Pablo Avelluto: “No somos el ministerio que se ocupa de los intelectuales”

El ministro de cultura de la Nación hace un balance de sus dos años de gestión. Además, sin esquivar la controversia en torno al INCAA, hace frente a las críticas que recibe desde ciertos sectores del arte. Por Juan Ignacio Cánepa.

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Pablo Avelluto. Foto Fernando Calzada
Pablo Avelluto. Foto Fernando Calzada

-Desde que Enrique Avogadro (exsecretario de Cultura y Creatividad y actual ministro de Cultura de la Ciudad de Buenos Aires) dejó su cargo surgió el rumor de que el Ministerio iba a pasar a ser Secretaría. ¿Continuará en rango ministerial?

-Detrás de esa idea creo que había una especie de prejuicio, como si la cultura no fuera importante para Cambiemos.

-¿Siente ese prejuicio como un talón de Aquiles simbólico para el proyecto de Cambiemos?

-Al contrario, me entusiasma como desafío. A mí me interesa mucho el prejuicio como tema, porque el prejuicio es una emoción terca sobre algo que se conoce mal. Cuando llegué al cargo, leía en las redes sociales posteos que decían que teníamos previsto organizar casamientos en el salón Borges de la Biblioteca Nacional, o que queríamos perseguir y reducir el cine argentino, o que queríamos cerrar museos. Nada de eso ocurrió, como nada de eso ocurrió durante la gestión de Mauricio Macri en la ciudad de Buenos Aires. Al contrario, estamos con obras de infraestructura, arreglando el Palais de Glace, arreglando el Teatro Cervantes o la vieja sede de la biblioteca en la calle México. Estamos trabajando mucho.

Ahora, es cierto que hay una comunidad vinculada a lo cultural e intelectual con una visión política sobre el gobierno y con una visión crítica que la manifiesta a partir de estas emociones tercas sobre lo que no se conoce. Pero nuestro trabajo no es para ellos, no somos el ministerio que se ocupa de los intelectuales. Somos el ministerio que se ocupa de los 40 millones de argentinos y de su acceso a la producción y consumo de bienes y servicios culturales. Por lo tanto, me parece que ese debate se da más desde la lógica de la oposición política, cada uno tiene derecho a tener sus posiciones, pero la verdad que este año vamos a tener más estrenos de cine argentino que el año pasado, este año hay más rodajes que el año pasado y el año que viene van a haber más rodajes de largometrajes de ficción que este año.

¿Corresponde que uno esté desmintiendo a los que creen que está ocurriendo otra cosa? No, porque simplemente es cuestión de mirar la lista de estrenos. Los hechos están ahí. La Biblioteca Nacional tiene más visitantes que los que tuvo durante la gestión anterior, más documentos nuevos, cuenta con cantidades impresionantes de donaciones, más allá de libros, de archivos de escritores. Acaba de entrar el archivo de Pepe Eliaschev a la Biblioteca Nacional. También ingresó la biblioteca personal de Bioy Casares y Silvina Ocampo, que incluye libros personales de Borges. Estamos en uno de los grandes momentos de la historia de la Biblioteca Nacional con un director que no para de conquistar premios por todo el mundo.

El ministro Pablo Avelluto en
El ministro Pablo Avelluto en su despacho. Foto: Fernando Calzada.

-¿El ámbito de la cultura es un sistema cerrado?

-Woody Allen decía que los intelectuales son como una mafia, porque solo se matan entre ellos. Creo que hay una visión hermética en algunos sectores que para mí no son los más interesantes. Me parece que una de las distorsiones a las que nos llevó el gobierno anterior es anteponer las posiciones ideológicas de los artistas o de los intelectuales, con sus posiciones partidarias, por encima de las características de sus obras. Entonces, si el músico vota lo mismo que voto yo, es bueno, si no, es malo. Elegir los intereses culturales por simpatías partidarias es una pavada.

-¿Cómo se cuida eso desde el Ministerio?

-No nos importa por quién votan los artistas, escritores o intelectuales. No me interesa, quizá por mi formación como editor. Hay un vieja máxima de los editores que dice que nunca hay que confundir tu biblioteca con tu catálogo. Lo que a mí me gusta es lo que a mí me gusta, pero soy el Ministro de Cultura de todos los argentinos y de un país que tiene una enorme diversidad cultural regional y territorial, de una enorme potencia simbólica. La anteposición de la cuestión político partidaria en el campo cultural tiene dos problemas. Uno moral: está mal porque la política cultural se financia con los recursos de todos. Y el segundo es que es una política inútil, no se ganan elecciones rodeándose de artistas que aplauden al presidente. Al contrario, las terminás perdiendo.

