desarrollo Estratégico (SACDE), de Marcelo Mindlin; y China Communications Construction Company (CCCC), con la argentina JCR. En cuanto al financiamiento de las obras, el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) cuenta con una línea de crédito por 1500 millones de dólares, que irá desembolsando durante el período de construcción, estimado en ocho años.
Frente a las reservas que despierta el avance de la influencia del gigante asiático en el histórico "patio trasero" de los EE. UU., los funcionarios chinos se han encargado de enfatizar que la iniciativa OBOR no tiene nada que ver con un objetivo de "competencia geopolítica". "No se trata de un juego de suma cero", remarcó el canciller Wang Yi, durante el reciente Foro China-CELAC, en el cual manifestó que su país participará activamente en la potenciación de la conectividad terrestre y marítima para acercar ambos mercados, en el marco de "una plataforma de cooperación internacional abierta, transparente e inclusiva".
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*La versión original de esta nota fue publicada en la revista DEF N.121