No nos importa por quién votan los artistas, escritores o intelectuales

-¿Confía en que Cambiemos va a superar ese prejuicio sobre sus políticas culturales?

-Sí, esas cosas llevan tiempo. No es útil ni productivo en una sociedad con problemas como la nuestra esos niveles de división. En febrero pasado hicimos un enorme desembarco, el más grande de la historia, de artistas contemporáneos argentinos con motivo de la feria Arco, la más importante del mercado de arte contemporáneo. Jamás se me hubiera ocurrido preguntar a alguien a quién vota, porque me parece que precisamente era lo que hacían los gobiernos más autoritarios. Para mí lo importante es que el arte contemporáneo argentino no se recorta por simpatías partidarias; se recorta por el trabajo que hacen los curadores, los galeristas, los expertos, la gente de los museos.

Luz, cámara…

-¿Qué pasa con el INCAA (Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales)?

-Otra manifestación de la lógica del prejuicio. Hay una idea un poco infantil de que por la mañana el ministro de Cultura se levanta y dice: "Vamos a tratar de que no se filmen más películas en la Argentina. A ver cómo podemos hacer". Es absurdo, hay una ley que garantiza el funcionamiento del cine, hay un sistema que determina el modo de acceder a los subsidios y créditos que otorga el Instituto del Cine. Ahora, nuestra obligación como funcionarios es que eso funcione con transparencia. Cuántos años hace que se ha puesto al INCAA bajo sospecha en relación a su transparencia. No es que nosotros llegamos y la humanidad se enteró de que en el INCAA había problemas de transparencia. Por supuesto que modificar eso en instituciones con décadas de malas prácticas es muy complejo.

El ministro defendió los cambios
El ministro defendió los cambios implementados en el INCAA. Foto: Fernando Calzada.

-¿Cuál es el objetivo que persiguen?

-Lo que nosotros buscamos es que se filme lo que se apruebe. Hoy el INCAA tiene más de 400 proyectos de largometrajes de ficción aprobados a lo largo de los últimos años que nunca llegan a comenzar el rodaje. Necesitamos que los rodajes empiecen, necesitamos que haya películas de gran impacto de público y películas experimentales de creadores nuevos, de gente que hace su opera prima y películas de nivel medio. Necesitamos todo el cine, es un ejemplo claro de lo que hace una industria creativa. Se basa en el talento de los guionistas, de los productores, de los actores y de los directores.
Al mismo tiempo, el INCAA ha duplicado en los últimos dos años los fondos de apoyo para cada proyecto, llevando el costo medio de 5 millones de pesos a 10 millones de pesos. Tenemos todo el derecho y la obligación de que la administración de esos fondos se haga con todo el rigor que impone la ley a los funcionarios. Por supuesto que todo esto implica un cambio cultural con relación a la industria del cine que genera fricciones y señales de falsas alarmas como que nosotros querríamos que no se filme. Está en la voluntad del gobierno que la industria cinematográfica, que además tiene talento, gana premios por todas partes y tiene posibilidad de exportación como pocas otras de las industrias creativas, funcione.

Hay una idea un poco infantil de que por la mañana el ministro de Cultura se levanta y dice ‘vamos a tratar de que no se filmen más películas en la Argentina’

-¿Qué siente cuando, por ejemplo, la reconocida directora Lucrecia Martel dice que Zama (la película argentina que competirá por el Oscar) no se podría haber filmado en estas condiciones?

-Que no es cierto. Nunca hay que enojarse. La conozco a Lucrecia Martel desde hace muchísimos años. Creo que hay un fenómeno que tiene que ver con la presión de los pares. Es muy difícil salir de una posición dominante de un sector que se siente cómodo con un prejuicio, construye su confort con un prejuicio. ¿Cómo se sale de eso? A través del tiempo. Hoy te muestro que hay más películas en rodaje en comparación con el año pasado y te muestro las que ya sabemos que va a haber el año que viene, que son más que las de este año. No es tan fácil decir "estos tipos quieren cerrar el cine argentino" porque la evidencia te está diciendo lo contrario. Cuando digo que el costo medio por película es el doble de hace casi dos años no parece muy lógico que yo aumente el costo medio si estoy planteando hipotéticamente que no quiero que se hagan películas. Porque además ese financiamiento está garantizado por leyes, no es discrecional. Nosotros necesitamos que la gente vaya al cine porque uno de los ingresos principales para el financiamiento de las películas proviene de las entradas. Necesitamos público. Que a una película que financia el estado después no la vea nadie, no es un problema solo para el productor o el director, sino para todos.

¿Por qué hacemos fomento? ¿Porque somos un Estado generoso y queremos que los cineastas sean felices? No, porque creemos que eso es industria que da laburo, porque creemos que lo hacemos bien, porque tenemos un montón de escuelas de cine de alto nivel y cuyos graduados ganan premios por el mundo. Entonces el tema de la construcción de audiencia para el cine nacional sí es un proyecto de política cultural, pero de ninguna manera va a ser en función de que no haya cine nacional. Sería un oxímoron, una contradicción.

Foto: Fernando Calzada.
Foto: Fernando Calzada.

Continuidad y cambio

-¿Hay algo que mantiene de la gestión en cultura del anterior gobierno?

-Sí claro, algunos programas. El programa de puntos de cultura, el MICA (Mercado de Industrias Creativas Argentinas), por ejemplo. De vuelta, sería igualmente absurdo que yo criticara por prejuicioso a los otros y lo ratificara con una lista de prejuicios personales.

-Ustedes se definen como el partido del cambio. ¿Qué tenía que cambiar en cultura?

-En primer término, dejar de pensar la cultura como herramienta de propaganda partidaria. Fue un error en el que muchos sectores del gobierno anterior habían caído. Esto implica que las posiciones partidarias o
ideológicas son irrelevantes para la política cultural. Nos interesa la capacidad juzgada por tribunales autónomos e independientes donde no esté puesta como aspecto relevante la posición ideológica de los artistas. Ese hecho de no contar con intelectuales oficiales o artistas oficiales era un primer paso que debíamos dar, y estamos contentos y satisfechos por haberlo dado.

-¿En los procesos cotidianos se modificó algo?

-A veces cuesta ver desde afuera lo que implicó para el Estado en estos meses el pasaje del expediente de papel al electrónico. El Estado se maneja con expedientes del mismo modo que los chicos de la escuela se manejan con un cuaderno. Cuando llegué acá, esta misma mesa (señala su escritorio) tenía pilas de cosas que me había dejado mi antecesora para firmar y hoy es una especie de pendrive con el cual uno firma y los documentos están digitalizados. Los procesos de transparencia de las compras, hacer licitaciones y elegir al que ofrece el menor precio o mejor calidad de servicio. Elegir, como hemos hecho, a los directores de los museos por concurso público por primera vez. Se eligieron a los primeros 11 y ahora se están tramitando los concursos para los segundos 11, que incluyen museos de enorme importancia, como el Histórico Nacional o el de la Casa Histórica de Tucumán. Evaluamos no solo antecedentes, sino también proyectos profesionales y conocimiento en la administración pública. Es un paso enorme. Cuesta, porque las instituciones púbicas están muchas veces pensadas para no ser modificadas, pero hay un consenso que va mas allá de la política, un consenso generacional que marca que o las cambiamos, o se nos va la vida en esto. Y la verdad es que lo estamos cambiando.

-¿Cómo se siente a dos años de haber asumido el cargo de ministro?

-Fue un desafío incierto. Nadie te enseña a ser ministro. No tenemos escuelas como los franceses. Uno se va formando con la experiencia de otros. Por eso fue importante para mí conversar mucho con Hernán Lombardi, con Marcos Peña.

¿Y en lo personal?

-Por supuesto, es una gran adaptación de la vida personal. Igualmente, no quiero acostumbrarme a ser ministro. Desgraciadamente nos hemos acostumbrado a una cierta idea de que el político o funcionario público integra una suerte de casta parecida a la nobleza o a la aristocracia de la época del absolutismo. Unos señores que viven realidades apartes con choferes, que no hacen filas. Por eso, para nosotros, los timbreos y el contacto con personas de carne y hueso son tan importantes y no es solo una pose electoralista. A veces los medios nos pueden generar una visión distorsionada de lo que está pasando en la realidad de las personas. Trato de llevar adelante la vida del modo más habitual posible. No es fácil, no siempre se puede. Pero creo que esa transformación es una de las más sutiles, menos visibles, pero más importantes del cambio. El cambio en el rol del funcionario que puede andar por la calle, discutir con cualquiera, responder preguntas.

(Esta nota es una versión actualizada de la publicada en la Revista DEF N. 118)

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